No temas; cree solamente

No temas; cree solamente

por él presidente Gordon B. Hinckley

No es nuestra la opción de dudar y tener miedo. Nuestra es la oportunidad de creer y obrar.

El Señor que calmó la tempestad está todavía al mando; el futuro es brillante, y no amena­zador.

Vivimos en una época maravi­llosa. Hay algo espectacular en el paso de un siglo, de cien años enteros. Hay algo increíble­mente asombroso en el paso de un milenio, de mil años.

Han pasado dos milenios desde que el Maestro caminó sobre la tierra. Durante los primeros mil años posteriores a Su nacimiento, el mundo era completamente diferente de cómo es ahora. Durante gran parte de esa época había oscuridad intelectual, muy pocas comodidades y gente que tropezaba a lo largo de la noche medieval. Entonces llegó una era de luz, y ahora, en lo que pare­cería un solo día, ponemos fin a otros diez siglos.

Cuán agradecidos debemos estar. Mientras escribo estas líneas, estoy volando a 960 kilómetros por hora, a 11.900 metros de altura, y acabo de disfrutar de una buena comida. El aire por encima, de las nubes es suave. Esta es una época de maravi­llas, una era de milagros científicos. Las computadoras, Internet, el correo electrónico y un centenar de otras cosas relativas a las comunica­ciones han contribuido a nuestra capacidad de comunicarnos los unos con los otros con rapidez y facilidad.

Una época gloriosa

Y más que todo, ésta es la dispen­sación del cumplimiento de los tiempos, de la que se habló en las Escrituras. Vivimos en esta época gloriosa en la que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado a la tierra en toda su pureza. Su Iglesia ha vuelto para bendecir a Su pueblo. Se ha izado el telón del pasado. Gracias a la reve­lación divina, hemos recibido nueva luz y conocimiento. Por alguna razón, de entre todos los hijos de nuestro Padre que han vivido en la tierra, parecemos ser los más afortunados.

Esta es una época en la que el Señor nos ha dicho: “…si procuráis hacer todo lo que os mando, yo, el Señor, apartaré toda ira e indigna­ción de vosotros, y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de vosotros” (D. y C. 98:22). Reflexionemos en esas palabras, las cuales se aplican a ustedes y a mí. Cada uno de nosotros ha recibido esa promesa. Es Su promesa y Él tiene la habilidad de guardarla, y les testifico que lo hace.

Él dice en otras palabras de revela­ción: “Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres” (D. y C. 6:1). Eso fue antes de que se organizara la Iglesia. Era aproximadamente en la época en que salía a luz el Libro de Mormón, en abril de 1829.

“He aquí, el campo blanco está ya para la siega; por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza y siegue mientras dure el día, a fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios… Por consiguiente, si me pedís, recibiréis; si llamáis, se os abrirá” (D. y C. 6:3, 5). Esos son los primeros versículos de esa gran revelación, y éstos son los versículos finales.

“Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden preva­lecer… Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:34-36).

Como Santos de los Últimos Días, no es nuestra la opción de dudar y tener miedo. Nuestra es la oportu­nidad de creer y obrar.

No temas; cree solamente

Cuando salí al campo misional, hace 66 años, mi padre me dio una tarjeta en la que había escrito las cuatro palabras que pronunció el Señor cuando recibió las noticias de la muerte de la hija de Jairo. Él dijo: “No temas; cree solamente” (Lucas 8:50).

Al entrar en el tercer milenio de nuestra era, no puedo pensar en un consejo mayor que el que se encuentra en esas palabras.

No temas; cree solamente.

Crean en Dios, el Padre de todos nosotros. Somos Sus hijos y nos ama. Se interesa en nosotros. Se preocupa por nosotros. Quiere que seamos lo mejor que podemos ser, que tengamos éxito en la vida, que seamos rectos, verí­dicos, honrados, justos, francos, limpios y decentes. Creo que desea bendecirnos. Si vivimos de tal forma que podamos ser merecedores de Sus bendiciones, nos bende­cirá y no nos inquietarán las maldades del mundo.

Crean en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios que aceptó venir al mundo a salvar a la humanidad. Él es nuestro Salvador y Redentor. Fue el Hijo de una madre mortal y de un Padre divino y eterno. Oramos en Su nombre. Gracias a Su sacrificio expiatorio, obtenemos perdón para nuestros pecados. Tenemos la certeza de la Resurrección, y si seguimos Su sendero, tal como nos lo ha mostrado, tendremos la oportunidad de recibir la exaltación.

