La necesidad del equilibrio en nuestra vida
por el presidente James E. Faust
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Al emplear nosotros una balanza justa, de ese mismo modo seremos juzgados, pues con la medida con la que juzguemos seremos medidos. El Salvador enseñó: «No juzguéis [injustamente], para que no seáis juzgados».
Actualmente, mucha gente se interesa en una sola gama de temas y juzga los méritos de los candidatos políticos y de las causas en base a esos temas específicos. En la Iglesia hay también personas que sólo están interesadas en un solo principio o aspecto del Evangelio sobre todos los demás.
El sabio Job dijo: “Péseme Dios en balanzas de justicia, y conocerá mi integridad” (Job 31:6). Al emplear nosotros una balanza justa, de ese mismo modo seremos juzgados, pues con la medida con la que juzguemos seremos medidos.
El Salvador enseñó:
“No juzguéis [injustamente], para que no seáis juzgados.
“Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:1-2; véase Traducción de José Smith, Mateo 7:1-2).
En años recientes parece que ha habido mucha gente que se ha pasado la vida protestando contra algo. Quizás han actuado así movidos por la impresión de haberse sentido reprimidos, porque deseaban llevar a cabo algún cambio o porque han actuado en base a motivos egoístas, creyendo que si hacían el ruido suficiente lograrían la atención que andaban buscando. Algunos de estos manifestantes han dicho haber actuado así para verse libres: libres de tradiciones y de normas morales, libres de todas las normas restrictivas de la sociedad, libres del control del gobierno y de la ley, llegando algunos a ser ampliamente indulgentes consigo mismos. Tal y como destacó Harry Emerson Fosdick (1878-1969), estas personas tienen “hábitos que les atan, enfermedades que les maldicen y malas reputaciones que los arruinan”.
Muchas veces aquellos que han sucumbido a este tipo de desastre personal hallan que la estabilidad en la vida llega a convertirse en algo desigual y desequilibrado. Mucha gente desperdicia demasiada energía protestando contra las reglas; algunos creen que, dado que ellos no hicieron las normas, tampoco deben sentirse restringidos por ellas. Para otros es un juego ver hasta qué punto se tolerará su desobediencia, para ver cuánto mal pueden hacer sin que se les castigue. Ciertas personas creen que al romper las reglas, de algún modo se hacen más fuertes o independientes. Durante la búsqueda de su propia identidad, aquellos que luchan contra las reglas dedican mucho tiempo y energía a expresar su independencia; y tras haber viajado mucho por ese camino, al final descubren que dicha senda no conduce a la libertad, sino a la esclavitud.
Los talentos, las habilidades para expresarse y un tiempo precioso se agotan al nadar contra la corriente. No vacilo en sugerir que los jóvenes pueden aprender mejor a expresarse mediante la excelencia en el aula o en el campo de juegos, más bien que a través de pandillas o de un comportamiento inmoral. Las jovencitas pueden alcanzar una mejor imagen y destacarse más mediante la excelencia académica y la expresión artística, que a través de la impudicia en el vestir.
Hay momentos en los que cada uno de nosotros tiene que tomar la determinación de defender aquello que desea preservar o cambiar, con el fin de mantener el respeto por uno mismo y no ser como una “caña sacudida por el viento” (Mateo 11:7). Necesitamos adoptar nuestra posición en la vida en lo referente a asuntos morales, en vez de dar coces contra cuestiones sin importancia, dando así la impresión de ser excéntricos, desequilibrados o inmaduros. Perdemos mucha credibilidad y fuerza y nos arriesgamos a ser pesados en una balanza injusta cuando, al igual que Don Quijote, vamos por ahí cargando contra “molinos de viento”.
Cada uno de nosotros tiene a su alcance una bendición trascendental al tomar decisiones morales correctas. Resulta mucho más fácil someterse “al influjo del Espíritu Santo” (Mosíah .3:19) para aquellos que tienen un equilibrio justo; por lo que podemos dejar atrás los atributos del hombre y la mujer naturales y llegar a ser personas mucho más iluminadas. Alma aconsejó a sus hermanos que “no [contendiesen] más en contra del Espíritu Santo” (Alma .34:38). Los dones del Espíritu Santo tienen un vigor especial para aquellos que estudian y aprenden, “…él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo” (Juan 14:26). Sí, el “Espíritu Santo será tu compañero constante” (D. y C. 121:46).
¿Cómo funcionan estos dones maravillosos del Espíritu Santo? El élder Parley P Pratt (1807-1857), del Quorum de los Doce Apóstoles, declaró: “Estimula todas las facultades intelectuales, incrementa, amplía, despliega y purifica todas las pasiones y efectos naturales y los adapta, por el don de la sabiduría, a su uso legítimo… Inspira virtud, amabilidad, bondad, ternura, mansedumbre y caridad. Desarrolla la belleza de la persona, de su forma y de sus rasgos… Ensancha todas las facultades físicas e intelectuales del hombre y da vigor a ellas. Fortalece y tonifica los nervios. En pocas palabras, es, por así decirlo, médula para los huesos, gozo para el corazón, luz para los ojos, música para los oídos y vida para todo el ser”. Las personas que disfrutan de estos dones tienen “luz en sus semblantes”, y su presencia “resplandece de compasión y de alegría puras”1.
Una parte importante del mensaje del Evangelio es que no seamos demasiado rígidos, que abramos nuestra mente, que desarrollemos tolerancia y que no seamos prestos para emitir juicio. Aprendí, cuando me dedicaba a la abogacía, que no siempre contamos con todos los hechos, que siempre parece haber por lo menos dos caras para un mismo asunto, que no todo es blanco y negro. El consejo del Salvador, cuando instruyó a los Doce, fue el siguiente: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).
No siempre es fácil encontrar el equilibrio apropiado. Además de lo que leemos en los periódicos, podemos llevar a nuestro hogar la mayoría de los problemas del mundo entero a través de la televisión. También tenemos nuestros altibajos y problemas personales. Las presiones de la vida son reales y bastante constantes.
Sin embargo, existe una defensa contra la adversidad: el humor. Un hombre sabio dijo: “Ciertamente no hay defensa alguna contra la mala fortuna que sea, por lo general, tan eficaz como un sentido del humor habitual”2.
Durante muchos años, al haber bendecido a varios recién nacidos, incluso a mis hijos, les he bendecido con sentido del humor, lo cual hago con la esperanza de que les sirva para evitar el ser demasiado rígidos, para tener un equilibrio en la vida y para no exagerar la severidad de las situaciones en que se encuentren ni los problemas y las dificultades que tengan.
Hace muchos años, en uno de los tribunales de justicia de Utah, se expuso un caso de divorcio. Uno de los abogados tomó lugar en el estrado molesto y enfadado, para declarar que justo la noche anterior ambos cónyuges habían reconciliado sus diferencias, y exponía que, a causa de dicha reconciliación, el otro abogado carecía de principios, era injusto y poco ético al asistir ahora al juicio.
El juez se volvió al otro abogado y le preguntó si iba a tomar su turno para refutar las alegaciones contra su carácter. El abogado cuya reputación había sido falsamente atacada, un profesional sabio y serio, dijo: “Oh no, señoría. No voy a tomar la palabra. Capaz que él pueda probar que son ciertas todas esas alegaciones en contra mía”. Toda la sala se echó a reír, la tensión desapareció y todas las cosas volvieron a la normalidad.
Thomas Carlyle (1795-1881) dijo: “El verdadero humor brota no tanto de la cabeza como del corazón; no reside en el desprecio, sino que su esencia es el amor; no se expresa en las risotadas, sino en las sonrisas apacibles, las cuales calan mucho más hondo”3. Abraham Lincoln (1809-1865) dijo una vez: “Con las grandes presiones que tengo noche y día, si no me riera, moriría”4.
El cultivar el buen humor puede resultar útil para hallar nuestra propia identidad. Los jóvenes que están intentando averiguar quiénes son en realidad, con frecuencia se preocupan de su capacidad para hacer frente a las dificultades que les aguardan y abordarlas. Descubrirán que es mucho más fácil pasar por esos baches y descubrir rápidamente su identidad si cultivan el buen humor que viene de manera natural. Es importante que todos aprendamos a reírnos de nosotros mismos.
