Lucy Mack Smith
Mujer de gran fe
Jaynann Payne
La hermana Payne, maestra de la Primaria, del Barrio Quinto de Oak Hills, Estaca Sharon East, de Provo, Utah, ha dado muchas conferencias durante las semanas de educación, patrocinadas por la Universidad de Brigham Young. Ama de casa y madre, obtuvo el segundo lugar en el concurso nacional de los Estados Unidos, «Mrs. América» (Señora Estados Unidos) en 1967-68.
Mientras los rayos del sol se filtraban por entre las nubes iluminando por aquí y por allá los verdes campos y los bosques en lontananza, Lucy meditaba en el significado de la maravillosa visión del Padre y del Hijo, que el joven José acababa de relatarle.
Su alma se estremecía de gozo y expectación, pues las Significativas experiencias espirituales no eran algo nuevo para ella, como tampoco lo eran para su esposo Joseph. Lucy recordaba el testimonio de su propio padre, Solomon Mack, en cuanto a la contestación de sus oraciones. Su amado esposo, Joseph, había sido bendecido con numerosas visiones y sueños de importancia espiritual; ella misma se había arrodillado en un bosquecillo a suplicar al Señor que su esposo encontrara la verdad, ocasión en que recibió una hermosa visión que inundó su alma de paz. Y cuando estuvo a las puertas de la muerte, enferma de tuberculosis a los 27 años de edad, su oración de fe para curarse fue contestada recibiendo la certeza de que viviría para cuidar de su familia.
Lucy Mack Smith era una mujer constante; a través de altos y bajos su fe en la familia fue permanente, la cual demostró en su abnegación hacia sus padres, sus hermanos; en el respeto y amor que mostró hacia su amado esposo, en la forma inspiradora en que alimentó la tierna fe de sus propios hijos, especialmente la del joven José; en su fe en sí misma como capaz ama de casa y madre, en su fe para realizar las noches familiares que fueron para todos inolvidables, en su servicio caritativo a los santos y a sus semejantes, en el poderoso testimonio que dio de la veracidad del Libro de Mormón, y finalmente en su fe en su familia eterna, lo cual le brindó el único consuelo posible en aquellos aciagos momentos en que se inclinaba sobre los féretros de sus seres queridos derribados como mártires. Su fe verificó que ellos en verdad «habían vencido al mundo por amor» y que un amoroso y misericordioso Padre se los había llevado consigo a fin de que pudiesen tener descanso.
La fe de Lucy, como un prisma, mostró luces multicolores en cada faceta de su vida. Ella, como María, también proclamó: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lucas 1:46-47).
El Señor había preparado a Lucy mediante su inteligente y dedicada madre, Lydia Gates Mack, y su honesto e intrépido padre, Solomon Mack, para que llegara a ser la culminación de la fe de sus antepasados en la familia eterna.
Lucy nació el 8 de julio de 1775, durante la guerra de la revolución estadounidense. Siendo niña, le gustaba escuchar a su padre contar sus aventuras en las luchas de las guerras con los franceses y con los indios y en la guerra de la Revolución. Años después Lucy hizo una crónica de las estratagemas de su padre para atemorizar a los indios en una emboscada y la forma temeraria en que rescató a un compañero herido durante una batalla.
De su padre aprendió el amor a la libertad y a la patria; también de él aprendió el poder del mando y de la decisión. Solomon estuvo lejos del hogar navegando y en expediciones de negocios desde la época en que Lucy tenía cerca de nueve años hasta cuando ésta frisaba los diecisiete, y regresó a su casa empobrecido. Mas, aunque su familia carecía de posesiones materiales, y la soledad y el retiro en que vivían impidieron una educación para sus hijos, Lydia Gates Mack proporcionó a éstos un rico ambiente espiritual y cultural.
Antes de casarse con Solomon Mack, Lydia había sido maestra de escuela y provenía de una familia acaudalada y culta; esta fue una gran bendición, pues con las ausencias de Solomon del seno familiar, la gran responsabilidad del bienestar temporal, intelectual y espiritual de sus hijos recayó sobre ella. No se limitó a enseñarles sólo temas escolares sino que los reunía tanto por las mañanas como por las noches a orar; les enseñó a amarse los unos a los otros y a honrar y amar a Dios.
El aprecio y amor de Lucy por su madre se refleja en la conmovedora escena de la separación de ambas en 1816, cuando la familia Smith decidió trasladarse de Verrnont a Palmyra, estado de Nueva York. Lucy escribió «tuve que despedirme de aquella piadosa y afectuosa madre a quien debía toda la instrucción religiosa así como la mayor parte de la educación que yo había recibido». Su madre le pidió que continuara fiel en el servicio de Dios a fin de que pudiese tener el privilegio de volver a reunirse con ella después de la muerte, pues tuvo el presentimiento de que no volverían a verse.
Lucy heredó de su madre la confianza en sí misma, el refinamiento y el gran don de la elocuencia. Escribió valiosos diarios personales, cartas y biografías en una época de colonización en que había poco tiempo que dedicar a escribir. Su «History of Joseph Smith» (Historia de José Smith), es un compendio no sólo de breves biografías de sus padres y hermanos así como del Profeta y de la familia de ella, sino que es también una ingeniosa, conmovedora y espiritualmente emocionante joya literaria que brilla en los polvorientos archivos de la historia.
Siendo la menor de ocho hijos, Lucy fue muy querida, pero no consentida, pues aceptó con gusto el peso de cuidar a sus dos hermanas mayores, Lovisa y Lovina, durante el tiempo en que ambas estuvieron enfermas, desde que ella tenía trece años hasta cuando las dos murieron, cuando Lucy tenía diecinueve años. Sus dos hermanas, que se acercaban a los treinta años sufrían de tuberculosis.
Una experiencia que impresionó profundamente a Lucy, pero que le dejó muchas respuestas sin contestar fue la milagrosa curación de Lovisa y su subsiguiente recaída. Después de dos años de enfermedad, pareció sumirse en un estado de coma, estando a punto de morir durante tres días, al cabo de los cuales, a las dos de la madrugada llamó a Lovina y dijo: «El Señor me ha sanado, de cuerpo y alma. . . levantadme y dadme mi ropa, ¡quiero levantarme!»
Ambas hermanas murieron con algunos meses de diferencia en 1794, dejando a Lucy triste y melancólica, pues los severos credos de la época no le brindaban ni paz ni consuelo, y sus necesidades espirituales quedaron sin satisfacerse. De este modo, cuando su hermano Stephen, al verla deprimida, la invitó, a que fuera por un tiempo a su casa en Tunbridge, estado de Vermont, ella aceptó sintiéndose agradecida de que la rodearan nuevas caras y un nuevo ambiente. En este lugar, Lucy conoció a un joven alto y cortés, llamado Joseph Smith. Después de tratarse durante un año, se casaron el 24 de enero de 1796, en Tunbridge.
Los brillantes ojos azules de Lucy se agrandaron de sorpresa al ver que la conversación se volcaba en el tema de un regalo de bodas para ella. John Mudget, socio de negocios de su hermano Stephen, dijo: «Lufy debe poseer algún valor nominal, y yo le daré lo que tú quieras.»
«¡Muy bien!» replicó Stephen, y agregó «¡yo le daré quinientos dólares en efectivo!»
«Perfecto» dijo John. «Yo le regalaré otros quinientos.» 2
La expectativa de una dote de mil dólares para amueblar su casa hizo a Lucy sentirse muy importante y querida. En 1796 era una enorme suma de dinero, puesto que se podía comprar un acre de tierra por el valor de un dólar; por lo tanto, su regalo de bodas representaba un gran poder adquisitivo, a la vez que el cariño de su familia. En vista de que su fuerte y apuesto Joseph era ya un próspero granjero, Lucy guardó prudentemente su dote para el futuro.
Lucy y Joseph expresaron su agradecimiento a Stephen y a John, y después de visitar a los padres de ella en las cercanías de Gilsum, estado de New Hampshire, regresaron a Tunbridge.
Prosperaron en su granja durante casi seis años y Lucy dio a luz a Alvin en 1798 y a Hyrum en 1800. Después, en 1802 se trasladaron a Randolph y abrieron un establecimiento comercial; en este lugar, cuando Lucy contaba con veintisiete años de edad, se resfrió, lo que le trajo como consecuencia una tuberculosis después de semanas de fiebre y tos. Joseph estaba desconsolado pues todos los doctores le dijeron que su esposa moriría. Lucy oró con todo el fervor de su alma e hizo un convenio con Dios de que si él le permitía vivir, ella le serviría. Escuchó una voz que decía: «Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. »
Su madre se inclinó sobre la cama de la enferma en el preciso momento en que Lucy recobraba el habla; entonces asombrada le dijo: «¡Lucy, estás mejor!» y ésta replicó: «Sí, madre, el Señor me permitirá vivir, sí soy fiel a la promesa que le hice, de ser una ayuda para mi madre, mi esposo y mis hijos.»4
Después de esta significativa experiencia, Lucy tuvo sed de más conocimiento espiritual, pero luego de visitar varias iglesias diferentes para escuchar «la palabra de vida», se desilusionó. Sus comentarios fueron proféticos:
«. . .pero después de escucharlo (al ministro), volví a casa convencida de que aquel hombre no comprendía ni apreciaba el tema sobre el cual había hablado, y me dije para mis adentros, que no se hallaba entonces sobre la tierra la religión que yo buscaba. Por lo tanto, tomé la determinación de examinar mi Biblia, y tomando a Jesucristo y sus discípulos como mi guía, esforzarme por obtener de Dios lo que el hombre no podía darme ni quitarme. . . la Biblia, la cual, resolví, sería mi guía de vida y salvación.»5
Son dignos de atención otros dos ejemplos de la fe de Lucy en el poder de curación. El tifus causó estragos en Lebanon, estado de New Hampshire (Estados Unidos), en 1813, y sus ocho hijos contrajeron esta enfermedad; Sophronia, que tenía diez años, estuvo gravemente enferma durante casi tres meses y los médicos perdieron todas las esperanzas de que viviera. Cuando la niña dejó de respirar, Lucy la tomó en sus brazos y comenzó a pasearse por la habitación orando fervientemente. Los que estaban presentes le dijeron: «De nada sirve ya, ciertamente has perdido el juicio pues tu hija está muerta». Pero Sophronia recobró el aliento y vivió, siendo así contestadas las oraciones de su madre.
José tenía ocho años cuando la infección del tifus se le localizó en una pierna, teniendo que soportar tres penosísimas operaciones. Los cirujanos decidieron amputarle la pierna, pero Lucy se opuso. Entonces llevaron cuerdas para atar al pequeño, pero éste se negó a que lo hicieran; también rechazó el licor que le ofrecían como anestésico. Lucy escribió después que José le imploró lo siguiente:
«‘Mamá, quiero que salgas de la habitación porque sé que no puedes soportar verme sufrir así; papá sí puede soportarlo, pero tú ya has sufrido mucho conmigo cuidándome durante tanto tiempo y estás casi deshecha’. Entonces, mirándome a la cara y con los ojos inundados de llanto, continuó: ‘Ahora, mamá, prométeme que no te quedarás, ¿quieres? El Señor me ayudará y yo sabré salir de todo esto.’. . .
«Cuando le sacaron el tercer pedazo (de hueso), yo irrumpí nuevamente en el cuarto. . . y ¡oh!, . . . ¡qué espectáculo para los ojos de una madre! La herida estaba abierta, la sangre le manaba aún a borbotones y la cama se hallaba literalmente cubierta de sangre. José estaba pálido como un cadáver y gruesas gotas de sudor le corrían por el rostro, al mismo tiempo que todo su físico acusaba la más extrema agonía.»6
José se recuperó rápidamente después de la operación, pero como resultado cojeó durante varios años y quedó con una ligera cojera por el resto de su vida.
Lucy Mack Smith tenía fe en sí misma como mujer y como ama de casa. La combinación única de sus rasgos de carácter parecía casi paradójica; era impulsiva y decidida, y no obstante confiaba en la inspiración del Espíritu Santo para aplacarse y otorgar autoridad a lo que decía y hacía. Cuando un cochero sin escrúpulos trató de robarle los caballos, el carromato y todas sus posesiones cuando se trasladaban a Palmyra, ella le mostró su enojo enfrentándolo en la posada delante de todos los viajeros presentes {pues su marido, Joseph, se había ido a Palmyra varias semanas antes).
«Damas y caballeros, os ruego que me prestéis vuestra atención por un momento. Os digo que, tan cierto como que existe un Dios en el cielo, esta yunta de animales, este carruaje y toda su carga pertenecen a mi esposo, y este hombre intenta robármelos, . . . dejándome con mis ocho hijos, sin los medios para proseguir mi viaje.»
Entonces, dirigiéndose al cochero ladrón, le dijo: «Señor, ahora le prohibo tocar ese carruaje ni conducirlo un paso más. ¡Puede irse, pues ya no lo necesito! . . .»7
Lucy no toleraba la injusticia por mucho tiempo. Llegaron a Palmyra sanos y salvos, pero con «escasos dos centavos en efectivo.»
A pesar de las circunstancias de su apremiante situación económica, la fe de Lucy en sus propias capacidades así como en las de sus familiares, produjo resultados asombrosos ese primer año en Palmyra. Con la amenaza de la pérdida de las siembras y los reveses económicos que los habían asolado desde que se casaron, Joseph y Lucy se habían mudado de localidad ocho veces antes de llegar al estado de New York. Una vez en Palymra, trabajaron industriosamente limpiando treinta de los cien acres de tierra que habían comprado y construyeron una cabaña de troncos. Pintando cubiertas de hule, Lucy ganaba suficiente dinero para comprar alimentos y muebles.
Al cabo de dos años, Alvin diseñó los planos de una casa nueva que fuera cómoda para sus padres «de avanzada edad». Lucy tenía 45 años en ese tiempo, y su hijita Lucy tenía ¡sólo dos años de edad! Le gustó mucho su nueva casa y ésta estaba casi terminada en noviembre de 1823, cuando Alvin contrajo una dolencia al estómago y murió, después que un médico incompetente lo trató con calomelanos. En su lecho de muerte, Alvin aconsejó a Hyrum que terminara la casa, a José que fuese fiel y obtuviera las planchas, y a todos sus hermanos que fuesen bondadosos con su padre y su madre. La familia y todos los vecinos lloraron su muerte, pues el joven tenía sólo 25 años de edad y era amado por todos. La alegría de Lucy por su nueva casa fue de corta duración, pues hombres sin escrúpulos engañaron a los Smith despojándolos de su granja y de su casa.
Lucy se interesó en la religión desde muy temprana edad y buscó fervientemente la verdad. Cuando su esposo, Joseph Smith se desilusionó en cuanto a asistir a las reuniones de cualquier iglesia a causa del ambiente de disensión y discordia que reinaba en ellas, Lucy se sintió muy deprimida y oró suplicando que él llegase a encontrar la verdad y que la aceptase. Entonces tuvo ella un hermoso sueño que le hizo experimentar la concreta seguridad de que Joseph escucharía y aceptaría el puro e inmaculado evangelio del Hijo de Dios en algún tiempo futuro. Joseph tuvo también una serie de interesantes sueños y visiones, los que Lucy aceptó y encontró muy significativos. Ella honró a su esposo como cabeza del hogar mucho antes de que él poseyera el sacerdocio y llegara a ser el primer Patriarca de los últimos días de la Iglesia.
El amor de Lucy y Joseph Smith se refino y ennobleció durante las severas aflicciones y pruebas, y la persecución. Cuando él cerró los ojos al morir el 14 de septiembre de 1840, el futuro de Lucy pareció «solitario y sin horizontes», al paso que no podía imaginar calamidad más terrible ni mayor pesar que aquel. Y sin embargo, durante los siguientes cuatro años también habría de sufrir la muerte de cuatro de sus hijos varones, cuatro nietos y dos nueras.
