“Ha Resucitado”

Conferencia General, 9 de abril de 1950

“Ha Resucitado”

por el Presidente J. Rubén Clark Jr.
Liahona Abril/Mayo 1950

La segunda mañana después de la crucifixión, María Magdalena, María la madre de Santiago, Salomé, Juana, y otras mujeres, vinieron temprano al sepulcro donde Jesús había sido tendido la noche de la crucifixión, “Y entradas en el sepulcro, vieron a un mancebo sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Más él les dice: No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno el que fué crucificado; resucitado ha, no está aquí; he aquí el lugar en donde le pusieron”, “…ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea”. (Marcos 16; Lucas 24)

El plan de los príncipes de los fariseos y los sacerdotes, de guardar la tumba a no ser que sus discípulos le viniesen a robar; la poderosa guardia puesta por los romanos para evitar el robo del cuerpo, el sellamiento de la tumba para asegurar que nadie entrase, — todo fué en vano. El Cristo se había muerto para expiar por la caída de Adán. — Había resucitado de la muerte para asegurar la resurrección de todos los hombres de la tumba. Porque había dicho algunos meses antes a los judíos en Jerusalén: “Yo soy el buen pastor. . . pongo mi vida para mis ovejas. . . por esto me ama mi Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, más yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”. (Juan 10:14-18)

Al salir de la tumba esa mañana temprano, la obscuridad que cubrió la tierra desde que cayó Adán, se retiró ante la luz divina del Señor resucitado, entonces se vino a realizar el plan divino que como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados.

En la mañana de la resurrección vino El, un ser de carne y hueso, aún como se había muerto. Aunque prohibió a María Magdalena tocarle, las otras mujeres que vinieron a la tumba “le abrazaron los pies y le adoraron”. (Mat. 28:9) Se mostró a Pedro este mismo día, y  en la tarde se apareció a dos en su camino a Emmaus. “Y comenzando desde Moisés, y dé todos los profetas, declarables en todas las Escrituras lo que de él decían”. Mientras comió con ellos, “Tomando el pan, bendijo y partió, y dióles”. (Lucas 24:27,30)

Sus ojos fueron abiertos, y le conocieron y él desapareció de la vista de ellos. Regresáronse a Jerusalén, y se juntaron con los Doce, exceptuando a Tomás. Las puertas estaban cerradas. Platicaron de su visita con el Señor resucitado. Aún mientras hablaban, Jesús se puso en medio de ellos. Les reprobó y les calmó su miedo. “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Pidióles alimentos y le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. (Lucas 24:38-42)

Ocho días después, los Doce estando otra vez en el cuarto con las puertas cerradas, estando con ellos Tomás, Jesús de nuevo se puso de repente en medio de ellos. Dijo a Tomás que mirara y tocara sus manos; que metiese su dedo en la herida de su costado, entonces, dijo él, “no seas incrédulo, sino creyente”. (Juan 20:27)

En las riberas de la mar de Galilea, apareció a Pedro, a Tomás y Natanael de Caná, a los hijos de Zabedeo y dos más, que se habían ido a pescar. (Juan 21)

“Después de eso, fué visto de arriba de 500 hermanos a la vez”, y de Santiago. (1 Cor. 15:6-7)

Once de los discípulos le visitaron en el monte de Galilea, donde les había citado a venir. (Mat. 28:16-20; Marcos 16:14-18)

Por fin, después de cuarenta días los congregó en Jerusalén, entonces llevándolos hasta Bethania, donde vivían María, Marta y Lázaro, y mientras aún le miraban, “una nube le recibió y le quitó de sus ojos”. Dos varones se pusieron junto a ellos en vestidos blancos; Los cuales también les ‘dijeron: “Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le Tiabéis visto ir al cielo”. (Hechos 1: 9-11)

No hay palabra en el registro que indique que el mismo cuerpo que José y Nicodemo habían puesto en la tumba (Juan 19:38-42) no fué el mismo cuerpo que salió de ella, un ser resucitado, y glorificado, un cuerpo de carne y hueso como él había dicho.

Poco después de su resurrección, vino a este continente, levantó su Iglesia e hizo muchas maravillas.

Desde el principio de su ministerio había predicho el gran milagro de su muerte y resurrección. A la multitud «n el templo, desafiando su derecho de limpiar el templo y demandando una señal de su autoridad, Jesús dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Ellos’ pensaron que hablaba de los cortes de mármol, el lugar santo, “más hablaba del templo de su cuerpo”. (Juan 2:13-22)

Declarando a los judíos su parentesco con el Padre, dijo: “Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; más como el Padre me enseñó, esto hablo”. (Juan 8.28)

Declaró Jesús a los judíos en el templo; “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo. Y esto decía dando a entender de qué muerte había de morir”. (Juan 12: 32-33)

Vez tras vez declaró su estado como el Mesías. Primeramente implicándolo, cuando estuvo en el Templo, a los doce años, con los doctores, “escuchándoles y haciéndoles preguntas”, importunó con reprobación a María, “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?” (Lucas 2:46-49)

A las mujeres de Samaria quienes dijeron que cuando viniese el Mesías les diría la verdad, “Dice le Jesús; yo soy, que hablo contigo”. (Juan 4:1626)

En Cesárea de Filipo, Pedro, respondió a su pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, más mi Padre que está en los cielos”. (Mat. 16:13-17)

Cuando los judíos, levantados en el orgullo de sus corazones, proclamaron a Abraham su padre, Jesús dijo: “De cierto, de cierto, te digo, antes que Abraham fuese, Yo soy”. (Juan 8:58)

A la demanda imprudente de Caifas, “Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” respondió Jesús: “Yo soy: y verás al Hijo del hombre sentado a la diestra con poder divino y viniendo con las nubes del cielo”. (Marcos 14:61-62)

De esta manera testificó Jesús vez tras vez su divinidad; de esta manera testificaron aquellos que fueron tocados con su testimonio divino.

