Preparémonos para la adoración en el templo

Durante la dedicación del Templo de Kirtland, el profeta José Smith pidió “que todas las personas que pasen por el umbral de la casa del Señor… reciban la plenitud del Espíritu Santo; y se organicen de acuerdo con tus leyes y se preparen para recibir cuanto fuere necesario”. (D. y C. 109:13, 15)
Se llaman templos a los santuarios sagrados donde se llevan a cabo ordenanzas, ritos y ceremonias sagradas que tienen que ver con la salvación y exaltación en el reino de Dios. Son los sitios de adoración más sagrados sobre la tierra; cada uno es literalmente una Casa del Señor, una casa del gran Creador, una casa donde El y su Espíritu pueden morar, a la que puede venir, o enviar mensajeros, a conferir sacerdocio y llaves y dar revelación a las personas. Desde los días de Adán hasta el presente, cada vez que el Señor ha tenido un pueblo sobre la tierra, los templos y las ordenanzas del templo, han sido la obra que coronó su adoración. (Doctrina Mormona “Templo” Bruce R. McConKie)
El templo fue un lugar de aprendizaje para el Salvador cuando se hallaba en la tierra; era parte integral de Su vida. Las bendiciones del templo vuelven a estar a nuestro alcance en la actualidad” (James E. Faust, “La restauración de todas las cosas”, Conferencia General, Abril de 2006).
“…el proceso de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo que comienza en las aguas bautismales continúa y se amplía en la Casa del Señor… en las ordenanzas del Santo Templo tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo de una forma más completa y plena” (David A. Bednar, “Honorablemente [retener] un nombre y una posición”, Conferencia General Abril de 2009).
“Su gloriosa estampa parece atraer y decir a todo el que percibe su esplendor: ‘Ven, ven a la Casa del Señor. Aquí encuentran descanso los fatigados y paz el alma’… El [templo]… prepara a todos los que allí entran para que regresen a su hogar, a su hogar celestial, a su familia, a Dios” (Thomas S. Monson, “Días inolvidables”, Liahona, enero de 1991).
“En el templo se enseña el preciado plan de Dios. Es en el templo donde se hacen convenios eternos. El templo nos eleva, nos exalta y se erige como un faro a la vista de todos, señalándonos el camino hacia la gloria celestial. Es la Casa de Dios. Todo lo que sucede en el interior del templo edifica y ennoblece.
El templo es para las familias, uno de los más grandes tesoros que tenemos en la mortalidad. El Señor ha sido muy explícito al hablarnos a los que somos padres, señalando que tenemos la responsabilidad de amar a nuestras esposas con todo nuestro corazón y de proveer de lo necesario para ellas y también para nuestros hijos. Él ha señalado que la obra más grande que podemos hacer como padres se lleva a cabo en el hogar, y nuestro hogar puede ser el cielo, especialmente cuando los matrimonios se sellan en la Casa de Dios.”

Al ir a la santa Casa, al recordar los convenios que allí hacemos, podremos soportar toda prueba y vencer cada tentación. El templo le brinda propósito a nuestras vidas; trae paz a nuestras almas, no la paz que ofrecen los hombres, sino la paz que prometió el Hijo de Dios cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.
“Estos edificios únicos y maravillosos, y las ordenanzas que en ellos se efectúan, representan lo máximo de nuestra adoración; éstas son la expresión más profunda de nuestra teología. Exhorto a nuestros miembros de todas partes… a que sean dignos de tener una recomendación para el templo, a conseguir una y considerarla una posesión preciada, y a hacer un esfuerzo mayor por ir a la casa del Señor y participar del espíritu y de las bendiciones que se reciben allí” (“Misiones, templos y responsabilidades”, Liahona, enero de 1996).
“Las ordenanzas y ceremonias del templo son sencillas, son bellas, son sagradas. Se mantienen confidenciales para no ponerlas en conocimiento de los que no estén preparados. La curiosidad no prepara a nadie; tampoco el interés profundo es en sí una preparación. El prepararse para las ordenanzas consta de algunos pasos preliminares: la fe, el arrepentimiento, el bautismo, la confirmación, una conducta intachable, y la madurez y dignidad propias del que entre como huésped invitado a la casa del Señor” (“El santo templo”, Liahona, junio de 1972).
“Hay dos conceptos en especial que debemos considerar al prepararnos para ir al templo. El primero es convenio. Tenemos que recordar que un convenio es una promesa. Un convenio concertado con Dios se debe estimar, no como algo restrictivo, sino protector. Los convenios que hacemos con Él nos protegen del peligro…
“El segundo concepto que se debe resaltar en nuestra preparación mental es Expiación. La expiación de Jesucristo es el hecho central de toda la historia del hombre. Es la esencia del plan de salvación. Sin la Expiación infinita, toda la humanidad se perdería irremediablemente. Las ordenanzas y los convenios del templo nos instruyen sobre el poder redentor de la Expiación” (“Prepare for Blessings of the Temple”, Ensign, marzo de 2002, Élder Russell M. Nelson).
Cuando asistimos al templo, podemos recibir un nivel de espiritualidad y un sentimiento de paz que superarán cualquier otro sentimiento que podría penetrar el corazón humano. Comprendemos el verdadero significado de las palabras del Salvador cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.
Esa paz puede penetrar cualquier corazón, ya sea que esté atribulado, abrumado por la aflicción, se sienta confundido o esté clamando por ayuda. (“Las bendiciones del templo” Liahona Mayo 2015)
























