Los padres tienen una responsabilidad sagrada

Los padres tienen una responsabilidad sagrada

Bonnie D. Parkin
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Reunión Mundial de Capacitación de Líderes “Apoyemos a la familia” 11 de febrero de 2006

Para apoyar a los padres, los líderes los honran y no tratan de tomar el lugar de los padres para granjearse al niño.

Las responsabilidades de la familia

Si hay algo que deseo para los padres y líderes de esta Iglesia es que cada día sientan el amor del Señor en su vida, mientras están al cuidado de los hijos de nuestro Padre Celestial. Tal vez lo que les llegue al corazón no sea algo que yo diga, sino lo que les susurre el Espíritu; sigan esas dulces impresiones.

Recuerdo muy bien cuando se emitió la proclamación sobre la fami­lia: fue el 23 de septiembre de 1995. Me encontraba en el Tabernáculo, durante la reunión general de la Sociedad de Socorro. El presidente Hinckley fue el último discursante, y presentó: “La Familia: Una proclama­ción al mundo”. Reinó la quietud en­tre la congregación, pero también un sentimiento de emoción; una reac­ción que afirmaba: “Sí, ¡necesitamos ayuda con nuestras familias!”.

Recuerdo que pensé que era algo muy positivo, y las lágrimas me roda­ron por las mejillas. Al ver a las her­manas que me rodeaban, parecían sentir lo mismo que yo sentía. Había tanto en la proclamación, que casi no podía esperar obtener una copia y es­tudiarla. En la proclamación se afirma la dignidad de la mujer. Es maravilloso que se haya presentado por primera vez a las mujeres de la Iglesia durante la reunión general de la Sociedad de Socorro. Sé que el presidente Hinckley valora a la mujer.

Nos encontramos aquí como líderes de la Iglesia, sumamente ocupados, pero tengo que recordar, al igual que ustedes, que nuestra responsabilidad primordial es para con nuestra familia, ya que ¡es una de las pocas bendicio­nes que podremos llevarnos a las eternidades!1. Newel K. Whitney era obispo en los primeros días de la Iglesia en Kirtland, y, al igual que ustedes, los obispos de hoy día, debió haber estado sumamente ocupado haciendo mu­chas cosas buenas; pero el Señor lo re­prendió y le mandó “poner en orden a su familia…” (D. y C. 93:50; cursiva agregada.) Hermanas y hermanos, este consejo se aplica a todos nosotros.

Muchos de ustedes son padres o abuelos, o algún día lo serán; pero ca­sados o no, todos formamos parte de familias. Tomen un momento y pien­sen en su propia familia; ¿qué les gusta en cuanto a ella? Una cosa que me en­canta de la mía es que me alegra que a mis cuatro hijos les guste estar juntos.

¿Qué doctrina sobre la familia se enseña en la proclamación? Deseo ha­cer hincapié en un párrafo: “Por de­signio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos. En es­tas responsabilidades sagradas, el pa­dre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente”2.

Me encantan las palabras “por de­signio divino”. El ser padres es parte del designio divino que nuestro Padre Celestial tiene para Sus hijos. Como padres, tenemos la responsabilidad divina de proveer de lo necesario para nuestras familias, de protegerlas y de velar por ellas.

¿En qué forma estas pautas de pro­veer, proteger y velar por los demás nos ayudan a criar hijos rectos?

Proveer

En la proclamación dice que los pa­dres proveen “las cosas necesarias de la vida”. ¿Cuáles son esas necesidades? Sí, significan techo y comida, pero, debido al plan del Evangelio, sabemos que es mucho más; se incluyen las habilidades de la vida, de aquello que edifica el ca­rácter. Examinemos algunas de ellas.

Proveemos de lo necesario para nuestros hijos al enseñarles a trabajar. Permítanme contarles acerca de mi nieto Jacob. Él no quería ir a la escue­la a pesar de que su madre había he­cho todo lo posible por animarlo. Finalmente, lo sentó y le dijo: “El tra­bajo de papá es ir a trabajar y ganar dinero; mi trabajo es quedarme en casa y cuidarte a ti y a tus hermanos; y tu trabajo, Jacob, es ir a la escuela”. Cuando Jacob entendió ese principio, lo aceptó y se fue a la escuela.

De igual modo, para enseñar a nuestros hijos a trabajar, esperamos que hagan sus quehaceres y, cuando sea apropiado, que trabajen fuera de casa. Para ayudar a nuestros hijos a proveer para sí mismos en la vida, les enseñamos el valor del trabajo. ¡Empiecen a temprana edad! Mi espo­so dice que el don más maravilloso que su padre le dio fue la indepen­dencia, ya que le enseñó a trabajar.

La administración de nuestros recursos económicos nos ayuda a mantener bien a nuestra familia. Hagan planes, como padres, para vivir dentro de un pre­supuesto; enseñen a sus hijos la dife­rencia que existe entre caprichos y necesidades, y no pongan exigencias económicas excesivas en su cónyuge. Cuando el presidente Hinckley nos aconsejó que saliéramos de deudas, un padre al que yo conozco se sentó con sus hijos casados y les preguntó en cuanto a sus finanzas. Se sorpren­dió al descubrir que dos de ellos tenían serias deudas, por lo que les preguntó si podría ayudarlos a diseñar un plan para salir de esas deudas.

Los estudios y la capacitación per­miten que los padres provean de lo necesario para sus familias. Alienten a sus hijos a adquirir una buena instruc­ción académica. En algunos países, los jóvenes no reúnen los requisitos necesarios para solicitar un préstamo del Fondo Perpetuo para la Educación debido a que no han terminado sus estudios secundarios. En el mundo actual, es sumamente importante que los padres sigan aprendiendo.

Proteger

La segunda pauta de la que deseo hablar es la de proteger; protección ¿de qué? De daño, tanto físico como espiri­tual. Protegemos a nuestros hijos cuan­do les enseñamos que tienen valor divino, al ir a la iglesia como familia, al efectuar la noche de hogar, al realizar la oración familiar y al estu­diar juntos las Escrituras. Son cosas muy sencillas, pero les testifico que brin­dan una fuerte protección. En la proclamación se enseña que los padres tienen la res­ponsabilidad sagrada de proteger a sus hijos. El maltrato puede ser emo­cional, como por ejemplo degradar a un cónyuge o hijo, el tratarlos como si no valieran nada, o el negarles amor y afecto. Los padres no protegen a sus familias si golpean o azotan a su espo­sa e hijos. Una hermana del oeste de África comentó que antes de unirse a la Iglesia su padre solía golpear a su madre e hijos. ‘Ahora”, dice, “nos trata con respeto y amor porque compren­de que somos hijos de Dios”.

Para proteger a sus hijos, los pa­dres saben en cuanto a su selección de amistades. Una jovencita se enfadó cuando su padre la interrogó en cuan­to a las actividades de esa noche. El padre explicó que en la proclamación decía que él debía proteger a su fami­lia, que él amaba a su hija y que ésa era la razón por la que quería asegu­rarse de que a ella no le pasara nada.

También debemos proteger a nues­tros hijos de las influencias de los me­dios de comunicación; estén al tanto de lo que sus hijos ven en la televi­sión, en el cine y en casa de sus ami­gos. Si tienen una computadora en casa, asegúrense de que sea un medio para lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” (Los Artículos de Fe 1:13).

Cuando seguimos al profeta vivien­te, somos protegidos. ¿De qué manera ha sido protegida su familia al seguir el consejo que dio el presidente Hinckley de leer el Libro de Mormón? Hace poco recibí una nota de una hermana de Inglaterra; ella decía:

“Mi familia ha luchado este año pa­sado con un padre que ha decidido no volver a asistir a la Iglesia. Él ha sido ac­tivo toda su vida y ha integrado obispa­dos. Con el corazón le he implorado al Señor saber qué hacer para no sentir resentimiento y amargura. Sola llevo a cabo la noche de hogar y la oración fa­miliar con mis hijos. A causa del desafío de leer el Libro de Mormón, mientras estaba en el templo sentí la impresión de que no debía leer sola las Escrituras con los niños, sino que debía llevarlos a ellos y las Escrituras a donde estaba mi esposo, dondequiera que estuviera en la casa. De modo que todas las no­ches, a las 9, vamos a buscarlo; él lee con nosotros, al principio no lo hacía, pero ahora sí. Ya asiste a la Iglesia, se reúne con nosotros durante la noche de hogar, y se hace cargo de las charlas sobre el Evangelio.

Mis hijos fueron los instrumentos del Señor y le llevaron a mi esposo la palabra del amor que redime. Esto ha sido una gran bendición para mi familia”.

Velar por los demás

La tercera y última pauta es velar; ¿qué apariencia tiene eso?, ¿qué senti­mos cuando lo hacemos?, ¿qué signi­fica? Su apariencia, cómo nos sentimos y qué significa es como esta Escritura: “por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad” (D. y C. 121:41-42). Permítanme darles unos ejemplos.

Creo que velar es semejante al dis­ciplinar con amor. Cuando su hijito no obedece, una joven madre lo hace detenerse, toma el rostro de él entre sus manos y, mirándole a los ojos, dice: “Escucha mis palabras”. Debemos enseñar a nuestros hijos a tomar decisiones correctas, pero no podemos eliminar las consecuencias de sus acciones. Recuerden que el fundamento del plan de nuestro Padre Celestial es el albedrío.

