JOSÉ, Ejemplo de excelencia

Liahona Febrero 1986
JOSÉ, Ejemplo de excelencia
Por Arthur R. Bassett

Siempre me han fascinado los niños. Física, mental y emocionalmente, son una mezcla de dos personas diferen­tes, la combinación de dos padres en un solo ser. Es más, me intriga la manera en que los hijos adquieren las características de sus padres: sus modismos, ademanes, risa, actitudes, su opinión en cuanto a la moda, etc.

Por esa razón me ha intrigado tanto la genealogía. A veces me pregunto cuántas características de mis antepasados llevo aún dentro de mí, y a cuántas generacio­nes tendría que remontarme para encon­trar mis modismos, atributos físicos y ras­gos de carácter. Sería fascinante tener un minucioso relato escrito y visual de cada uno de nuestros antepasados y poder com­paramos con ellos.

Desafortunadamente, no tenemos a la mano esos registros, y es imperfecta la visión que tenemos de nuestros antepasa­dos. Sin embargo, es sorprendente ver que entre la mejor información genealógi­ca disponible se encuentra la que tenemos acerca de nuestros primeros padres.

A veces, al leer la primera porción de la Biblia, se nos olvida que estamos le­yendo nuestra propia historia familiar y que compartimos una relación sumamente especial con esos personajes.

Pocos miembros de la Iglesia aceptaría­mos el país de Iraq como una tierra ances­tral nuestra, y sin embargo, es el lugar de origen del padre Abraham, y es donde creció hasta los primeros años de su ma­durez. Siria sigue siendo para muchos de nosotros un país extranjero, y sin embar­go nuestras abuelas Rebeca y Raquel na­cieron allí, y también nuestro abuelo Jo­sé. Y aunque el abuelo José adoptó a Israel como su tierra natal, su esposa y nuestra abuela, Asenat, no sólo era egip­cia, sino hija de un sacerdote egipcio. Efraín y Manasés, entonces, eran mitad egipcios. A través de nuestras raíces an­cestrales, la mayoría de nosotros somos ciudadanos del mundo, y lo que sucede en éste a menudo afecta a los que son nues­tros primos lejanos.

Aunque nos encontramos separados de estos primeros antepasados por el abismo de siglos en que la genealogía no se ha registrado, podemos, sin embargo, en­contrar aún ejemplos dignos de emula­ción. José, cuyo nombre (o el de uno de sus hijos, Efraín y Manasés) aparece en cientos de miles de bendiciones patriarca­les, es un buen caso a considerar. Si adoptáramos el sistema de vida que él lle­vó, no sólo seríamos ciudadanos sobresa­lientes de este mundo, sino que también nos convertiríamos en candidatos a la vi­da celestial en el próximo.

El primogénito de Jacob y Raquel    

Para su padre Jacob, José era el recuer­do viviente de una de las historias de amor más grandes de todos los tiempos. Son pocos los que pueden afirmar, como José, que su padre había servido catorce años para que se le concediera la mano de la madre de ellos. El amor que Jacob sen­tía por Raquel era tan intenso que Moisés escribe que esos primeros siete años “le parecieron [a Jacob] como pocos días, porque la amaba” (Génesis 29:20).

Después del casamiento, Raquel tuvo dificultades en concebir un hijo, lo que le preocupó mucho. Su hermana Lea daría a luz seis hijos y una hija antes de que Ra­quel fuera bendecida con su primogénito, José. La tercera esposa, Bilha, y la cuar­ta, Zilpa, contribuyeron cada una dos hi­jos más a la posteridad de Jacob antes del nacimiento de José.

Para esas fechas, Jacob ya se acercaba a los noventa años de edad, casi la edad de su abuelo, Abraham, cuando Sara ha­bía dado a luz a Isaac, el padre de Jacob. Jacob y Raquel habían esperado este hijo por mucho tiempo y lo amaron en forma muy especial. Pero unos cuantos años después de ese alumbramiento, Raquel moriría en otra tierra al dar a luz a su segundo hijo, Benjamín. Después de die­cisiete años, Jacob perdería a José cuando éste fuese vendido como esclavo a Egip­to, pensando que había muerto; y pasó casi un cuarto de siglo más antes de que se reuniera de nuevo con José, siendo éste ahora un hombre maduro y segundo en autoridad al Faraón de Egipto. Treinta años después de esa reunión, Jacob tam­bién moriría y lo llevarían de regreso a su tierra natal para sepultarlo.

