Una era de contrastes: desde Adán hasta Abraham

Liahona Junio 1986
Una era de contrastes: desde Adán hasta Abraham
Por Kent P. Jackson

El  mundo no ha presenciado otra era similar. Fue una época extraordina­ria: una era de maravillas, de poder, pero por sobre todo, fue una era de con­trastes, en donde claramente estaban pre­sentes los reinos opuestos, de Dios y Sa­tanás y el poder de ambos era muy obvio.

El período entre la caída de Adán y el ministerio de Abraham es, desde nuestro punto de vista actual, la época más miste­riosa de la historia de la tierra. Aunque duró más de dos mil años y sucedieron en ella cosas maravillosas, las Escrituras di­cen menos acerca de estos acontecimien­tos que de cualquier otra época. La Biblia dedica solamente ocho capítulos a este período (aproximadamente diez páginas de traducción moderna), tres de los cua­les son listas genealógicas que nos infor­man quién engendró a quién.

Sin embargo, los Santos de los Últimos Días tenemos información adicio­nal. La revisión que hizo el profeta José Smith del relato bíblico, el cual se en­cuentra en el libro de Moisés, en la Perla de Gran Precio, agrega conocimientos muy importantes con respecto a la gene­ración de Enoc. Pero incluso esto nos de­ja con deseos de saber más. Otra fuente de información sobre este asunto es el breve registro de Jared y su familia que se encuentra en los primeros seis capítu­los del libro de Eter en el Libro de Mormón. También el libro de Doctrina y Convenios aporta datos importantes con respecto a este período.

Aunque la información que aparece en las Escrituras es incompleta, podemos lo­grar una perspectiva del pueblo y los acontecimientos que forman parte de esta importante época de la historia humana. El siguiente bosquejo cronológico se ba­sa en las Escrituras:

  1. El desarrollo y la expansión de las obras de Satanás (Génesis 4; Moisés 5).
  2. El linaje del sacerdocio (Génesis 5; Moisés 6; D. y C. 84:14-17; 107:40-55).
  3. Enoc y su Sión (Moisés 6-7).
  4. La iniquidad de los hombres antes del diluvio (Génesis 6; Moisés 8).
  5. El diluvio (Génesis 9-10).
  6. Noé y sus hijos (Génesis 9-10).
  7. La torre de Babel (Génesis 11:1-9).
  8. Los jareditas (Eter 1-6).
  9. La genealogía de Abraham (Génesis 11:10-28).

Del relato combinado de Génesis, Moisés y Eter, podemos deducir que la característica de este período fue el con­traste: el contraste siempre presente entre Dios, Su pueblo y las obras de éste; y Satanás, su pueblo y sus obras.

Las obras de Satanás entre los hombres

En cada dispensación en la que el Se­ñor ha establecido su reino, el reino del adversario también se ha encontrado pre­sente y ha tenido éxito en causar penas y sufrimiento, mientras que el del Señor ha guiado a las personas fieles a la felicidad y a la gloria eterna. Ha sido así desde el comienzo de la historia humana.

Es posible que no mucho después que los hijos de Adán y Eva maduraran, el adversario comenzó a sembrar las semi­llas del pecado y de la incredulidad entre ellos. Las Escrituras registran que des­pués que Adán y Eva enseñaron a sus hijos el evangelio, Satanás se les apare­ció y “les mandó, y dijo: No lo creáis; y no lo creyeron, y amaron a Satanás más que a Dios. Y desde ese tiempo los hom­bres comenzaron a ser camales, sensua­les y diabólicos” (Moisés 5:13). Los re­gistros sagrados dan un ejemplo de la influencia de Satanás: Caín introdujo el asesinato al mundo cuando codició los bienes de su hermano y siguió el mandato de Satanás.

Tristemente, las Escrituras nos ense­ñan que éste no fue el único incidente en la historia:

“Y empezaron a prevalecer las obras de las tinieblas entre todos los hijos de los hombres.
“Y Dios maldijo la tierra con penosa maldición; y se enojó con los inicuos, con todos los hijos de los hombres que había creado” (Moisés 5:55-56).

Prevaleciendo en la vida de muchos, la maldad aumentó hasta llegar a la época de Enoc, quien vio a Satanás y sus obras: “Y vio a Satanás; y éste tenía en su mano una cadena grande que cubrió de obscuridad toda la faz de la tierra; y miró hacia arriba, y se rio, y sus ángeles se alegraron. . .

“Y aconteció que el Dios del cielo mi­ró al resto del pueblo, y lloró. . .
“El Señor dijo a Enoc: He allí a tus hermanos; son la obra de mis propias ma­nos, y les di su conocimiento el día en que los creé; y en el huerto del Edén le di al hombre su albedrío;
“Y a tus hermanos he dicho, y también he dado mandamiento, que deben amarse el uno al otro, y que deben preferirme a mí, su Padre, más he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre” (Moisés 7:26, 28, 32-33).

Por motivo de la iniquidad de los hom­bres, Satanás se regocijó y rio, mientras que Dios, en contraste, miró a sus hijos con pena y lloró.

Cuando llegó la época de Noé los hombres se habían vuelto tan inicuos, a pesar de las exhortaciones de Dios de que se arrepintieran, que se registraron las si­guientes palabras con respecto a ellos:

“Y Dios vio que la iniquidad de los hombres se había hecho grande en la tie­rra; y que todo hombre se ensoberbecía en el designio de los pensamientos de su corazón, siendo continuamente perver­sos” (Moisés 8:22).

El pueblo era tan inicuo que no se le permitió continuar contaminando la tierra con su presencia o traer espíritus inocen­tes a su decadente medio. El Señor decre­tó que toda cosa viviente fuera destruida por un diluvio, con la excepción de unos pocos fieles que serían salvados, de ma­nera que Dios pudiera comenzar nueva­mente con su obra creadora y restablecer su convenio entre los hombres.

El diluvio fue un acto de bondad y no de venganza. La generación de Noé fue tan inicua que solamente un gran acto de limpieza podría permitir que la siguiente generación tuviera una oportunidad de vivir principios más elevados. Tal como será necesario para la segunda venida de Cristo, la maldad deberá ser eliminada, ya sea por medio del arrepentimiento o la destrucción.

Las generaciones posteriores, aunque nunca fueron tan perversas como la gene­ración de Noé, aún persistieron en la maldad. Entre los descendientes de Noé hubo muchos que prefirieron hacer lo malo que lo bueno. En su arrogancia, planearon construir una ciudad y una to­rre “cuya cúspide llegue al cielo” (Génesis 11:4). Dios castigó a esta gene­ración no con un diluvio, sino mediante la destrucción de su sociedad por medio de la confusión de su idioma. Fue esa época que los jareditas fueron guiados por el Señor a una nueva tierra (véase Eter 1:33 43).

Sión entre los hombres

No obstante que por medio de las Es­crituras vemos que en aquellos días la gente era muy inicua, los registros sagra­dos también nos indican que había gente sumamente justa. Las mismas generacio­nes que produjeron seres humanos de la más baja calidad, también dieron a luz a hombres y mujeres cuya disposición de obedecer y servir a Dios no tienen parale­lo en la historia humana. Fue entre la época de Adán y Abraham que dos socie­dades enteras, la de Enoc y la de Melquisedec, fueron encontradas dignas como grupo para ser sacados de la tierra para escapar la corrupción que allí prevalecía y gozar de las bendiciones de una esfera más sublime.

El capítulo cinco de Génesis registra la genealogía del linaje mediante el cual continuaron el sacerdocio y los conve­nios del evangelio, comenzando con Adán y terminando con los hijos de Noé. Aparte de esta información genealógica no se dice mucho más; nos podemos ima­ginar que se revelaron muchas cosas im­portantes en vida de quienes nosotros lla­mamos patriarcas, sin embargo, el Señor ha visto prudente no cedemos tal infor­mación. Con respecto al ministerio del gran patriarca Enoc, el relato bíblico sólo ofrece indicios de lo que sucedió.

