La reverencia

La reverencia

por el Presidente David O. McKay

Discurso pronunciado en la primera sesión de la conferencia en Cuautla, Morelos, el sábado en la mañana, 14 de febrero de 1948.    

Hermanos y Hermanas:

Deseo que pudiese decir más en español, pero no puedo, así es que tendré que pedirle al Presidente Pierce que bondadosamente interprete lo que diga en inglés.

Hace cuatro años que la hermana McKay y yo visitamos Cuautla. Fui­mos festejados aquí en este pueblo, en este mismo lugar por el hermano y la hermana Morales, y otros miembros de su familia. Fué en aquella ocasión que decidimos comprar un lote y edificar una capilla. Ahora vemos el cumplimiento de ese sueño.

Os felicito por este bello edificio, erigido para la adoración, para la recreación y el estudio. Sin embargo, esta mañana fui impresionado con la necesidad de tener la religión pura en nuestros corazones al entrar en este edificio. Entramos en esta capilla pa­ra adorar al Señor. Queremos partici­par de Su Espíritu, y por participar de Su Espíritu edificamos nuestra propia fuerza espiritual. En la ora­ción dada a nosotros por el Señor nuestro Salvador, la primera frase contiene estas palabras, “Padre nues­tro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” La palabra santi­ficado”, de sí misma, está asociada con el espíritu de reverencia, y la reverencia es uno de los atributos más sagrados del alma. El amor es el atributo más alto. La simpatía de uno al otro es otro atributo, pero creo que yo pondría la reverencia próxima al amor.

Ningun hombre es verdaderamente grande si no tiene reverencia hacia la Deidad, y hacia cosas sagradas. Byron fué un gran poeta, pero no fue tan grande como Wordsworth. Estos fueron dos grandes poetas ingleses. Si estudiáis sus vidas, veréis que la diferencia en su grandeza estriba en el hecho de que Byron careció de reverencia. Wordsworth amaba al Se­ñor y fué afín con los seres humanos. Es cosa maravillosa desarrollar esta característica, el espíritu de verdadera reverencia. Esa es una de las virtudes que hizo grande al presidente Lincoln. La gente en los Estados Unidos cele­bró el cumpleaños de Abraham Lin­coln el 12 de febrero. Yo pienso que no hemos tenido hombre más grande en los Estados Unidos que Abraham Lincoln. Su espíritu de reverencia fue ilustrado cuando salió de su pueblo natal para tomar posesión de la pre­sidencia de los Estados Unidos. En­tonces estaba en Springfield, Illinois, y cuando estaba para subir al tren para salir de aquel pequeño pueblo donde había pasado tantos años de su vida, se volteó hacia la gente del pueblo quienes habían venido a des­pedirse de él, se paró por unos mo­mentos en silencio, tuvo dificultad en controlar sus sentimientos, y entonces en una voz temblorosa dijo: “Mis ami­gos, nadie que no esté en mi posición puede apreciar mi sentimiento de tris­teza en esta despedida. A este lugar y a la bondad de este pueblo, debo todo. Aquí he vivido por el cuarto de un siglo, y he pasado de un joven a un anciano.” (El no tenía más que 52 años, así es que no estoy de acuerdo que era viejo). “Aquí han nacido mis hijos y uno está sepultado. Ahora sal­go, no sabiendo cuándo o si jamás re­gresaré, con una tarea’ ante mí más grande que la que descansó sobre Washington.” (Ahora fijaos en esto). “Sin la ayuda de aquel ser Divino que siempre le ayudaba, nunca ten­dré éxito. Pero con aquella ayuda no puedo fallar. Confiando en él, quien puede ir conmigo y permanecer con vosotros, y estar dondequiera para siempre, esperemos confiadamente que todo estará bien. Encomendándoos a su cargo, tal como espero que en vuestras oraciones me encomendaréis, os doy una despedida afectuosa.»