El lado más refulgente del prisma de fe de Lucy fue el de su papel de madre. Alimentó la floreciente fe de cada uno de sus hijos enseñándoles a leer y amar la Biblia, a orar y honrar a Dios. Crió a nueve de sus once hijos hasta que éstos llegaron a la edad adulta. Cuando el joven José, a los 14 años, le relató la gloriosa aparición de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo, Lucy le creyó con todo su corazón. Su alma se regocijó con el gradual desarrollo que se verificaba día a día de la restauración del verdadero evangelio que ella había esperado durante tanto tiempo. Justificadamente se sentía orgullosa de la misión y logros de su hijo y su familia.
Lucy dirigía a toda la familia en oración todos los días para que el joven José fuese instruido en su deber y fuera protegido de las asechanzas de Satanás. Fue paciente, alentadora y perceptiva mientras José pasó por aquellos cuatro largos años de pruebas y progreso hasta que finalmente Moroni le confió las planchas y esa parte de la obra de la restauración.
Alvin sugirió que todos se levantasen más temprano, de manera que pudiesen terminar el trabajo de la granja antes de la puesta del sol, y que mamá Lucy tuviera la cena temprano a fin de que todos pudiesen reunirse alrededor de José y escucharlo. La familia se regocijaba de que Dios estuviera a punto de iluminar su vida con un conocimiento más perfecto del plan de salvación.
Lucy anhelaba saber más de los pueblos antiguos cuyos registros José estaba traduciendo; y cuando por fin vio y leyó El Libro de Mormón, meditó en todas las frustraciones y ansiedades que había experimentado durante años, sintiendo que «los cielos se inclinaban en nuestro favor y los ángeles. . . nos cuidaban.» Ella podía en verdad decir: «Mi alma alabó al Señor y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador.»
Ella apreciaba el Libro de Mormón y expresaba un poderoso testimonio de sus verdades a todos los que la escuchasen. Una vez, un hombre alzó su voz entre una congregación de varios cientos de personas diciendo: «¿Es verdadero el Libro de Mormón?» A lo cual ella respondió para que todo el mundo escuchara:
«Ese libro salió a la luz por el poder de Dios y fue traducido por el don del Espíritu Santo; y si pudiese hacer que mi voz sonara tan alta como la trompeta de Miguel, el Arcángel, declararía la verdad de tierra en tierra y de mar en mar, de modo que el eco de mi voz llegara a toda isla hasta que todos los miembros de la familia de Adán quedaran sin excusa. Porque os doy testimonio de que Dios se ha revelado nuevamente al hombre en estos últimos días y ha puesto su mano para reunir a su pueblo en una hermosa y buena tierra, y si obedece sus mandamientos, ésta le será dada por heredad. . .»8
Como mujer profundamente caritativa y altamente comprensiva, Lucy se preocupó y oró por el Profeta y por su familia mucho tiempo antes de que fuesen perseguidos; parecía saber por intuición cuándo sus hijos necesitaban más de sus oraciones.
También extendió sus oraciones de fe a muchas otras personas. Después que se bautizó se convirtió en excelente misionera, especialmente para con su propia familia; visitó a sus parientes y les escribió cartas explicándoles el evangelio. Solomon, su hermano, se unió a la Iglesia como resultado de las cartas y el interés de ella.
Otra de sus oraciones fue contestada cuando José reveló la obra de la salvación para los muertos, y tuvo la seguridad de que Alvin podría obtener las bendiciones del bautismo y de la obra del templo vicariamente. Alvin había fallecido sólo unas pocas semanas después de la aparición del Ángel Moroni en 1823.
Hyrum se casó con Jerusha Barden en 1826, y José se casó con Emma Hale el 18 de enero de 1827. Lucy quería mucho a sus nueras y fue una suegra ejemplar; después que el martirio dejó a ambas mujeres desoladas, Lucy pasó los últimos años viviendo con Emma, quien la cuidó fielmente hasta su muerte en 1856. Lucy quería muchísimo a sus nietos, y cuando José y Emma perdieron cuatro hijos en el momento de nacer, Lucy los lloró como si hubiesen sido sus propios hijos.
