Conferencia General Octubre 1997
Llamados a servir
Presidente Boyd K. Packer
Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles
“No es apropiado que nosotros decidamos donde habremos de servir ni donde no lo haremos. Servimos donde se nos llame. No importa cuál sea el llamamiento.”
“Oh soles y cielos y nubes de junio, y flores de junio todas no podéis competir una hora al radiante y azul clima de octubre” ( 1 ).
Hace varios años nos hallábamos buscando algo que sirviera de inspiración para una conferencia de presidentes de misión. De una manera muy interesante, lo encontramos en un viejo himnario de la Primaria. Con unas pocas y simples palabras, el himno “Llamados a servir” nos enseña el mensaje que les traigo hoy día:
Somos llamados al servicio,
a dar testimonio de Jesús.
Vamos a un mundo en tinieblas
para proclamar la luz
Dios nos da Sus ricas bendiciones;
somos hijos del eterno Rey.
Alabamos Su divino nombre;
damos gracias por su ley.
Prestos, todos prestos,
cantaremos en unión…
Dios nos da poder;
luchemos en la causa celestial( 2 ).
La buena voluntad de los Santos de los Últimos Días para aceptar los llamamientos para servir es una muestra de su deseo de hacer la voluntad del Señor. Deriva del testimonio personal de que el Evangelio de Jesucristo, restaurado por medio del profeta José Smith y contenido en el Libro de Mormón es verdadero.
Nuestro bautismo es un llamamiento a servir a Cristo por toda la vida. Tal como aquellos en las aguas de Mormón, nosotros somos “bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante el de que [hemos] concertado un convenio con el de que lo [serviremos y guardaremos] sus mandamientos, para que el derrame su Espíritu más abundantemente sobre [nosotros]” ( 3 ).
Pero el aceptar los llamamientos, los cargos, es solo una pequeña parte del servicio que ofrecen los miembros de la Iglesia.
Yo percibo dos tipos de servicio: uno es el que prestamos cuando se nos llama a servir en la Iglesia; el otro es el servicio que voluntariamente damos a quienes nos rodean porque se nos ha enseñado a ser caritativos.
Durante varios años, he venido observando a una querida hermana prestar un servicio mucho mayor que el de cualquier llamamiento para enseñar o dirigir en la Iglesia. Si alguien necesita algo, ella responde; no dice: “Si necesita ayuda, llámeme”, sino: “Aquí estoy; ¿qué puedo hacer por usted?”. Hace muchas cosas sencillas tales como tomar en brazos a una criatura en una reunión o llevar a la escuela a un niño que no haya alcanzado a tomar el autobús. Siempre está atenta para recibir a la gente nueva en la Iglesia y se adelanta a darle la bienvenida.
Su esposo sabe bien que cuando asistan a una actividad en el barrio, ella por lo general le dirá: “Mejor regresas solo a casa. Veo que necesitan ayuda en la cocina para lavar los platos”.
El regresó a casa una noche y la encontró poniendo los muebles de nuevo en su lugar. Esa mañana había tenido el presentimiento de que debía visitar a una hermana anciana que sufría del corazón, para ver cómo le iba con los preparativos para un desayuno nupcial en el que se festejaría a uno de sus nietos que había venido de otro estado para casarse en el templo, y a los amigos de este.
Fue entonces a la Iglesia y hallo a esa hermana sola, desconsolada junto a todo lo que había llevado para preparar. Parece que al salón de actividades lo habían reservado para otro acontecimiento y dentro de unas pocas horas empezarían a llegar sus invitados. ¿Qué podía hacer?
Nuestra buena hermana llevo a la anciana a su hogar y le hizo sentarse a descansar. Entonces empezó a acomodar los muebles. Cuando llegaron los invitados, un hermoso desayuno nupcial estaba ya listo para servirse.
Ella obtuvo de su madre ese espíritu de servicio. El espíritu de servicio se aprende mejor en el hogar. Debemos enseñar a nuestros hijos mediante el ejemplo y decirles que el espíritu generoso es esencial para la felicidad.
“… Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret”, y El “anduvo haciendo bienes” ( 4 ). Todo aquel que haya sido confirmado miembro de la Iglesia tiene ese mismo don y esa misma obligación.
El Señor ha dicho: “… porque he aquí’, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno” ( 5 ).
El Señor declaró a la Iglesia: “De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia;
“porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa.
“Más el que no hace nada hasta que se le mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado “( 6 ).
A veces, debido a nuestra edad, nuestra salud o las necesidades de nuestra familia, quizás no se nos llame a servir. John Milton, un poeta ciego, escribió: “También sirven los que solo permanecen y esperan” ( 7 ). El asistir a las reuniones, el pagar diezmos y el aprender equivalen a servir, y con frecuencia hablamos de servir con el buen ejemplo.
