Tu armadura

Tu armadura

Por el Apóstol Harold B. Lee.
Tomado del Mensajero Deseret, Liahona Diciembre 1954

Tal vez habrán oído tanto como yo, a muchos predicadores en sus sermones hablando repetidamente de nuestra existencia aquí en la mortalidad como “la batalla de la vida”. Habrán tratado de analizar cuál puede ser la analogía sugerida de la vida como una “batalla”. Para tener una batalla así como nosotros la entendemos, debe haber primeramente una razón o principio por el cual contienden fuerzas opuestas, cada fuerza bajo el generalato de un estratega maestro, llamado el oficial comandante. A fin de lograr el éxito de cada ejército debe entrenar a sus soldados en la ciencia de la guerra, en rígida disciplina, y hacer que cada hombre que pelea esté unido con el equipo y las armas de guerra. Como preludio a toda conflagración, espías y quinta columnistas trabajan detrás de las líneas de las fuerzas del enemigo a fin de hacer dos cosas; primero descubrir la fuerza y las debilidades del enemigo, y segundo esparcir propaganda a fin de desmoralizar y crear la confusión. La medida del éxito en cada contienda está dada por el número de bajas infligidas al enemigo —en prisioneros, en muertos y en heridos.

Los predicadores de otras dispensaciones, al igual de los de la actualidad, vieron y hablaron de la vida como un continuo conflicto entre fuerzas opuestas el Profeta Isaías habla de una “dolorosa” visión que le vino en la cual el Señor le enviaba, a que colocara un vigía para que informara qué podía, ver desde su atalaya. Así como el vigía en la visión informaba obedientemente hora tras hora de la venida de jinetes, carros, leones, etc., la voz del Señor vino nuevamente a Isaías diciendo, “Guarda, ¿qué de la noche?” “Guarda, ¿qué de la noche?” Ahí, la sugestión, de que teníamos que temer más de los enemigos que no podíamos percibir con nuestros ojos, los “enemigos de la noche”, que de aquellos que eran factibles de verse.

En un todo de acuerdo con la visión del Profeta Isaías fué la declaración del mismo Maestro, “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuervo en el infierno”. (Mateo 10:28).

De que hay una fuerza de mal en el mundo es tan cierto como que está siendo dirigida a socavar los cimientos de la rectitud, y que entre estas dos fuerzas existe un eterno conflicto con el precio del alma humana como recompensa. Las escrituras lo declaran así. “Y fué hecha una grande batalla en el cielo. . . Y fué lanzado fuera aquél gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña a todo el mundo; fué arrojado en tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”. (Apocalipsis 12:7-9). Así mismo las escrituras explican la razón, “Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrio del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder. . . Y llegó a ser Satanás sí, aún el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos según la voluntad de él”. (Moisés 4: 3-4).

Ahora ustedes pueden ver claramente la analogía existente entre nuestra existencia terrenal y “la batalla de la vida”.

Satanás manda una poderosa fuerza que comprende una tercera parte de todos los espíritus de los hijos de Dios que fueron echados con él —tangible y real aunque no siempre discernible mediante la vista, y bajo esta magistral dirección acomete constantemente con una propaganda de mentira y engaño. Una de sus mentiras más enormes ha sido descrita por un profeta, “Y, he aquí, a otros lisonjea él, diciéndoles: No hay infierno; yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así es como él susurra a sus oídos, hasta que los agarra con sus terribles cadenas, de las que no hay escape”. (2Nefi 28: 22) Jesucristo es el capitán de la hueste de Israel empleando fuerzas aún más poderosas, tanto visibles como invisibles. Su propaganda de mayor atracción es la verdad, la personificación cabal de lo que está fundado en la plenitud del evangelio de Jesucristo.

El gran misionero de los Gentiles, Pablo el apóstol, declara la realidad de esta contienda espiritual del individuo y nos urge a que nos armemos para el conflicto. Aquí están sus palabras:

“Por lo demás, hermanos míos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza.

Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo.

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; Sino contra principados, contra potestades, contra señores, del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires.

Por lo tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo”. (Efesios 6: 10-13)

Nótese cuidadosamente que la declaración del Apóstol Pablo implica que nuestras contienda mortal no es con enemigos humanos los que podrían venir bombarderos, para destruirnos, sino que nuestra eterna lucha es con enemigos que emergen de las sombras y pueden no ser percibidos por los sentidos humanos.

Luego el Apóstol Pablo demuestra su gran habilidad como un inspirado maestro al describir a cada uno de nosotros como a un guerrero equipado con la armadura esencial para proteger las cuatro partes del cuerpo humano a las cuales aparentemente Satanás y sus huestes por su eficiente sistema de espionaje, ha encontrado como las partes más vulnerables por las cuales los enemigos de la rectitud pueden realizar su “desembarco”, e invadir el alma humana.

Aquí están sus inspiradas enseñanzas:

«Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos de la coraza de justicia.

Y calzados los pies, con la preparación del evangelio de paz;. . .y tomad el yelmo de salvación…”. (Efesios 6: 14-17)

¿Han tomado en cuenta las cuatro partes principales de sus cuerpos que deben ser guardadas?:

  1. Un cinto en vuestros lomos.
  2. Una coraza sobre vuestros corazones.
  3. Vuestros pies calzados.
  4. Un yelmo sobre vuestras cabezas.

Estas instrucciones toman una importancia capital cuando se recuerda que los lomos son esas porciones del cuerpo entre las costillas inferiores y las caderas, región donde se hallan los órganos generativos vitales, y también que en las escrituras y en otros inspirados escritos los lomos simbolizan virtud o pureza moral y fuerza vital; el corazón sugiere nuestra diaria conducta en la vida, de ahí que el Maestro enseña: “. . . Porque de la abundancia del corazón habla la boca, un buen hombre. . . del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo. . . saca malas cosas”. (Mateo 12: 34-35)

Los pies ejemplifican el curso que toman en el viaje, de la vida. La cabeza, lógicamente, representa el intelecto.

Pero ahora hay que detenerse a apreciar cuidadosamente de qué elementos deben estar confeccionadas las varias partes de la armadura.

La verdad debe ser la substancia de la cual debe estar formado el cinto alrededor de sus lomos si su virtud y fuerza vital han de ser salvaguardadas. ¿Cómo puede la verdad protegerle de una de las más mortales de todas las maldades, la incontinencia? Primero, por una definición de verdad: Verdad es conocimiento, de tal manera el Señor nos dice: “Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser”; (Doc. y Con. 93:24) Consideremos por unos momentos los conocimientos esenciales que son necesarios para combatir la inmoralidad, el siempre presente enemigo de la, juventud: Los hombres y las mujeres son hechura de Dios y creados a su imagen y semejanza como seres mortales: Uno de los primeros mandamientos dados a nuestros primeros padres mortales, “multiplicad y henchid la tierra” ha sido repetido como una instrucción sagrada a cada joven y señorita. Santo de los Últimos Días fiel y creyente, casados en sagrada ceremonia. A fin de que este sagrado propósito de la paternidad pueda ser realizado, nuestro Creador ha colocado en el pecho de cada hombre y mujer perfectamente normal una fuerte atracción de uno hacia el otro que madura en una amistad que los lleva a través de un romance en el noviazgo y finalmente se perfecciona en un feliz matrimonio. Pero ahora noten ustedes ¡Dios nunca ha dado tal mandamiento a personas que no han sido casadas! En verdad por el contrario. Él ha escrito en el decálogo en un lugar de importancia y siendo el crimen el único que lo antecede, el divino precepto: “No cometerás adulterio” (e incuestionablemente interpretado se refiere a toda clase de asociación ilegal como lo expresa el Maestro, al usar indistintamente las palabras adulterio y fornicación definiendo la impureza sexual, y severamente condenada en cada dispensación por líderes autorizados de la iglesia).

Aquellos que se consideran dignos y entran en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio practicado en el templo por tiempo y eternidad estarán colocando la piedra fundamental para un hogar eterno en el Reino de los Cielos el cual no tendrá fin. Su recompensa será tener “aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás”. Estas verdades eternas, si las creen con todas las fuerzas de sus almas, serán como un cinto que servirá de armadura para sus lomos a fin de salvaguardar sus virtudes tanto como para proteger sus vidas.

Pero ahora trataré de ponerlos en guardia nuevamente contra los métodos que utiliza Satanás a fin de destruirles. El Señor, después de darnos una definición de lo que es verdad como fué expresado más arriba, dice lo siguiente: “Y lo que fuere más que esto o menos que esto es el espíritu de aquél inicuo que fué mentiroso desde el principio”. (Doc. y Con. 93: 25) Cuando están tentados a la inmodestia en el vestir o a mantener conversaciones sucias u obscenas o a una conducta desvergonzada en su noviazgo, le están haciendo el juego a Satanás y se están convirtiendo en víctimas de su lengua mentirosa. Así es que si permiten que las vanas teorías de los hombres les hagan dudar en sus relaciones con Dios, el divino propósito del matrimonio y sus planes futuros para la eternidad, están corriendo peligro y siendo víctimas del maestro de las mentiras ya que todas ellas son contrarias a la verdad que es la que les salva de tales peligros.

Ahora, ¿qué diremos de la coraza que cuidará sus corazones o dicho de otro modo su conducta en la vida? El Apóstol Pablo dice que la coraza será de un material llamado rectitud. El hombre recto aunque altamente superior a los demás que no lo son, es humilde y no alardea de su rectitud para poder ser visto por los hombres sino que disimula sus virtudes con la misma modestia con que disimularía su desnudez. El hombre justo se desvive por progresar mediante sus propios esfuerzos sabiendo que diariamente tiene necesidad de arrepentimiento por sus malas interpretaciones y su negligencia. No se preocupa mucho por lo que puede conseguir sino que se preocupa más por lo que puede dar a otros sabiendo que ese es el camino que lleva a la verdadera, felicidad. Trata de hacer de cada día su obra maestra de manera que al llegar la noche pueda confesar al Señor de que con todo lo que ha llegado a sus manos en ese día ha tratado de hacer lo mejor que su habilidad le permitía. Su cuerpo no está desgastado ni debilitado por las lacras de una vida disoluta; su juicio no está influenciado por las liviandades de la juventud; tiene una visión clara, un intelecto sagaz, y un cuerpo fuerte. La cota de la rectitud le ha dado “la fuerza de diez porque su corazón es limpio”.

Pero continuando con sus armaduras. Sus pies, los que representan sus objetivos y metas en la vida, deben estar calzados. ¿Calzados con qué? “¡Con la preparación del evangelio de paz!” Ya sea en un discurso a en una canción, ya sea en combate moral o físico, el laurel de la victoria con toda seguridad descansa sobre aquél que está preparado.

Los filósofos de la antigüedad comprendieron la importancia de tener esta clase de preparación comenzando en el período formativo de la vida por tal razón somos amonestados a «instruye al niño en su carrera; aun cuando fuere viejo no se apartará de ella”. (Proverbios 22: 6) Sobre la verdad de este punto un viejo adagio declara: “Si sigues el río, llegarás al mar”; y se halla otro con una prevención muy sugestiva: “Adoptando la línea del menor esfuerzo el hombre y el río se tuercen”.

El Plan del Evangelio nos ordena la observancia de la oración, guardar el santo día el domingo, vivir honestamente, honrar a nuestros padres, y mantenernos alejados de la maldad. Feliz es aquél cuyos pies están calzados desde su juventud con la preparación que brindan estas enseñanzas porque le permitirá resistir al mal. Él ha encontrado el camino hacia la paz porque “ha vencido al mundo”. Ha fundado su casa sobre la roca, y cuando vengan las tormentas y soplen los vientos y caigan las lluvias, ésa no caerá porque está fundada sobre la roca.

Y finalmente como última pieza de la armadura que Pablo presentara, nos pondremos un yelmo. Nuestra cabeza o intelecto es el miembro controlador de nuestro cuerpo. Deberá ser bien protegido contra el enemigo porque “así como un hombre piensa en su corazón, así es él”. Ahora, a fin de que este yelmo sea lo suficientemente efectivo deberá ser perfectamente diseñado. Deberá ser de un material de calidad superior con el propósito de que sea efectivo en nuestro eterno conflicto con las fuerzas invisibles que acometen contra todo lo que sea rectitud. El nuestro será el “yelmo de la salvación”. Salvación significa obtener el eterno derecho de vivir en la presencia de Dios, el Padre y el Hijo, como una recompensa por una vida digna en la mortalidad. Con la meta de la salvación en nuestras mentes, como logro esencial, nuestros pensamientos y decisiones determinantes de nuestras acciones desecharán todo aquello que tienda a comprometer ese glorioso estado futuro. Verdaderamente está perdida toda aquella alma que carece del “yelmo de la salvación”, que dice que la muerte es el fin y que la tumba es la victoria sobre la vida y llega para derrotar las esperanzas, las aspiraciones, y los conocimientos de la vida. Tal persona puede muy bien pensar que “comamos, bebamos, y démonos en casamiento, pues mañana moriremos”.

En contraste con ese trágico cuadro, encontramos aquella otra persona, que confiada espera una recompensa eterna por sus esfuerzos en la mortalidad, ésta se halla constantemente firme ante las más duras pruebas; cuando su banco quiebra, no se suicida; cuando algún ser querido fallece, no se desespera; cuando la guerra y la destrucción acaban con su fortuna, no tiembla. Vive por encima de las cosas del mundo y nunca pierde de vista la meta de la salvación.

Nuestros intelectos así protegidos, deben siempre juzgar, aprendiendo del criterio del evangelio: ¿Es verdad? ¿Es de principios elevados? ¿Será de beneficio para la humanidad? En las grandes elecciones de la vida; nuestros amigos, nuestra educación, nuestra vocación, nuestro compañero o compañera en el matrimonio —todas estas cosas y aún más deben ser hechas “con un ojo dirigido hacía la vida eterna”. Nuestros pensamientos deben “irradiar rayos de sol”, si queremos que nuestra asociación pueda ser inspiradora y beneficiosa, si deseamos ponernos a salvo del pecado sexual, debemos controlar los pensamientos inmorales; si no queremos tener la desgracia de ser encarcelados por robo, debemos aprender a no codiciar. Así lo enseñó Jesús, el Maestro de los Maestros y nuestro Salvador — Mateo 5: 21-28.