Repito, hermanos y hermanas, que la reverencia hacia Dios y las cosas sa­gradas es característica mayor de una gran alma. Los hombres chicos pue­den triunfar, pero sin la reverencia nunca pueden ser grandes. Una de las mejores lecciones que he recibido en mi vida con respecto a la reverencia para la Iglesia de Dios (uso iglesia en el sentido de capilla) la recibí ha­ce muchos años cuando visité a Brigham City, Utah. Entonces era Superintendente General de las Escuelas Dominicales de la Iglesia, y teníamos una Conferencia de la Escuela Domi­nical en Brigham City. El Superinten­dente de la Escuela Dominical de la Estaca y yo nos acercábamos tempra­no al edificio. Poco antes que volteamos por la entrada, vimos que se acercaba a nosotros el obispo del ba­rrio. El Superintendente de le Escue­la Dominical, el Eider Hoopes, dijo, “Aquí viene el obispo del barrio. El es siempre el primero en la capilla los domingos.”

Al entrar en la capilla le dije en voz algo alta, “Obispo, acabo de oír un elogio para usted. El Superinten­dente Hoopes acaba de decirme que usted es siempre el primero en la ca­pilla en las mañanas del domingo. Le felicito en su verdadera dirección y su digno ejemplo de puntualidad.” Cuando me constestó, fué en una voz baja. Entonces me fijé que cuando los otros entraron, aunque el culto todavía no había principiado, habla­ron en voz baja. Indagué en cuanto a la razón por la cual hablaban en voz baja, y me dijeron que cuando el edificio fué dedicado, el obispado del barrio, los maestros visitantes, las presidencias de los quorums todos se juntaron y decidieron que cuando entraran al edificio, hablarían en voz baja. Me interesó observar que cuan­do los niños entraron para la Escuela Dominical a las diez de la mañana, ellos también tenían una actitud re­verencial tal como sus padres y madres. Al dar las diez, la hora de principiar la Escuela Dominical, todo estaba en orden. Después de la Es­cuela Dominical, le dije al obispo: “¿Aceptó toda la gente su sugestión de estar quietos cuando entraran al edificio?” El me dijo, “Bueno, la ma­yoría de ellos sí, pero recuerdo que un señor quien había vivido aquí unos años, al entrar a la capilla principiaba a saludar y decir en una voz alta, ‘¿Cómo le va?’ Cuando uno de sus amigos respondía en una voz muy ba­ja, el decía, ‘¿Qué le pasa, también tiene un resfrío?’” Pero el obispo dijo que un poco después también aquel hombre ruidoso entraba quietamente, y se regocijaba en el orden y quietud que había sido manifestado por la gente del barrio.

Ahora estoy seguro que el Señor está complacido con el espíritu de amor fraternal que se ve expresado tan manifiestamente por los Santos de los Ultimos Días. Una de las cosas más bellas en la vida es la amistad. Uno de los privilegios más preciosos en nuestra Iglesia es el espíritu del Sacerdocio. El sentido que respetamos uno al otro y regocijamos en la aso­ciación de uno y el otro. Yo creo que es bello; y una de las posesiones mas valerosas que un hombre o mujer puede tener es un amigo verdadero. Tenemos muchos conocidos, pero muy pocos amigos, y los Santos de los Ul­timos Días son amigos, y nos gusta expresar aquella amistad y amor el uno hacia el otro, pero cuando entra­mos en la casa de adoración, saludé­monos el uno al otro quietamente. Porque cuando este edificio sea dedicado, lo daremos al Señor. Esta es Su casa y venimos por invitación para encontrarlo, y si en realidad le vemos, ciertamente no deberíamos es­tar bulliciosos ni ruidosos.

Un gran escritor dijo que si Sha­kespeare, o algún otro gran hombre, entrara a este cuarto, probablemente todos nos hincaríamos y le adora­ríamos. Jesús nos dió la lección cuan­do estaba en Jerusalén. Un día fué al templo, la casa de Su Padre, y al entrar en el patio delantero de aquel templo, un corredor largo y abierto, vió en un lugar las mesas de los cambiadores de dinero. En otro lu­gar vió palomas y algunos corderos. Estos cambiadores de dinero estaban allí para cambiar el dinero de los ex­tranjeros que venían para pagar sus diezmos y ofrendas. Las palomas es­taban allí para ser compradas por los pobres que iban a ofrecerlas para holocausto. Aquellos que tenían más dinero y podían comprar un cordero y ofrecerlo para holocausto, también lo hacían. Ahora estos cambiadores y negociantes estaban allí para la con­veniencia’ de los viajantes y adorado­res que venían al templo. Pero esta­ban fuera de su lugar en el templo del Altísimo, y cuando Jesús y los apóstoles entraron en el templo y El oyó el retintín del dinero, el arrullo de las palomas, y el balido de los corde­ros, y oyó las voces altas de los cam­biadores del dinero, se entristeció e hizo un azote de cordones chicos. Volteó las mesas de los cambiadores del dinero, y dijo a los vendedores de palomas y borregos, “Qui­tad de aquí esto, y no hagaís la casa de mi padre casa de mercado.” (Juan 2: 16) Cierto, no traemos nuestras palomas y nuestros borregos a la casa de adoración. No cambia­mos ni vendemos, ni aceptamos dine­ro, pero a veces mantenemos en nues­tras mentes y traemos los pesares de la vida con nosotros, inquietudes de la vida cotidiana. A veces traemos en nuestros corazones el odio hacia nues­tros prójimos. A veces traemos celos en nuestros corazones. Estas cosas de­berían de dejarse afuera y cuando entremos a la casa de oración, entre­mos para expresar nuestro amor y reverencia hacia Dios.

Ahora, próximo al amor de Dios está el amor hacia nuestros prójimos, y repito tal como lo dije antes que Dios está complacido con nuestras expresiones de amistad y amor el uno hacia el otro. Sus dos grandes man­damientos que incorporaron todos los demás mandamientos son éstos: “Ama­rás al Señor tu Dios de todo tu cora­zón, de toda tu alma, y de toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:37, 39).

Así hermanos y hermanas, es un privilegio encontrarlos aquí en este centro, edificado para la adoración del Señor y para las juntas sociales y culturales, pero cuando nos encontremos uno al otro, recordemos que es­tamos en la Casa del Señor y usemos voces bajas, y evitemos toda plática en voz alta y conducta ruidosa^ por­que estamos en la presencia de Dios en Su Casa. Así podremos poner un ejemplo digno.

Hay mucha gente en Cuautla quie­nes están sospechosas de nosotros y algunos de sus maestros religiosos han extendido falsedades acerca de nosotros. Ahora, queremos que aquella gente venga y vea precisamente lo que somos, y nos juzgarán por lo que digamos y hagamos. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen á vuestro Padre que es­tá en los cielos”. (Mateo 5:16).

Estamos regocijados de verlos otra vez. No parece que cuatro años han pasado desde que estuvimos aquí. Te­nemos gratas memorias de esa visita, y sabemos que vamos a añadir a aquellas memorias muchas otras me­morias alegres.

Que el mejor espíritu del Señor more en vuestros corazones aquí en Cuautla durante estos servicios. A la conclusión del servicio dedicatorio mañana en la tarde, que todos poda­mos mirar todas nuestras asociaciones que hayamos hecho sin tener nada que lamentar. Pero por otra parte, que po­damos sentir que hemos aumentado nuestras amistades, nuestros testimo­nios. Que atesoremos en lo futuro nuestra visita aquí en Cuautla como una de las más importantes y precio­sas de nuestras vidas.

Que Dios nos bendiga hacia este fin, lo pido en el nombre de Jesu­cristo. Amén.

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1 Response to La reverencia

  1. Avatar de Luis Gallardo Luis Gallardo dice:

    Muy bonita la enseñanza comenzare a practicarlo con mis nietos ya que ellos seguirán regando
    la semilla.

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