El hombre vivió antes de su estado mortal

Por el sendero de la Inmortalidad y la Vida Eterna

El hombre vivió antes de su estado mortal

Por J. Rubén Clark Jr.

(Una serie de discursos del Presidente Clark de la Primera Presidencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, difundidos por la Estación Radiodifusora KSL desde el Tabernáculo Mormón en Salt Lake City, Edo de Utah, U.S.A.)

Número 7, (22 de febrero de 1948.)

Estimado Radio Auditorio:

La semana pasada, al discutir el asunto de nuestro punto de partida a la tierra, vimos que las Santas Escri­turas claramente indican, así como declaró Jesús mismo, que él había existido con el Padre antes de su vida mortal; que había vivido con el Padre en la eternidad desde el principio mismo, durante incontables períodos antes que viniese a la tierra a tomar sobre sí un cuerpo mortal.

Si alguien nos preguntara qué sig­nificado tiene esto para nosotros, se podría responder que Cristo es el tipo supremo de la creación de Dios: es perfecto, aun como nuestro Padre Celestial, porque él y el Padre son uno,1 y nos amonestó que fuése­mos perfectos aun como nuestro Pa­dre en los cielos es perfecto.2

Si deseamos ser perfectos, debemos conocer lo más cabalmente que se puede, existiendo la debida corres­pondencia entre su misión exaltada y nuestros llamamientos mucho más hu­mildes, las experiencias de ser, de existir, que él tuvo que pasar. De ma­nera que si él tuvo una existencia previa, de igual manera nosotros la debemos haber tenido, a fin de que aprendiésemos del Padre, aun como el Hijo testificó repetidas veces que él había aprendido del Padre, lo con­cerniente a los principios del evan­gelio y el camino de la vida, y así prepararnos para la existencia mor­tal.

Es punto fundamental de toda doc­trina el que todo hombre mortal tie­ne dentro de sí un espíritu. Ningún cristiano sincero duda esto. Se puede citar un ejemplo: Jesús levantó de los muertos a una niña, hija del prín­cipe de la sinagoga, aunque los pre­sentes «hacían burla de él, sabiendo que estaba muerta.” El evangelista dice que Jesús “no dejó entrar a na­die y tomándola de la mano, clamó, diciendo: Muchacha, levántate. En­tonces su espíritu volvió, y se levantó luego.” 3

Cuando Coré y los que se habían revelado con él se juntaron “a la puerta del tabernáculo del testimo­nio”, Moisés y Aarón “se echaron sobre sus rostros, y dijeron: “Dios, Dios de los espíritus de toda carne.” (4) Cuando le pidió al Señor que pu­siera varón sobre la congregación, resultando en que Josué fuese esco­gido, Moisés se dirigió a él así: “Jehová, Dios de los espíritus de toda carne.” 5

Pablo dijo a los Hebreos:

“Por otra parte, tuvimos por casti­gadores a los padres de nuestra car­ne, y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Pa­dre de los espíritus, y viviremos?”6 En Eclesiastés, el Predicador dijo: “Y el polvo se torne a la tierra, como era, y el espíritu se vuelva a Dios que lo dió.” 7

Las escrituras claramente demues­tran que nuestros espíritus se halla­ban con el Padre antes que naciése­mos.

Jeremías se quejó con el Señor de que no podía hablar porque apenas era un mancebo, pero el Señor lo reprendió:

“No digas, soy niño; porque a to­do lo que te enviaré irás tú, y dirás todo lo que te mandaré. No temas delante de ellos, porque contigo soy para librarte, dice Jehová.” 8

Y para mostrar que conocía al profeta y su habilidad, el Señor tam­bién dijo:

“Antes que te formase en el vien­tre te conocí, y antes que salieses de la matriz te santifiqué, te di por pro­feta a las gentes.” 9

Pablo, hablando a los Efesios y a los Tesalonicenses, afirma que el Señor había escogido a algunos “an­tes de la fundación del mundo” y “desde el principio.” 10

No podría haber dicho esto si los escogidos no hubiesen existido desde el principio.