Todos aquellos que amaban a Dios eran bien acogidos en su casa. Muchas noches ella y su esposo ofrecieron todas las camas que tenían a los hermanos visitantes mientras ellos dormían en el suelo.
Oliverio Cowdery la llamaba «mamá » y ella lo trataba como a un hijo brindándole su fe y aliento en la obra de la traducción. También extendió su fe y su cariño a Martin Harris, a pesar del disgusto y la congoja que la falta de confianza de este último causó al Profeta y su familia.
Aunque Lucy era una mujer cariñosa y amable, podía castigar con ardor cuando la ocasión así lo demandara. Su gran devoción hacia la causa del Señor y su profundo sentido de la justicia la convirtieron en una figura de autoridad.
Sus cualidades directivas iban a ser puestas a prueba a comienzos de la primavera de 1831. Se había mandado a los santos que se trasladaran de la zona de Palmyra a Kirtland. La mayoría de los familiares de Lucy se habían ido adelante en enero, y ella fue escogida para dirigir una compañía de ochenta santos de la Rama Waterloo llevando consigo sólo a dos de sus hijos menores, William y Don Carlos, para que le ayudaran.
El viaje en balsa por el Canal Erie demoró cinco días y fue una verdadera pesadilla pues la mayoría de los santos no se habían provisto de alimentos adecuados y la exposición a las inclemencias del tiempo fue muy dura para las mujeres y los niños. Cuando llegaron a Buffalo, también se encontraban allí algunos miembros de la Rama Colesville, procurando conseguir pasaje en barca para Kirtland. La bahía se hallaba bloqueada por el hielo y la balsa de los santos encalló.
Cuando los hermanos de Colesville dijeron al grupo de Lucy que no debían decir a nadie que eran Santos de los Últimos Días porque si lo hacían no encontrarían ni transporte ni alojamiento, Lucy dijo en voz alta y osadamente: «Diré a la gente exactamente lo que soy, y si vosotros os avergonzáis de Cristo, no debéis esperar prosperidad; ¡y me pregunto si no llegaremos a Kirtland antes que vosotros!»
Aquella fue una declaración profética pues mediante la fe y las oraciones de Lucy, ella encontró pasajes para su grupo. Mientras sus amados santos esperaban en la cubierta de su barco riñendo y quejándose en voz alta, William se apresuró a acercarse a su madre diciéndole: «Mamá, mira la confusión aquella; ¿por qué no vas y le pones fin?»
Lucy no era alta de estatura, pero enderezándose majestuosamente y con fogosidad en sus intensos ojos azules, se dirigió hasta llegar al medio del ruido y la confusión, y haciendo vibrar su voz con autoridad, dijo:
«Hermanos, nos llamamos santos y profesamos haber salido del mundo con el propósito de servir a Dios a costa de todas las cosas terrenales; y apenas empezarnos; ¿expondréis la causa de Cristo al ridículo mediante vuestra conducta imprudente e impropia? Profesáis depositar vuestra confianza en Dios, ¿cómo podéis entonces murmurar y quejaros como lo hacéis? Sois todavía más irrazonables que lo que fueron los hijos de Israel, pues aquí están mis hermanas anhelando sus sillas mecedoras y loe hermanos, de quienes esperé firmeza y energía, proclamando que creen terminantemente que se morirán de hambre antes de llegar al final de su viaje. ¿Por qué hacéis esto? ¿Ha carecido alguno de vosotros de algo? ¿No os he puesto delante alimentos todos los días, y os he dado la bienvenida a vosotros, que ni siquiera os habéis provisto de lo necesario, como a mis propios hijos? ¿Dónde está vuestra fe? ¿Dónde está vuestra confianza en Dios? . . . Ahora, hermanos, si queréis, elevad vuestros deseos hacia los cielos de que ese hielo se aparte y que seamos liberados, y tan cierto como que el Señor vive, que así será.»9
Sólo momentos después la fe de Lucy fue recompensada, cuando el hielo se separó y pudieron navegar hacia el lago Erie. La barca iba tan cargada que quienes la divisaban estaban seguros de que se hundiría; de hecho, hasta fueron a la oficina de un diario y publicaron la noticia de que la barca de los mormones se había hundido con todos los que iban a bordo. Cuando Lucy y los santos llegaron a Fairport, les divirtió leer en los diarios la noticia de sus propias muertes.
La inmensa fe de Lucy dio sus frutos en los muchos dones del Espíritu Santo que ella puso en evidencia a través de toda su vida: profecía y conocimiento. Sus profecías dejaron confusos tanto a los santos como a los enemigos. El pastor de una iglesia protestante en Pontiac, estado de Michigan, le dijo con mofa, en el momento en que se la presentaron: «Y usted es la madre de ese pobre, bobo y necio muchacho José Smith, que pretende haber traducido el Libro de Mormón. »
«¿Ha leído usted alguna vez ese libro?’; le preguntó Lucy.
«No, es indigno de mi atención,» replicó él. Entonces Lucy le dio su testimonio diciéndole «ese libro contiene el evangelio eterno. . . y fue escrito para la salvación de su alma por el don y el poder del Espíritu Santo.»
«Bah,» le respondió él, «absurdo… no tengo ningún temor de que miembro alguno de mi iglesia sea desviado por tal cosa; son demasiado inteligentes.»
Lucy le replicó con la fuerza del espíritu de profecía: «Señor Ruggle, ponga atención a mis palabras. . . pues tan cierto como que Dios vive, que antes de tres años tendremos más de la tercera parte de su iglesia; ¡sí señor, y lo crea o no, también nos llevaremos al diácono mismo!» 10
Le expresión despectiva del reverendo señor Ruggle cambió rápidamente; y fue tal como ella había dicho, pues dos meses después José envió a Jared Cárter como misionero a Michigan, según el consejo de Lucy. Jared convirtió a setenta de los miembros del ministro y a su diácono, Samuel Bent, que fue bautizado en enero de 1833 y llegó a ser un miembro leal de la Iglesia.
José rindió honores a su madre durante los obscuros días de persecución en 1842, diciendo: «Mi madre es también una de las más nobles y de las mejores mujeres. Dios permita que se prolonguen sus días y los míos a fin de que podamos vivir para gozar de nuestra mutua compañía, aun en la alegría de la libertad y respirar el aire fresco.»11
El tesoro de Lucy fue su familia, y mereció el tributo profético que le brindó su amado esposo en su lecho de muerte:
«¿No sabes acaso que eres la madre de una de las más espléndidas familias que han vivido sobre la tierra? El mundo ama lo suyo, pero no nos quiere a nosotros; nos detesta porque no somos del mundo; por lo tanto, toda su malignidad se derrama sobre nosotros y procuran quitarnos la vida. Al mirar a mis hijos, me doy cuenta de que han sido criados para realizar la obra del Señor; sin embargo, deben pasar por experiencias de congoja y aflicciones mientras vivan sobre la tierra; y yo tengo miedo de dejarlos rodeados de enemigos.» 12
Joseph, padre, y Don Carlos murieron después de gran persecución en 1840 y 1841 respectivamente. Después, Samuel fue perseguido por turbas cuando se hallaba en camino a Carthage para rescatar a José y a Hyrum; después de años de persecuciones y exposición al peligro, aquella dura carrera en su hermoso caballo negro durante tantas horas, fue demasiado para él y murió sólo un mes después. Y, además, sobrevino la tragedia de la cárcel de Carthage, donde el Profeta y Hyrum fueron asesinados por una turba. No obstante, la amargura y la compasión por sí misma jamás formaron parte de la naturaleza de Lucy; su fe en Dios y en su familia eterna le otorgaron paz y consuelo.
En la conferencia de la Iglesia en Nauvoo en octubre de 1945, antes de que el presidente Brigham Young dirigiera a los santos hacia el oeste, Lucy Smith fue honrada por las Autoridades Generales, quienes le preguntaron si deseaba decir algunas palabras.
