Por el sendero de la inmortalidad y la Vida Eterna
(Una serie de discursos del Presidente Clark de la Primera Presidencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, difundidos por la Estación Radiodifusora KSL desde el Tabernáculo Mormón en Salt Lake City, Edo de Utah, U.S.A.)
Número 2, 18 de enero de 1948.
Si no fuereis como niños
Estimables Radio Oyentes:
Yendo de Perea a Jerusalén para celebrar su última Pascua, y después de relatar su gran parábola del fariseo y el publicano, la gente trajo sus niños a Jesús para que los bendijese. Habiéndoselo vedado los discípulos, Jesús los reprendió diciendo: “Dejad los niños venir a mí, y no los impidáis; porque de tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que cualquiera que no recibiera el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (Lucas 18:16 en adelante; Marcos 10:13 en adelante.)
A sus discípulos que disputaban entre sí en cuanto a cuál de ellos había de ser el mayor, Jesús dijo:
“Si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humillare como un niño, éste es el mayor en el reino de los cielos.” (Mateo 18:1-6; Marcos 9:33-37; Lucas 9:4648).
Sin embargo, como lo expresa un antiguo profeta, muchos hombres se han “ensalzado en el orgullo de sus ojos, y han tropezado a causa de la magnitud de su palo de tropiezo. . . echan abajo el poder y los milagros de Dios, y predican para sí mismos su propia sabiduría y su propio saber.” (2Nefi 26:30).
Pablo aclaró a los Corintios la verdad concerniente a los hombres altivos del mundo:
“Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.” (1Cor. 2: 14).
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre, que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios,” (Ibid. vers. 11) y “el espíritu de Dios mora en vosotros.” (1Cor. 3:16).
El hombre debe retirar de su corazón el envanecimiento de su conocimiento y realizaciones. ¿Y por qué no? Pues cuán parecido a una gota de agua en el océano es el conocimiento del más sabio comparado con la plenitud de la verdad del universo. Los hombres deben con toda humildad confesar que Jesús es el Cristo, “porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).
Al hombre natural que se burla de esto, una vez más le recito las palabras de Pablo, “lo loco de Dios es más sabio que los hombres” (1Cor. 1 :25), a la vez que “la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios.” (1Cor. 3:19) En cuanto a la sabiduría del hombre, el Predicador dijo: “Vanidad de vanidades. . . todo vanidad; (Eclesiastés 12:8); y Dios, hablando de los misterios de la creación y la existencia, probó así a Job:
“¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin conocimiento? Ahora ciñe como hombre tus lomos; yo te preguntaré, y tú me lo harás saber. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes entendimiento. Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?
¿Has mandado tú a la mañana en tus días?¿Has mostrado al alba su lugar… ¿Te han sido descubiertas las puertas de la muerte, y has visto las puertas de la sombra de muerte?
¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyadeso desatarás las ligaduras del Orión? ¿Harás salir tú a su tiempo las constelaciones de los cielos?¿Guiarás a la Osa mayor con sus hijos? ¿Conoces tú las leyes de los cielos?¿Dispondrás tú de su dominio en la tierra?” (Job. 38:2-4, 7, 12, 17, 31-33).
El hombre en la actualidad, mediante la sabiduría que Dios ha conferido a sus hijos en estos postreros días, puede entender muchas de las cosas que Job no pudo. Pero el hombre aún no puede resolver la aritmética más sencilla de las creaciones de Dios, o calcular siquiera la relación del sol, de la luna y de la tierra, sin mencionar el sol y todo su sistema planetario, e infinitamente más lejos de esto, los misterios del universo. El hombre aún no entiende las leyes que gobiernan las Pléyades, y el Orion, y el Arcturo ni las que las mantienen en sus lugares en el universo visible, ni las que conservan este universo en su curso de ordenada procesión por la vasta extensión del espacio sin fin. Verdaderamente estrechos son los límites de la mente finita en su relación con lo infinito.
Por consiguiente, yendo nosotros por el sendero de la inmortalidad y la vida eterna, humildemente debemos tratar de entender las simples verdades del evangelio eterno y vivir de acuerdo con ellas, evangelio que se ha formulado para el más débil e ignorante de nosotros, en verdad, tan sencillo así “que los insensatos no yerran.” (Isaías 35:8) Pues la verdad eterna no es locura, sino sabiduría infinita.
Hallada la verdad, el alma humilde y contrita recibe un rayo de la gloria, la majestad y el poder para salvar de aquel que murió a fin de que nosotros viviésemos, quien declaró a aquellos que querían hacerle su rey porque les había dado de comer pan y pescados: “Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre: y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35); el mismo que durante la Fiesta de los tabernáculos dijo en el templo:
“Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida” (Juan 8:12); y quien contestando a Marta cuando se quejó de que él no había llegado antes que muriese Lázaro, manifestó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25, 26); y el mismo que durante la Última Cena proclamó a los apóstoles: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí”. (Juan 14:6).
El hombre que carece de humildad jamás debe olvidarse de las prudentes palabras de Salomón, el hijo de David: “Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu.” (Proverbios 16:18).
Que Dios bendiga nuestros esfuerzos para saber que Cristo es el camino, la verdad y la vida a fin de que emprendamos nuestro viaje por el sendero de la inmortalidad y la vida eterna, humildemente pido en el nombre del Hijo, Amén.

