Crean en ustedes mismos y en su habilidad para hacer algo que valga la pena. Dios les ha dado una mente, un espíritu y un cuerpo con el cual puedan llevar a cabo su obra. Ustedes tienen una capacidad tremenda; no tienen que ser unos genios para hacer algo que valga la pena en el mundo. Los trabajos más importantes de este mundo los llevan a cabo personas comunes y corrientes que han aprendido a trabajar de manera extraordinaria, y eso es lo que cuenta. Tengan confianza en sí mismos; tengan buena apariencia y una sonrisa en el rostro, y descubrirán que la gente les amará, honrará y respetará. “Sé sincero contigo mismo”, escribió William Shakespeare (1564-1616), “y de ello se seguirá, como la noche al día, que no puedes ser falso con nadie” (Hamlet, Acto I, escena III).

Crean en el poder y en la, majestuosidad de la oración.

El Señor contesta nuestras oraciones. Lo sé. Lo he visto acontecer una y otra vez. La oración nos introduce en una sociedad con Dios; nos ofrece la oportunidad de hablar con Él, de darle gracias por Sus magníficas bendi­ciones y de pedirle guía y protección al caminar por los senderos de la vida. Esta gran obra, que se está exten­diendo por toda la tierra, tiene sus orígenes en la oración de un muchacho. Él había leído en la Biblia de su familia: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:5-6). Esa es la promesa. ¿Hay en el mundo una promesa más grande que ésa?

Mis queridos amigos, crean en la bondad. Hay mucha maldad en este mundo; parece estar en todas partes: en la televisión, los libros, las revistas, los videos. No se pasen el tiempo mirando videos inapropiados. No lo hagan. No les beneficiarán. Les harán daño. Pueden convertirse en adictos a esas cosas y les destruirán; lo he visto en la vida de muchas personas. Crean en la bondad. En medio de toda esta maldad, todavía hay muchas cosas buenas en el mundo. Es responsabilidad de ustedes hacer lo correcto. “Haz el bien; cuando tomes decisiones” (Himnos, Nº 155). Hay algo maravilloso y edificante que proviene del creer en la bondad, en la belleza y en la verdad.

Crean en la educación. El Señor mismo les ha dado un mandato. Dijo: “…buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118).

No espero que todos ustedes obtengan un título univer­sitario, pero les insto con todas mis fuerzas a beneficiarse de los estudios a fin de prepararse para hacer cosas útiles en el mundo, y éste les compensará por sus habilidades. Si en el trabajo son honrados y habilidosos, traerán honor a ustedes mismos y a la Iglesia. Este es el gran día de preparación para cada uno de ustedes; éste es el momento de prepararse para un mundo altamente competitivo.

Éste es el momento

No teman; crean solamente. Este es el momento de tomar decisiones terminantes; ésta es una época para fijarse normas que les mantendrán en la dirección correcta y harán que sean felices ahora y en los años venideros. Recuerden que no hay felicidad en la maldad; no hay felicidad en el pecado; no hay felicidad en la deso­bediencia; no hay felicidad en ir en contra de las ense­ñanzas de la iglesia.

Ustedes son jóvenes maravillosos; creo que son los mejores que jamás hayan vivido. Tienen fe; son devotos; conocen al Señor y le aman. Él cuenta con ustedes; ustedes son muy importantes. Cada uno de ustedes es de gran valor. Si alguno de ustedes se aparta del camino, la Iglesia se debilita. Si viven de acuerdo con el Evangelio, la Iglesia se fortalece. Vayan adelante, hagan lo correcto, vivan de manera justa y disfruten de la felicidad que el Señor tiene para ustedes.

Dios, nuestro Padre Eterno, vive. Tanto ustedes como yo lo sabemos. Jesucristo es el Hijo de Dios y el Redentor del mundo. El Libro de Mormón es verdadero. El sacer­docio está sobre la tierra, con todos los poderes, llaves y autoridad correspondientes. Ustedes saben estas cosas, al igual que yo.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera. Su propósito es ayudarnos a ser felices, a vivir “de una manera feliz” (2 Nefi 5:27).

Que Dios les bendiga, mis queridos compañeros en esta gran obra. □

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