Sería interesante saber cuánto recorda­ba José de los primeros diecisiete años de su vida. Es improbable que recordara mu­cho de su tierra natal, Harán, pues poco después de su nacimiento, Jacob llevó a la familia de regreso a su propia tierra, la que ahora lleva su nombre: Israel. ¿Recordaría José algo de la tensión de la despedida dramática de Jacob de su sue­gro, Labán, o de la preocupación de Ja­cob al reunirse con su hermano Esaú des­pués de veinte años de separación —separación ocasionada cuando Jacob había huido para salvar su vida de manos del iracundo Esaú?

Es difícil que José haya recordado mu­cho de esos acontecimientos, ya que pro­bablemente era un bebé en ese entonces. Sin embargo, es importante recordar que José jugaba un papel importante, a los ojos de sus padres, en todas estas expe­riencias. Este joven, favorecido del Se­ñor, también era altamente favorecido de su padre, especialmente después de la muerte de su madre.

Parentesco con Moisés         

Moisés vivió dos siglos después, y de­be haber sentido una fascinación especial por la vida de José. Quizá Moisés tam­bién se haya interesado en las característi­cas de su famoso pariente. Sin duda se preguntaba cómo era José, cuyo cuerpo cargaron los israelitas en un ataúd durante cuarenta años, mientras anduvieron erran­tes por el desierto. ¿Qué pensaba de este hombre que había salvado a los israelitas al llevarlos a Egipto, así como Moisés los salvaría sacándolos del mismo lugar? Ambos habían ocupado puestos de gran poder en aquella nación; ambos habían sufrido a manos de sus hermanos. Ambos eran administradores capaces; ambos alta­mente favorecidos del Señor.

¿De dónde recibió Moisés su informa­ción acerca de José? ¿Cuánto sabía de Jo­sé mientras trabajaba en el Tora?

¿Recibió esta información mediante reve­lación, tal como más tarde se le entregaría una porción de su registro a otro José? ¿O estaba leyendo de los registros que había dictado el mismo José muchos años an­tes?

Las profecías de José, contenidas ahora en el último capítulo de Génesis, según la traducción de José Smith, deben haber si­do de especial interés para Moisés. ¿Qué sentimientos habrá experimentado Moisés cuando leyó por primera vez las palabras de Génesis que siglos más tarde tradujo José Smith en su revisión de la Biblia, el cual decía que el Señor levantaría un vi­dente para librar a su pueblo de la tierra de Egipto y su nombre seria Moisés? También decía que por este nombre sabría que era de la casa de Israel, pues sería criado por la hija del rey, y llamado hijo de ella.

José también profetizó que Moisés, con vara en mano, golpearía las aguas del Mar Rojo y sacaría a los hijos de Israel del cautiverio. Aarón, el hermano de Moisés, debía ser el portavoz del Señor para pro­clamar La Ley de Dios a Los israelitas. Se­ría interesante saber si Moisés leyó estas profecías antes o después de su cumpli­miento. Y si las leyó antes, ¿tuvieron al­gún efecto en su pían de acción?

En la información que recibió Moisés también había una profecía de José con relación a un registro que escribiría su posteridad después de que una de sus ra­mas se separara del cuerpo principal de los israelitas. Esa profecía hablaba de otro José —uno que llevaría el nombre de su padre— quien sería un vidente escogido, en el Israel de los últimos días. Estas pro­fecías también se encuentran en el Libro de Mormón, un registro de la posteridad de José, el cual fue traducido por este otro José, o sea, el profeta José Smith, hijo (véase 2 Nefi 3). En el comentario de Le­hi acerca de las profecías de José se mani­fiesta el interés que tenían los nefitas en el antiguo profeta José: “Y no hay muchas profecías mayores que las que él escribió. Y profetizó concerniente a nosotros y nuestras generaciones venideras; y está escrito en las planchas de bronce” (2 Nefi 4:2).

Aparentemente, entonces, esas plan­chas de bronce de Labán contenían un re­gistro de José. Trazaban la genealogía de Lehi hasta José. Contenían información acerca de profetas como Zeniff y Zenoc, quienes también eran descendientes de José, pero no se mencionan en la Biblia.

