Discurso del Presidente Jorge Alberto Smith

Conferencia General, 6 abril de 1950.

Discurso del Presidente George Albert Smith

George Albert Smith
Liahona Abril/Mayo 1950

Hace ciento veinte años había seis miembros en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Hoy día más de un millón de almas pertenecen a la Iglesia, y esta mañana el Tabernáculo está lleno hasta sobreabundar y cientos más están en el Salón de Asambleas y afuera en los patios. No me parece posible que haya tanta gente aquí esta mañana.

Sin embargo, hay un hombre faltando, y creo que todos lo recordarán. Él ha estado aquí siempre; nunca ha faltado, desde que puedo recordarme, en su deber de estar aquí. Entraba siempre por el lado norte del púlpito para ver si todos estaban sentados, pero por la providencia de Dios ese buen hombre ha sido llamado a los cielos. Ha regresado a aquel Dios que le dió la vida. Me refiero a nuestro fiel aposentador, George B. Margetts.

Uno por uno nos estamos yendo. Los años se están pasando. Hace un año tuve solamente 79 años de edad. Ahora tengo 80. Hay algunos en el foro quienes tienen más edad que yo. La Iglesia se está envejeciendo, pero afortunadamente tenemos los jóvenes de la Iglesia quien nos seguirán en estos puestos, jóvenes no solamente de la Iglesia, sino también los del mundo que están añadiéndose a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Es un gozo para mí estar aquí esta mañana. Casi no me parece posible que en un día entre la semana no se encuentre bastante lugar para todos, pero el Tabernáculo está lleno a toda su. capacidad, y la cosa que me impresiona más es que nuestro Padre Celestial está cumpliendo su palabra cuando dijo, que si aún dos o tres se congregaran en su nombre El estaría allí con ellos, y eso para bendecirles.

Pero esta mañana estamos aquí en número muy grande, y esta mañana el espíritu del Señor está aquí, y todos de nosotros que venimos aquí esta mañana para edificarnos no nos iremos decepcionados.

Las condiciones en el mundo nos hacen recordar el hecho de que nuestro Padre Celestial, sabiendo qué sucedería, realizando que la gente del mundo no estaban poniendo cuidado a lo que Él decía y que los que estaban encargados de la adoración religiosa en las varias naciones del mundo habían desechado sus enseñanzas — por lo tanto, sabiendo esto, poco más de ciento veinte años ha, llamó a un joven, apenas de quince años, uno que no se había, corrompido con las filosofías de los hombres, sino uno que tenía bastante fe en Dios para irse al bosque para inquirir de El a cuál de las Iglesias debiera unirse. Se quedó atónito, sin duda, cuando el Padre y el Hijo le aparecieron y le dijeron que no se uniera con ninguna de ellas, que todas ellas estaban desviadas.

Como resultado de esa experiencia maravillosa de José Smith como un joven vemos hoy día en el mundo a miles de hombres y mujeres que se han tornado al Señor y que han entendido el propósito de la vida, y que han aceptado el evangelio de Jesucristo, nuestro Señor. Hoy día tenemos más de 5,000 de nuestros hermanos y hermanas de esta Iglesia esparcidos. Sobre la faz del mundo como misioneros incitando a la gente del mundo a no estar satisfechos con lo que ahora tienen, sino buscar al Señor, y seguir adelante, con la promesa que si cumplen con eso, conocerán la verdad porque el mismo Señor ha dicho, “Si un hombre hiciere Su voluntad, sabrá de la doctrina, si es de Dios, o si hablo de mí mismo”.

Nuestro trabajo en el mundo, hermanos y hermanas, es de predicar a todos los hijos de Dios aquí y en el extranjero, y si hacemos esto el Espíritu del Señor morará en nuestras almas, y seremos felices y nuestros hogares serán la habitación del Espíritu Santo.

Cuando realizamos lo incierto que existe en el mundo hoy día, sabiendo que no solamente las naciones grandes del mundo sino también las más chicas están preparándose para la guerra, podemos saber que es solamente una cuestión de tiempo, a no ser que se arrepientan y se tornen al Señor, vendrá la guerra, y no solamente la guerra, sino también pestilencias, y otras destrucciones hasta que la raza humana desaparecerá de la faz de la tierra.

