Principios

Principios

Por el élder Boyd K. Packer
del Quórum de los Doce
Liahona Octubre/Noviembre 1985

La siguiente es una versión editada de un discurso pronunciado en el Seminario de Representantes Regionales como parte de las actividades de la conferencia general, el 6 de Abril de 1984.

Si existe alguna manera mejor para que un joven miembro de la Iglesia obtenga un conocimiento profundo del evangelio, es sirviendo en una misión. La misión es una combinación casi perfecta del estudio y la aplicación de los principios a medida que se van aprendiendo.

Recibí la asignación de hablar acerca del llamamiento de misioneros. El Se­ñor nos ha mandado predicar el evangelio. Las escrituras repiten ese men­saje más de ochenta veces —más de 80 veces: “Predicad el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo”, y esa es razón suficiente para hacerlo. Qui­siera añadir otra razón para llamar misioneros. Creo que si tan sólo com­prendiéramos, si pudiéramos captar el significado de ello, nos impulsaría a tomar una mayor determinación de aseguramos de que todo joven se en­cuentre digno de recibir un llama­miento misional. Salvo aquellos que tengan algún serio impedimento, todo joven debe ser lo suficientemente digno para recibir un llamamiento mi­sional.

Ahora, considerando como es el mundo, no hacemos el mismo hincapié en que las hermanas reciban un llamamiento misional. Por un lado, el nú­mero de lugares seguros a donde se pueden asignar hermanas es muy limitado en cada misión. Tenemos algunas misiones en donde casi predomina el número de hermanas. No es que debamos dejar de llamar a hermanas para que sirvan en el campo misional; sino llamar a un número cada vez mayor de élderes.

Si pudieseis comprender lo que quiero comunicaros acerca del llama­miento de misioneros, comprenderíais que éste no sólo es esencial para el crecimiento de la Iglesia sino también para su seguridad. Supongo que el me­jor título para lo que quiero decir sería la palabra sencilla: Principios. Es mi intención expresar ideas acerca de los principios fundamentales del gobierno del sacerdocio, y luego presentar algu­nos ejemplos de cuán esenciales son en el gobierno de la Iglesia, y finalmente aplicarlos a la obra misional. Estos principios, por supuesto, se aplican a todos los aspectos de la obra de la Igle­sia.

Sabemos que la tarea de los líderes locales del sacerdocio es interminable. Aun si dedicaran todo su tiempo, no lo podrían hacer —y por supuesto, tienen que proveer para sus familias y ser ciu­dadanos responsables. Si ese es el caso, ¿cómo pueden elegir lo correcto? De todo lo que tienen que hacer,

¿Cómo pueden sabiamente discernir cuáles son las tareas que pueden dele­gar? Las responsabilidades de los líde­res locales se pueden colocar en las siguientes categorías:

Tenemos que mantener una organi­zación, con el problema constante de buscar personal.

Tenemos que dirigir programas.

Tenemos que apegarnos a una serie de normas y procedimientos.

Tenemos que administrar reglas ofi­ciales.

Por último, tenemos que honrar y enseñar principios.

La organización, los programas, los procedimientos, las normas, y los principios son todos de gran importan­cia, pero no de igual importancia. Bien se podría pasar tiempo y dinero en co­sas que no son de vida o muerte y desatender los asuntos más cruciales.

Permitidme dar dos ejemplos, uno referente al aspecto más espiritual de nuestro ministerio y otro referente al aspecto temporal.

El primero está relacionado con los tribunales de la Iglesia. Es nuestra res­ponsabilidad disciplinar a los miem­bros cuando haya habido una transgre­sión muy grave. En el Manual General de Instrucciones se encuentra detallada la manera de organizar un tribunal y los procedimientos que se deben de se­guir.

No obstante, a menos que se esté familiarizado con los principios rela­cionados con tales casos, se podría lle­var a cabo un tribunal de la Iglesia que se ajuste a todas las indicaciones del manual y se siga el procedimiento adecuado, y sin embargo, herir en lugar de sanar al miembro descarriado. Si no conocéis los principios —con esto me refiero a los principios del evangelio, a la doctrina, a las revelaciones— si no conocéis lo que las revelaciones dicen acerca de la justicia o la misericordia, o lo que revelan acerca de la repren­sión o el perdón, ¿cómo podéis tomar decisiones inspiradas en aquellos casos difíciles que requieren vuestro fallo?

Existe en el manual de instrucciones un elemento espiritual que va más allá de los procedimientos; le pertenece al sacerdocio y trae implícitos poderes divinos. A menos que estéis familiari­zados con él, a menos que los obispos y presidentes de estaca estén familiari­zados con él, podrán implantar progra­mas y aún así no redimir a los Santos.

Otro ejemplo: en las revelaciones está claro que debemos cuidar de los pobres dignos. ¿Cómo se debe hacer? Hemos de colectar las ofrendas de ayu­no, y están los programas de bienestar, los cuales ya conocemos. Los manua­les de instrucciones especifican la ma­nera de administrar estos programas. Sin embargo, cada caso es diferente. Sin un conocimiento de los principios del evangelio, podríais actuar en técni­co apego con las instrucciones, y de­gradar en vez de exaltar al miembro. Suponed que no sabéis nada en cuanto a la independencia, la frugalidad y la autosuficiencia.

No se trata de la dedicación, ya que nunca pondríamos eso en tela de jui­cio. Se trata más bien del orden de prioridades; es un asunto de visión.

Los principios del evangelio rigen cada aspecto de la administración de la Iglesia. Su explicación no aparece en los manuales de instrucciones; sino en las Escrituras. Son la sustancia y el propósito de la revelación.

Los procedimientos, programas, la política administrativa y aun algunos esquemas de organización están suje­tos a cambios. Es más, es nuestra li­bertad y nuestro deber alterarlos de vez en cuando. Pero los principios y la doctrina nunca cambian.

Podéis errar si ponéis demasiado én­fasis en los programas y procedimien­tos que pueden cambiar, cambiarán y que por fuerza deben cambiar, y no comprendéis los principios fundamen­tales del evangelio, los cuáles nunca cambian.

Ahora, prestad mucha atención.

Con esto no quiero decir que debéis hacer caso omiso a los manuales; ni por un momento lo diría. Lo que sí digo es lo siguiente: hay un elemento espiritual que no aparece en los ma­nuales pero que debéis incluir en vues­tro ministerio si deseáis agradar al Se­ñor.

Si conocéis el evangelio sentiréis una lealtad para con las instrucciones del manual que de otro modo no po­dríais tener. Mediante ello, evitaréis las innovaciones que no pueden dar re­sultado.

Por motivo del crecimiento acelera­do de la Iglesia, existe la tendencia a querer solucionar problemas modifi­cando los límites geográficos, alteran­do programas, reorganizando a los lí­deres o proveyendo edificios más cómodos. Lo que realmente nos hace falta es una simplificación, un avivamiento de los principios básicos del evangelio en la vida de todo Santo de los Últimos Días. La verdadera esen­cia del gobierno del sacerdocio no con­siste en procedimientos, sino en prin­cipios y doctrina.

El profeta José Smith nos dio la cla­ve. Refiriéndose a la administración, dijo: “Les enseño principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos”.

Hace un tiempo entrevisté a un jo­ven obispo en Brasil; tenía 27 años de edad. Me impresionó el hecho de que poseía todos los atributos de un prós­pero líder de la Iglesia: humildad, tes­timonio, buena presentación, inteli­gencia, espiritualidad. He aquí, pensé, un joven con un futuro brillante en la Iglesia.

Al verlo me pregunté “¿Cómo será su futuro? ¿Qué haremos por él? Me puse a pensar como serían los años futuros.

Será obispo aproximadamente seis años, teniendo para entonces 33 años de edad; luego servirá como miembro del sumo consejo de estaca ocho años y cinco años como consejero en la pre­sidencia de estaca. A los 46 años será llamado como presidente de estaca; al cabo de seis años será relevado para llegar a ser Representante Regional, cargo que desempeñará durante cinco años. Lo cual quiere decir que habrá pasado treinta años como un ideal, un ejemplo, la imagen, el líder. No obs­tante, en todo ese tiempo, no habrá asistido a tres clases consecutivas de Doctrina del Evangelio ni habrá parti­cipado en tres clases de los quórumes del sacerdocio.

Hermanos, ¿podéis veros en este ejemplo? A menos que haya sabido los principios fundamentales del evange­lio antes de su llamamiento, casi no dispondrá de tiempo para aprenderlos después. Las reuniones, compromisos, presupuestos y otros asuntos que ata­ñen a las capillas le consumirán su tiempo. Estas cosas por lo general no se dejan de lado.

Pero sí se dejan de lado los princi­pios: el evangelio se deja de lado, la doctrina se deja de lado. Cuando eso sucede, ¡corremos un gran peligro! Te­nemos evidencias de ello en la Iglesia hoy día.

¡Quisiera alzar mi voz con una so­lemne y seria amonestación! Vivimos en tiempos de gran oposición, no solamente en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Crece de día y de no­che en todos lados. Los enemigos de afuera, quienes, apoyados por los apóstatas de adentro, ponen a prueba la fe de los miembros de la Iglesia.

Pero no son los programas los que de­safían; por el contrario, les tienen cier­ta admiración. Son en las doctrinas donde enfocan; son las doctrinas las que reciben sus ataques, y notamos que muchos líderes se encuentran per­didos ante preguntas sobre temas doctrinales. He estado relacionado con el programa de Comunicaciones Públicas de la Iglesia y recibimos diariamente llamadas de todas partes: “Necesita­mos ayuda; ¿qué hacemos? Están po­niendo la doctrina en tela de juicio”. Si nuestros miembros no están al tanto de las doctrinas, corremos peligro, pese a programas eficaces y edificios funcio­nales.

Ahora bien, no deseo subestimar nuestros esfuerzos. Puedo ver mani­festaciones de los principios del evan­gelio en todas partes. Permitidme pre­sentaros un ejemplo.

En las reuniones de liderazgo de es­taca, con frecuencia le pregunto a al­gún joven presidente del quorum de élderes acerca del procedimiento que se emplea para llamar a un nuevo con­sejero. ¿En qué forma llamaría usted a un nuevo consejero? Lo que ocurre a continuación, me complace informa­ros, es típico de lo que generalmente sucede:

El presidente dice:

—Bueno, primero, repaso mental­mente la lista de los nombres de los miembros del quorum y selecciono al que me impresiona que debe ser mi consejero. Después oro acerca de mi decisión.
—¿Por qué ora al respecto?
—Para recibir la guía del Señor.
—¿Qué clase de guía?
—Para saber si es correcta o no.
—¿Quiere decir usted revelación? —Sí.
—¿Cree que es posible recibir reve­lación cuando se trata de una cosa co­mo ésta?
—Sí.
—¿Está seguro?
—Sí.
—Pero usted es un joven común y corriente; ¿en verdad cree que puede recibir revelación de Dios?
—¡Sí!
—¿La ha recibido anteriormente?
—Sí.
—Creo que no podré convencerlo de lo contrario, ¿o sí?
—¡No!

¡Imaginaos! Un presidente de quo­rum de élderes común y corriente sabe lo que es la revelación y cómo obtener­la. Un joven común y corriente sabe cómo dirigirse al Señor a través del velo y recibir instrucciones por medio de la revelación.

Esa es la esencia, la esencia misma del gobierno del sacerdocio. Es un principio del evangelio. Es una ley de Dios que El revelará su voluntad a sus siervos, no sólo a los profetas y Após­toles, sino a sus siervos por todo el mundo. Es un valioso principio que se debe guardar y nutrir, pero cuando te­nemos que estar al tanto de demasia­dos programas, tendemos a sofocarlo.

Ahora bien, si este joven presidente está familiarizado con las Escrituras, nunca seguirá a falsos líderes. En Doctrina y Convenios habrá leído lo si­guiente:

“Asimismo, os digo que a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio o edificar mi iglesia, a me­nos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debida­mente ordenado por las autoridades de la Iglesia.” (D. y C. 42:11.)

Tampoco estará organizado tan me­cánicamente como para no reconocer la inspiración. En la sección cuarenta y seis de Doctrina y Convenios habrá leído lo siguiente:

“Pero a pesar de las cosas que están escritas, siempre se ha concedido a los élderes de mi iglesia desde el princi­pio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Espíritu Santo.” (D. y C. 46:2.)

Es tan sumamente importante que todo miembro, y particularmente todo líder, comprenda y conozca el evange­lio.

No es fácil encontrar tiempo para estudiar el evangelio. Es difícil para un presidente de estaca el poder hacerlo y aún mucho más difícil para un obispo, pero es necesario y es posible. Los hermanos deben asistir a las clases tan a menudo como les sea posible; los obispos y presidentes de estaca deben buscar la manera de asistir por lo me­nos a una buena porción de las clases de Doctrina del Evangelio y las leccio­nes de los quórumes correspondientes.

Debemos aseguramos de que las ge­neraciones que nos siguen aprendan los principios del evangelio. Es nues­tro deber enseñarles y entregarles in­tactos los principios y las ordenanzas del evangelio y la autoridad del sacerdocio.

