Bienaventurados los pacificadores

Bienaventurados los pacificadores

Por el Dr. Franklin L. West
Comisionado de Educación de la Iglesia.

Dis­curso pronunciado el domingo 7 de abril de 1946 por la estación KSL.
Tomado del “Mensajero Deseret” Dic. 1946.

BIENAVENTURADOS los pacifica­dores; porque ellos serán llamados hi­jos de Dios” (Mateo 5:9). Ellos son los que promueven el amor y buena voluntad, y alejan la maldad, la envi­dia y odios, por medio de la armonía y paz que ellos traen al mundo.

En el Sermón del Monte, Cristo re­cordó a sus discípulos de algo más que el requerimiento mosaico, “no ma­tarás”; más bien insistió que se ama­ran los unos a los otros, aun hasta el grado de amar a sus enemigos. Si un individuo está enojado con su her­mano, y sin causa le llama insensato, Jesús dijo que ese individuo está en peligro del fuego del infierno. Si uno es tratado injustamente, y alberga un sentimiento de represalia o venganza y mantiene ese resentimiento por un largo período, los efectos se acumu­lan y se encuentra poseído del mal hasta el fin, aun hasta matar al ene­migo. Por esta razón Jesús urge una reconciliación de las disputas y des­avenencias.

“Ponte de acuerdo con tu adver­sario presto, entretanto que estás con él en el camino; porque no acontez­ca que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al minis­tro: y seas echado en prisión” (Mateo 5:25).

En otra oportunidad Jesús aconse­jó a los que le seguían, diciéndoles:

“Por lo tanto, si tu hermano peca­re contra ti, ve, y redargúyele entre ti y él solo; si te oyere, ganado has a tu hermano. Mas, si no te oyere, toma aún contigo uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Y si no oyere a ellos, dilo a la iglesia” (Mateo 18:15-17).

Evidentemente, lo que se intenta indicar en este mensaje, es que, ami­gos imparciales, en una actitud de amor y con deseos de ser pacificado­res, escuchen a los del conflicto, y así tal vez puedan reconciliarlos, reem­plazando el odio y la contienda por el amor y buena voluntad.

La maldad vencida por la persuasión

La maldad debe ser vencida por ar­gumentos, persuasión y ejemplo. De­ben ser ejercitados paciencia y con­trol. Por dar la otra mejilla cuando uno ha sido golpeado, Jesús quiso de­cir que no deberíamos pagar mal por mal sino con bien. La generosidad, la bondad y la misericordia son necesa­rias. En todas sus enseñanzas, y por el ejemplo de su vida recta, Jesús nos dió una clara visión del mejor camino, y por este camino trata de ganarnos a su elección. En ninguna oportunidad atacó las sociedades or­ganizadas, más bien reconoció que los gobiernos son para el bienestar de la gente. Al disponer a la gente para trabajar juntos en cualquier pro­pósito común, es altamente deseable que cada cual haga bien su parte, y al mismo tiempo que trabaje con los otros amistosamente con espíritu co­operativo. El jugador, astro de un equipo de fútbol, por ejemplo, lleva la pelota y debe seguir las interven­ciones, y ejecutar el juego como le in­dica el capitán. El éxito del partido depende de que cada jugador haga bien su parte.

Si uno solo fracasa, el final desea­do no se conseguirá. Y en el juego de la vida debe también haber juego de equipo. En las grandes organizacio­nes, tales como negocios, iglesia, política, gobierno, o educación, donde gran número de hombres y mujeres trabajan juntos, el éxito de su traba­jo no depende solamente de que cada uno haga bien lo que le corresponde hacer, sino también de la ayuda ac­tiva y comprensiva, y el apoyo que cada uno rinde a su asociado. La gen­te envidiosa y amargada no se lleva bien con sus asociados y falla en cooperar. Algunos envidian a los que tienen talento, o son más hermosos, o más inteligentes. La envidia es un monstruo horrible de muchas cabe­zas, y es el origen de gran parte de los sufrimientos de la humanidad.

