“Iras a la casa de oración…”
(Tomado de the Church News)
El domingo es el Día del Señor. Pero, ¿podemos decir que guardamos realmente el Día del Señor si no asistimos a la Iglesia?
Los Santos de los Últimos Días, como pueblo que ha establecido un convenio con Dios, tenemos el deber de observar correctamente, en la medida requerida, este día santo. Es indudable, entonces, que, ausentes de nuestras reuniones, no podemos cumplir con toda justicia.
Al respecto del problema, el Señor ha revelado en estos últimos días:
“Y para que te conserves más limpio de las manchas del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo. . .” (D. y C. 59:9.)
Esto fué todo un mandamiento divino, tan importante como el de “No hurtar”, o el de “No matar”. Como Cristianos, estamos sometidos también al mandamiento de guardar el Día del Señor.
Pero Él no se detuvo allí, sino que agregó:
“. . . Porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de todas tus obras y rendir tus devociones al Altísimo.
“Sin embargo, tus votos se rendirán en justicia todos los días y a todo tiempo;
‘Tero recuerda que en éste, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos y ante el Señor.
“Y en este día no harás ninguna otra cosa, sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón. . .” (D. Y C. 59:10-13.)
Todo aquel que realmente quiera, puede entender estas simples instrucciones. Se nos manda que cumplamos con el Día del Señor. Se nos manda que vayamos a “la casa de oración” y que allí ofrezcamos nuestras ofrendas, participemos del sacramento y nos congreguemos en armonía con los Santos del Altísimo.
Y en este día no debemos hacer “ninguna otra cosa” sino preparar sencillamente nuestros alimentos—no hacer excursiones o paseos ni distraer nuestra devoción con las cosas del mundo.
Parece ser casi un hábito para muchos el aceptar el concepto—ciertamente falso—de que con asistir a una sola reunión cada domingo, se cumple ya con el Señor, y que el resto del día puede entonces ser dedicado a otras cosas, de acuerdo a la voluntad de cada uno. Pero para todo buen Santo de los Últimos Días, el domingo —todo el día domingo, desde la primera hasta la última hora—es el Día del Señor: no termina al mediodía ni después de tal o cual reunión.
Lamentablemente hay en nuestras filas muchos diáconos, maestros, presbíteros y élderes que asisten regularmente a las reuniones del Sacerdocio y luego se quedan en casa el resto del día o hacen otras cosas fuera de ella, desatendiendo sus obligaciones para con la Escuela Dominical y la Reunión Sacramental.
¿Es esto, acaso, lo que el Señor espera de nosotros? ¿Puede un buen poseedor del sacerdocio ser indiferente a sus propios deberes, sentándose simplemente en una reunión—reunión que generalmente dura una hora—y considerarse cumplidor de la palabra? ¿Es acaso una devoción de una hora por semana lo que el Señor requiere de nosotros?
La Iglesia efectúa, cada domingo, dos reuniones a las que deben asistir todos los miembros. Por la mañana, la Escuela Dominical; por la tarde, la Reunión Sacramental. El asistir a cada uno de ellas, debiera ser un proyecto familiar.
Todos y cada uno de los miembros de la Iglesia debieran asistir a la Escuela Dominical el domingo por la mañana. Todos y cada uno de los miembros de la Iglesia debieran asistir a la Reunión Sacramental el domingo por la tarde.
La asistencia a las reuniones de la Iglesia debe ser considerada como una actividad de la familia. ¡Cuán hermoso es ver a una familia completa asistiendo, en armonía, a las reuniones en la casa de oración para rendir, dentro del marco hermoso del amor que la une, devoción al Señor!
El ejemplo dado por lo padres en este respecto, es de profundo valor y alcance en la tarea de educar a los hijos. Cuando los padres asisten a la Iglesia, los hijos no pueden encontrar excusas. El ausentismo de los padres, por el contrario, contribuye a la elaboración de pretextos por parte de los hijos. El presidente Hugh B. Brown manifestó en un discurso ante las hermanas de la Sociedad de Socorro:
“. . . Os digo que no hay hogar, iglesia o cielo que pueda ser completo sin una madre allí.” La madre es el corazón de la familia. De igual manera, el padre es cabeza de la misma. Ambos comparten la responsabilidad de orientar a sus hijos en la vida. Y un verdadero guía es aquel que indica el camino con sus propios pasos, que traza la huella con sus propios pies.
Adorar a Dios es brindarle nuestro amor, reverencia, servicio y devoción. El Señor mandó a Moisés: “Adora a Dios, porque a él sólo servirás” (Moisés 1:15). Él también ha mandado: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerza; y en el nombre de Jesucristo lo servirás” (D. y C. 59:5). Además de demostrar nuestro amor por Dios y compromiso hacia Él, el adorar nos da fortaleza para obedecer Sus mandamientos. A través de la adoración crecemos en conocimiento y fidelidad. Si ponemos a alguna persona o alguna cosa por encima del amor de Dios, estamos adorando a esa cosa o persona. Esto se llama idolatría (véase Éxodo 20:3–6).
Otra manera de adorar al Padre Celestial es unirse en hermandad a otras personas que lo adoran. El Libro de Mormón revela que “se mandó a los hijos de Dios que se congregaran frecuentemente, y se unieran en ayuno y ferviente oración por el bien de las almas de aquellos que no conocían a Dios” (Alma 6:6). En una revelación más reciente, el Señor mandó: “Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo; porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo” ( D. y C. 59:9–10).
Además de las expresiones externas de adoración, debemos tener una actitud de adoración a dondequiera que vayamos y en todo lo que hagamos. Alma enseñó este principio a un grupo de personas que había sido expulsado de su lugar de adoración y les ayudó a darse cuenta de que la verdadera adoración no se limita a un día de la semana (véase Alma 32:11). Dirigiéndose a esa misma gente, Amulek, el compañero de Alma, les instó a adorar “a Dios, en cualquier lugar en que [estuvieran], en espíritu y en verdad” (Alma 34:38).


























