¿Qué finalidad
tiene la Expiación?
Tad R. Callister
La Expiación infinita
Tres finalidades
¿Qué es la Expiación de Jesucristo? En pocas palabras, es ese sufrimiento soportado, ese poder demostrado y ese amor manifestado por el Salvador en tres lugares principales, a saber, el Jardín de Getsemaní, la cruz en el Calvario y la tumba de Arimatea. En un sentido más amplio, la Expiación comenzó cuando el Salvador planteó esa propuesta desinteresada en el concilio pre- terrenal, «Heme aquí; envíame» (Abraham 3:27), y continúa sin fin «[llevando] a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).
La Expiación tiene al menos tres finalidades:
Primera: restaurar todo lo perdido por causa de la Caída de Adán. Esto se llevó a efecto: (1) haciendo posible la resurrección de todos los hombres,1 venciendo a la muerte física (véase 1 Corintios 15:21-22); y (2) restaurando a todos los hombres a la presencia de Dios a fin de ser juzgados, venciendo así lo que las Escrituras denominan una primera muerte espiritual (véase Helamán 14:16; DyC 29:41). Ambas muertes se impusieron a todos los hombres por causa de Adán; ambas muertes fueron superadas para todos los hombres gracias a Cristo.
Segundo: brindar la oportunidad del arrepentimiento de modo que los hombres puedan verse purificados de sus propios pecados y vencer así lo que las Escrituras denominan una segunda muerte espiritual (véase Helamán 14:18).
Tercero: proporcionar el poder necesario a fin de exaltarnos hasta lograr el estado de un dios (véase DyC 76:69).
Las tres finalidades mencionadas están concebidas al objeto de ayudarnos a volver permanentemente a la presencia de Dios y llegar a ser como El.
Para ser «uno» con Dios y ser como Dios
La palabra inglesa atonement, tal y como se emplea en las Escrituras SUD en inglés, hace referencia por lo general a los acontecimientos que rodean a Getsemaní, al Calvario y a la tumba. Asimismo, el término se relaciona con los sacrificios que eran «símbolos» de dichos acontecimientos. Lo hechos transcurridos en estos tres lugares constituyen el resorte principal de la misión del Salvador. Hay quien ha sugerido que la estructura de esta palabra inglesa también nos ayuda a entender la finalidad primordial que subyace a dichos acontecimientos sagrados, es decir, lograr la unidad con Dios (one-ness, en inglés).
La palabra inglesa atonement no proviene del griego ni del latín; su origen lo encontramos en la lengua inglesa. Hugh Nibley explica que el vocablo ««en realidad significa, cuando transcribimos sus componentes, ‘a tone-m ent’ [unificación], lo cual denota tanto un estado, ‘ser uno’ con respecto a otra persona, como el proceso mediante el cual se logra dicho resultado».2 El élder James E. Talmage ofrece más reflexiones sobre el significado de la palabra atonement: «La estructura de la palabra en su forma actual sugiere su significado verdadero; literalmente significa at- one- ment, ‘denota reconciliación, o acuerdo entre dos partes que han estado distanciadas».3 Stephen Robinson hace una observación similar: «Expiación significa limpiar a una persona de toda culpa por medio del pago de una sanción en su nombre. De ese modo, dos cosas que se habían separado o que se habían vuelto incompatibles entre sí, como un Dios perfecto y un ser imperfecto como usted o yo, se pueden volver a juntar, reconciliando las dos partes».4 El Diccionario de la Biblia SUD en inglés («LDS Bible Dictionary») incluye un pensamiento a modo de corolario: «La palabra [atonement] describe la ‘unión’ de aquellos que han sido separados, y denota la reconciliación entre el hombre y Dios».5 Jacob hizo hincapié en esa unidad cuando aconsejó a sus hermanos «reconciliaos con él por medio de la expiación de Cristo» (Jacob 4:11; véase también 2 Crónicas 29:24). Asimismo, el significado literal de la palabra atonement recibe la siguiente explicación por parte de Hugh Nibley: «No hay una palabra entre las que se traducen por ‘atonement’ que no indique con claridad el retorno a un estado o condición anteriores; uno se une a la familia; vuelve al Padre; se une, se reconcilia, es aceptado y se sienta felizmente con los demás tras una triste separación».6
Así pues, una finalidad de la Expiación, tal y como denota la morfología de su equivalente inglés, es ayudarnos llegar a ser uno con Dios, en el sentido de que podemos morar físicamente en su presencia. La Expiación proporciona un medio en virtud del cual podemos reconciliarnos con Dios y volver a nuestro hogar original. Hugh Nibley se refirió a esta reunión divina: «La ley guía nuestro camino a casa; la unificación [‘at-one-ment’, en inglés] tiene lugar cuando lleguemos allí».7
Nuestras vidas mortales son una pugna constante entre la elección de la unidad con Dios o la unidad con el mundo. Para ayudarnos en esta búsqueda, Cristo «se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente mundo malo» (Gálatas 1:4). Él quiere traernos a la seguridad de su hogar. Por ello, el Salvador imploró «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo» (Juan 17:24). El Salvador prometió a los fieles que «donde mi Padre y yo estamos, allí también estaréis vosotros» (DyC 98:18). Esta es la cualidad redentora de la Expiación: purificar de tal manera nuestras vidas que podamos ser dignos de morar con Dios eternamente, pues «ninguna cosa impura puede morar con Dios» (1 Nefi 10:21; véase también DyC 25:15). Esa es la condición gloriosa que buscaba Eliza R. Snow, tal y como se revela en la última estrofa del himno «Oh mi padre»:
Sí, después que yo acabe
cuanto tenga que cumplir,
permitidme ir al cielo
con vosotros a vivir.8
Sin embargo, la Expiación tiene otra finalidad, tal y como denota la estructura de la palabra inglesa atonement. Dicha finalidad es ayudarnos a ser uno con Dios, es decir, a llegar a ser como Él. Esta es la cualidad exaltadora: alcanzar tal nivel de perfeccionamiento que, no solamente vivamos con Dios, sino que lleguemos a ser como Él. Esta es la unidad por excelencia. La unidad no es únicamente cuestión de geografía, sino de identidad. Lo importante no es solo dónde vivimos, sino en qué nos convertimos. Vivir con Dios no nos asegura ser semejantes a Él. Todos los que viven en el reino celestial moran con Dios, pero solamente aquellos que son exaltados llegan a ser como Él es. El objetivo de la Expiación no es únicamente purificarnos; busca transformar nuestras vidas, nuestro modo de pensar y de actuar a fin de que seamos como Dios. Hugh Nibley describió esta unión de la siguiente manera:
«Debería resultar claro a qué tipo de unidad se refiere la Expiación: significa ser recibido en un estrecho abrazo del hijo pródigo, lo cual expresa, no solo perdón, sino también unidad de corazón y mente, y ello equivale a identidad, como una identidad familiar literal tal y como lo describe Juan con tanta viveza en los capítulos 14 al 17 de su evangelio».9
Aproximándose el desenlace de su misión, el Salvador oró por todos aquellos que creían en Él. En su oración, Él imploró que «todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (Juan 17:21; véase también DyC 35:2). Y el Salvador afirmó a continuación: «Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno» (Juan 17:22). Finalmente, rogó «que sean perfeccionados en uno» (Juan 17:23). Esta es la unidad absoluta: ser como Dios es.
Si no se hubiera producido la Expiación de Jesucristo, se habría registrado una unidad aterradora —una Expiación negativa, por así decirlo— una vida en convivencia con el maligno y a semejanza suya. Jacob dijo la siniestra verdad cuando afirmó que «permanecer con el padre de las mentiras» y, lo que es peor, «iguales a ese ser» (2 Nefi 9:9). En pocas palabras, seríamos uno con Satanás, tanto en ubicación como en términos de semejanza. Un pensamiento tan aterrador nos permite situar la Expiación en el contexto adecuado. Sin ella, todo está perdido. Con ella, todo puede ganarse. Sin embargo, por oscura o desesperada que pueda parecer nuestra situación, por negros o amenazadores que puedan aparecer los nubarrones, Mormón nos dio una respuesta alentadora: «He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo» (Moroni 7:41). Gracias al Salvador podemos reconciliarnos con Dios; podemos ser uno nuevamente.
La posibilidad del hombre de ser uno con Dios, en términos de ubicación y de semejanza, es posible únicamente porque el Salvador primeramente fue uno con el hombre en lugar, por su nacimiento terrenal, y uno con el hombre en semejanza, tomando sobre si las debilidades humanas, sin abandonar un instante su naturaleza divina. Pablo observó que el Salvador «debía ser en todo semejante a sus hermanos» (Hebreos 2:17; énfasis añadido). Algo en el descenso del Salvador hizo posible el ascenso del hombre.