El punto central en el plan formado en el Gran Concilio de los Cielos antes que fuese formado el mundo, fué la redención de la muerte traída por la caída, y esta mortalidad fué necesaria para que los espíritus de los hombres pudiesen tener tabernáculos de carne. (Moisés 5:11) Su entera carrera en el mundo tuvo como centro su sacrificio expiatorio, su crucifixión y resurrección. El mismo había propuesto el plan más aún, de tal manera enseñado, dirigido, destina-do, conociendo, al llegar la hora de su sacrificio, su corazón mortal se asustó.

En el Templo, después de decir, “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; más si muriere, mucho fruto lleva”, añadió, sintiendo que su sacrificio se acercaba, “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Más por esto he venido en esta hora”. (Juan 12:24-27)

En Gethsemaní oró: “Abba, Padre, todas las cosas son a tí posibles; traspasa de mí este vaso”; más entonces, de repente, su divinidad tomando posesión de él, dijo “empero no lo que yo quiero, sino lo que tú”. (Marcos 14:36; Mat. 26:42-46)

Cuando le alcanzó la multitud llevada por Judas para arrestarlo, Pedro cortó la oreja derecha de Maleo. Jesús dijo a Pedro: “Mete tu espada en la vaina” el vaso que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Juan 18:10-11)

Sobre la cruz, en agonía, clamó en voz alta al Padre: Dios mío, Dios mío, porqué me has desamparado?” (Mat. 27:46)

Con respecto al lugar que ocupa el Mesías en la economía divina del universo de Dios, Juan declaró: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho fué hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; más las tinieblas no la comprendieron”. (Juan 1:1-5)

A la mujer de Samaría, a quien pidió Jesús agua sacada del pozo de Jacob, Jesús dijo refiriéndose a sí mismo: “Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva. . . Más el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: más el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. (Juan 4:1014)

A la multitud de 5,000 personas, a quienes dió de comer con cinco panes y dos peces, declaró su lugar: “Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. (Juan 6: 26-35)

Otra vez, mientras enseñaba en el templo, habló a los .Fariseos con respecto a sí mismo: “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, más tendrá la lumbre de la vida”. (Juan 8:12)

A las personas en el atrio del templo dijo: “Yo la luz he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí, no permanezca en tinieblas”. (Juan 12:46)

Y en la noche de su última cena, hablando a sus discípulos, declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. (Juan 14:6) Les dijo de su ida, diciendo, “Donde yo voy, vosotros no podéis venir; así digo a vosotros ahora. . . más me seguirás después”. (Juan 13:33, 36) También dijo en el monte de los Olivos; “Y esta es la vida eterna, para que te conozcan, el único Dios verdadero, y a Jesucristo quien tú has enviado”. (Juan 17:1-3)

No lejos de Betania, al tiempo de la asención, mientras una nube le cubría, escondiéndole de la vista de sus discípulos, un ángel declaró: “Este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. (Hechos 1:11)

Esteban, antes que “durmió”, machacado hasta la muerte con piedras, “estando lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en los cielos, vió la gloria de Dios y a Jesús a la diestra de Dios. Y dijo, He aquí, veo a los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios”. (Hechos 7:55-56)

Aún como el ángel dijo a la mujer en la tumba en la mañana de la resurrección.

“Ha resucitado”, y “El pueblo asentado en tinieblas, vió gran luz; y a los sentados en región y sombra de muerte, luz les esclareció”. (Mat. 4:16)

“Ha resucitado”, dejándonos la palabra de que solamente en él hay salvación, “porque no hay otro nombre debajo de los cielos, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:12)

“Ha resucitado”, con la gloriosa promesa para nosotros de que si buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, las cosas de éste mundo nos serán añadidas. (Mat. 6:33)

“Ha resucitado”, haciendo a la muerte su prisionero.

“Ha resucitado”, “Las primicias de los que durmieron”. (I Cor. 15:20)

“Ha resucitado”, para que todo hombre pueda también levantarse, cada cual a la estación y gloria a la cual le dan derecho su testimonio y sus obras aquí en el mundo, y cuando hubiéremos levantado, “entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con Victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (I Cor. 15:54-56)

“Ha resucitado”, para que como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados; porque aún “los muertos oirán la vos del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán”, (Juan 5.25) y oyendo, serán “juzgados en la carne según los hombres pero vivirán según Dios en espíritu”. (1 Pedro 4: 5-6)

Desde casi dos milenios de hoy cuando anduvo y habló con los hombres hasta que el tiempo se convierte en eternidad, el mensaje concedido a Marta, tan humilde, “distraída en muchos servicios”, (Lucas 10:40) traerá gran gozo a los hijos de Dios: “Yo soy la resurrección, y la vida: el que en mí cree, aunque fuere muerto, aún vivirá: y el que vive y cree en mí nunca morirá. Crees tú esto?”. (Juan 11:2426).

Entonces de esta marmitona vino el testimonio glorioso, sin igual entre todos los dichos de los demás con quien Cristo estuvo en Palestina, exceptuando solamente el dicho de Pedro: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. (Juan 11:27)

Que este testimonio que es también mío, crezca en los corazones de todos aquellos quien lo poseen, y que venga a todos aquellos que aún lo buscan, que tenga la vida eterna, suplico humildemente, en el nombre de aquel que murió para que los hombres viviesen, y quien ahora ha resucitado. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario