Conferencia General Abril 1972
El horizonte eterno del hombre
Por el élder Joseph Anderson
Asistente del Consejo de los Doce
Qué es la fe y por qué conduce al conocimiento del Señor
Se ha dicho con precisión que el atributo más grande de un hombre o de una nación es la fe, que los hombres que levantaron este país y lo hicieron prosperar durante sus días más difíciles fueron hombres de fe inquebrantable, hombres de valor y de visión, hombres que siempre miraron hacia adelante y nunca hacia el pasado.
Lo mismo puede decirse en verdad, de aquellos que establecieron esta Iglesia bajo la inspiración y la revelación del Señor y de los que han edificado sobre el fundamento que los primeros establecieron. Ellos también fueron y son hombres de infalible testimonio y fe inquebrantable.
Creo que quizá no haya habido jamás mayor necesidad de fe que la que existe hoy en día, particularmente, fe en la dirección divina. Como regla general, los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen fe en Dios, en que El dirige el mundo; y la gente de esta nación y del mundo necesita esa fe, fe en el Dios de esta tierra, fe en el Dios del mundo, que es Jesucristo.
Muchos hemos tenido la experiencia de atravesar el mar en un barco y en tales ocasiones, al mirar en diversas direcciones, no se ve nada más que agua. Hasta donde llega la vista de los mortales, el cielo se junta con el agua; el sol sale por el horizonte, y al atardecer se pone sobre el horizonte. Lo mismo sucede cuando nos hallamos en tierra firme; el límite de nuestra visión es el horizonte. ¿No es también cierto que el límite de nuestra percepción espiritual es el horizonte que vemos?
¿Y qué podemos decir en cuanto a nuestro horizonte espiritual? ¿Está limitado a nuestra lucha actual por las cosas de este mundo? ¿Se limita a la adquisición de cosas de la carne? ¿Está nuestro horizonte limitado a nuestra competencia con un mundo enloquecido por el dinero, a la obtención de las cosas mundanas de la vida? ¿O se extiende hacia una eternidad con Dios y nuestros seres queridos en la vida venidera?
Nuestro horizonte debe extenderse hacia un futuro ilimitado más allá de la muerte. . . mucho más allá de esas cosas de naturaleza temporal. Nuestra filosofía de la vida contempla una eternidad de vida: vida sin principio antes de que viniésemos aquí, vida sin fin en lo venidero. Nuestra felicidad acá y en lo por venir depende de nuestras acciones aquí; por lo tanto, debemos procurar las cosas más bellas de la vida. El camino que conduce a la vida eterna ha de estar pavimentado con obediencia a los mandamientos del Señor.
Siendo sólo espíritus vivimos en la presencia de nuestro Padre, y nos regocijamos ante la perspectiva de tener la oportunidad de venir a la tierra, tomar sobre nosotros la vida terrenal y, pasar por las experiencias que aquí vivimos, a fin de poder probarnos dignos de mayores experiencias y mayores bendiciones.
Si bien aquí no hemos de gozar de la presencia de nuestro Padre Celestial, podemos comunicarnos con Él y podemos oír su voz si esto llega a ser necesario.
A algunos les parece difícil tener fe en un Ser Eterno y en que Él pueda comunicarse con el hombre, en que El escuche y responda nuestras oraciones, en que es el Padre de nuestros espíritus, porque somos seres duales, vale decir, seres espirituales y físicos; fe en que nos ama y nos ha dado mandamientos, que si aceptamos y vivimos, resultarán en bendiciones tanto terrenales como eternas para nosotros.
Hubo una época en que los hombres se habrían reído con desprecio si alguien hubiese dicho que en un tiempo futuro podríamos sentarnos en nuestras casas a mirar y escuchar por medio de la televisión y la radio cosas que estuviesen ocurriendo en el mismo momento en nuestro país, en Europa, o Asia, Sudamérica o África; que el desarrollo de esta conferencia sería televisado y transmitido por radio a los telespectadores y los radioescuchas del mundo mediante las notables técnicas electrónicas.
En nuestros tiempos hemos visto a hombres caminar por la superficie de la luna y hemos escuchado los mensajes que ellos han enviado a través de la gran extensión del espacio entre nosotros y nuestro satélite, al mismo tiempo que presenciábamos las imágenes transmitidas por ellos.
Estas cosas han sido llevadas a cabo mediante la fe, el trabajo y la inteligencia.
¿Podemos hablar con Dios?
¿Pueden nuestras oraciones, aun en pensamiento así como en palabra, ascender hasta el Padre de todos nosotros, y tiene El poder para darles respuesta?
En nuestro estado espiritual antes de que viniésemos aquí, vivimos por lo que veíamos; en esta existencia mortal caminamos por fe. El Espíritu de Dios da testimonio al espíritu del hombre de que somos hijos de Dios, que Él nos ama y que existe un propósito para la vida terrenal, un grandioso e importante propósito; que guardando los mandamientos que Él nos ha dado, podemos ganar conocimiento e inteligencia, que podemos ganar experiencia venciendo a la oposición con la cual debemos contender, que resucitaremos de la tumba en el debido tiempo del Señor y que finalmente regresaremos a su presencia si vivimos dignamente.
Alma, un Profeta del Libro de Mormón, relata una experiencia de su tiempo acerca de unas personas que eran echadas de las sinagogas a causa de la pobreza de sus vestidos, gente que era pobre en cuanto a las cosas de este mundo y que también lo era de corazón. Estas personas se acercaron a Alma explicándole su situación, y le preguntaron qué debían hacer. Alma les respondió explicándoles el principio de la fe y enseñándoles la palabra de Dios.
Con respecto a la fe, él dijo: «Fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas» (Alma 32:21).
Alma entonces continúa comparando sus palabras, las que son verdaderamente la palabra de Dios y el evangelio de salvación, a una semilla que un hombre planta en la tierra. Sugiere que si damos lugar para plantar la semilla en nuestros corazones, y no la echamos fuera ni resistimos el Espíritu del Señor, si es una semilla verdadera, empezará a germinar y a crecer dentro de nuestro pecho; y cuando se percibe este crecimiento no cabe más que admitir que la semilla es buena, porque empieza a ensanchar el alma y a iluminar la inteligencia, a la vez que empieza a ser deliciosa para el individuo. Después, cuando la semilla o la palabra, o el evangelio, se hincha, brota y empieza a crecer en vuestra alma, sabéis por fuerza que la semilla es buena, y por lo tanto, vuestro conocimiento es perfecto; ya no es más fe sino conocimiento.
A veces, hay personas que dicen que no podemos saber que el evangelio es verdadero. Como lo indicó Alma, si cuando escucháis la palabra de Dios no la echáis fuera por vuestra incredulidad ni resistís el Espíritu del Señor, el crecimiento dentro de vuestro pecho, el ensanchamiento de vuestra alma y la iluminación de vuestra inteligencia llegan a ser de una naturaleza tal que hacen que sepáis que es la verdad.
Sin embargo, esto es sólo el comienzo. Debéis alimentar la semilla; en otras palabras, debéis alimentar el testimonio que tenéis de que es verdadero, viviendo las enseñanzas del evangelio.
Si hacéis esto, nos dice este Profeta antiguo, la semilla crecerá hasta convertirse en árbol y dará fruto. Pero si se desatiende el árbol, éste no» echará raíz; y cuando llegue el calor del verano y lo abrase, se secará y morirá. Y esto no habrá sido porque la semilla, o la palabra de Dios, no hubiese sido verdadera ni porque su fruto no hubiese sido deseable, sino porque el terreno era estéril y el árbol no fue alimentado, y en este caso no se pudo esperar que diera fruto.
