Conferencia General Abril de 1963
Una nueva dispensación
por el Élder Alvin R. Dyer
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles
Es difícil imaginar cómo uno podría asistir a esta conferencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sin sentir la inspiración y la gravedad de su importancia en señalar el camino a toda la humanidad, que en este mismo momento está inquieta y confundida y necesita dirección divina.
El mensaje de la restauración del evangelio de Jesucristo, que ha sido declarado al mundo incesantemente desde la organización de la Iglesia, significa que el reino de Dios o la Iglesia de Cristo ha sido establecido como resultado de la restauración de la verdad al Profeta José Smith. En este proceso, mensajeros divinos han sido enviados desde la presencia de Dios para transmitir las verdades del evangelio de Jesucristo y conferir todas las llaves de autoridad necesarias para establecer una dispensación del evangelio.
Los discípulos de Jesús, que estaban con Él en la tierra, encontraron difícil aceptar lo que había declarado a los principales sacerdotes y a los escribas acerca del reino que sería dado a otra nación en el futuro, pues Él dijo: «Por tanto, os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43).
Sin embargo, el mismo Jesús, al hablar más tarde a los judíos sobre este reino futuro, que se establecería como señal de su venida, se refiere a las palabras del profeta Daniel, quien describe el reino que sería establecido y que nunca sería dado a otro pueblo. «Y en los días de estos reyes”, descritos como en los últimos días, «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido; ni será el reino dejado a otro pueblo” (Daniel 2:44).
Finalmente, mientras Jesús instruía a sus discípulos sentado en el Monte de los Olivos, parecieron aceptar esta realidad y, con esa comprensión, le hicieron esta pregunta: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá de tu venida?” (Mateo 24:3). En la respuesta que Jesús dio a esta pregunta, dijo: «Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel…” y luego agregó: «Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones” (Mateo 24:15, 14).
Los apóstoles de la época meridiana que estaban más cerca de Él entendieron claramente, según se juzga por sus propias declaraciones, que el reino de Dios que el Señor estableció en la tierra no continuaría en ese momento, y ellos mismos miraban hacia el futuro de la restauración o restitución. El apóstol Pedro en el día de Pentecostés declaró:
«Vendrán los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor; y enviará a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien ciertamente es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).
El apóstol Pablo, a los santos en Tesalónica y también en Éfeso, dijo lo siguiente sobre este futuro día: «No os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca… Porque no vendrá sin que antes venga la apostasía” (2 Tesalonicenses 2:2-3). Y en Éfeso dijo: «Para que en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, reúna todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos como las que están en la tierra” (Efesios 1:10).
El apóstol Juan, en la isla de Patmos como prisionero, vio la venida del evangelio en los últimos días: «Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno, para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6).
Cuando el profeta José Smith, siendo un joven bendecido con el don de la fe y un corazón inquisitivo para conocer la voluntad de Dios, fue a un bosque cerca de su hogar en Palmyra, Nueva York, en la primavera de 1820 para preguntar al Señor qué debía hacer respecto a su afiliación religiosa, no sabía entonces la magnitud de lo que iba a suceder, aunque lo llegó a comprender después. Iba a tener lugar uno de los grandes eventos predestinados de la vida, destinado a ser de vital importancia para toda la humanidad.
Así como en la colocación de Adán y Eva, nuestros primeros padres terrenales, en el Jardín del Edén; en el llamado y la obra del profeta utópico Enoc; en la misión y labores del gran profeta de la tragedia humana, Noé, quien con sus tres hijos y sus familias presenció la destrucción total de la humanidad de la cual solo ellos sobrevivieron; en la venida de Melquisedec, el gran sumo sacerdote ante el Señor; en los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob; en José, el amado de su padre y del Señor; en Moisés, el dador de la ley y líder designado divinamente del éxodo de los hijos de Israel de la esclavitud en Egipto; seguido por los demás profetas según la voluntad del Señor en sus respectivos tiempos; y luego en el ministerio y expiación sin par de nuestro Señor Jesucristo, el mismo Hijo de Dios el Padre; de igual modo, en este gran evento moderno, en la secuencia de su plena importancia, se iba a manifestar ante José Smith la venida de una nueva dispensación del evangelio acompañada, como en ocasiones anteriores, por la intervención divina a través de mensajeros enviados desde la presencia de Dios.
En todos estos eventos, antiguos, de la época meridiana y ahora en nuestra propia época y tiempo, cuando llegaba el momento predestinado para que ocurrieran, sucedían de manera tan simple y natural como la apertura y cierre de una puerta, cada uno en su propia dispensación de tiempo.