Un símbolo físico de la Expiación
Esta reconciliación entre Dios y el hombre se simboliza figurativa y literalmente en un abrazo. Lehi se refirió a ello en el sermón dirigido a sus hijos en su lecho de muerte: «el Señor ha redimido a mi alma del infierno; he visto su gloria, y estoy para siempre envuelto entre los brazos de su amor» (2 Nefi 1:15). Doctrina y Convenios incluye la misma imagen: «Sé fiel y diligente en guardar los mandamientos de Dios, y te estrecharé entre los brazos de mi amor» (DyC 6:20). Amulek predicó de manera similar: «la misericordia satisface las exigencias de la justicia, y ciñe a los hombres con brazos de seguridad» (Alma 34:16). ¡Qué metáfora tan hermosa! ¿Qué pequeño no se siente seguro en los brazos de su padre gentil y amoroso? Qué paz, qué calidez, qué consuelo saber que en sus brazos se encuentra seguro del crimen, el odio, el rechazo, la soledad y todos los males de este mundo.
Isaías habló de esos momentos de gran ternura cuando el Señor «recogerá los corderos y en su seno los llevará» (Isaías 40:11). El élder Orson F. Whitney vivió un glorioso momento como ese cuando fue testigo de una maravillosa manifestación del Salvador. En su sueño, dijo, «corrí [para salir a Su encuentro] (…), caí a sus pies, me aferré a Sus rodillas, y le rogué que me llevara consigo. Nunca olvidaré la bondad y la gentileza con la que se inclinó, me alzó y me abrazó. Fue tan vivido, tan real. Sentí la calidez de su cuerpo mientras me estrechaba entre sus brazos».10 ¿Quién no ansiaría esa calidez, ese abrazo?
¿Quién de nosotros acabará estrechado en esos brazos amorosos? ¿Les está reservado este honor a unos pocos elegidos? Alma da a conocer que no hay una norma de exclusión: «He aquí, él invita a todos los hombres, pues a todos ellos se extienden los brazos de misericordia» (Alma 5:33; véase también 2 Nefi 26:25- 33). Eso es lo que el Salvador declaró a los nefitas cuando se les apareció: «He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré» (3 Nefi 9:14). Una invitación como esta no se extiende solamente por un breve momento, sino que permanece vigente durante todo el periodo de probación: «He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré» (2 Nefi 28:32; véase también 3 Nefi 10:6). Incluso en los momentos de ira de Dios, sus brazos siguen extendidos, atrayendo ansiosamente a las almas penitentes.
El Salvador le habló a Enoc de ese glorioso día de reconciliación para los justos diciendo «los recibiremos en nuestro seno, y ellos nos verán; y nos echaremos sobre su cuello, y ellos sobre el nuestro, y nos besaremos unos a otros» (Moisés 7:63). Se antoja difícil visualizar una reunión más gloriosa.
Retrospectivamente, Mormón se angustió ante el inevitable destino de la civilización nefita, en acelerada decadencia: «¡Oh bello pueblo, cómo pudisteis rechazar a ese Jesús que esperaba con los brazos abiertos para recibiros!» (Mormón 6:17). Casi era superior a sus fuerzas. Si tan solo se hubieran arrepentido podrían «[haber sido recibidos] en los brazos de Jesús» (Mormón 5:11); podrían haber sido «[circundados por] la incomparable munificencia de su amor» (Alma 26:15).
El élder Neal A. Maxwell sugiere que el motivo principal de que el Salvador actúe personalmente como guardián de la puerta del reino celestial no es excluir a nadie, sino dar personalmente la bienvenida a quienes hayan conseguido regresar al hogar, y abrazarlos. Es un pensamiento conmovedor, y muy íntimo, que expresó de la siguiente manera:
«Si hay una metáfora en la que me gustaría centrar la atención en mi conclusión, esta se encuentra en dos pasajes del Libro de Mormón. La primera en la que se nos recuerda que Jesús mismo es el guardián de la puerta y que ‘y allí no emplea ningún sirviente’ (2 Nefi 9:41.) (…) Les diré (…) desde el convencimiento de mi alma (…) la que creo ser la razón primordial de que allí [no emplee ‘ningún sirviente’], tal y como se expone en otro libro del Libro de Mormón, donde se dice que les espera a ustedes ‘con los brazos abiertos’ (Mormón 6:17.) ¡Por eso está él allí! Él les está esperando ‘con los brazos abiertos’. Esa imagen es demasiado poderosa como para descartarla (…) Es una imagen que debería abrirse paso hasta el núcleo mismo de la mente humana; una cita inminente, un momento en el tiempo y en el espacio, un instante sin igual. Y esa cita es una realidad. Se lo certifico. Él nos espera con los brazos abiertos, porque su amor hacia nosotros es perfecto».11
Consideren un momento la atracción magnética que se da cuando un niño pequeño ve a su padre de rodillas con los brazos extendidos. La invitación es irresistible. La reacción de regresar es automática. No hay análisis intelectual. Es como tender la mano para agarrar una manta cuando hace frío, para encender la luz en una habitación a oscuras. Algunas cosas no tienen su origen en la mente, sino en el corazón. Estos son anhelos naturales del alma: la necesidad de calidez, luz y amor. Asimismo, nuestro Padre Celestial extiende los brazos con la intención de seducirnos a fin de regresar al hogar. Qué irresistibles son esos brazos para los que buscan esta calidez, esta luz y este amor. El nos invita al día de la reconciliación, el retorno a nuestro verdadero hogar, el día de la reunificación con nuestra familia primigenia; nos invita a correr a sus brazos y disfrutar de su abrazo. Esta es la promesa del Señor a los hijos de Israel: «Os redimiré con brazo extendido (…). Y os tomaré como mi pueblo y seré vuestro Dios» (Éxodo 6:6—7).
