El buen Servicio Diario

Liahona Julio 1963

El buen Servicio Diario

Por el presidente David O. McKay

Elogiando a los muchachos que observan las buenas normas de conducta, Sir Robert Baden-Powell, el padre del escultismo mundial, escribió:

«. . . Siendo que no basta simplemente que os defendáis contra los malos hábitos, debéis ser también activos en hacer bien las cosas. Con esto quiero decir que debéis convertiros en algo útil, realizando pequeños actos de bondad hacia otras personas — sean amigos o extraños. Esto no es difícil. La mejor manera de llevarlo a cabo consiste en decidirse a hacer por lo menos un ‘buen servicio’ a alguien cada día, y pronto habréis adoptado el hábito de hacer buenos servicios conti­nuamente.

‘‘No importa cuán pequeño este ‘buen servicio’ pueda ser — aunque sólo se trate de ayudar a una anciana a cruzar la calle o decir una palabra cariñosa a alguien que nadie quiere. Lo principal es hacer algo. . . Debéis comenzar este mismo día y si queréis escribirme para hacerme saber cuál ha sido vuestro primer ‘buen servicio’, será para mí una gran satisfacción.”

Se cree que ésta ha sido la primera mención del “buen servicio diario” en el programa del escultismo; y la transcrip­ción proviene de una caita que el gran líder escribió desde Sud África a los jóvenes en Londres.

En el año de 1924, mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de asistir a la primera conferencia de la Misión Armenia, en Siria. La experiencia del Salvador con la mujer de Samaría junto al Pozo de Jacob, siempre fue una de mis referencias favoritas, y en aquella ocasión yo esperaba que el conductor del automóvil en que viajábamos, pararía en el pueblo de Sicar y que entonces tendríamos el privilegio de visitar aquel histórico lugar. Sin embargo, el hombre nos dijo que no habría tiempo para hacer tal escala.

Por más extraño que pueda parecer, justa­mente al entrar al pueblo de Sicar reventó unas- de las gomas del automóvil. El conductor parecía muy contrariado, pero yo consideré la circuns­tancia casi providencial. Inmediatamente la hermana McKay y yo aprovechamos la oportuni­dad de visitar el Pozo de Jacob.

Cerca del mismo encontramos a un joven nativo que parecía ser el único que podía en­tender el idioma inglés y quien nos dijo que se sentiría muy halagado de ser nuestro guía. Entonces disfrutamos, a continuación, de unos 45 minutos de interesante visita y exploración, cosa que habíamos estado saboreando de ante­mano.

Al regresar al lugar donde se encontraba nuestro automóvil para continuar nuestro viaje, ofrecí al joven una propina; en verdad yo había pensado que su consideración obedecía a la esperanza de recibir alguna recompensa. Pero cual no fue mi sorpresa cuando el mucha­cho, irguiéndose, me dijo: “No, muchas gracias; ha sido un placer señales — yo soy un Boy Scout.”

¡Pensemos en el significado y alcance de tener en todo el mundo a estos muchachos adiestrados para pensar en los demás! ¡Meditemos en el principio sobre el cual esta conducta se basa! “. . . De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25:40.)

La primera parte del juramento del escultismo, reza: “Por mi honor prometo hacer lo mejor por servir a Dios. . . Algunas veces los jóvenes suelen sentirse descorazonados. Con frecuencia sollozan en silencio porque sienten que sus com­pañeros se alejan de ellos. Es entonces cuando debemos recomendarles que se dirijan a nuestro Padre Celestial en oración.

El mundo sería mucho mejor si todos los jóvenes, padres y también los hombres de negocio siguieran el ejemplo del hombre a quien he de referirme, el cual era superintendente de una fábrica.

Cierto director influyente, llegando cierta mañana temprano a la oficina ele nuestro hombre, dijo a su secretaría: “Quiero ver al superintendente.”

“Lo siento,” respondió ella, “pero él está teniendo una conferencia y pidió no ser perturbado.”

“¿Cómo puede estar en conferencia si no hay nadie en la oficina, salvo él mismo? Es muy importante que le vea inmediatamente.”

“Si usted desea,” respondió la secretaría, “puede vol­ver en quince minutos o dejarle un mensaje; yo le haré saber que usted estuvo aquí, apenas él se desocupe. Pero por el momento no puede ser perturbado.”

El airado director, haciendo a un lado a la secretaría, abrió impulsivamente la puerta de la oficina privada del superintendente. Luego de un ligero vistazo, tan rápidamente como había entrado, volvió a salir y con sem­blante asombrado dijo a la secretaria: “Pero. . . él está allí arrodillado.” Con sencillez, la secretaria le respondió: “Sí, tal como le dije, está teniendo una conferencia.”

“Lo siento, lo siento,” balbuceó el director, “no sabía yo que él era de esta clase de hombre. En efecto, está hablando con alguien mucho más importante que yo. Y habiendo dicho esto, se retiró,

Dios nos bendiga a todos con estas virtudes e ideales, que son parte fundamental del evangelio de Jesucristo.

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