Liahona Octubre 1987
«Debéis continuar ministrando”
Por el élder Neal A. Maxwell
Del Quórum de los Doce
Recientemente, las Autoridades Generales han empleado la expresión “menos activos” para preferirse a aquellos hermanos a quienes debemos ayudar a participar más activamente en las actividades y los programas de la Iglesia. Esta frase no lleva implícita ninguna censura y es más amable que el término anterior; es también más exacto. Los estudios que se han hecho indican claramente que muchos de esos hermanos tienen una enorme reserva de buena voluntad y de opiniones positivas con respecto a la Iglesia, y un sinnúmero de ellos están mucho más dispuestos de lo que pensamos a hablar del evangelio; incluso hay muchos que consideran temporarias sus circunstancias actuales y tienen toda la intención de volver a ser completamente activos. Un profesional amigo mío, después de prepararse durante algún tiempo para ese regreso, me dijo al abrazarnos en un cuarto de sellamiento: “¡Por fin!” Es que él ya sabía lo que significaba volver.
Los principios básicos son los mismos
No debe extrañarnos encontrar en nuestros estudios de los jóvenes de la Iglesia, del programa misional, y últimamente, de los hermanos menos activos, que los principios básicos son los mismos: la importancia de establecer relaciones basadas en la confianza y el interés mutuos; la comprensión de que enseñamos por el ejemplo; y la realidad de que muchos de nuestros éxitos tienen lugar en ambientes y situaciones naturales, en los cuales se tienen conversaciones sencillas, directas y llenas de amor.
El siguiente pasaje de las Escrituras es básico para mí; en él, el Jesús resucitado nos recuerda con franqueza nuestras responsabilidades y nuestra perspectiva limitada:
“No lo echaréis de vuestras sinagogas ni de vuestros lugares donde adoráis, porque debéis continuar ministrando por éstos; pues no sabéis si tal vez vuelvan, y se arrepientan, y vengan a mí con íntegro propósito de corazón, y yo los sane; y vosotros seréis el medio de traerles la salvación.” (3 Nefi 18: 32; cursiva agregada.)
No echarlos solamente es de por sí una forma inapropiada de tratarlos, puesto que debemos también darles lugar en nuestro medio y hacerles formar parte de nosotros. Y siempre debemos “continuar ministrando”, ya que, para algunos, seremos “el medio de traerles la salvación”. No es de extrañar, pues, que para este esfuerzo no se necesite un nuevo programa, sino un principio: el cumplimiento fundamental y regular del segundo y grande mandamiento.
Tenemos el profundo deseo de que estos hermanos tomen parte en la Iglesia hoy para ayudar a moldear la Iglesia de mañana, y participen con nosotros de las bendiciones que se reciben por ello.
“Y aconteció que yo, Nefi, vi que el poder del Cordero de Dios descendió sobre los santos de la Iglesia del Cordero y sobre el pueblo del convenio del Señor, que se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra; y tenían por armas la justicia y el poder de Dios en gran gloria.” (1 Nefi 14:14.)
Además, el recogimiento de que somos parte y el hecho de estar juntos traen bendiciones especiales:
“A fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea por defensa y por refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra.” (D. y C. 115:6.)
Soledad en medio de la multitud
Por otra parte, a esas personas no les interesará mucho lo que sabemos a menos que sepan cuánto nos interesamos por ellas. Los que se sienten espiritual- mente solos necesitan confirmaciones especiales de nuestro interés, puesto que es posible sentir hambre frente a un banquete y sentirse solo en medio de una multitud, ¡aun en la Iglesia!
Un presidente de estaca, cansado de hablar de este problema —porque el hablar puede llegar a convertirse en un substituto del hacer—, puso un día fin a la reunión del sumo consejo y se fue con el líder del grupo de los sumos sacerdotes a visitar a un hermano menos activo. Mientras estaban allí hubo lágrimas y cuando llegó el momento de irse, el hermano había recibido un llamamiento.
¡Cuántas veces el ayudar a alguien depende de que se le conozca! Entre los miles de nuestros miembros cuya dirección se desconoce, ¿cuántos son personas que nunca llegamos realmente a conocer durante el proceso de la conversión o del hermanamiento?
Al tratar de ayudarlos, podemos decir con toda veracidad a estos buenos hermanos cuánto se les necesita en la Iglesia. Por ejemplo, actualmente la dirección de la Iglesia está en manos de un 13,5 por ciento del total de sus miembros, fracción que representa a los varones adultos que poseen el Sacerdocio de Melquisedec y son activos. Solamente un 30 por ciento de los bautismos de conversos que se efectúan es de varones adultos, y hasta un 75 por ciento de esa pequeña porción ¡no recibe nunca el Sacerdocio de Melquisedec! En la misma forma, muchos de los jóvenes que se convierten tampoco llegan a recibirlo.
Necesitamos más pastores
El resultado, en algunas partes de la Iglesia, es como el que se obtendría tratando de que un gran camión anduviera con el motor de una motocicleta. Imaginemos lo que sería la Iglesia si, en todo el mundo, ¡un 50 por ciento de los varones adultos tuvieran el Sacerdocio de Melquisedec y fueran activos!
Sin duda, necesitamos más pastores para el rebaño que aumenta constantemente. Entre las personas a las que me he referido hay muchas que pueden convertirse en pastores y en hermanas que sean líderes.
Este es el momento de ayudar
Tenemos ahora que elevarnos por encima del nivel en el que se encuentra la Iglesia actualmente, pues ya es peligroso quedarnos en él. ¡Es tiempo de que tratemos de alcanzar las manos extendidas antes de que sea demasiado tarde! Es tanto lo que depende de nuestra capacidad para amar al prójimo y para servir.
Creo que fue Gandhi quien dijo que es imperativo que el que está en posesión de la verdad, ame. De otro modo, según lo que he observado, tanto el portador del mensaje como el mensaje en sí provocan resentimiento.
La aceptación, el amor y el servicio incondicionales nunca se necesitan tanto como en los momentos en que ha habido una muerte, un divorcio, una enfermedad o un cambio de empleo © de hogar, o sea, cuando la vida de una persona, por cualquier razón que sea, ha sufrido una sacudida. Muchas son las veces en que estas circunstancias nos ponen en una situación en que, al decir de Alma, estamos “preparados para oír la palabra” (Alma 32:6).
Y otra vez deseo referirme a las palabras de Cristo que mencioné antes: “…debéis continuar ministrando por éstos; pues no sabéis si tal vez vuelvan, y se arrepientan… y vosotros seréis el medio de traerles la salvación.”
Es de notar que el Jesús resucitado, después de haber terminado un ministerio mortal perfecto, nos dejó ese consejo que refleja el estilo y la esencia de su manera de dirigir, recordándonos que no sabemos quién puede volver y arrepentirse. También debemos notar que en primer lugar se habla de volver, y luego le sigue el proceso del cambio [arrepentimiento] en un ambiente de amor, de apoyo y de ministerio espiritual. El Señor dijo que El los sanará, pero que nosotros seremos “el medio de traerles la salvación”. Este es un pasaje maravilloso, lleno de sabiduría, guía y consuelo. No debemos olvidar que todos los de la Iglesia que todavía no tienen un testimonio de que Jesús es el Cristo tienen que creer en las palabras de aquellos de nosotros que ya lo sabemos. (Véase D. y C. 46:13-14.)
Que podamos comportarnos en tal forma que merezcamos ese crédito; que podamos ser dignos, en medio de nuestras obvias imperfecciones, de tomar parte en la obra de perfeccionar a los santos. □

























