Liahona Octubre 1994
Él nos exhorta a seguir a Jesucristo
por el presidente Howard W. Hunter
Cristo dijo a Pedro y a su hermano Andrés: «Venid en pos de mí» (Mateo 4:19). Y a todos nosotros Jesús nos dijo: «Si alguno me sirve, sígame» (Juan 12:26). La invitación del Señor de seguirlo es muy personal y también apremiante.
Hace ya varios meses se exhortó a los miembros de la Iglesia a que procuraran guardar los mandamientos de Dios para que recibieran la plenitud de Sus bendiciones. En la exhortación, dirigida a todos los miembros de la Iglesia, se nos dijo que prestáramos más atención que nunca a la vida y al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, y que imitáramos el amor, la esperanza y la compasión que El demostró tener.
Se nos pidió que nos tratáramos unos a otros con más bondad, más cortesía, más humildad, paciencia e indulgencia. Ciertamente, esperamos mucho unos de otros, pero también sabemos que todos podemos progresar. Nuestro mundo clama por una forma más disciplinada de vivir los mandamientos de Dios. Sin embargo, la mejor manera de instar a la gente a hacerlo es, como el Señor le dijo al profeta José Smith en los helados calabozos de la cárcel de Liberty, por medio de la ‘persuasión, la longanimidad, la benignidad, la mansedumbre y el amor sincero… sin hipocresía y sin malicia’ (véase D, y C. 121:41-42). Podemos gozar de las maravillosas oportunidades que se encuentran en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y esforzamos por seguir al Buen Pastor, que nos las brinda.
Una y otra vez, durante el ministerio terrenal de nuestro Señor, El hizo un llamado que fue a la vez una invitación y un desafío. Cristo dijo a Pedro y a su hermano Andrés: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Al joven rico que le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna, Jesús le dijo: “…anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven y sígueme” (Mateo 19:21). Y a todos nosotros Jesús nos dijo: “Si alguno me sirve, sígame” (Juan 12:26).
La invitación del Señor a seguirlo es muy personal y también apremiante porque no podemos debatirnos por mucho tiempo entre dos bandos. Cada uno de nosotros llegará a un punto en que tenga que enfrentarse a la pregunta crucial: “…¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15.) Nuestra salvación depende de la forma en que contestemos esa pregunta y de si estamos dispuestos a comprometernos a hacer algo al respecto. Pedro supo contestar por medio de la revelación: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Muchas personas más pueden testificar esto por medio del mismo poder, y yo me uno a ellos con humildad y gratitud. Peto todos debemos personalmente responder a esa pregunta; si no lo hacemos ahora, tendremos que hacerlo más adelante, porque en el postrer día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo. Nuestra tarea es responder correctamente y vivir de acuerdo con lo que contestemos antes de que sea demasiado tarde y ya no haya remedio. Puesto que Jesús es sin lugar a dudas el Cristo, ¿qué debemos hacer?
El sacrificio supremo de Cristo puede aplicarse a nuestra vida solamente si aceptamos su invitación de seguirlo. Esta llamada de su parte no es algo insignificante, ilógico ni imposible de responder. Seguir a alguien quiere decir observarlo y escucharlo atentamente; aceptar su autoridad, permitirle que sea nuestro líder y obedecerlo; apoyar y defender Sus ideas; y hacer de él nuestro ideal. Cada uno de nosotros puede aceptar este desafío. El apóstol Pedro dijo: “…porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21). De la misma manera que las enseñanzas que no concuerdan con la doctrina de Cristo son falsas, una vida que no sigue Su ejemplo no tiene propósito y no alcanzará su potencial eterno.
A los que todavía no han abrazado Su evangelio, les decimos que seguir a Cristo significa que deben aprender a conocerlo y a obedecer Su evangelio. Jesucristo mismo da una definición del evangelio:
“Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha.
“En verdad, en verdad os digo que éste es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, ésas también las haréis; porque aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros” (3 Nefi 27:20-21).
Debemos cultivar la rectitud individualmente e incorporarla a la vida familiar. Los padres tienen la responsabilidad de seguir los principios del evangelio de Jesucristo y de enseñarlos a sus hijos. La religión debe ocupar una parte importante de nuestra vida. El evangelio de Jesucristo debe motivar todo lo que hagamos. Debemos esforzarnos con toda el alma por seguir el gran ejemplo que nos dio nuestro Salvador y llegar a parecemos a EL Ese es nuestro gran desafío.
Nuestra oración podría muy bien incluir la letra del himno que dice:
Mas íntegro hazme,
más triste al pecar,
más puro y limpio,
más pronto en amar,
más digno del reino,
más libre de error,
más justificado,
más como el Señor.
(Himnos, Nº 71.)
Testifico que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo. Si tan sólo comprendiéramos con más claridad lo que El significa y viviéramos de acuerdo con Sus enseñanzas, encontraríamos el gozo que se nos ha prometido.
Otra vez hacemos la pregunta más importante que hizo el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, a un grupo de Sus discípulos en el Nuevo Mundo que se encontraban ansiosos de recibir Sus enseñanzas y algo angustiados porque pronto Él los dejaría: “…¿qué clase de hombres habéis de ser?” E inmediatamente después contestó Su propia pregunta: “…como yo soy” (3 Nefi 27:27).
Hay siempre gente dispuesta a decirnos “Haz lo que digo…”, y nunca faltan los que nos aconsejan sobre todo lo habido y por haber. Sin embargo, hay muy pocos que están preparados para decir: “Haz lo que hago”. Y, por supuesto, Cristo es la única persona que ha existido que tiene derecho de decirlo con propiedad. La historia nos da ejemplos de hombres y mujeres buenos, pero incluso los mejores tienen alguna imperfección. Nadie sería un molde perfecto ni ideal, a pesar de las excelentes intenciones que tuviera.
Sólo Cristo puede ser nuestro ideal, “…la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16). Únicamente Él puede decir sin ninguna reserva: “Síganme, aprendan de mí, hagan lo que me han visto hacer. Tomen el agua y coman el pan que les doy. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Yo soy la ley y la luz. Miren y vivirán. Ámense unos a otros como yo los he amado” (véanse Mateo 11:29; 16:24; Juan 4:13-14; 6:35, 51; 7:37; 13:34: 14:6; 3 Nefi 15:19; 27:21).
¡Qué exhortaciones claras y resonantes! ¡Qué certeza y qué ejemplo en esta época de incertidumbre y exenta de héroes!
El presidente Ezra Taft Benson dijo acerca del maravilloso ejemplo de Cristo: “Hace casi dos mil años un Hombre perfecto pasó por esta tierra: Jesucristo… Todas las virtudes guardaban un equilibrio perfecto en Su vida; enseñó al hombre la verdad para que fuera libre; Su ejemplo y los preceptos que enseñó constituyen las normas máximas que podemos aplicar, la única senda segura para la humanidad” (Teachings of Ezra Taft Benson, Salt Lake City; Bookcraft, 1988, pág. 8).
¡Las normas máximas! ¡La única senda segura! ¡La luz y la vida del mundo! ¡Cuán agradecidos deberíamos estar de que Dios haya enviado a Su Hijo Unigénito a la tierra para hacer por lo menos dos cosas que ninguna otra persona podía hacer. La primera tarea que tuvo que realizar como Hijo perfecto y sin pecado fue redimir a toda la humanidad de la Caída de Adán: expiar por el pecado de Adán y por nuestros propios pecados si lo aceptamos como Redentor y seguimos Su ejemplo. Su segunda tarea fue damos un ejemplo perfecto de cómo debemos vivir; nos dio un ejemplo de bondad, de misericordia y de compasión para que el resto de la humanidad supiera vivir, perfeccionarse y llegar a parecerse más a Dios.
Sigamos el ejemplo del Hijo de Dios en todo y en todas las sendas de la vida. Hagamos de Él nuestro héroe y nuestro guía. En todo momento debemos preguntarnos “¿Qué haría Jesús en mi lugar?” y tener el valor de actuar de la misma manera en que lo haría El. Debemos seguir a Cristo en el sentido más amplio de la palabra. Debemos encargamos de Su obra como Él se encargó de la obra del Padre. Debemos esforzarnos con dedicación, tanto como nuestra capacidad humana nos lo permita, para llegar a ser como Cristo, el único ser perfecto y el mejor ejemplo que hemos tenido en este mundo.
El apóstol Juan, el amado discípulo de Cristo, a menudo decía que habían visto Su gloria (véase Juan 1:14). Los discípulos habían logrado percibirla al observar la vida perfecta que llevaba el Salvador mientras trabajaba, enseñaba u oraba. También nosotros debemos damos cuenta de Su gloria de todas las formas que nos sea posible.
Debemos conocer a Cristo mejor de lo que lo conocemos ahora; recordarlo con más frecuencia de lo que lo recordamos; y servirlo con más dedicación de lo que lo hacemos en este momento. Entonces beberemos de la fuente de agua que nos lleva a la vida eterna y comeremos el pan de la vida.
¿Qué dase de hombres y mujeres debemos ser? Como Él es. □
Sigamos el ejemplo del Hijo de Dios en todo y en todas las sendas de la vida. Hagamos de Él nuestro héroe y nuestro guía. Debemos esforzarnos con dedicación, tanto como nuestra capacidad humana nos lo permita, para llegar a ser como Cristo.
Seguir a Cristo significa que debemos aprender a conocerlo y a obedecer Su evangelio. Jesucristo mismo da una definición del evangelio: «Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha» (3 Nefi 27:20).

























