3 Nefi 12:23–24
Por tanto, si vienes a mí, o deseas venir a mí, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
ve luego a tu hermano, y reconcíliate primero con él, y luego ven a mí con íntegro propósito de corazón, y yo te recibiré.
Hermanos y hermanas, Jesús ha pedido que “vi[vamos] juntos en amor” sin “disputas entre [n]osotros”. Él advirtió a los nefitas: “Aquel que tiene el espíritu de contención no es mío”. Ciertamente, nuestra relación con Cristo la determinará en gran medida —o al menos influirá en ella— la relación que tengamos el uno con el otro.
Él dijo: “Si… deseas venir a mí, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
“ve luego a tu hermano, y reconcíliate primero con él, y luego ven a mí con íntegro propósito de corazón, y yo te recibiré”.
Sin duda, todos nosotros podríamos citar una diversidad sin fin de cicatrices y pesares antiguos y de recuerdos dolorosos que en este mismo momento aún corroen la paz en el corazón, en la familia o en el vecindario de alguien. Ya sea que hayamos causado ese dolor o que se nos haya infligido el dolor a nosotros, las heridas deben sanar para que la vida sea lo gratificante que Dios proyectó que fuera. Como la comida de su refrigerador que sus nietos revisan minuciosamente, hace mucho que aquellos viejos agravios han pasado su fecha de caducidad; por favor, no les den más el preciado espacio de su alma. Como dijo Próspero al arrepentido Alonso en La tempestad: “No carguemos en el recuerdo un pesar que ya no existe”.
“Perdonad, y seréis perdonados”, enseñó Cristo en tiempos del Nuevo Testamento; y, en nuestros días: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”. No obstante, es importante que cualquiera de ustedes que viva con verdadera angustia tenga en cuenta lo que no dijo. Él no dijo: “No se les permite sentir dolor verdadero ni pesar real por las devastadoras experiencias que hayan tenido por culpa de otra persona”. Ni tampoco dijo: “A fin de perdonar totalmente tienes que volver a una relación tóxica, o volver a circunstancias destructivas y de maltrato”. No obstante, a pesar de las ofensas más terribles que nos puedan sobrevenir, solo podemos elevarnos por encima de nuestro dolor al poner los pies en la senda de la sanación real. Tal senda es la senda del perdón que anduvo Jesús de Nazaret, quien nos invita a cada uno de nosotros: “Ven, sígueme”.

