¿Qué sentimos cuando velamos por los demás? Gran parte de la enseñanza y del fortalecimiento de los lazos fami­liares se realiza en los momentos bre­ves y espontáneos de nuestra rutina diaria. La mesa de la cocina a la hora de la cena es el lugar para conectarse unos con otros, hablar de las actividades del día, escucharse y alentar­se unos a otros, e inclu­so reír juntos. Sé que la risa aligera la carga. Queridas madres y pa­dres, fijen una hora regu­lar para cenar para las personas a quienes aman.

¿Se termina su función de padres cuando sus hijos crecen y son inde­pendientes? No, uno nunca termina, pero nos encontramos ocupados en la gran tarea de crear familias eternas. Mientras mi esposo y yo servíamos en una misión en Inglaterra, uno de nuestros hijos y su familia fueron a visitarnos. Recuerdo que él dijo: “Vinimos porque necesitábamos su cuidado amoroso”. Desde el momen­to en que se es padre, siempre se es padre. ¿No es eso maravilloso? Al ter­minar de leer el Libro de Mormón en diciembre, me impresionó el darme cuenta de que incluso Mormón acon­sejó a su hijo adulto, Moroni: “Hijo mío, sé fiel en Cristo. Cristo te ani­me. y su misericordia y longanimi­dad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre” (Moroni 9:25).

¿Qué significa el velar por los de­más? A veces es difícil conseguir de los adolescentes respuestas que ten­gan más de una sola palabra. Para cambiar esa situación, he descubierto una pregunta bastante útil: “¿Cuál es el desafío o reto más grande por el que estén pasando?”. Esta pregunta abre la puerta para que esos jóvenes se comuniquen. Y cuando lo hagan, ¡escúchenlos!; no juzguen, no den consejo ni nada más; simplemente escuchen. Les asombrará ver las rela­ciones y los lazos que se formarán. Obispos y consejeros, esta misma pre­gunta puede resultar muy poderosa al entrevistar a los jóvenes del barrio.

El velar suena a la oración familiar. Uno de los recuerdos más perdura­bles que tengo de mi padre fue cuan­do nos encontrábamos arrodillados con mis hermanos y mi hermana a un lado de la cama de mis padres, en su pequeña habitación, y oír a mi padre suplicarle a nuestro Padre Celestial que bendijera a nuestra madre que estaba en el hospital. El oír a mi padre suplicar con fervor me ayudó a saber que había un Dios en los cielos que escucha. Oren por sus hijos en cuanto a sus estudios y por su protección du­rante el día. Nuestros hijos saben de nuestro amor y expectativas cuando nos oyen orar por ellos.

Fortalecer a las familias

En calidad de líder, ¿cómo fortalece y apoya a las familias a las que sirve? Usted puede utilizar esas mismas pau­tas —proveer, proteger y velar— a fin de fortalecer a las familias de su barrio.

Para apoyar a los padres, los líderes los honran y no tratan de tomar su lu­gar para granjearse al niño. Ustedes pueden ser tutores y compartir intere­ses similares, pero respetar la forma en que los padres desean que hagan las cosas. Una madre afirmó: “Muchas ve­ces me ha dado la impresión de que a las personas a las que mis hijos adoles­centes menos querían escuchar eran a mí y a mi esposo. A veces, ante la pre­sión de los compañeros, los hijos no han querido escucharnos. Estoy agra­decida por sabios líderes del sacerdo­cio que han aconsejado a nuestros hijos. Ellos nunca tomaron nuestro lu­gar como padres; escucharon, pero apoyaron nuestra dirección, y los vol­vieron a dirigir hacia nosotros”.

Todas las familias tienen necesida­des. Permítanme decir unas sinceras palabras sobre las madres que crían so­las a los hijos: Quiero hablarles de una madre de cinco hijos cuyo esposo fue enviado allende el mar con las fuerzas militares. Ella relata lo siguiente:

“Cuando mi esposo partió a princi­pios de febrero, contábamos con tres vehículos que marchaban bien; sin embargo, para noviembre, los tres se habían averiado y dos de ellos no los pudimos reparar. Durante ese mismo tiempo, mi hijo de diecisiete años me dijo que no tenía planes de servir en una misión porque no estaba seguro de que el Evangelio fuera verdadero.

Si alguna vez hubo un momento en el que necesitaba las bendiciones del sacerdocio, era ahora. No recuerdo todos los detalles de cuándo fue ni dónde, pero sí recuerdo claramente haber recibido más de una bendición de buenos poseedores del sacerdocio durante ese tiempo. Siempre supe que podría llamar a mis maestros orientadores y que acudirían de inme­diato. Ninguno pudo componer mi camioneta, pero sí me dieron una bendición del sacerdocio que tanto necesitaba, y encontraron a alguien que pudo arreglarme el auto”.