Comenzó diciendo que se sentía en verdad feliz de que el Señor le hubiese permitido ver una congregación tan grande. . . Había en la asamblea relativamente pocos que conocieran a su familia. Había sido madre de once hijos, siete de los cuales habían sido varones; los crió enseñándoles el respeto y el amor a Dios y no hubo jamás hijos más obedientes. Amonestó a los padres diciéndoles que eran responsables de la conducta de sus hijos; les aconsejó que les dieran libros y trabajo que los mantuvieran alejados de la ociosidad, amonestó a todos a que estuviesen llenos de amor, benevolencia y bondad, y que nunca hicieran en secreto lo que no harían en presencia de otras personas.
Cuando preguntó a la congregación si la consideraban una madre en Israel, la embargó una viva emoción al escuchar cinco mil voces que le respondieron «¡Sí!» Entonces relató la historia, las penalidades, las duras pruebas y las persecuciones de su familia en los dieciocho años transcurridos desde que José había obtenido el Libro de Mormón. Conmovió a la audiencia hasta las lágrimas al describir las escenas vividas cuando sus hijos fueron sacados y arrastrados de sus casas y condenados a ser pasados por las armas, y los meses que pasaron en inmundos calabozos por falsas acusaciones. Cuando todos los esfuerzos por procurar que se hiciera justicia legal fueron inútiles, José había dicho que él los llevaría ante los más altos tribunales de los cielos. No hubo corazón que no se conmoviera cuando Lucy continuó, diciendo: «Lejos estaba yo entonces de pensar que él nos dejaría pronto para llevar él mismo el caso allá arriba. Y ¿no creen ustedes que este caso está ahora en proceso?
«Siento como si Dios estuviese afligiendo esta nación un poco por aquí, un poco por allá, y siento que el Señor permitirá al hermano Brigham llevar lejos a su pueblo. Aquí, en esta ciudad, yacen mis muertos; mi esposo y mis hijos; y si el resto de mis hijos fueren con vosotros, (y pluguiera a Dios que todos ellos pudiesen ir), no irán sin mí; y si voy, quiero que mis huesos sean traídos hasta aquí en caso de que muera lejos, y que sean depositados con los restos de mi esposo y de mis hijos.» 13
Entonces el presidente Young y la congregación se comprometieron a cumplir la petición de Lucy; pero ella se encontraba demasiado débil como para emprender el duro viaje hacia el oeste. Murió en mayo de 1856, en la Casa Mansión en Nauvoo, a la edad de 81 años.
El ejemplo de Lucy Mack Smith es inspirador y adecuado para los miembros de la Iglesia en la actualidad: fe para honrar a nuestros antepasados mediante el trabajo genealógico y la obra del templo; fe para enseñar a nuestros hijos a amar y honrar a Dios; fe para honrar a nuestros esposos y al sacerdocio; fe para realizar «inolvidables» noches familiares; fe en nosotras mismas como madres y amas de casa; fe para resistir las duras pruebas y tribulaciones con firmeza y constancia en el evangelio de la verdad; fe para dar todo lo que poseemos a fin de que podamos ayudar a formar nuestra familia eterna; fe para expresar y comunicar nuestro solemne testimonio de las verdades de Dios a nuestros familiares así como a nuestros semejantes en todas partes, y fe para guiar aquellas almas de infinito valor mediante el ejemplo y el precepto, de modo que regresen a la presencia de su Padre Eterno y su familia eterna.
- Lucy Mac k Smith, History of Joseph Smith, página 11.
- Ibid., pág. 32.
- lbid., pág. 34.
- Ibid., pág. 34-35.
- Ibid., pág. 36. (Cursiva agregada.)
- Ibid., págs. 57-58.
- Ibid., pág, 63.
- Ibid„ pág. 204.
- Ibid., págs. 203-204.
- Ibid., págs, 215-16.
- Documentary History of the Church, tomo 5, pág. 6.
- History of Joseph Smith, págs. 308-309.
- DHC, tumo 7, págs. 470-71.

