Así, en esa hermosa mañana de primavera en la Arboleda Sagrada, José Smith fue testigo de la renovación del trato de Dios con sus hijos conforme al gran plan de redención del evangelio. En esta ocasión, Dios el Padre y su Amado Hijo Jesucristo, apareciendo como Seres Resucitados y glorificados ante un siervo elegido de Dios, dieron a conocer una vez más el estado de inmortalidad que el hombre alcanzará en preparación para el próximo estado de la eternidad. Asimismo, el mundo podría conocer nuevamente la realidad de la naturaleza personal de Dios el Padre y de su Hijo Amado (José Smith—Historia 1:17).
Esta entrevista divina colocó una gran misión sobre José Smith, el profeta elegido de los últimos días. Además de ser un incidente de simple fe y oración, con una respuesta personal para él, había llegado el momento de iniciar el período final de preparación en la culminación de la obra de Dios para sus hijos aquí en la tierra.
José Smith fue informado de que había sido preordenado y, en consecuencia, llamado para ser el instrumento mediante el cual Dios establecería su reino aquí en la tierra, tal como había sido en dispensaciones anteriores. Pero esta, la última de todas las dispensaciones, se caracterizaría por una verdad aún mayor, un período de depósito en el que todas las verdades, todas las leyes, todos los convenios, todas las promesas planificadas por Dios, nuestro Padre Celestial, en la preexistencia y reveladas a la humanidad en diversas ocasiones durante la mortalidad para la redención y exaltación de sus hijos, serían ahora plenamente reveladas y puestas a disposición de la humanidad. Así habló el Señor al profeta José Smith.
Las instrucciones y respuestas que el Señor dio al profeta José Smith durante la entrevista en la Arboleda Sagrada anunciaron muchas grandes verdades. Me referiré solo a una parte de esa entrevista, tal como fue testificada posteriormente por el profeta José Smith, pero aliento a todos en todas partes a leer el testimonio completo del profeta José Smith. Dijo en parte:
… Cuando la luz se posó sobre mí, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado. ¡Escúchalo!
“Mi objeto al ir a preguntar al Señor era saber a cuál de todas las sectas era la correcta, para saber a cuál unirme. Tan pronto, pues, como me hube recobrado, de modo que pude hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz, sobre cuál de todas las sectas era la correcta, y a cuál debía unirme.
“Se me contestó que no debía unirme a ninguna de ellas, porque todas estaban en error; y el Personaje que se dirigió a mí dijo que todas sus creencias eran una abominación a su vista; que aquellos profesores estaban todos corrompidos; que “con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella” (José Smith—Historia 1:17-19).
Cada una de las declaraciones que el Señor hizo a José Smith en esta ocasión es de suma importancia para esta dispensación final del evangelio y para el plan de vida y salvación en general. Las respuestas a la pregunta de José Smith no fueron simplemente una condena de las organizaciones cristianas existentes que se habían apartado de la verdad. Aunque el Señor anunció que todas estaban en error en sus enseñanzas y prácticas erróneas, no hubo represalia vengativa contra estas sociedades cristianas que usaban su nombre pero que no comprendían la verdad sobre su persona y divinidad, ni sobre su misión o el plan de salvación del cual es el autor en lo que a nosotros respecta.
Ciertamente, entre estas mismas sociedades de creyentes cristianos en el mundo, había muchos espíritus nobles de la preexistencia, quienes, al escuchar posteriormente la verdad proclamada por los heraldos de la restauración, la aceptarían y cumplirían sus mandamientos y enseñanzas. Muchos de ellos se convertirían en líderes y grandes defensores de la causa del evangelio restaurado de Jesucristo.
El Señor no utilizó palabras sin sentido en esta ocasión trascendental. Todo lo que se dijo tiene el significado más profundo. El presidente José F. Smith, uno de los profetas de esta dispensación, dijo: «El Señor nunca hizo nada que no fuera esencial o que fuera superfluo”.
Es interesante enumerar las respuestas que el Señor dio a la pregunta directa de José Smith sobre cuál de las iglesias cristianas debía unirse. Estas fueron las siguientes:
- Que todas sus creencias eran una abominación.
- Que sus profesores (o ministros) estaban todos corrompidos.
- Que se acercan al Señor con sus labios, pero sus corazones están lejos de Él.
- Enseñan como doctrinas mandamientos de hombres.