Al pasar Jesús junto a un hombre que había sido ciego desde su naci­miento, sus discípulos le preguntaron:

“Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego?” in­dicando con esto las enseñanzas re­cibidas del Maestro que el espíritu del hombre existió antes de nacer en el estado mortal, y que nuestra con­dición actual podría haberse deter­minado por nuestros hechos antes de venir aquí. 11

Además, los sagrados escritos acla­ran que el Padre y el Hijo no estaban solos en su morada eterna, sino que habitaban entre incontables huestes celestiales; que una gran contención surgió entre estas huestes; que parte de ellas se rebeló contra el Padre, bajo la dirección de Lucifer, un hijo de la mañana, quien quiso ensalzarse sobre Dios; que siguió una guerra; que Lucifer y sus partidarios, la ter­cera parte de las huestes del cielo, fueron expulsados y echados en un abismo sin fondo, convirtiéndose en el diablo y sus ángeles. La revelación moderna explica todo esto claramen­te. 12

Hablando de las huestes que si­guieron a Satanás, Judas afirma que no guardaron su dignidad, 13 y Pe­dro declara: “Dios no perdonó a los ángeles que habían pecado, sino que habiéndoles despeñado en el infierno con cadenas de obscuridad, los entre­gó para ser reservados al juicio.14 Las escrituras nos explican que estos espíritus rebeldes no pueden lícita­mente recibir cuerpos, pero que cons­tantemente están tratando de robárselos. En repetidas ocasiones Jesús los echó de cuerpos de los cuales que­rían posesionarse. Así fue en el caso del endemoniado de la sinagoga en Capernaum, cuando los espíritus in­mundos declararon que Jesús era el Santo, y le suplicaron que los dejara en paz.15 Así sucedió con aquellos que eran afligidos por estos espíritus con ceguedad y mudez, que después de ser sanados por Jesús veían y ha­blaban; 16 e igualmente él loco fu­rioso que Jesús encontró cerca del monte de Hermón.17 Pero en el ca­so de los dos endemoniados del país de los Gadarenos, poseídos de legiones de espíritus inmundos, es donde más claramente hallamos la razón porque los espíritus malos entraban en cuer­pos mortales. Reconociendo al Cristo, clamaron: “¿Has venido aquí a mo­lestarnos antes de tiempo?” Presin­tiendo que los iba a echar fuera, “le rogaban que no les mandase ir al abismo”, sino que los dejase entrar en los cuerpos de los cerdos, y ha­biéndolo permitido él, “el hato se arrojó de un despeñadero al agua, y se ahogó.” 18

De modo que las escrituras nos enseñan que vivimos antes de venir a este mundo; que aquellos que fue­ron rebeldes en el estado preexisten­te no poseen cuerpos aquí; que aque­llos que guardaron su dignidad o pri­mer estado reciben cuerpos aquí; que algunos son escogidos antes de su nacimiento mortal para cierta obra en esta tierra; que nuestras vidas en el estado preexistente tienen cierto efecto o influencia en nuestras vidas aquí; y todo cristiano cree que cuan­do salgamos de aquí, nuestras vidas en el otro mundo serán felices o des­graciadas, según como hayamos vi­vido aquí.

No hay cabida en este gran plan, decretado en el concilio celestial,19 para la gran herejía que primero predicó Tertuliano, si es que él mis­mo no la inventó y que aún la procla­ma una parte muy grande del mundo sectario —relativa a que nuestros es­píritus no tuvieran una existencia an­terior a la mortal, sino que fueron engendrados, igual que lo son nues­tros cuerpos mortales por nuestros padres mortales.20

Nuestro Padre Celestial crió nues­tros espíritus. Nosotros existimos an­tes de venir a la tierra.

De modo que todos los que viven se encontrarán en el sendero de la in­mortalidad y la vida eterna, que es la gloria de Dios, si tan sólo viven rectamente, obedeciendo los manda­mientos de Dios.

Que así podamos vivir ruego en el nombre del Hijo, aquel que es nues­tro abogado ante el Padre. Amén.


  1. Juan 17:21 en adelante.
  2. 5:48; Col. 1:28; San. 1:4.
  3. 8:53 en adelante.
  4. Núm. 16:19-22
  5. Núm. 27:15 en adelante
  6. 12:9
  7. 12:7
  8. 1:7-8
  9. 1:5
  10. 1:4; 2 Tes. 1:13
  11. Juan 9:1-2
  12. Isaías 14:12 en adelante; Luc. 10:18; Apo. 12:3 en adelante; 20:2; 2 Péd. 2:4; Jud. 6; D. y C. 29:36; 76:25 en adelante; Abrahám 3:27-28.
  13. Jud. 6
  14. 2 Ped. 2:4
  15. 1:21-28; Luc. 4:31-37
  16. 9:32-34; 12:22-23
  17. 17:14 en adelante; Mar. 9:14-29; Luc. 9:37-43
  18. 8:28-34; Mar. 5:1-20; Luc. 8:26-39
  19. Abrahám 3; Moisés 3
  20. Newman I, p. 262; Enciplopedia Schaff-Herzog de Conocimiento Religioso, “Alma y Espíritu”.
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