También contienen información acerca de José que no se encuentra en ninguna otra parte. Moroni, por ejemplo, hace re­ferencia a la túnica de José que sus her­manos le habían llevado a Jacob, diciéndole que los animales salvajes habían devorado a su hermano José. Aparentemente, Jacob guardó un fragmento de esa túnica como recuerdo de su hijo. Más tar­de, al aproximarse a su muerte, miró el fragmento que había preservado —el cual tenía ya más de medio siglo—, y profeti­zó que así como se había conservado una parte del lienzo, parte de la simiente de José sería preservada; y así como una par­te se había deteriorado, así también una parte de la simiente de José perecería (Al­ma 46:24-27).

La fascinación de los estudiosos de la Biblia

Los estudiosos de la Biblia han sentido un agudo interés en José y en su historia, especialmente aquellos que buscan proto­tipos —presagios proféticos de eventos futuros, especialmente los que están rela­cionados con la vida del Mesías. Un buen ejemplo de esta práctica de rendir un rela­to bíblico en forma de prototipo se en­cuentra en la comparación que hizo Pablo del nacimiento de Ismael e Isaac con la recepción de la ley mosaica y la ley de Cristo (véase Gálatas 4:22-31). En forma general, el relato de la vida de José es un excelente prototipo de la vida del Maes­tro.

Es el hijo predilecto del padre, enviado por éste en una misión ante sus hermanos rebeldes. Sus hermanos, quienes resien­ten las enseñanzas y el que sea tan favore­cido de su padre, rechazan su mensaje, lo maltratan, y a fin de cuentas “toman” su vida, en su esfuerzo por deshacerse de él. La siguiente fase de su vida, comenzando con su descenso al foso y concluyendo con su experiencia en la prisión de Egip­to, podría compararse al descenso de Cristo al foso del infierno y su misión a la prisión de los espíritus encarcelados.

Con el tiempo sale de la prisión y se le da un puesto en el que es segundo en po­der al gobernante del reino. La túnica que le han quitado sus hermanos (el símbolo de su carne) se le reemplaza con una túni­ca majestuosa, y todos deben arrodillarse ante él. En esta nueva posición exaltada, se convierte en el salvador de sus herma­nos al extenderles su perdón y alimentar­los con el pan de vida.

Es fácil ver el motivo de la fascinación que tienen por el profeta José los estudio­sos de la Biblia y las figuras de la literatu­ra, como Thomas Mann, quien escribió una obra de cuatro tomos sobre el tema de José y sus hermanos. Pero a mí me parece que nosotros, la posteridad de José, so­mos quienes debemos tener el mayor inte­rés. No sólo es un gran personaje de la historia y de la religión, sino que también puede ser un ejemplo personal para noso­tros de la manera de vivir.

Un conocimiento de Cristo

Si fuéramos a seguir el ejemplo de José y adoptar las características que él posee, nuestra vida sería más plena y en general tendríamos mayor éxito. Él nos muestra un camino por el que se puede llegar a conocer al Maestro, y en ese sentido esta­mos acercándonos más al Señor al apren­der más acerca de nuestro padre José (o de cualquier otro antepasado justo). El fi­nado élder Bruce R. McConkie, mencio­nando que para obtener la vida eterna es necesario conocer al Señor, definió cuán­to debemos acercarnos a Él. En una con­ferencia general dijo: “El llegar a conocer a Dios en el sentido pleno que nos permi­tirá obtener la salvación eterna significa que debemos saber lo que Él sabe, disfru­tar de las mismas cosas, experimentar lo que El experimenta. En el lenguaje del Nuevo Testamento, debemos ser ‘seme­jantes a él’ ” (Conferencia General de abril de 1966).

Hablando de aquellas características personales que permiten que una persona conozca a Cristo, el Apóstol Pedro enu­mera las siguientes:

“Poniendo toda diligencia por esto mis­mo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;

“al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad;

“a la piedad, afecto fraternal; y al afec­to fraternal, amor.”

“Porque”, continúa diciendo Pedro, “si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro l: 5-8).