Ningún servicio en la Iglesia o en la comunidad es más importante que el que se presta en el hogar; los líderes deben asegurarse de que el llamamiento a servir en la Iglesia no debilite a la familia.
La pauta a seguir al hacer llamamientos oficiales se estableció en los primeros días de la Iglesia. El quinto Articulo de Fe enseña “que el hombre [y, en este caso, también la mujer] debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el Evangelio y administrar sus ordenanzas”.
No es apropiado que nosotros decidamos dónde habremos de servir ni dónde no lo haremos. Servimos donde se nos llame. No importa cuál sea el llamamiento.
Yo me encontraba presente en aquella solemne asamblea en la que se sostuvo a David 0. McKay como Presidente de la Iglesia. El presidente J. Reuben Clark, hijo, quien había servido como primer consejero de dos presidentes, fue entonces sostenido como segundo consejero del presidente McKay. Considerando la posibilidad de que alguien pudiera pensar que se le había reducido a una jerarquía menor, el presidente Clark dijo: “Cuando servimos al Señor, no interesa dónde sino cómo lo hacemos. En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, uno debe aceptar el lugar que se le haya llamado a ocupar y no debe ni procurarlo ni rechazarlo” ( 8 ).
Cuando se necesita a alguien para prestar servicio, los líderes hablan al respecto y oran sobre el particular, con frecuencia más de una vez. Procuran la confirmación del Espíritu porque los llamamientos deben hacerse con oración y aceptarse con el mismo espíritu.
Entonces se realiza una entrevista para determinar la dignidad del candidato y para evaluar sus circunstancias personales. Ningún llamamiento es más importante ni ningún servicio más perseverante que el de la paternidad. Por lo general los llamamientos en la Iglesia ayudan a los padres a ser mejores; sin embargo, los líderes deben usar su juicio y su inspiración para asegurarse de que un llamamiento no hará demasiado difícil a los padres el servir a sus hijos.
Quien tenga la autoridad para impartir un llamamiento debe confiar en la inspiración para evitar sobrecargar a aquellos que están siempre dispuestos a servir.
Se le debe dar a la persona un tiempo para orar acerca del llamamiento a fin de que, aunque se considere incapaz, pueda decidirse con calma. Y también podría pedírsele que consulte a su cónyuge.
Hay otra parte de un llamamiento que se requiere por revelación: “… a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia” ( 9 ). Y para que la Iglesia sepa a quien se ha llamado a servir, sus nombres deben presentarse en una reunión apropiada para un voto de sostenimiento. Dicho voto no es sólo de aprobación, sino de compromiso para apoyar a quien haya sido llamado. Después del sostenimiento, se ordena y aparta a esa persona. Esta pauta fue establecida en los primeros días de la Iglesia cuando el Señor prometió: “… pondré sobre ti mi mano por conducto de las de mi siervo”. Y también prometió: “… recibirás mi Espíritu, el Espíritu Santo, sí, el Consolador, que te enseñará las cosas apacibles del reino” ( 10 ).
Cuando los lideres apartan a alguien, hacen más que autorizar el servicio, pronuncian una bendición. Es algo maravilloso recibir una bendición del Señor Jesucristo por conducto de las manos de Sus siervos; esa bendición puede producir transformaciones en la vida del que haya sido llamado o en la de su familia.
Los líderes tienen que aprender cómo hacer llamamientos. Cuando yo era joven, escuche al élder Spencer W. Kimball hablar en una conferencia de estaca. Contó que, siendo un nuevo presidente de estaca en Arizona, salió de su oficina del banco a fin de llamar a cierto hombre para que fuera el presidente de los Hombres Jóvenes de la estaca.
Le dijo: “Jack, ¿te agradaría ser el presidente de los Hombres Jóvenes de la estaca?”.
Jack le respondió: “Oh, no, Spencer, no yo. Yo no podría hacer algo así”.
Trató de persuadirlo, pero Jack rechazó el llamamiento.
El hermano Kimball regresó a su oficina para meditar sobre su fracaso. Sabía que la presidencia de la estaca había sido inspirada para hacer ese llamamiento. Finalmente, se dio cuenta de su terrible error. Por supuesto que Jack no aceptaría.
Quizás recordó lo que el profeta Jacob había dicho “mientras les enseñaba en el templo, habiendo primeramente obtenido mi mandato del Señor” ( 11 ).
El presidente Kimball hizo entonces lo que Jacob había hecho en la antigüedad: Obtuvo su “mandato del Señor”. Volvió a hablar con Jack, pidiéndole que lo perdonara por no haber hecho bien las cosas y comenzó nuevamente: “El domingo pasado la presidencia de la estaca consideró con oración quien había de dirigir a los jóvenes de la estaca. Se propusieron varios nombres; uno de ellos era el tuyo. Todos sentimos que tú eras la persona indicada. Nos arrodillamos para orar y el Señor nos confirmó a los tres, por revelación, que debíamos llamarte a ti para el cargo”.
