Algunas ideas acerca del matrimonio
Por el élder Theodore M. Burton
Del Primer Quórum de los Setenta
De un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young en Provo, Utah, Estados Unidos.
Desde mi punto de vista, una de las más grandes historias de amor de todas las épocas ha sido muy rara vez reconocida como tal. Es más, si la habéis leído, es muy probable que no la hayáis calificado como una historia de amor. Me refiero en particular a la de Adán y Eva.
Cuando Adán fue puesto sobre la tierra, era un hombre perfecto tanto física como mentalmente, creado a la imagen de Dios; pero tenía una desventaja: no podía recordar de dónde venía ni el conocimiento que había tenido antes de venir a la tierra.
Por lo tanto, fue necesario que volviera a aprender todo de nuevo.
Después de haber creado a Adán, el Padre le dijo al Hijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18).
Y así se creó a Eva, para ser compañera y esposa de Adán. Y como en esa época la muerte no existía sobre la tierra, habrían de estar unidos en matrimonio por todas las eternidades.
La gran historia de amor
Cuando Adán vio a Eva, ese ser glorioso que había sido sellado a él como su esposa, sintió un gran amor por ella, porque, simbólicamente, había sido tomada de la costilla que estaba junto a su corazón. Entonces dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Génesis 2:23). Acerca de uniones como ésta el Salvador dijo: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6).
Una de las preocupaciones de los líderes de la Iglesia acerca del matrimonio, y particularmente del casamiento y sellamiento en el templo, es la poca importancia que algunos miembros le dan a este mandato santo y eterno. Parecería que hay demasiadas personas que se casan en el templo con la idea de que dicho matrimonio es muy similar a cualquier otro.
Pero un casamiento en el templo se realiza bajo la especial autoridad del sacerdocio proveniente de Dios y, por lo tanto, es una ordenanza sagrada que debe tomarse muy seriamente. El casamiento en el templo significa que ha de perdurar para siempre.
La diferencia entre el amor y el odio
Muchos miembros de la Iglesia no comprenden la santidad del convenio del casamiento en el templo; es como si dijeran: “Si no resulta, podemos hacer un cambio. Si me canso de mi cónyuge, puedo obtener una anulación del sellamiento e intentar de nuevo con otro”. Si se va al casamiento celestial con este tipo de actitud, cualquiera que sea el amor en que se basó dicha relación, tarde o temprano se convertirá en indiferencia y hasta quizás en odio.
¿Por qué muere el amor entre una pareja? Veamos la gran diferencia que existe entre la actitud y los hechos de Jehová y los de Lucifer, ya que ellos representan la diferencia entre el amor y el odio.
Jesús no pensó sólo en sí mismo, sino que captó una perspectiva más amplia acerca del verdadero amor del Padre; no pensó sólo en su conveniencia, sino en los demás y en lo que Él podía hacer por ellos. Jesús sabía que el plan de salvación del Padre era de vital importancia para el progreso y el desarrollo de la humanidad; generosamente ofreció su propia vida mortal futura para ser nuestro Salvador.
Lucifer, por otro lado, pensó sólo en sí mismo; creyó que sabía más de la vida que el mismo Dios el Padre, y en su arrogancia y vanidad quería obligarnos a ser justos, lo deseáramos o no. El odio comienza con el egoísmo, y el egoísmo de Lucifer lo guio, sin lugar a dudas, al odio.
El creer en el evangelio
Este plan de egoísmo es el evangelio satánico que Lucifer está predicando en la actualidad y que muchos, engañados, aceptan porque no pueden ver sus – artimañas y sus trampas; es un evangelio de oposición que derriba, destruye, denigra y hace que todo sea desfavorable. Aplicado al matrimonio, lleva a la destrucción de familias por medio de la contención, la disensión y la iniquidad.
Jesús simplemente dice: “¡Creed!” El creer en el evangelio es lo que establece la diferencia entre lo bello y lo feo, entre el amor y el odio, entre el gozo eterno y el tormento eterno; el creer en el evangelio establece una gran diferencia en el cortejo y en el matrimonio.
Para comprender la importancia del casamiento en el templo, primero debemos creer, de todo corazón, que somos hijos espirituales de Dios. Además, es de vital importancia que nos demos cuenta de que todos tenemos un origen divino, que Dios es real y que Él vive.
Segundo, debemos recordar que Jesucristo es nuestro Salvador Ungido; que es tanto el amor que siente por cada uno de nosotros que dio Su vida para expiar nuestros pecados siempre y cuando nos arrepintamos y nos santifiquemos. Su vida fue una de generosa devoción.
Una vida basada en estos principios es también la base tanto para el cortejo como para el matrimonio. En este último, el verdadero amor cristiano implica brindar un servicio desinteresado a nuestro cónyuge.
Una pregunta importante en el matrimonio
Además, nuestro Padre Celestial espera que cada uno de nosotros actúe con sabiduría. Cuando escojáis a vuestro compañero eterno, no debéis precipitaros a hacer un convenio tan importante como lo es el matrimonio sin llegar a conocer a vuestro futuro cónyuge lo mejor que podáis. Casarse con una persona a la cual habéis conocido por sólo un corto período de tiempo no es lo más prudente. Porque, tanto la fe de la otra persona como la vuestra debe primeramente ponerse a prueba. ¿Es él o ella una persona honrada y responsable en cumplir las cosas que se compromete a hacer? En otras palabras, ¿es digna de confianza? Esta es una pregunta muy importante en el matrimonio ya que el ser digno de confianza es más admirable que el ser amado.