El primer paso es tener fe en Dios, y esto incluye depositar nuestra confianza en su camino y en sus promesas. Se re­quiere que tengamos valor —la virtud, como dice de Pedro— y comprensión pa­ra seguir el camino que ha trazado el Se­ñor. Es más, necesitamos tener templanza o dominio propio, y sujetar nuestra volun­tad a la del Padre. Se requiere que tenga­mos paciencia si hemos de ver los resultados de los esfuerzos cristianos; también piedad para poder permanecer cerca de Dios y comprender sus caminos. Por últi­mo, se requiere que desarrollemos el afecto fraternal y después que transforme­mos ese afecto en la cualidad del amor puro de Cristo —el amor semejante a Cristo y el amor por Cristo.

La fe y virtud de José

José era la personificación viviente de todas estas características, pues en verdad abundaban en su persona. Se puso a prue­ba su fe casi hasta el límite. Si alguna vez tuvo alguien razón para pensar que Dios lo había abandonado, la tuvo José, pues fue rechazado y vendido como esclavo por enseñar lo que Dios le había dicho en sueños, fue acusado falsamente y arroja­do a la prisión por tratar de guardar los mandamientos de Dios, y permaneció en esa prisión por más de dos años.

Su tocayo, José Smith, quien sufriría pruebas similares, desde la prisión implo­ró: “Oh Dios, ¿en dónde estás?” (D. y C. 121:1). José de Egipto debe de haber teni­do sentimientos similares a éstos, y sin embargo, en todos los registros que tene­mos no hay evidencia alguna de que haya permitido que su fe se debilitara, sino al contrario, continuó reconociendo la mano de Dios en todos los sucesos de su vida.

La virtud, la segunda característica que Pedro mencionó, tiene muchas más rami­ficaciones que solamente la pureza sexual —la cual demostró José en el incidente con la esposa de Potifar. Por su raíz vir, la palabra virtud está relacionada con la palabra viril, la cual implica las caracte­rísticas de hombría, valor y fortaleza. Jo­sé vivió a la manera de Jesús, quien llegó a ser conocido como el Hijo de Dios, y siguió un estilo de vida que llamó la aten­ción de hombres así como de mujeres. Eran no sólo las mujeres, tal como la es­posa de Potifar, quienes se acercaban a él, sino que también muchos de los hombres que lo conocían por primera vez recono­cían sus cualidades innatas de líder. Poti­far lo puso al mando de su hogar y dejó todo en sus manos. El carcelero, cuando José estaba en prisión, lo puso al mando de los demás prisioneros, y Faraón lo hizo gobernador, segundo al mando de todo el país.

El conocimiento y la paciencia de José

Pedro escribió: “Añadid a vuestra. . . virtud, conocimiento” (2 Pedro 1:5). Dios desea que sus discípulos tengan conoci­miento. Cristo dijo: “Sed, pues, pruden­tes como serpientes, y sencillos como pa­lomas” (Mateo 10:16). Pablo dijo: “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Corin­tios 14:20). No es suficiente para un dis­cípulo de Cristo tener fe ciega.

Cuando analizamos cómo es que un pastor fue promovido a un puesto de po­der mundial, entonces comenzamos a vis­lumbrar el conocimiento y la compren­sión que debe de haber acumulado José. Suponemos que inicialmente adquirió su conocimiento escuchando al Señor, pero notemos también la sabiduría que debe de haber necesitado para estar en esa posi­ción en el gobierno egipcio, especialmen­te con relación a la administración de las cosechas y tierras de Egipto. Después de que José interpretó los sueños de Faraón, comentó: “Por tanto, provéase ahora Fa­raón de un varón prudente y sabio, y pón­galo sobre la tierra de Egipto”. A esto respondió Faraón: “No hay entendido ni sabio como tú”. (Génesis 41:33, 39.) Aunque esto puede considerarse como un reconocimiento por parte de Faraón de los poderes espirituales de José, se comprobó que también era cierto con relación a su sabiduría para la administración tempo­ral.