Fomentad aquellos programas que se han diseñado para enseñar el evan­gelio. La Primaria, la Escuela Domini­cal (dicho sea de paso, he oído decir que algunos líderes locales han reco­mendado que se descontinúe la Escue­la Dominical; eso ciertamente sería una tontería), las lecciones del sacer­docio y de las organizaciones auxilia­res, las lecciones de Vida Espiritual de la Sociedad de Socorro, el programa del Sacerdocio Aarónico y las Mujeres jóvenes, y las reuniones sacramentales pueden ser herramientas poderosas si las empleamos para predicar el evangelio. Las reuniones sacramentales de­ben tratar temas del evangelio. Y no veo cómo un obispo o presidente de estaca podría descansar hasta que el programa de seminario para sus jóve­nes estuviera funcionando apropiadamente y el programa de capacitación para maestros, el cual hace que estos programas sean de la mejor calidad, reciba la debida atención. Todos estos aspectos merecen cuidado y ratificación.

Para concluir, solamente quiero mencionar un punto más: ¿Qué tiene que ver todo esto con el llamamiento de misioneros? Tiene todo que ver.

Si existe alguna manera mejor para que un joven miembro de la Iglesia obtenga un conocimiento profundo del evangelio, es sirviendo en una misión. La misión es una combinación casi perfecta del estudio y la aplicación de los principios a medida que se van aprendiendo. Nada se le puede compa­rar.

El llamamiento de misionero le re­quiere ser capaz de enseñar los princi­pios básicos del evangelio todo el día, durante todos los días. Enseña el plan de salvación una y otra vez.

El Señor es nuestro ejemplo. Sería difícil describir a Jesucristo como un ejecutivo. Permitidme repetirlo: sería difícil describir a Jesucristo como un ejecutivo. ¡Él fue un maestro! Ese es el ideal, el modelo.

Los misioneros son maestros. Nin­gún alumno aprende tanto al escuchar una lección como el maestro que la prepara.

Imaginaos lo que sería tener un pe­ríodo de estudio diario de las Escritu­ras de dos horas con un compañero. ¿Os gustaría? El misionero estudia las Escrituras como nunca lo ha hecho y como nunca podrá hacerlo después, especialmente si recibe un llamamien­to para servir como líder.

Se le da una base en la verdadera esencia del evangelio; se le enseñan los principios fundamentales del go­bierno del sacerdocio. El futuro de la Iglesia dependerá en que él sepa eso.

Pregunta: ¿En dónde suponéis que ese joven presidente del quorum de él­deres obtuvo su cimiento en los princi­pios del evangelio, el orden de la reve­lación? ¿En dónde suponéis que aprendió acerca de la revelación? Indudablemente lo hizo durante su mi­sión.

La seguridad de la Iglesia en genera­ciones futuras yace en el éxito que ten­gamos al llamar misioneros. Si nos preocupa el futuro de esta obra, no descansaremos hasta que cada joven capaz llegue a ser digno y tenga el de­seo de recibir el llamamiento para ser­vir en una misión.

Ahora bien, al principio solamente mencioné el hecho de que se nos man­da predicar el evangelio. Se nos man­da que lo hagamos, ya sea que por ello recibamos o no beneficios y bendicio­nes adicionales. ¿Por qué? ¡Porque es nuestro deber! Ese es un principio, ¡un principio imperativo!

Los procedimientos y los progra­mas, las normas y la organización, los presupuestos y los edificios son impor­tantes en su debido lugar. Debemos de llevarlos a cabo, pero no a expensas de las cosas más importantes.

Debemos seguir adelante. Ahora mismo podríamos establecer seis mi­siones nuevas si tuviésemos suficien­tes misioneros. De modo que nuestro consejo e instrucción para todos los lí­deres es que sigan adelante, que renue­ven con gran urgencia el llamamiento de jóvenes y a un número menor pero suficiente de hermanas, para que sal­gan a predicar el evangelio a toda na­ción, tribu, lengua y pueblo, en res­puesta al mandamiento que se nos ha dado, en el nombre de Jesucristo. Amén. □

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1 Response to Principios

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    En cada discurso comprendo la importancia que tiene el aferrarnos a las escrituras y a los consejos de nuestros amados profetas…se que en ellos me darán las herramientas para poder retornar a la presencia del Padre Celestial y que hacerlo depende de mi obediencia!

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