En el verano de 1830, bajo la guía di­vina, el profeta José Smith comenzó la revisión de la Biblia según la Versión del rey Santiago. El resultado final, a lo que llamamos la Versión Inspirada o la tra­ducción de José Smith, fue una tremenda cantidad de revelación nueva que amplía considerablemente nuestra comprensión del pasado bíblico. Entre los cambios más importantes que el Profeta hizo en el texto de la Biblia se encuentra la adición de varias páginas de un material comple­tamente nuevo que trata sobre el período entre la caída de Adán y el ministerio de Abraham. Este material se incluyó en la primera edición de la Perla de Gran Pre­cio (1851) y fue aceptado como Escritura en 1880. Actualmente se encuentra en Moisés 5-8.

El libro de Moisés nos dice que, a pe­sar de la maldad que prevalecía en aque­llos días, la obra del Señor continuaba: “Y así se empezó a predicar el evangelio desde el principio, siendo declarado por santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y por su propia voz, y por el don del Espíritu Santo” (Moisés 5:58).

Los capítulos seis y ocho del libro de Moisés complementan la genealogía de los patriarcas, agregando información que no se encuentra en la narración del libro de Génesis, capítulo cinco. Sin em­bargo, la contribución más significativa de esta sección es la gran cantidad de datos que contiene sobre el gran profeta Enoc y su pueblo. Mientras que Génesis analiza a Enoc en solamente seis versícu­los breves (véase Génesis 5:18-19, 21-24), el relato de la traducción de José Smith analiza la vida, la misión y las re­velaciones de Enoc en ciento quince ver­sículos (véase Moisés 6:21, 25-8:2).

El relato de la vida y el ministerio de Enoc se yergue como firme contraste con el registro de muchos de sus contemporá­neos. Enoc y su pueblo establecieron Sión; crearon una sociedad que era tan agradable ante Dios que la llamó “Ciudad de Santidad, a saber, Sión” (Moisés 7:19)

“Y el Señor bendijo la tierra, y los de su pueblo fueron bendecidos sobre las montañas y en los lugares altos, y flore­cieron.
“Y el Señor llamó Sión a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:17-18).

Más adelante leemos: “Y Enoc y todo su pueblo anduvieron con Dios, y él mo­ró en medio de Sión; y aconteció que Sión no fue más, porque Dios la llevó a su propio seno, y desde entonces se ex­tendió el dicho: SION HA HUIDO” (Moisés 7:69).

Sión y el mundo

La glorificación de Enoc y de su ciu­dad ha establecido el modelo que han de emular todas las sociedades de santos. Solamente sabemos acerca de la ciudad de Melquisedec la cual tuvo éxito en unirse al pueblo de Enoc como grupo.

Sin embargo, entre la época de Enoc y Noé hubo otras personas que también fueron tomadas, o trasladadas, cuando fueron halladas dignas.

Habiéndose recibido estas revelacio­nes al comienzo de la historia de la Igle­sia, también sirven de ejemplo para los Santos de los Últimos Días, quienes — bajo la dirección de la debida autoridad profética y apostólica— se esfuerzan por establecer Sión de acuerdo con los man­damientos del Señor. Tal como dijo José Smith: “El establecimiento de Sión es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en todas las edades, es un tema que los profetas, reyes y sacerdotes han trata­do con gozo particular” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 282).

Mientras que Enoc y los santos tuvie­ron éxito en establecer una comunidad pacífica basada en los principios de la fe y la rectitud, la mayoría de la gente del mundo continuaba persistiendo en la ini­quidad y cosecharon penas y destrucción. La historia de la humanidad entre los días de Adán y Abraham demuestra los resul­tados de la obediencia a Satanás — guerras y tragedia— y los resultados de la obediencia a Dios —paz y felicidad.

Para nosotros, en la actualidad, las cir­cunstancias han cambiado, pero los prin­cipios de la obediencia y la desobedien­cia son los mismos. Después de todo, nosotros también vivimos en una época de contrastes. ■

Kent P. Jackson tiene cinco hijos y es profesor de Escrituras antiguas en la Universidad Brigham Young, en Provo, Utah. Actualmente sirve en el comité de escritores del curso de Doctrina del Evangelio de la Iglesia.

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