“No Serás Ocioso”

Liahona Enero 1962

“No Serás Ocioso”

(Tomado de the Charch News

El mandamiento del Señor «Cesad de ser ociosos» es frecuentemente mencionado entre los Santos de los Últimos Días, pero princi­palmente refiriéndose a las cosas materiales o temporales. ¿Hemos acaso meditado suficientemente en cuanto a la aplicación espiritual de esta Escri­tura?

Existen otras varias referencias concernientes a la ociosidad, que justificarían la relación del mandamiento con nuestra actividad en la Iglesia. Notemos sólo algunas de ellas:

“De modo que, con toda diligencia aprenda cada varón su deber, así como a obrar en el oficio al cual fuere nombrado.

“El que fuere perezoso no será considerado digno de permanecer, y quien no aprendiere su deber, y no se presentare aprobado, no será con­tado digno de permanecer. Así sea. Amén.” (Doc. y Con. 107:99-100)

Esto está directamente relacionado con nues­tra posición y actividad en la Iglesia, y con nuestro grado de voluntad en aceptar tales compromisos.

También en la Sección 68, versículo 30, tene­mos otro mandamiento sobre este particular:

“Y en vista de que se les manda trabajar, los habitantes de Sion también han de recordar sus labores con toda fidelidad, porque se tendrá al ocioso en memoria ante el Señor.”

Encontramos una declaración similar en la Sección 73, donde el Señor dice:

“Sea diligente cada cual en todas las cosas. No habrá lugar en la iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres.” (Doc. y Con. 73:29)

Estas y otras referencias están en completa armonía con el primer v gran mandamiento por el cual somos enseñados a amar al Señor con todo nuestro corazón, poder, mente y fuerza. No cabe la ociosidad en esto.

La versión de dicho mandamiento, tal como aparece en la Sección 4 de las Doctrinas y Con­venios, es también para destacar: “. . . oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día.” (Doc. y Con. 4:2)

Y en la Sección 59, es esto repetido conclu­yendo con las palabras: “y en el nombre de Jesu­cristo lo servirás”. ¿Podemos dar menos de lo mejor que hay en nosotros, al servir al Señor?

En el Nuevo Testamento somos enseñados que debemos “fructificar” y también se nos dice que las ramas que no son productivas o fructíferas deben ser podadas y echadas al fuego. Tam­bién repetidamente nos es dicho, en revelaciones modernas, que debemos “meter nuestra hoz con nuestra fuerza” y se nos promete que si hacemos esto no pereceremos, sino que traeremos salva­ción a nuestras almas.

La actividad en la Iglesia es vital para nues­tra salvación y nuestra exaltación en la presencia de Dios. Con dicha actividad, cumplimos con varias cosas a la vez: 1—Ayudamos a salvar a nues­tro prójimo; 2—Ayudamos a edificar el Reino; 3—Trabajamos para nuestra propia salvación.

Nadie puede ser .simplemente arrastrado ha­cia el Reino de Dios. El hecho en sí de ser miembro de la iglesia, no basta para la salvación. No participar del trabajo en la Iglesia, es acumu­lar moho. Si decimos que es bueno despreocu­parse de vez en cuando de los trabajos en la Iglesia, significa que no entendemos el plan del evangelio.

El mandamiento del Señor es: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mateo 3:48)

La perfección en cualquier cosa ¿puede lo­grarse descansando, siguiendo el camino más fácil o siendo inactivo?

El propósito del evangelio es ayudarnos a ser perfectos como Dios. No hay otro propósito. En­tonces, siendo que el logro de la perfección re­quiere esfuerzos, ¿debemos negar nuestra partici­pación en las actividades?

Pensemos en la perfección en algún negocio. ¿Puede el ocioso prosperar en negocios? Pensemos en la música, la pintura o cualquiera de las artes. ¿Puede el ocioso llegar a ser un gran músico, un gran pintor o un gran realizador en cualquier línea?

¿Es menos difícil llegar a ser perfecto como Dios, que llegar a serlo como Padcrewski o Heifetz en la música, o como Pupin, Kirtley Mather o Millikan en la ciencia? ¿O como Einstein? ¿O como Shakespeare o Lincoln? Entonces, debemos ser diligentes.

Cuando nos alejamos de la actividad en la Iglesia, nos alejamos también del desarrollo en la fase más importante de nuestras vidas. Es ad­mirable llegar a ser un gran historiador o un constructor de renombre, o un astrónomo notable o un exitoso hombre de negocios. Todo conoci­miento que adquiramos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección. Pero ser un dies­tro negociante, gran músico o todo un maestro en campo alguno, no nos asegura la salvación.

Es la cualidad espiritual la que salva. El des­arrollo de un alma grande se logra sólo mediante un constante empeño por la salvación, lo cual es inspirado de Dios.

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