Una dimensión importante de aprender a reírse de uno mismo se encuentra en no tener miedo de cometer errores. Cuando yo era obispo, deseábamos tener un coro en el barrio. Teníamos un buen líder para ello, el hermano Anderson, quien, sin embargo, me animó a unirme al grupo. Sentí que, como una manera de apoyar al hermano Anderson y a los demás, debía intentar cantar con ellos, pero las cosas fueron de mal en peor.
Al hermano Anderson le gustaba invitar a los miembros del coro a mejorar sus talentos mediante la interpretación de solos. Un domingo, durante la práctica del coro, me pidió que cantara un solo pequeño. Me resultó muy difícil decirle que no delante de todo el coro, por lo que, cuando el coro cantó durante la reunión sacramental, yo traté de hacer el solo. Estaba tan asustado que la partitura me temblaba en las manos y apenas podía sostenerla. Me sentí avergonzado y humillado; toda mi apariencia de dignidad había desaparecido.
Tras la reunión, mientras caminaba por el pasillo, todo eran sonrisas amables y expresiones de entendimiento y apoyo. Alguien dijo: “Obispo, nos hace sentir bien verle asustado”. Ese día, el obispo se hizo más humano.
Nuestros líderes han demostrado que uno puede tener fe y también humor. Se dice del presidente Heber C. Kimball (1801-1868) que oraba y conversaba con Dios “como un hombre habla con otro” (Abraham 3:11). Sin embargo, “en una ocasión, mientras ofrecía una súplica en favor de ciertas personas, sorprendió a los que estaban orando con él cuando rompió a reír en mitad de la oración. Tras recuperar rápidamente la compostura y la reverencia, dijo, a modo de disculpa: ‘Señor, me hace gracia orar sobre ciertas personas’ ”5. Ese sentido del humor también lo poseía su nieto, el presidente Spencer W. Kimball (1895-1985).
Otro hombre con un gran sentido del humor y entusiasmo era el élder LeGrand Richards (1886-1983), del Quorum de los Doce Apóstoles. Un día, un presidente de estaca vino a verme a mi despacho y de camino se detuvo a saludar al élder Richards, quien iba a visitar la estaca de este presidente en una o dos semanas, y le dijo: “Hermano Richards, ¿cómo se encuentra?”. Este gran Apóstol le respondió: “Bueno, presidente, se lo diré. Mi cuerpo, la casa en la que vivo, se está volviendo vieja y gastada”. Entonces añadió, con todos sus noventa y cinco años de edad como testigo: “Pero el verdadero LeGrand Richards está más joven que nunca”.
Un verdadero sentido del humor nos ayuda a afinar nuestros talentos, y uno de los talentos que debemos magnificar más es la sensibilidad hacia los demás, lo cual también abarca el llegar hasta el corazón de otra persona. Al aprender a no tener miedo de nosotros mismos, somos capaces de desarrollar sentimientos de amor por los demás. Nuestros talentos son enormemente magnificados bajo la influencia del Espíritu Santo.
En gran medida, el equilibrio consiste en saber qué cosas se pueden cambiar, en ponerlas en la perspectiva apropiada y en reconocer aquellas que no van a cambiar. El equilibrio reside también en la actitud. Ruego que nuestra actitud sea una que logre el equilibrio, la sabiduría y el entendimiento en todo lo que hagamos. □
Los jóvenes pueden aprender mejor a expresarse mediante la excelencia en el aula o en el campo de juegos, más bien que a través de pandillas o de un comportamiento inmoral.
El cultivar el buen humor puede resultar útil para hallar nuestra propia identidad. Es importante que todos aprendamos a reírnos de nosotros mismos. Nuestros líderes han demostrado que uno puede tener fe y también humor.
NOTAS
- Key to the Science of Theology (1887), págs. 101-102.
- Thomas Wentworth Storrow Higginson, citado en The New Dictionary of Thoughts (1961), pág. 283,
- Citado por Burton Stevenson, editor, The Home Book of Quotations (1934), pág. 938.
- Citado en The New Dictionary of Thoughts, pág. 283.
- Orson F, Whitney, The Life of Heber Kimball (1992), pág. 427.


























Me encantó este mensaje.re inspirado ha la medida de nuestras vidas.
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