El Poder Destructivo de la Soledad
(Tomado de the Church News)
Un inteligente maestro se paró ante la congregación y expresó, entre otras cosas, su apreciación por haber podido estar esa mañana a solas, durante una hora, consigo mismo; agregó que le fue posible entonces leer lo que quiso, meditar y estar en comunión con el Señor.
Una vez que hubo terminado, un joven que vestía uniforme militar se puso de pie y dijo que también él había estado a solas. Pero la suya era una historia diferente.
El maestro era un hombre ocupado. Generalmente oprimido por visitantes, correspondencia, citas y compromisos, esa hora de soledad le había resultado reconfortante. El estar a solas por una hora le dio oportunidad de “reabastecer sus baterías”, según su propia expresión, y alejarse un poco del marco regular de su existencia para poder contemplar sus problemas desde un nuevo ángulo. Este cierto período de quietud, solaz y meditación fue de indudable beneficio físico y mental para él.
Pero con el soldado, el asunto era diferente. Entre los miles con quienes frecuentaba en sus actividades, casi no tenía amigos, todos parecían esquivarle, y era como un extraño en una gran ciudad. (¿En qué otra parte puede uno sentirse más solo?)
Para el maestro, la soledad había sido vivificante—para el soldado, penosa.
¿A qué se debía la soledad de este último? Este joven era el único en su grupo que observaba plenamente sus normas de vida; el único que no había permitido que las malas influencias que le rodeaban le corrompieran, Y así, cuando comenzó a rehusar ciertas invitaciones inconvenientes por parte de otros, se encontró solo e ignorado.
¿Qué efecto causó sobre él la soledad? ¿Que ha hecho la soledad a otros? Había otro joven en su grupo que al principio trató de vivir conforme a sus normas preestablecidas. Pero también él se sintió solo y, no agradándole, fue débil y cedió a la presión del conformismo. Antes de ser llamado al servicio militar, siempre disfrutó de la compañía de muchos amigos; fue popular en su grupo, tanto en la escuela como en la Iglesia. Indudablemente, ésta era hoy la causa de su soledad.
También él había preferido más la soledad que el cigarrillo, las bebidas, los cuentos obscenos y las andanzas nocturnas, y por un tiempo resistió el impulso que parecía estar desarrollándose dentro de él. Más su soledad aumentó y su aislamiento llegó a ser intolerable. Finalmente, cedió e integró a las multitudes.
Nuestro joven, conociendo esa experiencia y estando determinado a conservar en alto sus normas de conducta a toda costa, se mantuvo firme. Sin embargo, se sentía tan solo como el otro joven y habiendo sido fuertemente tentado, necesitaba ahora el aliento y la fuerza de los otros jóvenes miembros de la Iglesia, si es que tenían interés en ayudarlo.
Al relatar todo esto, nuestro joven habló casi patéticamente. Entendía que la Iglesia patrocinaba un programa especial para aquellos que están en el servicio militar, pero también sabía que hay muchos hermanos que no valoran dicho programa ni participan en él. Este joven soldado había “puesto el dedo” en una de nuestras más urgentes necesidades—recordar a nuestros muchachos en el servicio militar, mantenernos siempre cerca de ellos, escribirles y enviarles buena literatura para leer, etc.
La soledad puede tener efectos desastrosos; es causa frecuente de que nuestros jóvenes terminen andando con malas compañías; literalmente, la soledad es un poder destructor.
El alma humana continúa siendo el elemento más valioso de la creación. Debemos tratar entonces de salvar toda alma posible, y siendo que la soledad suele convertirse en un enemigo, de la justicia, es necesario que tratemos de prevenirla —para lo cual no hay nada mejor que los consejos divinos del Señor.

























