Ven sígueme
por el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Liahona Noviembre 1988
Con los problemas de la actualidad, tenemos necesidad de aquel mismo espíritu pionero para que nos aparte de los peligros que amenazan a nuestra sociedad.
A la entrada del Valle del Gran Lago Salado, como un centinela marcando el acceso y señalando el camino, hay un monumento al presidente Brigham Young que lleva inscritas sus palabras: “Este es el lugar”. La estatua del Presidente da la espalda a las privaciones, las penurias y dificultades de la larga jornada a través de las planicies desiertas; el brazo extendido apunta en dirección a un valle que encerraba valiosa promesa.
Los historiadores de los Estados Unidos describen aquella primera compañía de 1847, que organizó y dirigió Brigham Young, como uno de los grandes acontecimientos heroicos de la historia del país.
Cientos de pioneros mormones sufrieron y murieron a causa de las enfermedades, la falta de protección contra los elementos o la escasez de alimentos. Hubo muchos que, por no tener carretas ni animales de tiro, recorrieron a pie los dos mil kilómetros a través de planicies y montañas, empujando o tirando de carros de mano. Una de cada seis de estas personas pereció en el viaje.
El viaje de muchos de esos viajeros no había comenzado en Nauvoo, Kirtland, Far West o Nueva York [lugares de los Estados Unidos], sino en tierras distantes, como Inglaterra, Escocia, los países Escandinavos o Alemania. Los niños pequeños no podrían comprender la gran fe que motivaba a sus padres a alejarse de la familia, los amigos, las comodidades y la seguridad en que vivían; quizás esos niños hayan preguntado: “Mamá, ¿por qué nos vamos de casa? ¿A dónde vamos?” Y la respuesta haya sido: “Vamos, mi chiquito. Nos vamos a Sión, la ciudad de nuestro Dios”.
Confiados a Dios
Entre la seguridad del hogar que dejaban y la promesa de Sión se encontraban las rugientes y traicioneras aguas del vasto océano. ¿Quién puede describir el miedo que haría presa de aquellos corazones durante los peligrosos viajes? Impulsados por la inspiración silenciosa del Espíritu, sostenidos por una fe sencilla pero firme, confiaban en Dios y se embarcaban en su jornada. La vieja vida quedaba atrás; por delante tenían una vida nueva.
A bordo de uno de aquellos barcos de madera atestados de pasajeros estaban mis bisabuelos, acompañados de su pequeña familia y sus escasas posesiones. Las olas eran altas, el viaje largo, el alojamiento estrecho y abarrotado. Una de las niñitas, de nombre Mary, cuya salud había sido siempre frágil, día a día se iba deteriorando y volviéndose cada vez más débil ante los ansiosos ojos de su madre. Tenía una enfermedad seria; y allí no había clínicas, ni recetas médicas, ni hospital. Sólo tenían el balanceo constante de la vieja embarcación. Día tras día los preocupados padres escudriñaban angustiosamente el horizonte buscando ver tierra; pero no había nada a la vista. La pequeña Mary no pudo soportar las penurias del viaje y, después de muchos días de fiebre y enfermedad, pasó pacíficamente más allá de este valle de lágrimas.
Con los familiares y amigos apretujados en la cubierta, el capitán de la nave dirigió el servicio funerario. Colocaron tiernamente el preciado cuerpecito en la lona humedecida por las lágrimas y lo dejaron caer en el mar enfurecido. El padre de la niña, un hombre fuerte, trató de consolar a la madre repitiendo con palabras entrecortadas por la emoción:
“ ‘Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito’ (Job 1:21). ¡Volveremos a ver a nuestra Mary otra vez!”
La gloria de Sión
Las escenas como la que acabo de describir no eran raras. Todo el camino, desde Nauvoo, estado de Illinois, a Salt Lake City, estaba sembrado de lápidas hechas con piedras apiladas, para marcar las tumbas. Este fue un precio que muchos pioneros pagaron. Sus cuerpos se hallan enterrados en paz, pero sus nombres viven para siempre.
Los cansados bueyes caminaban lentamente, crujían las ruedas de las carretas, los valientes viajeros se afanaban fatigados; nuestros antepasados, inspirados por la fe y empujados por las tormentas, marchaban firmes. Ellos también tenían su columna de nube durante el día y su columna de fuego por la noche. (Véase Exodo 13:21.) Muchas veces cantaban:
Santos, venid, sin miedo ni temor,
mas con gozo andad.
Aunque cruel jornada ésta es,
tal el mal, la bondad. . .
¡Oh, está todo bien!
(Himnos, 214.)
Aquellos pioneros tenían presentes en la memoria estas palabras del Señor:
“Los de mi pueblo deben ser probados en todas las cosas, a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí la gloría de Sión; y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino.” (D. y C. 136:31.)
Al acercarse a su anhelado fin la larga y penosa lucha, un espíritu jubiloso invadió el corazón de todos, y los pies cansados y los cuerpos fatigados encontraron una nueva fortaleza.
En las gastadas páginas del viejo diario de un pionero, leemos lo siguiente:
“Nos postramos en humilde oración al Dios Todopoderoso con el corazón lleno de gratitud hacia El, y le dedicamos a El esta tierra para morada de su pueblo.”
Otro pionero escribió:
“En nuestra casa de un solo cuarto, que habíamos cavado en la ladera de una colina, no había ninguna ventana. Tampoco había puerta; en su lugar, mi madre había colgado una frazada vieja para cubrir la entrada. Esa fue la puerta que tuvimos aquel primer invierno. Pero mi madre afirmaba que ninguna reina al entrar en su palacio hubiera podido sentirse más feliz ni más agradecida por su vivienda y por las bendiciones del Señor de lo que ella se había sentido al entrar en aquel refugio subterráneo.”
