Por el sendero de la Inmortalidad y la Vida Eterna
Personalidad de Dios, El Padre
Por J. Rubén Clark Jr.
(Número 4, 1º de febrero de 1948)
La semana pasada vimos que Dios vive, que es el mismo ayer, hoy y para siempre, inmutable, de eternidad en eternidad, y que no es un Dios que cambia con los tiempos o los razonamientos de los hombres.
La última noche que pasó con sus apóstoles antes de su muerte, Jesús fué con ellos de la sala donde habían celebrado la Pascua hacia el Monte de los Olivos, y allí suplicó a su Padre. En esta gran oración intercesora dijo:
“Esta empero es la vida eterna: que te conozcan a ti el solo Dios verdadero, y a Jesucristo al cual has enviado.” (Juan 17:3).
¿De qué manera de ser es Dios para que lo conozcamos y ganemos la vida eterna?
Mucha es la confusión que ha surgido en las sectas cristianas respecto de este asunto desde los días posteriores a la Iglesia Apostólica, a la cual los apóstoles de Cristo enseñaron, presidieron y dirigieron. Aunque afirmaba estar tratando de evitar reducir a conceptos racionales el tema, no obstante, la iglesia de los días después de los apóstoles ha intentado, mediante razonamiento y sabiduría humana, describir a Dios y sus atributos en una manera aceptable a la razón humana, en lugar de aceptarlo como él mismo se ha declarado ser.
Un credo declara que “hay un Dios verdadero y viviente, Creador y Señor del cielo y de la tierra, todo poderoso, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en inteligencia, en voluntad y en toda perfección, el cual, como que es una sola absolutamente pura e inmutable sustancia espiritual, ha de ser así declarado como real y esencialmente distinto del mundo, de suprema beatitud en sí mismo y de sí mismo, e inefablemente exaltado sobre todas las cosas existentes o concebibles, con excepción de él mismo.” (Concilio Vaticano de 1870, de los Credos de la Cristiandad por Schaff, tomo 2, pág. 239).
Otro credo afirma: “No hay sino un Dios viviente y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes y pasiones; de infinito poder, sabiduría y poder; creador y proveedor de todas las cosas, tanto visibles como invisibles. Y en la unidad de este Dios hay tres personas, de una misma sustancia, poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.” (Credo de la Iglesia de Inglaterra, ídem, tomo 3, página 287).
Críticos más prominentes, esencialmente ateísticos en sus conceptos, han desarrollado la herejía a que nos referimos la semana pasada, que el hombre fabrica su propio dios, que las así llamadas verdades religiosas son hechuras del hombre, que dichas verdades varían y cambian al paso que el razonamiento humano se desarrolla o retrocede, añadiendo que los milagros son meras decepciones y mitos, y que Jesucristo mismo es un mito, y luego han añadido multitud de otras herejías que perturban al imprudente y enredan al incauto.
¡Pero cuánto se desvían éstos de las sencillas afirmaciones ‘ de las escrituras!
La Santa Biblia, que todo cristiano debe aceptar, dice en el idioma más claro que el hombre es a la imagen de Dios:
“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . . y crió Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo crió, varón y hembra los crió.” (Gen. 1:26, 27; véase también Moisés 3:7, la relación que se halla en la revisión inspirada del Profeta.)
El Salvador fué hecho a imagen del Padre. Al estar predicando en el templo, Jesús dijo:
“Y el que me ve, ve al que me envió.” (Juan 12:42 en adelante).
Pablo, dirigiéndose a los Colosenses, les declaró que Cristo “es la imagen del Dios invisible.” (Colosenses 1:15); y a los Romanos, refiriéndose a Dios y al Hijo, anunció que el Hijo era “la misma imagen de su sustancia”, es decir, la sustancia de Dios. (Hebreos 1:3).
Las escrituras abundan en ejemplos y afirmaciones que muestran que Dios posee los atributos que el Cristo también tuvo, atributos que se encuentran en los hijos de Dios:
Habló con Moisés “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11), “a las claras, y no por figuras”. (Números 12:8; véase Moisés 1:2 en adelante).
Tuvo atributos que Cristo manifestó y que los hombres poseen. El mismo declaró en los Diez Mandamientos que era “celoso” (Éxodo 20:5); y lo repitió en otras ocasiones. (Deuteronomio 4:24; 6:15) Josué advirtió al pueblo que su Dios era un Dios santo y un Dios celoso. (Josué 24:19) En los días antiguos se dijo: “El furor de Jehová se incendió contra Israel” (Jueces 2:14); y que su enojo e ira visitó al pueblo una vez tras otra, especialmente contra sus iniquidades. (Jueces 3:8; 2Reyes 13:3; Romanos 1:18; 2Nefi 26:6; Doc. y Con. 1:13; 5:8; 19:15; 61:31; 82:6; 97:24; Moisés 8:15).
Pero en Dios también abundan el amor y la misericordia. Con cuánta ternura debe haber repetido a Moisés, al pasar delante de él: “Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y bondadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado.” (Éxodo 34:6-7) Obsérvese también el testimonio de Daniel:
“De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia, y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado.” (Daniel 9:9; véase Efesios 4:32).
Moisés declaró a Israel en el desierto:
“Solamente de tus padres se agradó. Jehová para amarlos. . . que hace justicia al huérfano y a la viuda que ama también al extranjero dándole pan y vestido.” (Deut. 10:15, 18; 28:5).
En su gran discurso sobre el Monte de los Olivos, al cual ya se ha hecho referencia, Jesús habló así:
“Pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis y habéis creído que yo salí de Dios” (Juan 16:27); y Juan dijo: “El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor.” (1Juan 4:8).
Otro de los profetas antiguos ha declarado:
“Pero he aquí que el Señor ha redimido mi alma del infierno; sí, he visto su gloria, y me veo circundado para siempre con los brazos de su amor.” (2Nefi 1:15).
Por último, Jesús, discutiendo con el temeroso Nicodemo que vino a él de noche, le dijo:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).
Si estas palabras claras pueden acaso expresar un significado preciso, entonces deben significar lo que dicen: que el hombre es a imagen de Dios, a semejanza de él; que el Unigénito es a semejanza del Padre, la “imagen expresa”, y sabemos que el hombre es a semejanza del Unigénito, porque habitó entre nosotros. De modo que Dios es una persona con la forma y estatura esencial del Unigénito, e igual que sus hijos tiene cuerpo, partes y pasiones.
¿Por qué pues burlarse de Dios con herejías? ¿Por qué hacer de él un falsificador enseñando que es algo distinto de lo que él y su Hijo han declarado que es? Si Dios es una esencia inmensa o nebulosa, o sin forma, sin cuerpo, partes o pasiones, conforme al concepto de la sabiduría del hombre, ¿por qué no nos lo dijo sinceramente, cándidamente explicando: “Puesto que no podéis tener un concepto de mí o entenderme como soy, voy a falsificar diciéndoos que mi Unigénito y vosotros, mis hijos, sois a mi imagen, a mi semejanza, y quiero que mi Unigénito declare la misma falsedad.”
¿Por qué no se expresó así? ¿Por qué? Porque esta herejía es error, nacido de Satanás, mientras que Dios es un Dios de verdad.
Dios es un personaje, su Hijo es a su imagen expresa y el hombre es a su semejanza.
Esto debemos saber para poder seguir nuestro camino por el sendero de la inmortalidad y la vida eterna.
Doy este testimonio en el nombre del Hijo. Amén.
























