Una voz de perfecta suavidad

Una voz de perfecta suavidad

por el élder Marvin J. Ashton
del Consejo de los Doce
(Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young, Provo, Utah.)

Los Profetas a quienes he llegado a conocer bien han llamado y exhortado a la gente con una voz y un espíritu de perfecta suavidad. Agradezco a Dios el haberlos conocido.

Una de las grandes bendiciones de mi vida ha sido el haber tenido la oportunidad de trabajar hombro a hombro con Presidentes de la Iglesia. Entre otros de sus rasgos sobresalientes, he notado que son hombres humildes, de modales suaves, mansos, bondadosos y amables en su liderazgo y en sus relaciones con los demás. Las experiencias muy personales que he tenido con ellos me han hecho apreciar mejor el contenido de estas palabras del libro de Helamán:

“Y ocurrió que cuando oyeron esta voz, y percibieron que no era una voz de trueno, ni una voz de un gran ruido tumultuoso, más he aquí, era una voz: apacible de perfecta suavidad, cual si hubiese sido un susurro, y penetraba hasta el alma misma…” (Helamán 5:30; cursiva agregada.)

Os exhorto a que escuchéis a vuestros líderes, que cumplen su ministerio con voz apacible y palabras humildes. Lamentablemente, nos dejamos impresionar demasiado con lo sonoro, lo rimbombante y lo espectacular. A veces, los miembros de la Iglesia se desvían del camino hacia una vida plena, dejándose influir por lo sensacional y siguiendo voces falsas. En el afanoso mundo actual, a menudo pasamos por alto las apacibles exhortaciones de nuestros líderes y de aquellos que nos guían con palabras suaves.

Tuve el honor y el privilegio especiales de ser la última persona a quien el presidente David O. McKay llamó como Autoridad General antes de su muerte. Mientras conversaba con él en su apartamento, vi que era un anciano avanzado en años y muy frágil en cuanto a su condición física; tenía el cuerpo debilitado y hablaba con un hilo de voz, pronunciando las palabras con dificultad. Me senté junto a él y me quedé en silencio, esperando que me explicara el motivo por el cual me había citado. Al fin, con una voz apacible de perfecta suavidad, me dijo: “Quiero que me ayudes”. Esa fue la invitación que recibí, el llamamiento para ser Autoridad General, y fue una de las serenas e inolvidables experiencias que tuve con el presidente David O. McKay.

Al salir de su apartamento, me di cuenta de que comprendía mejor el llamamiento que el Salvador extendió a sus discípulos. Ya fuera en las orillas del Mar de Galilea, o en el mercado, o en cualquier otra circunstancia del vivir cotidiano, estoy seguro de que su invitación a servir no podía haber sido nada más que unas palabras como éstas: “Quiero que me ayudéis a proclamar el evangelio y seáis testigos especiales de mí”. Esta experiencia que tuve hace más de veinte años me acercó y ayudó a conocer mejor al presidente McKay, un hombre a quien había admirado, querido y respetado durante mucho tiempo.

Siempre le estaré agradecido por haberme llamado sin pompa, y por haber esperado y deseado que prestara con él un servicio especial. Abandoné mi carrera y mis responsabilidades y actividades de negocios para ayudarlo a él como Profeta. Todavía me estremezco al recordar cómo me llamó con un susurro que me llegó hasta el alma misma.

Toda mi vida he sentido profundo respeto por Joseph Fielding Smith y por su obra como erudito de las Escrituras, historiador y escritor; tenía un estilo dinámico que era preciso y firme. Para mí fue un gran gozo y una bendición cuando, después de dos años de ser Ayudante del Consejo de los Doce, entré como miembro del Consejo y pude sentir más de cerca el amor y el respeto que él tenía no sólo por Dios sino también por sus compañeros. Al mismo tiempo que era bondadoso, tenía visión y el firme cometido de cumplir con su deber; siempre expresaba su agradecimiento y aprecio a su Padre Celestial y a los que lo rodeaban. Nunca olvidaré la bondadosa forma en que me dio aliento en todas las circunstancias. Amaba al Señor y el Señor lo amaba. También él me llamó al servicio con voz suave y apacible de profunda fortaleza.

Fui ordenado Apóstol y apartado para ser miembro del Consejo de los Doce por el profeta Joseph Fielding Smith. Las responsabilidades que se me encomendaron en aquel momento permanecen profundamente grabadas en mi memoria, particularmente la de ser un testigo especial empleando el ejemplo, la palabra y la gentileza. También se me exhortó a prestar atención a la apacible voz del Espíritu, que de ahí en adelante recibiría con más fuerza y mayor frecuencia.

Joseph Fielding Smith recibió su bendición patriarcal del patriarca Joseph D. Smith, en 1913; en esa hermosa bendición se le prometía que nadie nunca habría de confundirlo cuando defendiera la divinidad de la misión del profeta José Smith: “Se te ha bendecido, más que a muchos de tus semejantes, con la capacidad de comprender, analizar y defender los principios de la verdad; y llegará el momento en que las pruebas que has reunido se levantarán como un muro de defensa contra aquellos que traten de destruir la evidencia del carácter divino de la misión del profeta José Smith. Y jamás podrán causarte confusión en esa defensa”.

