Esos actos de bondad

Esos actos de bondad

por el presidente Spencer W. Kimball


Mi experiencia me ha demostrado que mediante el servicio es como aprendemos a servir. Cuando nos embarcamos en el servicio a nuestros semejantes el beneficio resultante es dual, ya que no solamente ayudamos a aquellos que nos necesitan, sino que en el proceso de hacerlo vemos nuestros propios problemas bajo una nueva perspectiva.

Cuanto más esfuerzos dedicamos a nuestro prójimo, menos tiempo nos queda para preocuparnos demasiado por nosotros mismos. En el milagro de servir está implícita la promesa de Jesús de que al perder nuestra vida por su causa, la hallaremos; o sea, que al dejar de lado nuestros propios intereses por servir a nuestros semejantes, estaremos sirviendo en su causa, y por lo tanto, hallaremos la vida que Él ha puesto a nuestro alcance.

No solo la «hallamos» en el sentido de que reconocemos la guía divina en nuestra vida, sino que cuanto más servicio préstamos a nuestros semejantes en manera ética y desinteresada, más se acrecienta el caudal de nuestra alma. El servir a otros tiene como consecuencia el aumento de nuestro propio valor como individuos.

El poeta y escritor británico George MacDonald (1824-1905), declaró que «el alma de un ser puede acercarse más a la de otro por amar, que por ser amado». Por supuesto que lodos necesitamos ser amados; pero debemos dedicarnos a dar y no a siempre recibir, si deseamos alcanzar plenitud en nuestra vida y obtener un sentido más claro del propósito de nuestra existencia.

Necesitamos ayudar a aquellos a quienes sirvamos a llegar al conocimiento intrínseco de que Dios no solamente los ama, sino que tiene muy en cuenta todas sus necesidades. Ciertamente que Dios el Padre y su Hijo Jesucristo, quienes se presentaron ante José Smith —un jovencito que en nuestros días tendría edad apenas para poseer el Sacerdocio Aarónico—, para darle instrucciones que afectarían a toda la humanidad, no se presentaron caprichosamente «a una persona cualquiera». Por lo contrario, el Señor declara que esta comparecencia que había sido cuidadosamente planeada, ocurrió porque

«.. . yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith hijo, le hablé desde los ciclos y le di mandamientos» (D. y C. 1:17).

Dios no hace nada al azar; todo sigue un plan diseñado por El, un Padre amantísimo cuyos propósitos bien conocemos.

Como El, nosotros también tenemos propósito en nuestra vida. Dios nos tiene presente y nos vigila, mas es a menudo a través de otro mortal que satisface nuestras necesidades; por lo tanto, es imperativo que nos sirvamos mutuamente en su reino. Los miembros de la Iglesia necesitan de la fortaleza mutua, del apoyo y de la guía que ésta brinda en una comunidad de creyentes, una congregación de discípulos. En Doctrinas y Convenios leemos el mandato;

«.. . socorre a los débiles: sostén las manos caídas y fortalece las rodillas desfallecidas.» (D. y C. 81:5.)

Muy a menudo, todo lo que el acto servicial requiere de nosotros es unas simples palabras de aliento o que prestemos ayuda práctica en caso de necesidad material más, ¡cuán gloriosas consecuencias suelen emanar de esas acciones mundanas, de esos hechos pequeños en sí, pero que demuestran afectuosa consideración!

A medida que el contraste entre las vías del mundo y las del Señor se hace más pronunciado debido a las circunstancias sociales, la fe de los santos será más severamente puesta a prueba. En dichas circunstancias, lo más valioso y vital que podemos hacer es expresar nuestro testimonio a través del servicio que, a su vez, nos recompensa con desarrollo espiritual, mayor devoción y acrecentada capacidad para vivir los mandamientos.

Casi 25 años atrás, el presidente Stephen L. Richards dijo algo que tiene para mí grandes implicaciones:

«A pesar de los aspectos prosaicos y comunes de este tema, he estado convencido, mis hermanos, de que lo más desafiante, dramático y esencial en nuestra vida es «guardar los mandamientos»; esto pone a prueba cada fibra de nuestro ser. Es una demostración simultánea de nuestra inteligencia, nuestro conocimiento, nuestro carácter, y nuestra sabiduría.» (Conference Reporl, octubre de 1950.)

No obstante, a veces simplemente necesitamos que en vez de recibir nueva inspiración o revelación, el Espíritu nos refresque la memoria de las cosas que ya sabemos, para que nos re-dediquemos a guardar los mandamientos y servir al prójimo.

El Espíritu Santo refresca tanto nuestra memoria como nuestro entendimiento, no dejándonos otra alternativa que hacer aquello que sabemos es lo justo y correcto; las cosas simples, las cosas rectas, las cosas necesarias. Esta es una de las razones por las cuales nosotros, como Santos de los Últimos Días, debemos vivir dignamente para merecer su influencia y gozar de su constante inspiración, para que Él nos sirva de brújula y director. La guía del Espíritu Santo es infinitamente más importante que aprender técnicas y procedimientos, aun cuando éstos puedan rendir gran ayuda.

Si somos la clase de líderes que debemos ser, periódicamente tendríamos que reflexionar sobre las cualidades de aquellos que nos sirvieron, guiaron, y enseñaron. Escogiendo solamente dos ó tres de entre todas las personas que hayan ejercido la mayor influencia en vuestra vida, tratad de determinar específicamente que fue lo que ellas hicieron que os ha servido de ayuda en momentos críticos, en encrucijadas difíciles.

Tras breve reflexión, lo más probable es que lleguéis a la conclusión de que dichas personas realmente demostraron su interés en vosotros, os brindaron su tiempo sin escatimarlo, os facilitaron el aprendizaje de algo que os era muy necesario saber. Analizad después vuestra actuación, para determinar hasta qué punto habéis incorporado esos mismos atributos básicos en el desempeño de vuestros llamamientos, Es dudoso que, al buscar en las antesalas de la memoria, nos encontremos con alguien a quien recordamos por haberse distinguido singularmente en la práctica de una técnica. Más bien, lo más probable es que recordemos a aquellos que nos han servido y ayudado con la dádiva de su amor y su comprensión, tomando el tiempo necesario para auxiliarnos y mostrándonos el camino con la luz de su propio ejemplo.

Por lo tanto, no tengo suficientes palabras para recalcar la importancia de comprometernos a hacer lo mismo por aquellos que al presente dependen de nosotros, de igual manera en que una vez nosotros tuvimos que depender de los que nos sirvieron mediante la guía comprensiva y la enseñanza generosa.

La espiritualidad nos provee con un gran sentimiento de seguridad; mas no nos es posible adquirir espiritualidad, sin servir a nuestros semejantes.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

1 Response to Esos actos de bondad

  1. Avatar de Jose Prieto Jose Prieto dice:

    Este mensaje me ha instruido más y de forma correcta que el servicio es esencial en nuestras vidas. Así lograré alcanzar el verdadero propósito de mi vida en este tiempo.

    Me gusta

Deja un comentario