“¡Oh, ese sutil plan del espíritu maligno! ¡Oh, las vanidades, flaquezas y locuras de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no oyen el consejo de Dios, y lo echan de un lado, suponiendo saber bastante de sí mismos, por lo tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve. Y ellos perecerán”. (2Nefi 9: 28)

Los hijos del convenio que tienen sobre sus cabezas el yelmo de la salvación, no son como estos. El estremecimiento de la victoria está al alcance de sus manos.

Pero ahora quiero llamarles la atención sobre un hecho significante concerniente a la armadura con la cual se hallan vestidos. No tiene armadura para proteger sus espaldas. Este hecho sugiere otra cualidad esencial en este eterno conflicto con las fuerzas del mal. Evidentemente nadie puede ganar esta batalla sin enfrentarse al enemigo. La prueba se debe realizar cara a cara. No existe la retirada. Resuenan nuevamente las palabras dadas a los jóvenes durante la Segunda Guerra Mundial por la Presidencia de la Iglesia: “¡Muchachos, guardaos limpios! Mejor morir limpios, antes de volver a casa mancillados”. Coraje y determinación por la justicia son las cualidades esenciales en la “batalla de la vida”. De esta manera nuestro equipo ahora está completo.

¡Pero un momento! ¿Tendremos que luchar sin armas? ¿Seremos simples blancos para el ataque del enemigo? Veamos lo que Pablo, el gran apóstol y maestro, nos dice, acerca de nuestras armas:

“Sobre todo tomando el escudo de la fe con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

Y tomad. . . la espada del Espíritu; que es la palabra de Dios”. (Efesios 6: 16-17)

Trataré de describirles brevemente lo que es el escudo de la fe. La fe es un don de Dios, y bendito es aquél que lo posee. Fué la fe de nuestros pioneros lo que los impulsó a pedir las bendiciones del Altísimo por sus esfuerzos. Oraron para que las lluvias llegaran como bendición para la tierra, por la fertilidad del suelo, para pedir protección a fin de que los elementos no destruyeran sus granos y éstos maduraran y pudiera realizarse una cosecha fructífera; en muerte y dolor, en inundaciones y en tormentas, ellos vieron la mano del Deseo Divino. Todo esto desarrolló en ellos una fe inquebrantable, que puede muy bien desarrollarse en cada uno de ustedes, una convicción tal que los lleve a exclamar “No hay nada más fuerte que un hombre con Dios”.

Notemos ahora cómo el “escudo de la fe” y la “espada del espíritu que es la Palabra de Dios”, trabajan juntos, perfectamente coordinados como armas en las manos de aquellos que llevan “la armadura de la justicia”. Las escrituras declaran “luego la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios”. (Romanos 10: 17) Así como aquel que pretenda luchar mano a mano, con un escudo y sin una espada será pronto vencido, así también sin la Palabra de Dios proveniente de las escrituras y de la revelación, nuestra fe se debilita ante los modernos destructores que se autodenominan “liberales”.

Armados con la Palabra de Dios los sueños de la juventud que se vienen abajo y las frustraciones resultantes de las duras pruebas de la vida, no nos harán desfallecer en sus ambiciones ni nos quitarán las fuerzas para que en nuestro decaimiento aún podamos gritar “Oh, ¿qué importa?” Guiados por la fe enseñada por la Palabra de Dios, nosotros vemos a la vida como un proceso entrenador del alma. Bajo el siempre vigilante ojo de un amante Padre aprendemos por “las cosas que sufrimos”, a ganar fuerza venciendo los obstáculos y conquistar al temor por lograr victorias donde el peligro acecha.

“La noche ha pasado, y ha llegado el día: Echemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos con las armas de luz.

Andemos como de día, honestamente: no en glotonerías y borracheras, no en lechos y disoluciones, no en pendencias y envidias”. (Romanos 13:12-13)

¡Juventud de Sión, vestíos con la armadura de Dios!

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1 Response to Tu armadura

  1. Avatar de Victor Hugo Victor Hugo dice:

    Quisiera lo antes posible le ruego a JESUCRISTO que le transmita al PADRE CELESTIAL poder conocer a mí Profeta viviente Rusell M. Nelson y a todos los Apóstoles. Élder Holland como lamento en su paso por mi País no haberle podido conocer. Tengo FE que el PADRE CELESTIAL pronto me permitirá ir a Utah. Solo necesito que se cumpla mi lugar trabajando para el Gobierno de la República Argentina De que será Así en el Sagrado Nombre de JESUCRISTO AMÉN.

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