Durante los años en que trabajé con él, muchas veces sentí la extraordinaria fortaleza del presidente Joseph Fielding Smith al verlo servir con mansedumbre y con una voz suave y apacible.

El presidente Harold B. Lee era uno de los líderes más espirituales que he conocido; parecía estar constantemente en comunicación con el Espíritu. El me aconsejaba que dirigiera siempre con mansedumbre y paciencia.

El presidente Lee tuvo una enorme influencia en mi vida. Entre otras cosas, con su propio ejemplo nos alentó a mí y a otros a enfrentar y a resolver con sereno valor los problemas de conducta personal de los miembros de la Iglesia. Al mismo tiempo, con su manera de comportarse, me demostró la calidez y el afecto con que debía tratar a todos los seres humanos, sin considerar dónde hubieran estado o lo que hubieran hecho. El contacto diario que teníamos me enseñó que él podía ser firme y totalmente objetivo y a la vez tener uno de los corazones más tiernos que yo haya podido ver.

Una vez en que me invitó a que fuera a su casa para participar con él en la bendición de un amigo, que se encontraba muy enfermo, tuve una experiencia inolvidable y muy emocionante. Después de reunimos con algunos familiares, el presidente Lee me pidió que ungiera al hermano con el aceite consagrado, lo cual hice con mucha humildad; hasta ese momento, nunca había tenido la oportunidad de pasar por la experiencia espiritual de que un Profeta de Dios sellara la unción que yo hubiera pronunciado. Hasta el día de hoy recuerdo vividamente el sellamiento de la ordenanza que el presidente Lee pronunció. Me di cuenta de que luchaba por encontrar las palabras apropiadas, la dirección y la guía que necesitaba para brindar aliento a aquel hermano; tuve la impresión de que deseaba prometerle una recuperación completa y buena salud, pero que las palabras para hacer esa promesa no le venían a la boca. A medida que pasaban los segundos, era evidente que no sólo se encontraba perturbado, sino que vacilaba esperando recibir una guía que fuera positiva y gratificadora, tanto para el que recibía la bendición como para los demás que estaban en el cuarto y estaban muy preocupados por el bienestar del hermano. Nunca llegó a prometerle salud, fortaleza y recuperación; le expresó palabras de aliento y mencionó los puntos fundamentales del plan del evangelio, pero no surgió una promesa de salud.

Inmediatamente después, me llevó aparte, a otra habitación, y me dijo con voz apacible, de perfecta suavidad: “Marvin, ¿tú no crees que va a mejorar, verdad?” Le contesté: “No. Me di cuenta de que usted deseaba prometerle ese tipo de bendición, pero evidentemente eso no era posible”. Recuerdo lo último que me dijo mientras nos alejábamos de la familia aquel día: “El Señor tiene otros planes, y El no sólo determina lo que nosotros hemos de prometer sino también lo que va a pasar después”.

El presidente Spencer W. Kimball era un Profeta lleno de amor. Amaba a Dios, a nuestro Salvador Jesucristo y a todo el género humano; era un constante ejemplo de calidez humana y de amor puro de Cristo; tenía una voz de perfecta suavidad, que a veces era apenas un susurro. Era siempre apacible, firme e intrépido. Hubo una época de su vida en que se vio privado del uso de la palabra por causa del cáncer que le había afectado la garganta.

Él era uno de los hombres más bondadosos y valientes que he visto en toda mi vida. Por la capacidad que tenía de enfrentar los problemas, las desilusiones y los éxitos de la vida, tuve con él experiencias que jamás olvidaré. Su modo de dirigir era sumamente dulce, humilde y sincero; su voz susurrante penetraba el corazón de todo el que lo escuchara.

Una mañana, muy temprano, sonó el teléfono en mi casa y, al levantar el auricular, reconocí en seguida la suave voz del presidente Kimball. Después de saludarme, me dijo con ese tono un tanto debilitado: “Marvin, quisiera hablar contigo sobre un asunto. ¿Tendrías inconveniente en que fuera hasta tu oficina para conversar?” Le contesté: “Presidente Kimball, si desea hablar conmigo, puedo ir inmediatamente yo a la suya. ¿Quiere que vaya ahora?” Y él me dijo suavemente:

“¡Ah! ¿Serías tan amable de venir?”

Cortés, amable y siempre deseoso de servir a todos, su costumbre como líder era no exigir nunca nada ni emplear la influencia de su cargo preeminente para decidir lo que harían los demás ni cómo reaccionarían ante su liderazgo. Cualquiera se daría cuenta de que en aquella ocasión él podía haberme dicho:  “Marvin, te habla el presidente Kimball. Necesito que vengas en seguida a mi oficina”. Sin duda, tenía el poder, la autoridad y el derecho de pedirme que me reuniera con él sin demora, cualesquiera fueran las circunstancias; pero todavía resuenan vividamente en mis oídos sus palabras cuando yo le ofrecí ir a verlo a su oficina: “¿Serías tan amable de venir?” Tenía tal manera de tratar, tal humildad, mansedumbre y amor que nos inspiraba a todos a sostenerlo y apoyarlo incondicionalmente.