- Que tienen apariencia de piedad, pero niegan su poder.
No cabe duda de las respuestas directas y positivas que el Señor dio al profeta José Smith. Sin embargo, una breve explicación de cada una de estas respuestas puede ayudar a las iglesias cristianas del mundo a comprender el verdadero significado de la entrevista sagrada que Dios el Padre y su Hijo Jesucristo tuvieron con el profeta José Smith.
En cuanto a que sus creencias eran una abominación (José Smith—Historia 1:19), esto simplemente significa que las iglesias cristianas del mundo no estaban siguiendo el patrón aceptado que Él, el Señor, había establecido en su Iglesia, y que se habían desviado de las costumbres y la forma que Él había instituido, y el término abominación encaja con aquello que está en desacuerdo con la verdad establecida de Dios.
En cuanto al hecho de que todos los ministros estaban corrompidos, esto no puede entenderse literalmente, ya que el significado antiguo de la palabra “corrupto” significaba cualquiera que no enseñaba doctrinas establecidas conforme a la ley. Seguramente no eran considerados corruptos por inmoralidad o deshonestidad y no por falta de deseos de hacer la voluntad de Dios según la entendían, sino solo en el sentido de no enseñar el evangelio tal como Cristo lo había enseñado.
En cuanto a honrarlo con sus labios mientras sus corazones estaban lejos de Él (José Smith—Historia 1:19), esto creo que implica la obra hecha posible mediante el “poder de sellamiento”. Esta obra encarna el sellamiento mediante derechos específicos del sacerdocio tanto de vivos como de muertos, unos a otros, como en el caso de esposo y esposa, y de padres a hijos, para que las familias vivas en la tierra hoy en día, conectadas con antepasados y progenitores, puedan ser unidas una a otra, vinculando el pasado con el presente, y tanto el pasado como el presente con el futuro. Así, los corazones de los padres pueden unirse en sagrado sellamiento con sus hijos y los hijos con los padres en el orden patriarcal de relación familiar, en una cadena interminable, con cada eslabón asegurado e interconectado.
Esto es para preparar al hombre para la vida en el reino celestial que, en su debido momento, seguirá a la existencia terrenal. Este es el gobierno patriarcal o gobierno por y a través de las unidades familiares, las cuales adorarán y se asociarán con el Señor. No solo lo adorarán a través de las expresiones de sus labios, sino también con sus corazones; esto significará completa sinceridad de propósito e intención basada en la verdad. Estaremos unidos familia a familia; seremos enlazados unos con otros mediante la autoridad de sellamiento que el profeta Elías poseía, alcanzando hasta los mismos reinos de la familia de Dios y de su Hijo Jesucristo. Allí todos estarán unidos para siempre, tanto por labios o propósito declarado, como por corazón también, manifestando obediencia a la voluntad y propósito de Dios en una gloriosa relación familiar.
En cuanto a enseñar como doctrinas mandamientos de hombres, incluso los reformadores, por grandes y sinceros que fueran al protestar contra lo que consideraban falso, no hay evidencia en la fundación de estas diversas sectas de que haya ocurrido alguna forma de intervención divina en la que mensajeros santos fueran enviados por Dios, dando instrucciones y dirección en el establecimiento de esa iglesia particular. Lo que hicieron, por lo tanto, fue de acuerdo con su mejor conocimiento, sin revelación divina. Así, los mandamientos que enseñaban eran de hombres y no de Dios. Aunque simulan en forma el cuerpo cristiano, sin embargo enseñan como mandamientos las doctrinas de hombres (José Smith—Historia 1:19).
En cuanto a una apariencia de piedad, pero negando su poder (José Smith—Historia 1:19), esto se refiere a la necesidad del sacerdocio de Dios o autoridad divina dentro de la Iglesia, autorizada para actuar en nombre de Dios. Y que, a través del Santo Sacerdocio de Melquisedec en la verdadera Iglesia de Cristo, debe haber el funcionamiento y uso de las llaves del reino que deben ser conferidas por quienes las poseen. De esta manera, la pureza de las verdades y ordenanzas importantes del evangelio de Jesucristo puede preservarse.
Ahora, doy testimonio, hermanos y hermanas, de la realidad de la restauración del evangelio de Jesucristo con todos sus poderes y autoridad, conocimiento y entendimiento, para llevar salvación y exaltación a la humanidad. Y doy testimonio de esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

