Las pruebas, las penurias, las luchas y aflicciones se enfrentaron con resuelto valor y una fe inquebrantable en el Dios viviente. Las palabras de su líder y profeta dieron un texto a su promesa: “Y éste será nuestro convenio: Andaremos en todas las ordenanzas del Señor” (D. y C. 136:4).
Las pruebas de nuestros días
El paso del tiempo nos hace olvidar y dejamos de sentir aprecio por aquellos que recorrieron un sendero de dolor, dejando atrás una huella de sepulcros sin nombre marcada por las lágrimas. Y ¿qué pasa en nuestros días? ¿No tenemos pruebas? ¿No hay caminos escabrosos que recorrer, montañas escarpadas que subir, sendas que abrir, ríos que atravesar? ¿No tenemos acaso necesidad de aquel mismo espíritu pionero para que nos aparte de los peligros que amenazan a nuestra sociedad?
Las normas de moral están cada vez más bajas. Tenemos hoy más gente que nunca en la cárcel, en reformatorios y con todo tipo de problemas.
El crimen está en aumento constante, mientras que la decencia va disminuyendo rápidamente.
Hay muchos que buscan las emociones pasajeras, sacrificando a cambio los gozos eternos. El hombre ha conquistado el espacio, pero le es imposible ejercer control sobre sí mismo. De esa manera perdemos el derecho a la paz.
¿Podríamos arreglárnoslas para encontrar el valor y la firmeza de propósito que caracterizaban a los pioneros de épocas pasadas? ¿Podemos nosotros ser pioneros en nuestros días? El diccionario da esta definición de la palabra pionero: “Persona que prepara el camino para otras”.
¡Ah, cuánto necesita cíe pioneros el mundo actual!
Tanto los griegos como los romanos se destacaron con magnificencia en sus días de esplendor, pero su dominio terminó cuando quisieron tener lo que llamaron “libertad” sin considerar los derechos de los demás. Quisieron una vida cómoda sin tener que trabajar para ganarla; quisieron gozar de seguridad y tranquilidad sin hacer ningún esfuerzo personal por lograrlas. Y al final lo perdieron todo; su libertad, su comodidad, su seguridad y tranquilidad. En nuestros días vemos repetirse las mismas tendencias en las personas que se esfuerzan por alcanzar sus propias metas egoístas. Otras hay que, al tratar de buscar alguna guía, se dejan llevar de un lado a otro y se preguntan: “¿A quién escucharé?”
“¿A quién seguiré?” “¿A quién serviré?” Y Satanás está siempre pronto a proveerles líderes y profetas falsos que los guíen astutamente hacia abajo, alejándolos de todo lo que sea recto y bueno.
Defendamos firmemente la verdad
Pero si tenemos oídos que de verdad oyen, prestaremos atención a las palabras del Salvador, quien dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”
(Juan 14:6). La suya es la voz a la que debemos prestar atención a fin de no ceder a las tentaciones y permanecer firmes en la verdad. Recordad que la interminable búsqueda del gozo en las emociones fuertes y en el vicio jamás calmará los anhelos insatisfechos del alma. El vicio nunca conduce a la virtud; el odio jamás promueve el amor; la cobardía nunca engendra el valor; la duda nunca inspira la fe; la contención jamás viene del Señor.
Hay personas a quienes les resulta difícil soportar las burlas y los comentarios ofensivos de los que ridiculizan la castidad, la honradez y la obediencia a los mandamientos de Dios. Otras se mantienen firmes y encuentran fortaleza en las historias de los justos cuyos ejemplos se extienden con la misma validez a través de los siglos. Cuando Noé recibió instrucciones de construir el arca, sus necios coterráneos echaron una mirada al cielo sin nubes y luego se burlaron y lo despreciaron. . . hasta que comenzaron las lluvias.
Hace muchos siglos, los habitantes del continente americano pusieron en tela de juicio la realidad del Salvador y de su misión; así fue que discutieron y desobedecieron hasta que, cuando El fue crucificado, un fuego inextinguible consumió a Zarahemla, hubo terremotos, la ciudad de Moroníah quedó sepultada bajo tierra y las aguas se tragaron a la ciudad de Moroni. El desprecio, la burla, la profanación y el pecado fueron consumidos por una sofocante tiniebla y un silencio aterrador. De esta manera se cumplió la palabra de Dios.
¿Es necesario que aprendamos estas lecciones a un precio exorbitante? Los tiempos cambian, pero la verdad permanece igual. Cuando nos negamos a aprender de las experiencias del pasado, nos condenamos a repetirlas con todo el pesar, el sufrimiento y la angustia que traen aparejados. ¿No podemos tener la sabiduría de obedecer a Aquel que conoce el fin desde el principio, nuestro Señor, el que creó para nosotros el plan de salvación?
¿No podemos seguir al Príncipe de Paz, a aquel Pionero que literalmente preparó el camino para que lo siguiéramos? Su plan divino puede salvarnos del pecado, de la presunción y del error. Su ejemplo nos indica el camino a seguir: cuando enfrentó la tentación, huyó de ella; cuando se le ofreció el mundo entero, lo rechazó; cuando se le pidió su vida, la dio.
“Venid a mí”, mandó Jesús;
andemos en divina luz;
porque así nos dijo El:
“Amad a Dios y sedle fiel”.
Llevad mi yugo, y sabed
que soy humilde; y haced
lo que os mando, y veréis
si gloria no recibiréis.
(Himnos, 81.)
Al enfrentarnos con un nuevo año que está por comenzar, decidámonos a ser pioneros para preparar el sendero de rectitud para nuestros semejantes, siguiendo amorosa y fielmente a nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. □
