Pocos días antes de su fallecimiento, se encontraba en el cuarto piso del templo junto con sus compañeros de la Primera Presidencia y los miembros del Consejo de los Doce. Estaba tan delicado y en un estado tal de debilidad que es posible que hubiera sido mejor que no estuviera allí. Antes de que empezara la reunión, los Apóstoles pasamos por donde él se encontraba sentado para saludarlo y estrecharle la mano; no había reacción visible de su parte, debido al agotamiento físico que había ido minando su cuerpo en los últimos meses; no le quedaba capacidad para comunicarse con nosotros ni responder a nuestros saludos; tenía muy limitado el sentido del oído, casi no veía y su frágil cuerpo estaba lleno de dolores. Al estrecharle la mano y no sentir que él respondiera a mi saludo, le di otro pequeño apretón y le dije al oído: “Presidente Kimball, soy Marvin Ashton”. Cómo podría olvidar nunca las últimas palabras que me dirigió al levantar un poco la vista y decirme suavemente: “Marvin Ashton, te quiero mucho”.

El presidente Benson es para mí un amigo especial; siento gran cariño por él y lo respeto por lo que es como hombre y como líder; siempre me ha demostrado sin reservas su confianza. Esa manera de tratarme me ha dado una seguridad que me ha sostenido y que en todas partes del mundo me ha ayudado a tomar decisiones correctas y extender llamamientos dignos, sabiendo que eso es lo que él espera de mí.

Siempre lo he admirado por su persistencia en recordarnos constantemente, no sólo a sus compañeros en los niveles más altos del liderazgo sino también a todos los miembros, que nos esforcemos diligentemente por hacer progresar el reino de Dios y por mejorar en los aspectos personales. Es un hombre absolutamente obediente. Siempre se le ve seguir con precisión los senderos de rectitud que el Señor le ha dado la responsabilidad de señalar, y hacia los que debe conducir a los demás. Lo he visto llorar sin avergonzarse de expresar su emoción al hablar de las maravillas, del contenido y del futuro del Libro de Mormón. Cuando los que trabajamos con él nos hemos visto enfrentados con decisiones de extrema importancia, el presidente Benson nos ha aconsejado sencillamente: “Hagamos lo que sea mejor para el reino”. Lo admiramos y respetamos por el profundo cometido personal que demuestra ese consejo.

Es un Profeta que, sin ostentación, edifica, delega y espera de los demás un cometido inalterable. Recuerdo que una vez, mientras me encontraba cumpliendo una asignación en cierta estaca, tuve que llamarlo por teléfono. Había surgido un problema que creaba una situación difícil; era tan seria que sentí la necesidad de recibir sus sabios consejos. Cuando terminé de explicarle todo lo que había sucedido, me dijo con suavidad y confianza: “Haz lo que debe hacerse. Cuentas con mi confianza y apoyo absolutos”.

La voz del presidente Benson ha quedado reducida casi a un murmullo. El guía a la Primera Presidencia, al Consejo de los Doce y otras Autoridades Generales, y a toda la Iglesia, con un espíritu de amor puro y perfecta mansedumbre.

En su cargo de Presidente de la Iglesia, nos dirige con fe inquebrantable, con persuasión, con una voz suave y una humildad que penetra el corazón. En todos los años que lo conozco, jamás le he oído levantar la voz, aunque se sintiera herido o desilusionado. Lo he visto disciplinar y dirigir con benevolencia, paciencia y amor puro. Sus palabras y su liderazgo han sido amables y al mismo tiempo muy potentes.

Estos cinco Profetas a quienes he conocido tan bien han extendido llamamientos y han exhortado con una voz y un espíritu de perfecta suavidad. Agradezco a Dios que nos los haya dado.

Ruego al Señor que nos ayude a recordar que los verdaderos líderes siempre dirigen con voz suave, con amor y persuasión. Los llamamientos y las instrucciones que recibimos de Sus Profetas son dulces y no contienen censura. Con todo mi corazón os exhorto a aceptar su mansa dirección y su amor cuando nos exhortan a servir y a mejorar nuestro diario vivir. □

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1 Response to Una voz de perfecta suavidad

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Tengo una consults, esta página me parece una de las mejores que e visto porque contiene muchas citas que no encuentras fácilmente en especial citas de apóstoles y profetas tal como Ashton, Maxwell, ext.
    Mi pregunta es la siguiente, como puedes afirmarme que son literalmente citas de los líderes de la iglesia y no son citas creadas con algunas palabras de nuestros líderes??
    Mi pregunta es porque quiero sacar información y dirección de los líderes y muy seguro enseñar en la iglesia con ello pero no quiero enseñar mentiras o que no sea la verdad. Agradecería su respuesta.

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