El mundo no conoce esto, hermanos y hermanas. Los demás hijos de nuestro Padre Celestial no entienden esta cosa — los demás que no son miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ellos tienen la idea de que pueden legislar y pelear hasta resolver los problemas, pero Hay solamente una manera por la cual podemos gozar de la paz y felicidad en este mundo, y este es el arrepentimiento y el abandono de nuestros pecados; tornad al Señor, honradle y guardad sus mandamientos. Esta es la única manera.

Siendo que el Señor entendió esto, estableció su Iglesia hace 120 años, y desde ese tiempo Sus hijos e hijas han estado viajando por el mundo rogando por la oportunidad de repartir con ellos el gozo y felicidad que resulta del cumplimiento de los mandamientos de Dios.

Estoy agradecido en estar aquí esta mañana. Desde que estuve, con vosotros la última vez, no he estado en muchas partes del mundo, sin embargo he viajado algo, y me he encontrado con miembros fieles de la iglesia, he encontrado que en muchas partes los barrios y las ramas de la Iglesia se están aumentando hasta no caber en sus capillas. El resultado es que dos y a veces tres barrios tienen que usar la misma capilla.

Desde que se terminó la Guerra Mundial número dos hemos construido más de 200 casas de oración y estamos construyendo más y aún no hay bastante lugar en donde se puedan reunir nuestros miembros. La Iglesia se ha aumentado más durante el último año que durante cualquier otro año desde su organización. No es nuestra Iglesia, es la Iglesia de Jesucristo. Dios le dió su nombre, y está floreciendo. ¡Cuán gozosos debemos estar, no que hemos aumentado el número de miembros en la organización a la cual pertenecemos, sino que más de los hijos de nuestro Padre han sido traídos a un entendimiento de la verdad, y están entrando a la organización que El preparó para enseñarnos el sendero de la vida y llevarnos a la vida eterna.

Voy a tomar esta oportunidad para daros personalmente las gracias, hermanos y hermanas, por vuestra bondad para conmigo. He recibido un gran número de tarjetas y cartas de felicitación y no me será posible contestarlas todas, de manera que si algunos de vosotros no reciben una carta de agradecimiento, deseo que sepáis de todas maneras que agradezco muchísimo vuestra bondad en recordarme en mis años avanzados.

Esta es la obra del Señor. Esta es la Iglesia de Jesucristo, y tenemos todas las bendiciones que pueden gozar cualesquiera personas en cualquier lugar en el mundo. Esto es lo que nos ha prometido el Señor: “Más buscad primeramente el reino de Dios, y su justicia; y todas las cosas os serán dadas por añadidura”.

Mientras nos sentamos aquí cómodamente en este gran auditórium este día, escuchando a la dulce música de los hijos e hijas de nuestro Padre Celestial, dando oído a las voces de aquellos que son llamados para predicarnos, lo hacemos en paz y quietud, no con ansiedad como en muchos lugares en el mundo. Aquí estamos en la tierra de Sión, en la parte que Dios apartó para la congregación de sus santos hace más de cien años. ¿No debiéramos estar agradecidos?

No me es posible entender cómo podemos estar tristes bajo todas estas circunstancias. Pensad en nuestras oportunidades. No hay ninguna bendición deseable, y todas las bendiciones son deseables, que podremos desear que no podemos tener si solamente somos fieles a Dios y honramos nuestro estado como miembros de la Iglesia. Nos ha prometido que todas estas cosas nos serán dadas, si somos justos.

Entre las muchas cosas que estamos gozando esta mañana en esta casa, construida durante la pobreza de los Santos de los Últimos Días, erigida con el propósito de adorar en ella a nuestro Padre Celestial, y al mirar a esta congregación veo a personas de casi todas las partes del país y de otras naciones del mundo. Tenemos a los presidentes de misión que están aquí, habiendo venido desde sus lugares de trabajo. Así también los presidentes de estaca, obispos de barrio y presidentes de rama. Esta congregación es un ejemplo de la reunión de los Santos de los Últimos Días.

Estoy seguro de que como venimos aquí para adorar saldremos de este lugar sintiéndonos agradecidos por el privilegio que es nuestro. Aquí una vez más diré que esta no es la obra de hombres. No es esta la Iglesia de José Smith ni cualquiera de sus sucesores a la presidencia. Esta es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nombrada por el Padre.

Os doy testimonio de esto con amor y con el deseo de que todos los demás hijos de nuestro Padre puedan aprender la verdad y aceptarla en el nombre de Jesucristo, Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario