“Con el Sudor de tu Rostro…” —Genesis 3: 19—

“Con el Sudor de tu Rostro…”
—Genesis 3: 19—

(Tomado de the Church News)

De todas las bendiciones concedidas por Dios al hombre, la más grande es el trabajo. Es verdad que muchos no piensan hoy lo mismo, y hasta lo consideran como una desgracia. Algu­nos también tratan de evitarlo y conseguir las cosas que necesitan—o apetecen—sin el esfuerzo que la honestidad demanda. Pero es efectiva­mente el trabajo lo que produce todo lo que es digno. Es el trabajo lo que edifica el carácter del hombre. La civilización misma depende entera­mente del trabajo.

Asimismo, siendo que no puede haber dig­nidad en nuestra vida cotidiana si no manifestamos una sincera vocación, tampoco puede haberla en el reino de Dios si nosotros, sus habi­tantes, no trabajamos. Toda realización—sea temporal o espiritual—está sujeta al trabajo, pues aun “la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” (Santiago 2: 17.)

Lamentablemente, día a día la actitud del mundo con respecto al trabajo se manifiesta nega­tiva. Más y más personas quieren trabajar menos. Cada vez más individuos quieren gozar más extensamente del ocio y el placer, y dedicar menos tiempo al trabajo. Los empleos están siendo con­siderados con desprecio. Y es bien sabido que, especialmente en las grandes compañías, los hom­bres no ponen ya mucho empeño en sus tareas ni cumplen el horario por el que se les paga. Aun algunos de ellos suelen “mirar por encima del hombro” al compañero que, suficientemente honesto e industrioso, desea retribuir un día cabal por la buena paga que ha de recibir.

El ansia por la diversión está cautivando aun a los pueblos más adelantados. Muchos hay que viven hoy sólo del y para el placer, sin tener objetivos verdaderamente serios ni consideración por sus semejantes (excepto cuando se hace necesario para lograr sus propósitos egoístas), guiados únicamente por su anhelo de “vivir.”

Todo esto, por supuesto, proviene de la actual carencia de entendimiento en cuanto a la razón de nuestro existir. No se puede esperar que la gente tenga un propósito genuino cuando no sabe siquiera por qué vive.

Un propósito noble es esencial en la vida. Los filósofos pueden, pues, especular acerca del mismo y los científicos tratar de demostrarlo, pero sólo Dios nos da la verdadera razón de nuestra existencia. Y es precisamente esta razón la que nos provee el propósito que, a su vez, engendra el honesto deseo de progresar—lo cual se consigue solamente por medio de una dedi­cación firme, diligente e industriosa.

¿Por qué estamos en la tierra? ¿Nada más que para vivir y divertirnos? ¿O quizás sólo para ad­quirir riquezas? ¿Por qué estamos aquí?

Todo Santo de los Últimos Días sabe la razón, a saber, llegar a ser “perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mateo 5:48.)

Nosotros somos hijos de Dios, y como tales, nos ha sido dada la oportunidad de perfeccionar­nos como El. Para ello, tenemos un plan a seguir. Por medio de este plan, hemos recibido instruccio­nes específicas a fin de poder lograrlo.

¿Puede acaso alguien rechazar este ofreci­miento de llegar a la perfección? ¿Podemos rechazarlo, aun sabiendo que el Señor mismo lo ha mandado?

¿Y cuán grande es el esfuerzo requerido para llegar a ser perfecto como Dios? ¿Cuán duro;necesita ser nuestro empeño para que podamos llegar a ser un músico eximio, un notable escritor o un gran proyectista?

En verdad, la perfección es, para nosotros, relativamente infinita. Pero un hecho permanece invariable: que Dios espera que lleguemos a ser perfectos como Él es. El mejor de los mortales es aún un ser finito. Dios, en cambio, es ya infinito. Más Él nos llama a ser como El— ¡aun infinitos!

V Indudablemente esto requiere trabajo, carácter, determinación, perseverancia e inteligencia. Los que sólo buscan placeres, no podrán alcanzar la perfección mientras persistan en sus pretensiones. Los débiles no habrán de obtenerla si continúan siéndolo. Para el ocioso “no habrá lugar en el reino.” Porque el Señor no tolerará ni el pecado ni la ociosidad.

El trabajo es la orden del día—el trabajo honesto, diligente, constructivo. Si somos deshonestos en nuestras tareas, nos estamos traicio­nando a nosotros mismos. Si anteponemos la diversión y los placeres a nuestras obligaciones, somos ciegos.

El trabajo en la vida temporal habrá de en­señarnos cómo proceder en una esfera o dimensión mayor. El trabajo es nuestro maestro.

Trabajemos, pues, con fe y voluntad, a fin de posibilitar nuestro progreso—tanto en ésta como en la vida venidera.

Esta entrada fue publicada en Articulo, Trabajo y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario