La Resurrección es real

La Resurrección es real

(Tomado de the Church News)

EL mormonismo afirma la realidad de la misión de Jesucristo.
Proclama que es divino; que es el Hijo verdadero del Dios Eterno, y nuestro. Redentor y Salvador, el Mesías literal.

Con esta declaración y el testimonio que de estas cosas da todos los hombres, el mormonismo también afirma la resurrección literal del cuerpo físico y la inmortalidad del alma.

Así como en la Navidad celebramos el nacimiento del Salvador como el Niño de Belén y el Hijo Divino de Dios, en la Pascua recordamos su muerte, y su resurrección, su expiación por nuestros pecados.

La mayor parte de los cristianos buscan más allá de los símbolos exteriores para encontrar, el significado verdadero de la observancia de la Pascua, así como, desean ver a Cristo más allá del oropel, las luces y regalos de la Navidad. Sin embargo, hay otros, también cristianos, tan enamorados del aspecto frívolo de la vida, que sólo piensan en sus propios placeres mundanos. Pero así como sin Cristo no habría Navidad, tampoco sin Él existiría una observancia cristiana de la Pascua.

Evocando los acontecimientos que condujeron a su muerte y su resurrección, debemos recordarnos a nosotros mismos que Él predijo ambas cosas, y fue con objeto de darles cumplimiento por lo que vino al mundo.

Vino como el Salvador preordinado. Aceptó su misión en la preexistencia, y nació como ser mortal para cumplir con este propósito. Sus padecimientos fueron grandes, así en el jardín, como en la cruz. Pagó el precio del castigo por los pecados de todos los que quieran arrepentirse y seguirlo. Murió por nosotros y al tercer día salió de la tumba para realizar la otra parte de su expiación, quebrantando las ligas de la muerte a fin de que cada uno de nosotros quede libre para recibir la inmortalidad.

¿Por qué es tan importante para nosotros la resurrección? Hay muchas razones. Sin ella, no podríamos “seguir adelante a la perfección.” Ni podríamos llegar a ser, “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”; no podríamos lograr la exaltación; no habría “aumento eterno.” El objeto final de nuestra existencia, la razón por la cual existe un plan de salvación, jamás se realizaría si no hubiese resurrección. De hecho, fue tan importante, que el propio Creador de los cielos y de la tierra descendió al mundo para llevarla a cabo.

¿Sería, como algunos dicen, una resurrección de su espíritu únicamente? ¿O fue también una resurrección de la carne y huesos de que estaba formado su cuerpo?
Jesús nos da la respuesta con toda claridad. Su espíritu no fue a la tumba para permanecer allí tres días. Más bien, fue al mundo, de los espíritus, donde El predicó a los que en otro tiempo habían vivido en la tierra, pero ahora estaban muertos, “para que sean juzgados en carne según los hombres, y vivan en espíritu según Dios.” (1Pedro 4:6)

No fue su espíritu el que resucitó. El espíritu no puede morir; por consiguiente, no hay resurrección del espíritu: es eterno y no está sujeto a la muerte.

Fue su cuerpo el que se levantó, después de reposar en la tumba, mientras su espíritu fue a obrar en el mundo de los espíritus entre los que habían muerto. Fue su cuerpo el que resucitó, dejando atrás el sepulcro vacío y la ropa con que lo habían envuelto.

Estaba refiriéndose al cuerpo cuando, dijo: “Palpad y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.” (Lucas 34:39) A fin de darles evidencia adicional de la realidad de la resurrección de su cuerpo, comió pescado, y un panal de miel con sus discípulos, después de esa resurrección. De modo que su cuerpo era real, todavía de carne y huesos, pero gloriosamente resucitado, libre ya del poder de la muerte.

Otros salieron de sus sepulcros inmediatamente después de la resurrección de Él. Y todos nosotros resucitaremos algún día con nuestros propios cuerpos, los mismos que tenemos aquí, de carne y huesos, “semejantes a su cuerpo glorificado”.

Es tan real la resurrección, que ninguno de los que creen en las Escrituras debe dudarlo. Y la observancia de la Pascua fortalece esa realidad en nuestros pensamientos. La Pascua debe hacernos recordar, a cada uno de nosotros, que Jesús es nuestro Salvador, y que Él nos salva de nuestros pecados así como de la muerte. Un hecho es tan real como el otro.
Por tanto, sea para nosotros la Pascua un tiempo de acción de gracias, una época para mostrar nuestro agradecimiento a aquel que ha hecho tanto por nosotros, que murió y vivió por nosotros, a fin de que llegásemos a ser como Él.

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