La necesidad de comprender la caída
La estructura de la palabra inglesa atonement nos permite discernir la finalidad de la Expiación. De igual manera, las definiciones de los diccionarios son de utilidad. Tales definiciones nos informan que atonement significa «redimir», «reconciliar», «rescatar», «pagar una deuda», «reparar».12 Pero, ¿por qué? La respuesta: por la Caída de Adán y por la «caída» de todo aquel que peca. La Caída de Adán hizo necesaria la Expiación. En consecuencia, no podemos esperar entender la Expiación sin entender primeramente la Caída. Ambas doctrinas están inseparablemente entrelazadas. En esta dirección, el élder Bruce R. McConkie comentó: «La Expiación infinita y eterna de nuestro Señor (…) descansa sobre dos pilares. Uno es la caída de Adán; el otro, la divinidad de Cristo como hijo de Dios».13 El presidente Benson enseñó una verdad relacionada: «Nadie sabe en forma adecuada y precisa la razón por la que necesita a Cristo hasta que comprenda y acepte la doctrina de la Caída y su efecto sobre la humanidad».14 Intentar dominar la Expiación sin comprender primeramente la Caída sería semejante a emprender el estudio de la geometría sin una base de álgebra. Sería un proyecto fútil y frustrante, de ahí la necesidad de estudiar la Caída previamente.
Capítulo 5 — La Caída de Adán →
NOTAS
- El capítulo 16 explica con más detalle por qué la resurrección forma parte de la Expiación.
- Nibley, Approaching Zion,
- Talmagt, Articles of Faith,
- Robinson, Créamosle a Cristo, 7—8.
- «LDS Bible Dictionary», 617.
- Nibley, Approaching Zion,
- Nibley, Approaching Zion, Dicho retorno, sin embargo, no está ni mucho menos garantizado. El élder Joseph Fielding Smith advirtió al respecto: «En inglés es común descomponer el vocablo expiación (‘atonement’) en la forma siguiente: ‘at-one-ment’, buscándose así la manera de indicar la posible unidad entre el hombre y Dios. Esa unidad se desprende de las dos primeras sílabas (‘at-one’, a uno, o, en uno). Pero eso [no] es todo lo que la expiación significa; de hecho, la gran mayoría de los hombres nunca llega a ser uno con Dios, aunque todos reciben la Expiación. ‘Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan». (Smith, Doctrinas de salvación, 1:120).
- Snow, «Oh mi padre», Himnos, núm. 187.
- Nibley, Approaching Zion, 567—68.
- Whitney, Through Memorys Halls, 83; énfasis añadido.
- Maxwell, «But a Few Days», 7.
- Roget’s 21st Century Thesaurus, véase la entrada «atone».
- McConkie, New Witness,
- Benson, Sermones y escritos,

























El amor de Dios es grande para con todos tanto así que mando a su Hijo Jesucristo, y Él decidió venir también para sacrificarse por nosotros para volver a la santa presencia de nuestro Padre celestial. Nos extiende sus brazos como un padre misericordioso y lleno de amor infinito. Al entender la expiación podemos obrar más como Jesucristo y perfeccionarse en el, dejando atrás nuestro estado natural de hombres y cambiando a ser seres espirituales llenos de luz y de verdad
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