Sin embargo, si tenéis fe y paciencia para nutrir la palabra, o el árbol, con el tiempo recogeréis su fruto, el cual es sumamente precioso y delicioso.
Os testifico que si hacéis estas cosas, si verdaderamente probáis este experimento con respecto a la palabra de Dios como se encuentra en el evangelio de Jesucristo, y vivís de acuerdo con los mandamientos que allí se encuentran, nutriendo las verdades del evangelio, tendréis el privilegio de recrearos con este fruto; vuestra fe será plenamente recompensada y se desarrollará hasta convertirse en conocimiento efectivo de la verdad del evangelio de Jesucristo.
Os testificamos que cuando la ocasión lo requiere, los profetas del Señor de los últimos días pueden escuchar la voz de Dios; que ellos pueden recibir esto por medio del instrumento de la fe; y que aun vosotros y yo podemos ver más allá del velo, si ello está de acuerdo con la voluntad del Señor y si nosotros estamos en armonía con lo Infinito.
Los Santos de los Últimos Días creen y enseñan que sin la experiencia de la vida terrenal, sus problemas y sus logros, y sin un cuerpo resucitado, el espíritu del hombre no puede tener la plenitud del gozo. Nuestra filosofía de la vida contempla una eternidad de existencia, vale decir, vida sin principio en el mundo preexistente y vida venidera a través de las eternidades.
Nuestra felicidad en esta vida y en la vida venidera depende de nuestras acciones aquí. Si hemos de alcanzar la meta de la salvación y la exaltación eternas en el reino de nuestro Padre Celestial, debemos asirnos fuertemente a la barra de hierro, la cual es la palabra de Dios, y rendir obediencia a los mandamientos del Señor.
Se dice que en una ocasión en que el señor Isaac Newton pensaba seriamente con respecto a la naturaleza de la luz, hizo un agujero en una persiana por el cual entró un rayo de luz en su habitación. Sostuvo entonces un pedazo triangular de vidrio en el rayo de luz, y allí se reflejaron en gran belleza todos los colores del arco iris. Y por primera vez el hombre se enteró de que todos los gloriosos colores del universo se hallaban encerrados en un rayo de luz blanca.
Es importante que vivamos todos los principios del evangelio y que obedezcamos todos los mandamientos que el Señor nos ha dado si hemos de progresar y llegar a ser más como nuestro Padre y su Amado Hijo. No podemos decir: «Oh, Sí, yo creo en la obra misional, es importante; estoy completamente de acuerdo con el Plan de Bienestar y el magnífico programa de servicio social de la Iglesia para su juventud; pero no creo que José Smith fuera un Profeta ni que nuestros actuales profetas sean guiados por revelación del Señor.»
Algunos podrán decir: «Creo en el Libro de Mormón, pero no puedo creer que fuera recibido de manos de un ángel como lo declaró José Smith.»
Con una fe inconstante de ese tipo, ¿cómo puede una persona esperar tener la verdadera luz de Cristo, la verdadera comprensión y la luz del evangelio? ¿Cómo puede esperar recibir las bendiciones que el Señor ha prometido a los fieles? Si omite cualquiera de estos principios, no obtiene esa pura luz blanca. Si no tiene fe en todos los principios del evangelio y no tiene fe para vivir de acuerdo con ellos, no puede esperar obtener la luz pura del evangelio en su corazón.
Si verdaderamente tenéis suficiente fe en Dios que os impulse a guardar sus mandamientos, os acercaréis más a Él y Él se acercará más a vosotros, y vuestra fe llegará a ser conocimiento, al mismo tiempo que el límite de vuestro horizonte se extenderá hacia el mundo eterno.
Que podamos progresar en fe mediante el amor y la bendición de nuestro Señor y Salvador. Que guardemos los mandamientos que Él nos ha dado, que finalmente podamos encontrar la salvación y la exaltación en su reino celestial, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























