La importancia de una testimonio personal

Conferencia General Abril 1972

La importancia de una testimonio personal

élder James A. Cullimore

El poder del Espíritu Santo edifica, fortalece, ilumina y unifica a los miembros de la Iglesia


Me he sentido sumamente im­presionado mis hermanos, por la fortaleza de los testimonios que se han dado esta tarde y esta mañana, en las sesiones de la con­ferencia. Pienso que el testimonio del presidente Smith fue tan firme, tan fuerte, tan seguro. ¡Cómo puede cualquiera dudar! Y luego le siguió el hermano Peterson (Mark E.) en su manera tan hábil y tan sincera. Los testi­monios de ‘ los otros hermanos, el obispo Featherstone y el obispo Peterson, tan humildes y seguros; el testimonio de sus vidas, y los testimonios que otros han dado aquí, el hermano Kimball, siempre tan dulce y sincero; estas son las cosas de importancia en nuestras vidas.

Un testimonio del evangelio’ es una de las posesiones más preciadas de un miembro de la Iglesia. La fortaleza y la unidad de la Iglesia dependen de que cada miembro viva de tal manera que llegue a saber por sí mismo que el evangelio es verdadero.

La condición espiritual de los miembros de la Iglesia depende del grado hasta el cual éstos vivan el evangelio y sean dignos de la compañía del Espíritu Santo al testificar de la veracidad de esta grandiosa obra. Se deduciría que la prosperidad de la Iglesia se puede medir hasta cierto punto por la fortaleza de los testimonios de sus miembros demostrada por su dignidad y justo vivir.

Uno de los grandes testimonios de las Escrituras es el que Pedro dio al haber sido llevado ante los jueces después de haber sanado a un cojo en las puertas del tem­plo.

«Entonces Pedro, lleno del Es­píritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel:

«Puesto que hoy se nos inte­rroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué ma­nera éste haya sido sanado,

«sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.

«Este Jesús es la piedra repro­bada por vosotros los edificadores,  la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.

«Y en ningún otro hay sal­vación; porque no hay otro nom­bre bajo el cielo, dado a los hom­bres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:8-12).

Pedro declaró otro gran testi­monio acerca de Cristo:

«Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

«Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.

«Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

«Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

«Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.

«Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:13-19).

En una época en que las iglesias generalmente están perdiendo a sus miembros y disminuyendo en popularidad, muchos se preguntan en qué se basa el secreto del crecimiento y la estabilidad de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

El presidente McKay respondió: «El secreto yace en el testimonio que posee cada persona que es fiel en la Iglesia, de que el evangelio consiste en principios correctos. . .

«Este testimonio ha sido revela­do a todo hombre y mujer sinceros que se hayan apegado a los principios del evangelio de Jesu­cristo, que hayan  obedecido las ordenanzas y hayan sido merece­dores y recibido el Espíritu Santo, para guiarlos» (Pathways to Happiness, págs. 314-15).

En un editorial de la revista Impact1, el hermano William E. Berrett expresó bien la gran in­fluencia del Espíritu Santo al guiar y unificar la Iglesia en la actualidad:

«El gran milagro de nuestra época es ese Espíritu que une a los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días con aquellas nu­merosas autoridades señaladas para dirigirlos. Porque los que han sido señalados para dirigir habían una diversidad de lenguas, per­tenecen a una variedad de razas y culturas y viven en muchas diferentes tierras. No obstante, existe una unidad que se mani­fiesta en la obediencia a los llama­mientos de la Iglesia, en la acep­tación de las doctrinas básicas y en la creencia de que somos guiados por un Profeta viviente de Dios.

«Generalmente esta unidad causa confusión en el mundo y no es comprendida por muchas personas cuyos nombres adornan las listas de la Iglesia. La influencia unificadora no es nada menos que el Espíritu Santo, conferido sobre los hombres por la autoridad de Dios, mediante su Santo Sacerdo­cio. A través de la obra del Espíri­tu Santo, los hombres pueden lle­gar a conocer la verdad a medida que emana de las páginas impresas de escritura o de los labios de nuestros profetas vivientes. En las palabras de Brigham Young: ‘la elocuencia de los ángeles nunca podría convencer a ninguna per­sona de que Dios vive y que hace de la verdad la habitación de su trono, a no ser que esa elocuencia esté investida con el poder del Es­píritu Santo; si esto le faltara, sería una combinación de sonidos inútiles. ¿Qué es lo que convence al hombre? Es la influencia del Todopoderoso, iluminando su mente, dándole instrucción a su entendimiento’ » (Impact, prima­vera de 1970, página 2).

Todo miembro de la Iglesia tiene derecho a la compañía del Espíritu Santo. En el momento de nuestro bautismo, se nos impusie­ron manos sobre la cabeza y se nos dijo: «Recibe el Espíritu Santo.» De acuerdo con nuestra dignidad, esto nos da el derecho a la compañía constante del Espíritu Santo, por medio del cual pode­mos recibir revelaciones.

Las bendiciones de aquellos que vivan dignos de la compañía del Espíritu Santo, fueron reveladas al profeta José Smith y a Sidney Rigdon:

«Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y be­nigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en justicia y en verdad hasta el fin.

«Grande será su galardón, y eterna será su gloria.

«Y a éstos revelaré todos los misterios; sí, todos los misterios escondidos de mi reino desde los días antiguos, y por siglos futuros les haré saber la buena disposición de mi voluntad concerniente a todas las cosas de mi reino.

«Sí, sabrán aun las maravillas de la eternidad, y las cosas venideras les enseñaré, aun las cosas de muchas generaciones.

«Y su prudencia será grande, y su conocimiento llegará hasta el cielo; y ante ellos perecerá la inteligencia de los sabios, y el entendimiento del prudente se disipará.

«Porque por mi Espíritu los iluminaré, y por mi poder les re­velaré los secretos de mi volun­tad; sí, aun aquellas cosas que ni el ojo ha visto, ni la oreja oído, ni han entrado todavía en el cora­zón del hombre» (D, y C. 76:5-10).

Y de nuevo el Señor le dijo al Profeta:

«Y el Espíritu da luz a cada ser que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre por el mundo, si escucha la voz del Espíritu» (D. y C. 84:46).

Los Doce Apóstoles son testigos especiales del Salvador; no sé cuántos de ellos habrán visto una persona celestial, ya que no hablan de ello, pero no tienen que hacerlo para recibir su testimonio especial que puede venir por medio del Espíritu Santo.

El presidente Harold B. Lee les dijo a un grupo de jóvenes: «No muchas personas han visto al Salvador cara a cara aquí en la tierra; pero no hay ninguno de vosotros que haya sido bendecido para recibir el don del Espíritu Santo después del bautismo, que no pueda tener una seguridad per­fecta de su existencia como si lo hubiese visto» (Youth and the Churck, página 51).

El impacto del testimonio del Espíritu en nuestras vidas ha sido aclarado por el presidente José Fielding Smith cuando dijo:

“. . . el Señor ha enseñado que hay un testimonio más fuerte que ver a un personaje, aun el hijo de Dios, en una visión… El Sal­vador dijo:

“‘Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonado.

“‘A cualquiera que dijere al­guna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero’ (Mateo 12:31-32).

«Por lo tanto, ver, aun al Salvador, no deja una impresión tan profunda en la mente como el testimonio del Espíritu Santo al espíritu. Pedro y Pablo compren­dieron esto; he aquí las palabras de Pablo:

» ‘Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,

“‘y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,

«‘y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y ex­poniéndole a vituperio’ (Hebreos 6:4-6).»

El presidente Smith concluye:

“. . . las impresiones en el alma que provienen del Espíritu Santo son mucho más significativas que una visión. Es donde el Espíritu le habla al espíritu, y la impresión que queda en el alma es mucho más difícil de borrar. A fin de que no puedan ser olvidadas, todo miembro de la Iglesia debe tener en su alma las impresiones inde­leblemente grabadas por el Espíri­tu Santo, de que Jesús es el Hijo de Dios» (Seek Ye Earneslly, página 213-14).

En nuestra búsqueda de la ver­dad y nuestro deseo de alcanzar la vida eterna, el Señor no nos ha dejado sin luz. Él dijo:

«Oliverio Cowdery, de cierto, de cierto te digo, que así como vive el Señor, quien es tu Dios y tu Redentor, tan ciertamente re­cibirás el conocimiento de cuan­tas cosas pidieres en fe, con un corazón honesto, creyendo que recibirás. …

«Sí, he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá so­bre ti y morará en tu corazón.

«Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación» (D. y C. 8:1-3).

En nuestra vida necesitamos el compañerismo constante del Espíritu a fin de confirmarnos continuamente la divinidad del plan del evangelio. Dos cosas son vitales para asegurarnos esta compañía:

  1. Nuestra vida debe de estar de acuerdo con las normas del evangelio. «. . . el Espíritu del Señor no habita en templos in­mundos» (Helamán 4:24).
  2. Debemos estar entregados a la obra. Cuando los fariseos es­cucharon las enseñanzas del Sal­vador, dijeron: «¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?» Le respondió: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:15-17).

El Señor le dijo claramente al profeta José Smith cómo podría una persona obtener un testimonio de El:

«De cierto, así dice el Señor: Acontecerá que toda alma que desechare sus pecados y viniere a mí, e invocare mi nombre, obe­deciere mi voz y guardare mis mandamientos, verá mi faz, y sabrá que yo soy;

«Y que soy la luz verdadera que ilumina a cada ser que viene al mundo» (D. y C. 9:8).

Después de haber hecho todo lo que podamos, habiéndolo estu­diado y determinado cómo re­solver mejor nuestros problemas, entonces llevamos nuestras de­cisiones ante el Señor; y si son correctas, nuestro pecho arderá dentro de nosotros y recibiremos una confirmación espiritual en cuanto a lo que debemos hacer.

El profeta Alma habló con­cerniente a su testimonio de ciertas enseñanzas del evangelio, diciendo:

«Mas esto no es todo. ¿Creéis, acaso, que no sé de estas cosas por mí mismo? He aquí, os testi­fico que yo sé que estas cosas de que he hablado son verdaderas. Y ¿cómo suponéis que tengo esta certeza?

«He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las ha hecho saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y éste es el espíritu de revelación que está en mí» (Alma 5:45-46).

Sí, «el Espíritu ilumina a todo hombre por el mundo, si escu­cha la voz del Espíritu» (D. y C. 84:46).

Testifico que por medio del testimonio del Espíritu uno puede llegar a saber de la divinidad de esta gran obra, que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que José Smith fue divinamente llamado, que el presidente José Fielding Smith es un Profeta de Dios, y que este evangelio es el gran plan de vida y salvación, tal como fue establecido por el Señor. Este es mi testimonio personal para voso­tros, mis hermanos, y lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.

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