Frecuentemente los músicos, artis­tas, científicos y estudiantes que son supe sensitivos a la opinión pública y a la crítica, están celosos los unos de los otros, y fallan en trabajar juntos como amigos verdaderos. Los gran­des e importantes problemas a inves­tigar, pueden llevarse a cabo sola­mente cuando los expertos especialis­tas en muchos campos de acción tra­bajan juntos para solucionarlos. Si estos individuos se negaran a cooperar por causa de la en vida, y el temor de que no reciban adecuado reconoci­miento por la contribución que han hecho, el proyecto total fracasaría.

Hijos e hijas de Dios

Si consideramos que todos los se­res humanos son hijos e hijas de Dios, y por lo tanto, hermanos y her­manas, llegaríamos a interesarnos vi­talmente en su bienestar. Podremos amarlos y deleitarnos con sus éxitos y alegrías, aun cuando nosotros, tal vez hayamos fracasado. Podemos ser ge­nerosos al opinar de otros, regocijar­nos con ellos, y así participar en todos los momentos felices que existen a nuestro alrededor. Inconscientemente se reflejará en nosotros y llevaremos la luz de un corazón alegre aun a las partes más obscuras.

Así como la prisión es ineficaz pa­ra la regeneración de los internados, y tan culpable como es la sociedad en permitir condiciones que alienten la existencia del crimen, sin embargo es obvio que las personas que son pe­ligrosas, que no tienen una clara vi­sión del mejor camino, y que des­pojan a la sociedad, deben ser confi­nadas a fin de proteger al inocente. Al decirles a los que le seguían que no dieran ojo por ojo ni diente por diente, que no debían desquitarse de la misma manera, sino vencer el mal con el bien, Jesús no pensaba tanto en la protección del criminal, como en la salud y la paz mental tanto del inocente como de la víctima de la ofensa.

Aun cuando el ofensor haya con­seguido alguna ventaja material, co­mo por ejemplo robarle a uno el buen nombre, propiedades, o la paz de un hermano, sin embargo, de los dos, él es el que está en peores condiciones, porque no solamente ha obrado falsa­mente, sino que se ha establecido un tanto en ese hábito, y su conciencia ha de molestarlo. Ha actuado como un enemigo y le ha perjudicado, y naturalmente la resiente la crítica.

Casi sin ninguna excepción la gen­te desea alabanza y reconocimiento más que crítica y condenación.

A causa de la dificultad de conse­guir una confesión, una recompensa o una reconciliación las Doctrinas y Con­venios aboga: “Reprendiendo a veces con severidad, cuando (lo induce el Espíritu Santo; y entonces después demostrando crecido amor hacia aquel que has reprendido, no sea que te estime como su enemigo” (Doc. y Con. 121:43).

Perdona y olvida

En una oportunidad le pregunta­ron a Jesús cuántas veces se debía perdonar al enemigo, y él replicó, sin límite: perdona siempre, aun setenta veces siete. Perdona y olvida su ofensa y así estarás exento de odios y libre de venganza. En algunos casos el po­der olvidar es casi de tanto valor como el poder recordar. Expulsar de nuestras mentes las pequeñas desilusiones, desalientos, y cosas desagra­dables del pasado, lo mismo las cosas que hemos visto u oído que son horri­bles y viles, es un hábito que bien vale la pena cultivar, y como contras­te, mantengamos en el foco de nuestra atención los ideales objetivos, virtudes y poderes de nuestros semejantes, y todo aquello que es amable y hermo­so en la vida. Esto debe ser deseado vehementemente. Las escrituras di­cen:

“Porque esto es agradable, si al­guno a causa de la conciencia, que tiene delante de Dios, sufre molestias, padeciendo injustamente.