Se repite una y otra vez en el modelo de vida de José la evidencia de su autodomi­nio y su paciencia. Es evidente en el inci­dente con la esposa de Potifar y en la voluntad de José de confiar en el Señor durante su largo encarcelamiento. De he­cho, Josefo, el historiador judío, hace un comentario interesante con respecto a la reacción de José ante su encarcelamiento. En un pasaje que suena asombrosamente similar al caso de Cristo ante Pilato, Jose­fo escribió:

“Ahora José, encomendando todas sus cosas a Dios, no intentó defenderse ni re­latar las circunstancias exactas del hecho, sino que en silencio sufrió los grillos y la aflicción de su situación, creyendo firme­mente que Dios, que conocía la causa de su aflicción y la verdad del asunto, sería más poderoso que aquellos que le castiga­ban.“ (Antiquities of the Jews, libro II, V:l.)

La piedad y caridad de José

La piedad también fue una característi­ca importante de José. Aunque no existe ningún registro escrito de sus oraciones, a través de la narración de su historia se percibe lo cerca que vivía del Señor. En todos sus asuntos se manifestó la mano de Dios. Rehusó la invitación de la esposa de Potifar en base a que ofendería a Dios. Cuando se reunió con sus hermanos en Egipto, acalló sus temores de venganza explicándoles que el venderlo ellos a Egipto fue la manera en que el Señor per­mitía que él preparara el camino para la salvación de ellos.

Los rasgos más cristianos de José se vislumbran a través de la relación que tu­vo con sus hermanos, especialmente las características de afecto fraternal y cari­dad. Al darle un nombre a su hijo Mana­sés, José da a entender que el Señor le había hecho “olvidar todo [su] trabajo y toda la casa de [su] padre” (Génesis 41:51). ¡Cómo le ha de haber asombrado, entonces, confrontar de nuevo a sus her­manos por primera vez en veintidós años!

¡Qué pensamientos deben de haber acudi­do a su mente! De nuevo se percibe su gran paciencia al no revelarse ante ellos sino hasta después de averiguar los senti­mientos que albergaban.

Sería difícil encontrar en los anales de la historia otra escena tan repleta de senti­mientos humanos como la de José escu­chando a sus hermanos (que no sabían que él podía entenderlos, porque siempre habían hablado mediante un intérprete) hablar del castigo que sufrían por haber vendido a su hermano como esclavo. José respondió con dureza, tal como Dios debe hacerlo con nosotros en ocasiones, pero cuando uno lo ve conmovido hasta las lágrimas en dos ocasiones —al punto de verse forzado a salir de la habitación para que sus hermanos no le vieran la cara—, se percibe la profundidad de su amor cris­tiano, repleto de perdón por los que ver­daderamente se habían arrepentido.

Yo respeto al padre José por muchos motivos —por su fe, virtud, conocimien­to, templanza y paciencia, y por su pie­dad. Pero lo respeto más por su afecto fraternal y por su amor. Estos son sus atributos más divinos; son los que tiene en común con el Salvador y con nosotros, su posteridad. Estos son los atributos que de­bemos tratar de emular como nietos de este gran ejemplo de excelencia cristiana, uno de los hombres más grandes jamás producido por la tierra, un padre que en­señó a toda su posteridad lo que realmente significa conocer a Cristo.

Analicémoslo

Después de leer “José, ejemplo de excelencia“individualmente o como familia, quizás deseen analizar algunas de las si­guientes preguntas durante una sesión fa­miliar de estudio de las Escrituras:

  1. El artículo menciona que “el relato de la vida de José es un excelente prototi­po de la vida del Maestro”. ¿Por qué su­ponen que el Señor nos proporciona tales prototipos? ¿Qué podemos aprender de ellos?
  2. José conservó la fe en Dios aunque sufrió grandemente a manos de sus her­manos y de Potifar. ¿Qué podemos hacer nosotros para desarrollar una fe similar a la de José?
  3. Después de todo lo que le habían hecho sus hermanos, José los perdonó li­bremente. ¿Qué podemos hacer en nues­tro hogar para fomentar la humildad y el amor semejantes a los de José? ¿En qué forma podemos nosotros, como José, amar a otros en una forma cristiana?
  4. ¿Cuáles son algunos de los otros atributos de José que podemos emular? ¿Cómo podríamos seguir mejor su ejem­plo de tratar de emular al Salvador en to­do?
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1 Response to JOSÉ, Ejemplo de excelencia

  1. Avatar de Christian Christian dice:

    Me pregunto :cómo puedo llegar a ser como José? Como adquirir aquellos atributos .

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