Para esa familia, los dedicados ma­estros orientadores surtieron una in­fluencia positiva, y también pueden serlo para todas las familias de padres solos, a medida que llegan a conocer­los, a ganarse su confianza y a propor­cionarles bendiciones del sacerdocio. Obispos, líderes de grupo de sumos sacerdotes, presidentes del quórum de élderes: esas madres necesitan las bendiciones del sacerdocio en sus hogares, del mismo modo que las necesitan nuestras extraordinarias hermanas solteras.

Hace diez años, cuando se emitió la proclamación, el presidente Hinckley advirtió en cuanto a “seguir los conse­jos del mundo”. Esta declaración pro- fética reafirma “las normas, doctrinas y prácticas relativas a la familia”3. En contraste, el mundo trata de controlar la función de la mujer y de la materni­dad. Hoy día, a la mujer se le dice que necesita una carrera próspera, pertenecer a organizaciones y, si cuenta con recursos, tener hijos.

La honorable función de la madre está pasando de moda cada vez más. Permítanme dejar bien claro que no debemos permitir que el mundo pon­ga en peligro lo que sabemos que se nos ha dado por designio divino.

Hermanas, quiero dirigirme a uste­des sólo unos minutos. Como miem­bros de la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos la bendición y la responsabilidad de velar por la uni­dad familiar y de sostenerla. Todas per­tenecemos a una familia y toda familia necesita que se le fortalezca y proteja.

La ayuda más grande que recibí al convertirme en ama de casa provino primeramente de mi propia madre y de mi abuela y después de las herma­nas de la Sociedad de Socorro de los diferentes barrios donde vivimos. Aprendí destrezas y vi por medio del ejemplo el gozo que proviene del cre­ar un hogar donde los demás deseen estar. A partir de enero del 2006 se dispusieron nuevas pautas para las reuniones y actividades de superación personal, de la familia y del hogar, las cuales brindan mayor flexibilidad a fin de que todas las hermanas participen en la Sociedad de Socorro. Líderes de la Sociedad de Socorro, asegúrense de que las reuniones y las actividades que planifiquen fortalezcan los hoga­res de todas las hermanas.

El programa de las maestras visitan­tes es otro medio para dar apoyo a la familia. Espero que todas tengan la oportunidad de ser maestras visitantes, ya que éstas no sólo fortalecen a las hermanas espiritualmente, sino que están en la posición singular de velar y evaluar sus necesidades. Líderes de la Sociedad de Socorro, actúen de mane­ra positiva en sus reuniones del comité de bienestar e informen en cuanto a las necesidades espirituales y temporales que detecten sus maestras visitantes.

El amor puro de Cristo

Para aquellas que sean casadas, piensen un momento, ¿por qué se ena­moraron de su cónyuge? El pensar en ello, les dará un corazón comprensivo. Exprésense su amor el uno al otro. La esposa puede influir de modo positivo en la vida de su marido al edificarle su autoestima. El marido puede alegrar el más negro de los días con tres sencillas palabras: “Te quiero mucho”. Uno de los dones más grandes que los padres pueden dar a sus hijos es mostrarles que se aman el uno al otro.

Nuestra función como padres en la crianza de hijos rectos es proveer, proteger y velar, y lo hacemos como iguales. Hacemos lo mismo como lí­deres. El ser un líder es mucho traba­jo; el ser padre es mucho trabajo. A veces nos desalentamos, pero segui­mos adelante. Creo que en nuestras familias y mediante el servicio en la Iglesia aprendemos mucho acerca del amor puro de Cristo.

Como padres y líderes debemos darles a nuestros hijos el amor que nuestro Padre Celestial nos da a noso­tros. En Moroni 8:17 leemos: “.. .me siento lleno de caridad, que es amor eterno.” A esto agreguen las palabras del Señor: “.vestíos, como con un manto, con el vínculo de la caridad, que es el vínculo de la perfección y de la paz” (D. y C. 88:125). Los exhorto a que, en todos sus tratos, se pongan el manto de la caridad, para cubrir a su familia en el amor puro de Cristo.

Como familias y líderes, ruego que el Señor los bendiga para que rodeen con el manto de la caridad a aquellos que aman, a fin de que podamos vol­ver a la presencia de nuestro Padre Celestial y vivir juntos con Él para siempre. En el nombre de Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. Véase “Regocijémonos en el privilegio de servir”, Presidente Gordon B. Hinckley, Capacitación mundial de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 22.
  2. “La Familia: Una proclamación para el mun­do”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49.
  3. “Permanezcan firmes frente a las asechan­zas del mundo”, Liahona, enero de 1996, pág. 113.
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