Sed Hacedores de la Palabra. . .

Sed Hacedores de la Palabra. . .

por ElRay L. Christiansen
Ayudante al Concilio de los Doce Apóstoles.
Discurso dado en la conferencia general de la Iglesia el 4 de octubre de 1952.


Mis hermanos, durante el año que he servido de sumo sacerdote asignado a ayudar al quorum de los Doce, ha crecido mi admiración para ustedes que sirven al Señor; para los que están dispuestos a dejar sus propios negocios y ayudar en el plan de bienestar, dispuestos a viajar, vez tras vez, muchos kilómetros, para asistir a cultos, dando de su sustancia, hasta todo si es necesario, para la obra de Dios, y sin vacilar.

Ha crecido mi admiración para ustedes, y para todos los que así han testificado delante de Dios que le aman —recibiendo de Dios y dando a Dios. Es como debe ser.

¡Qué instruidos, qué probados y útiles le serán a él cuando vuelva a reinar sobre la tierra! Estarán, yo pienso, entre los probados que él llamará para administrar en su reino bajo su dirección personal.

Es evidente que las familias de personas que se ocupan en el trabajo de la Iglesia se ven entre las más felices del mundo, porque los que así sirven al Señor son recipientes de aquella gran bendición, la tranquilidad, que será una de las más inapreciables de la vida.

Pero siempre que pienso en estos individuos que verdaderamente sirven al Señor, me maravillo de que haya entre nosotros miembros de esta gran Iglesia que están satisfechos no más con tener registrados sus nombres, y que no se sienten impelidos a dar de su sustancia, tiempo, y talentos para el adelanto de la Iglesia.

Muchas veces son nacidos de buenos padres y confiesan positivamente la veracidad del evangelio y la realidad de la Iglesia de Jesucristo. A veces dan contribuciones, pero prefieren que los maestros visitantes y las hermanas de la Sociedad de Socorro no los visiten, pensando que no traen nada de importancia. ¡Cuánto quisiera que pudiéramos hacer más por tales miembros!

Ellos se refieren con un orgullo justificado a la devoción y sacrificios de sus padres a la obra de Dios, y es bueno que lo hagan. Mis hermanos y hermanas, debemos estar orgullosos de nuestros progenitores. No obstante algunos olvidamos, como alguien dijo, que por muy alto que fuera el abuelo de uno, él mismo tiene que crecer por sí. Así es con la Iglesia de Cristo, tenemos que darnos cuenta de que la salvación .es una cosa individual; y que nadie será acarreado a la gloria celestial en los hombros de otros. Tenemos que ganar nuestro propio puesto aquí, y más allá. No es meramente la confesión que Dios vive y que esta es la Iglesia de Jesucristo que nos salvará, antes la aplicación de ese conocimiento en obras buenas.

Jesús una vez declaró:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; más que el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. (Mateo 7:21).

Y Jacob, hablando a la gente en su día, algunos 500 años antes de Cristo, hablaba de la misma cosa. El usó términos más fuertes que yo querría usar, si no lo estuviera citando.

“Mas, ¡ay de aquel al que la ley le haya sido dada, sí, que tenga todos los mandamientos de Dios como nosotros, y los quebrante, y que malgaste los días de su probación, porque terrible es su estado!

¡Oh, ese sutil plan del espíritu maligno! ¡Oh, las vanidades, flaquezas y locuras de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no oyen el consejo de Dios, y lo echan de un lado, suponiendo saber bastante de sí mismos, por lo tanto su sabiduría es locura, y de nada les sirve. Y ellos perecerán.

Mas, bueno es el ser instruidos si oyeren los consejos de Dios”. (2 Nefi 9:27-29).

Por tanto, mis hermanos, nuestro conocimiento debe manifestarse en servicio y buenas obras.

En la primavera pasada asistí a la conferencia trimestral de una estaca en el sur del estado de Idaho. Entre los misioneros que hicieron reportes estaba la hermana Santana, una joven de nacionalidad mexicana. Ella vino a aquella estaca para contar su misión a los que la habían sostenido. Una de las familias de allí había proveído fondos para su misión y se contó que esta muchacha era instrumental en traer más de cincuenta personas a la Iglesia durante su tiempo en el campo misionero. Entre otras cosas dijo ella por un intérprete: “Mi testimonio es la joya más brillante que poseo. Me vale más que mi vida. Yo espero demostrarlo por buenas obras”. Y agregó, dirigiéndose a los que la habían ayudado, “muchas gracias”. Nos tocó el corazón verla con esta combinación inapreciable de tesoros: un testimonio y un deseo de demostrarlo con buenas obras.

Cualquier individuo que tenga un testimonio que se demuestra por una vida limpia y obras buenas puede esperar que le sea un tremendo poder impulsor. Le ayudará a dirigir la vida, a guiarlo, recordarlo, y a amonestarlo. Llega a ser una arma contra la maldad.

Algunos han preguntado: “¿Cómo puede uno recibir un testimonio vivo, impelente y vivificador como el de que usted habla? ¿Cómo se obtiene tal conocimiento? La pregunta fué contestada por Jesucristo cuando dijo:

“. . . Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.

“El que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo”. (Juan 7:16-17).

Así cualquiera que se calificará por hacer la voluntad de Dios puede encontrar esta seguridad y no hay otro modo, que yo sepa.

El manantial de este conocimiento también fué explicado por el Señor cuando hizo esta pregunta:

“. . . Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos”. (Mateo 16:15-17).

Los Santos de los Últimos Días aceptan estas enseñanzas y multitudes testifican, por su propia experiencia, que son verdaderas. Testimonios dados a personas conforme a las leyes de Dios y por hacer buenas obras, ciertamente inducirán felicidad y traerán contentamiento y paz a ellos y sus familias. Tales testimonios bien pueden guiar a uno a la exaltación en el reino de Dios.

En cambio, hay los que dicen: “Oh, yo creo estos principios, pero no estoy viviendo como debo”, o “Estoy muy ocupado para aceptar una asignación en la rama o misión o clase”, o “Se me hace que cuando trabajo toda la semana debo tener el domingo para holgar-me en buscar placeres y descanso y para hacer lo que me dé la gana”. Tienen una clase ‘de testimonio que me parece muy estéril e infructuoso. Esta esterilidad los hará perder a este individuo y quizá a su familia muchas de las cosas apreciables de la vida que hemos oído relatadas esta mañana. En verdad tal filosofía puede llegar a ser la causa que impide la realización de grandes bendiciones eternas de que el Señor Dios quería que gozaran ellos.

Además, los que tenemos testimonios debemos vivir en armonía con nuestras creencias, declaradas en el Artículo de Fe: “Creemos que debemos ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y benéficos para con todos los hombres”, y debemos de reflejar estos atributos en nuestras vidas diarias.

No hace mucho que me dijeron de un hombre profesional quien demostró su testimonio por actos benéficos “para con todos los hombres”, o cuando menos para con todos con quienes se encontró. A pesar de la presión entre su profesión para levantar los derechos que pagaban sus pacientes, a pesar de las recomendaciones que les hiciera pagar todo lo posible, este buen hombre continuó su práctica anterior de cobrar razonablemente por sus servicios y evitar precios excesivos.

Me parece que él demuestra su testimonio por buenos actos, como quería hacer la hermana Santana. Está tranquilo él, y se siente satisfecho por lo que ha hecho. Lo respetan sus amigos y clientes, e incidentalmente casi tiene más negocio del que puede llevar.

Una medida verdadera de la devoción de uno hacia un principio, se mide no por lo que profesa, sino por lo que manifiesta de día en día.

Hace dos mil quinientos años que un gran filósofo, Confucio, lo expresó así: Los que saben la verdad no son iguales a los que la quieren, y los que la quieren no son iguales a los que la viven.

Pues,

“Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras: muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno, bien haces, también los demonios creen y tiemblan.

“¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” (Santiago 2:14, 18-20).

Por toda la Iglesia, miles y miles están testificando por sus vidas rectas que Dios vive, y que están afiliados con la verdadera Iglesia de Jesucristo sobre la tierra. Por su servicio incesante y su deseo de guardar los mandamientos de Dios, líderes tanto como miembros, testifican como Abrahán, de su disposición a desempeñar todos los deberes que les son requeridos por Dios.

Como la hermana Santana, demuestran sus testimonios por sus actos benéficos. Son “. . . hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores. …”

Que cada uno de nosotros sintamos alguna responsabilidad para alcanzar a las excelentes personas, bien nacidas, bien calificadas y capacitadas, para tratar de ayudarlas a transformar sus testimonios inactivos en obras y servicio, lo cual agrada al Señor. Esto yo pido, y dejo mi testimonio de la veracidad de esta obra, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.

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