Debéis saber acerca del pasado de vuestro compañero, así como el de su familia. Debéis enteraros del ambiente en el cual se crió, así como observar sus costumbres e ideales y estar al tanto de las experiencias que ha vivido.
El casarse con una persona que tiene problemas de honradez o con la Palabra de Sabiduría, por ejemplo, con la idea de reformarla por medio del matrimonio, raras veces da resultados. Si la persona ha de arrepentirse, debe hacerlo antes del casamiento y no después, y el cambio que se produzca debe ser tan completo que casi no debe existir la posibilidad de que reincida en los antiguos malos hábitos después del matrimonio.
El maltrato físico es otro problema que a menudo proviene de las experiencias que la persona haya tenido en la niñez. Cuando el niño que ha sido físicamente maltratado crece y se casa, tiene la tendencia a maltratar del mismo modo a sus propios hijos, a menos que la influencia sanadora del Salvador le indique un nuevo camino. Lo mismo sucede con otros tipos de abusos, como el incesto. Con demasiada frecuencia, los niños que han sido ultrajados sexualmente someten más tarde a sus propios hijos a esta misma atrocidad.
Preparaos para embarcaros en el matrimonio
Otra de las causas de la desdicha en el matrimonio es la inmadurez. Cuando las parejas se casan muy jóvenes, no están preparadas ni física, ni mental ni económicamente para las presiones de la vida conyugal, y cuando llegan los hijos, las obligaciones y las responsabilidades de la paternidad, terminan por abrumarlas aún más. Al enfrentarse a este tipo de problemas, la joven pareja pronto se da cuenta de que ni las expresiones de amor, ni la atracción física, ni el romanticismo pueden proveer la entrada de dinero necesaria, el alimento nutritivo y las fuentes de recursos para casos de emergencia.
Si estáis preparados para embarcaros en el matrimonio, éste puede ser una experiencia gloriosa y maravillosa. Pero, por el contrario, si carecéis de la madurez necesaria y la debida preparación, puede ser un desastre.
Una de las cosas que he observado al estudiar casos de matrimonios que han fracasado es que el divorcio muy rara vez soluciona los problemas matrimoniales. El dolor que deriva de un hogar destrozado es una de las tragedias más grandes de nuestro mundo actual.
Es casi imposible determinar el efecto devastador que el divorcio tiene en los hijos, quienes frecuentemente llegan a tener tal resentimiento que llegan a la madurez con gran amargura y desdicha. Cuando a ellos les llega el momento de enfrentarse al vínculo matrimonial, las posibilidades de que éste tenga éxito se ven limitadas muchas veces por los recuerdos de los problemas, las peleas y las ofensas que vieron en el de sus padres.
Ninguno sale “ganando”
El divorcio también acarrea otros problemas. Los arreglos económicos que se establecen son generalmente insuficientes para mantener a una familia y, frecuentemente, la mujer divorciada tiene grandes dificultades para proveer para sus hijos, lo que trae como consecuencia resentimientos y pesares. En un divorcio ninguno sale “ganando”, y muy pocas veces se le puede considerar como la solución a los problemas maritales.
Con frecuencia, la gran responsabilidad de los consejeros matrimoniales es ayudar a la pareja a escapar del odio y el resentimiento que se han ido acumulando en el matrimonio. La solución yace casi siempre en el arrepentimiento y el perdón; el enojo y el rencor sólo conducen a acciones trágicas.
¡Si la gente tan sólo aprendiera a perdonar! Frecuentemente hago referencia a Doctrina y Convenios 64:9, que dice: “Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado”.
Debemos recordar el amor que Jesús demostró cuando nos enseñó a tratarnos los unos a los otros con bondad. Él dijo: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).
La bondad puede restaurar el amor
¿Cuándo aprenderemos que el amor puede vencer al odio y que la bondad y la humildad pueden en verdad restaurar el amor?
Permitidme dirigirme especialmente a aquellos que no han tenido nunca un compañero, o que lo han perdido por medio de la muerte, el divorcio o el abandono. No os desesperéis o penséis que todo se ha perdido. Recordad que sois hijos de Dios; tened fe en vuestro Padre Celestial; no os preocupéis acerca de lo que os sucederá después de la muerte; no os preocupéis de quién se casará con vosotros o quién recibirá a vuestros hijos que nacieron bajo el convenio. La muerte no pone fin a la posibilidad de encontrar soluciones a lo que a menudo son actualmente problemas muy difíciles.
Lo único que debe preocuparnos en esta etapa terrenal es vivir lo más cristianamente posible, y si logramos perdurar hasta el fin llevando una vida de amor y perdón, aquella gran historia que comenzó en la vida mortal con Adán y Eva puede también llegar a ser la nuestra. □



