Entonces agregó: “Como siervo del Señor, he venido a traerte ese llamamiento”.
Y Jack dijo entonces: “Y bueno, Spencer, si has de decírmelo de ese modo…”.
El presidente Kimball respondió: “¡Si, te lo estoy diciendo de ese modo! “.
Por supuesto, Jack no iba a aceptar una invitación informal de Spencer, pero no podía rechazar un llamamiento del Señor por medio de su presidente Kimball, de la estaca, y sirvió con fidelidad e inspiración.
Aunque no pedimos que se nos releve de un llamamiento, si nuestras circunstancias cambian, es apropiado consultar con aquellos que nos hayan dado el llamamiento y permitir que ellos tomen una decisión al respecto. Tampoco debemos sentirnos rechazados cuando se nos releva por la misma autoridad y con la misma inspiración con que fuimos llamados.
Una de las mayores influencias en mi vida fue trabajar personalmente durante varios años con la hermana Belle S. Spafford, la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, quien sin duda fue una de las más notables mujeres de esta dispensación.
Un día ella me contó que, cuando era joven, le comentó a su obispo que estaba dispuesta a servir pero que preferiría ser llamada para enseñar. A la semana siguiente fue llamada a servir como consejera de la presidenta de la Sociedad de Socorro de su barrio. “No me atraía ese llamamiento”, dijo. “El obispo no me había entendido”; entonces le dijo con firmeza que la Sociedad de Socorro era para mujeres adultas. Si no hubiera sido por el consejo de su esposo, ella habría rechazado el llamamiento.
Ella pidió varias veces que la re levaran y cada vez el obispo le respondió que iba a orar al respecto. Una noche, resultó seriamente herida en un accidente de automóvil. Después de permanecer por un tiempo en el hospital, fue recuperándose en su hogar; su rostro se le infectó a raíz de una grave herida y, preocupado, el doctor le dijo: “No podemos operarla porque la herida está muy cerca del nervio principal en su cara”.
Ese domingo por la noche, al retirarse el medico del hogar de los Spafford, el obispo, regresando a su casa después de una reunión, percibió las luces y les hizo una visita.
Tiempo después la hermana Spafford me contó: “En esa condición tan patética, sollozando le dije al obispo: ‘Obispo, ahora sí que me relevara”’.
El, otra vez, respondió: “Voy a orar al respecto”.
Cuando llegó el momento de la respuesta, esta fue: “Hermana Spafford, todavía no siento que usted debiera ser relevada de la Sociedad de Socorro”.
Belle S. Spafford sirvió durante 46 años en la Sociedad de Socorro, casi treinta de ellos como Presidenta General. Ella fue una benéfica influencia en la Iglesia y respetada por dirigentes femeninas en todo el mundo.
En una reunión con el Consejo Mundial de Mujeres en Surinam, mencionando su edad y su debilitada salud, presentó una carta de renuncia como oficial de ese consejo; ella me mostró la carta con la que rechazaron su renuncia, porque necesitaban su sabiduría, su fuerza de carácter.
Con frecuencia decía estar siendo probada en su llamamiento. Quizás su prueba mayor fue cuando, como mujer joven, aprendió a respetar el poder y la autoridad inherentes al sacerdocio y que un hombre común y corriente que sirva como obispo puede recibir la dirección del Señor al llamar a los miembros pata que sirvan.
El espíritu del servicio no se recibe por designación. Es un sentimiento que acompaña a un testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo.
El Señor dijo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” ( 12 ).
“Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin.
“Grande será su galardón y eterna será su gloria” ( 13 ).
Doy testimonio de que el poder y la inspiración de los llamamientos están presentes en la Iglesia. Doy testimonio de que el Evangelio es verdadero y digo: ¡Que Dios bendiga a ustedes que sirven, que les bendiga por lo que hacen, que les bendiga por lo que son! En el nombre de Jesucristo. Amén.
NOTAS
- Helen Hunt Jackson, “October’s Bright Blue Weather”, en The Best Loved Poems of the American People, selecciones de Hazel Felleman (1936), pág. 566.
- Himnos, Nº 161.
- Mosiah 18:10.
- Hechos 10:38.
- D. y C. 58:26.
- D. y C. 58:2729.
- John Milton, “On His Blindness”, en The Complete Poems of John Milton, editado por Charles W. Eliot (1909), pág. 84.
- En Conference Report, abril de 1951, pág. 154.
- D. y C. 42:11.
- D. y C. 36:2.
- Jacob 1:17; cursiva agregada.
- Juan 12:26.
- D. y C. 76:5-6.

