“Porque ¿qué gloria es, si pecando vosotros sois abofeteados y lo sufrís? Mas si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agrada­ble delante de Dios” (I Pedro 2:19­20).

Uno de los más rápidos y efectivos modos de cambiar el odio en buena voluntad, creo yo, fue demostrado por el Deán Shaler, de la Universidad de Harvard. En una ocasión cuando él y otro profesor tuvieron una fuer­te discusión, la facultad sostuvo el ar­gumento de Shaler con su voto, para pesadumbre y resentimiento del otro profesor; en vez de estar orgulloso por haber triunfado sobre su colega, el deán estaba triste por la mala vo­luntad existente y buscó la primera oportunidad para promover una re­conciliación. El profesor con quien ha­bía tenido el debate tenía en su pose­sión un libro de gran valor. El deán Shaler trató de pedirle prestado el li­bro. El mero hecho de poder exten­der este acto de bondad y cortesía al deán Shaler dulcificó y suavizó al re­sentido profesor, y se reconciliaron, y volvieron a ser tan amigos como an­tes.

No juzguéis

Muchos de los resentimientos y mala voluntad que existen entre la gente son causados por la censura ás­pera y la crítica severa. ¿Recuerdan ustedes lo que dijo Jesús en el Ser­món del Monte? “No juzguéis para que no seáis juzgados.

“Porque con el juicio con que juz­gáis, seréis juzgados: y con la medi­da con que medís, os volverán a me­dir.

“Y ¿por qué miras la mota que es­tá en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo?

“O ¿cómo dirás a tu hermano: es­pera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo?

“¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano (Mateo 7:1-5).

Bien podemos criticar nuestras fla­quezas y errores y esforzarnos cons­cientemente para mejorar, y al mis­mo tiempo ser generosos y apreciati­vos con los demás.

“Da vuelta tus ojos hacia ti, guár­date de juzgar los hechos de los de­más” (Thomas a Kempis). El dolor y las contenciones son frecuentemen­te causados por expresar palabras crueles que están basadas en la en­vidia y los celos. En el libro de San­tiago dice:

“¿Quién es sabio, y avisado entre vosotros? Muestre por buena conver­sación en vuestros corazones, no os gloriéis, ni seáis mentirosos contra la verdad:

“Que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica.

“Porque donde hay envidia y con­tención, allí hay perturbación y toda obra perversa.

“Mas la sabiduría que es de lo al­to, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida.

“Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz” (Santiago 3:13-18).

Quitad las causas del conflicto

El camino obvio para evitar la dis­cordia y promover la paz es quitar las causas del conflicto. No se debe permitir la existencia dé envidias y celos, y para eliminarlos se requiere una eterna vigilancia en servicio y control. Recuerden la terrible conse­cuencia de la envidia y de los sumos sacerdotes, cuando en los días y me­ses en que Jesús desplegaba su auto­ridad y divinidad, en las cosas de Dios, sus odios crecían, y forzaron a Herodes y Pilato a crucificarlo. Cuan­do ellos insistían para que Pilato li­bertara al ladrón más bien que a Je­sús, las escrituras dicen: “Porque le habían entregado los príncipes de los sacerdotes” (Marcos 15:10).

Es un gran don el poder amar a los hombres, gozarnos de sus éxitos y ofrecerles nuestras felicitaciones con gracia y sinceridad. Cuando uno está convertido a los ideales de una gran religión, los celos tienden a desapa­recer. Es un hecho que cuando somos movidos por altos ideales y llenos de verdadero amor hacia nuestros seme­jantes «los celos no pueden existir. Ninguna ilustración puede mostrarnos esto mejor que la que nos muestra en su vida y obra Juan el Bautista. Sa­lió del desierto vestido con el más humilde atavío, comiendo el más sen­cillo de los alimentos, llamando a la gente a una nueva y mejor forma de vida. A causa de su diligencia y elo­cuencia sus seguidores aumentaban rápidamente, hasta la gente de los alrededores del Jordán venían a él para ser bautizados. Aunque su men­saje no era un mensaje meloso, las multitudes eran atraídas a él, porque sus enseñanzas despertaban una co­rrespondencia popular.

Años después sus discípulos se en­contraban en Alejandría, Roma, y en las grandes ciudades de Europa. Su popularidad se confirma más en el hecho de que Herodes el tetrarca el representante del gran Imperio Roma­no en Palestina, cuando lo envió a la cárcel lo hubiese hecho matar si no hubiera sido por el temor a la mul­titud porque ellos consideraban a Juan como un profeta.

Ninguna enemistad entre ellos

Juan era tenido en muy alta estima, y en tiempo en que Jesús, su primo, también se estaba haciendo conocer en el mundo.

Jesús mismo consideraba un gran hombre a Juan, diciendo de él que no era “una caña meneada del viento. . . no se levantó entre los que nacen de mujeres otro mayor que Juan el Bau­tista” (Mateo 11:7-11).

Mientras la influencia y populari­dad de Juan estaban en su apogeo, Jesús salió de su reclusión y apareció en la ribera del Jordán, y pidió a Juan que lo bautizara y comenzó su minis­terio.

Aunque ocupados en distintas fases de la misma obra, las personalidades de los dos eran muy diferentes, y fueron hechas comparaciones por sus seguidores; Juan era severo, austero, y no transigía con el error; ayunaba muy a menudo y vivía una magnífica vida de abnegación. Jesús en cambio, se sentaba con los publícanos y pes­cadores, se le encontró en la fiesta de la boda, y era más gozoso, gentil y refinado.

El lugar tibio que Juan ocupaba en los corazones de la gente era grande­mente reemplazado por Jesús, Juan era el precursor del Señor, y él mismo indicó su relación con Jesús diciendo que no era digno de desatar la correa de sus zapatos.

Los allegados a Juan empezaron a dejarlo y seguían a Cristo, su popu­laridad decrecía mientras la popula­ridad del Maestro -crecía. Uno de los discípulos de Juan le preguntó, cómo es que tú fracasas mientras Jesús tiene éxito. En las escrituras se lee “. . .Ra­bí, el que estaba contigo de la otra parte del Jordán, del cual tú diste testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen a él” (Juan 3:26). Juan era de un carácter magnífico, poseía gran dignidad, y podía haber tratado de restar algo del éxito de Jesús y agrandar sus propias virtudes, pero era demasiado grande para ser en­vidioso. Noten su respuesta: “Voso­tros mismos me sois testigos que dije: Yo no soy el Cristo… A él conviene crecer, mas a mí menguar” (Juan 3: 28-30). Ahí está su inteligente recono­cimiento en cuanto a su relativa posi­ción, y ahora, noten el espíritu que manifiesta hacia Jesús, comparándolo al esposo, y él como amigo: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está en pie y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así, pues, este mi gozo es cumplido” (Juan 3:29).

Muchas de las contenciones, peleas, y mala voluntad en este mundo, son causados por desavenencias, severa crítica, envidia y odios. La paz puede ser alentada llevando las desavenen­cias a la Iglesia para ser arregladas, por hablar palabras bondadosas en vez de enojosas y acaloradas, y por reem­plazar envidias y odios por alabanza y amor.

Cuando una persona ha sufrido una injusticia, en vez de albergar rencor, y censurar duramente, más bien debe tratar de arreglarse con el malhechor, perdonándolo y olvidando la injuria.

Porque aquellos que pueden hacer esto son en realidad dignos de ser llamados hijos de Dios, benditos y felices, porque son verdaderos paci­ficadores.

“. . .No nos cansemos, pues, de hacer el bien. Que a su tiempo sega­remos, si no hubiéramos desmayado.

“Así que, entretanto que tenemos tiempo, hagamos bien a todos y ma­yormente a los domésticos de la fe”.

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