Amaos los unos a los otros

Amaos los unos a los otros

Presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia
Liahona Mayo 1973


Mientras buscaba un tema para un mensaje, me detuve a reflexionar en las condiciones del mundo que tanta inquietud e infelicidad están causando, y entonces me pregunté: «¿Cuál es nuestra mayor necesidad a fin de hacer frente a estas condiciones y llevar a cabo un cambio de modo que podamos gozar de paz y felicidad?»

Mi respuesta pareció centrarse en los siguientes dos mensajes, tomados de las enseñanzas del Señor Jesucristo: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas,» y «Amaos los unos a los otros.»

En estas dos aseveraciones podemos encontrar la clave para la solución de todos aquellos problemas que tantas aflicciones y dificultades están causando a los individuos, a las comunidades, a las naciones y al mundo. Aceptando estas dos doctrinas y viviendo de acuerdo con ellas, podríamos tener gozo indescriptible aquí y felicidad en la vida venidera. Estas son las bendiciones que todos deberíamos procurar.

Cuando el intérprete de la ley le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?» Jesús le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento.

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:36-39).

No olvidemos nunca que el Señor nos dio este mandamiento de amar a Dios y de amarnos los unos a los otros, aplicando la Regla de Oro. No podemos amar a Dios sin amar a nuestros semejantes, y no podemos amar verdaderamente a nuestros semejantes sin amar a Dios. Esto se aplica a vosotros y a mí, y si cada uno lo aplica a sí mismo, no es necesario que se preocupe por los demás.

Si hemos de tener este amor del cual habló el Salvador, y que recalcó como lo más importante en la vida, éste ha de empezar en el hogar y pasar de allí a nuestra vida cotidiana. El amor comienza en el hogar. Sacrifiquémonos los unos por los otros; hagámonos mutuamente felices.

Si existe amor entre los padres, habrá amor entre padres e hijos y entre hermanos. Nunca será demasiado el hincapié que se ponga en la importancia y el valor de ser amables, bondadosos, considerados y corteses en el hogar. Si hay amor verdadero y perfecto en una familia, no es necesario que se recuerden otros mandamientos tales como: «Honra a tu padre y a tu madre, » «No hurtarás,» «No matarás, y «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.» Estos se observarán automáticamente.

Si tratamos seriamente de aplicar la Regla de Oro que nos dio el Salvador, encontraremos mayor felicidad, éxito, satisfacción y amistad en nuestro paso por la vida, al mismo tiempo que gozaremos del amor de otros y del Espíritu de nuestro Padre Celestial. Si siempre buscamos lo mejor en los demás, en nuestros amigos, en nuestros vecinos, en nuestro cónyuge, en nuestros hijos, todos ellos resultarán ser las personas más magníficas del mundo; por otra parte, si buscamos sus debilidades y sus faltas y las agrandamos, estas mismas personas pueden llegar a parecemos despreciables.

A veces, al andar entre la gente, casi me convenzo de que es propio de la naturaleza humana aumentar las debilidades de los demás a fin de disminuir las propias.

Recordemos siempre que los hombres de gran carácter no tienen necesidad de rebajar a los demás ni de magnificar las debilidades ajenas. De hecho, lo que los engrandece es el amor que muestran por los demás, así como su interés en el éxito y el bienestar de sus semejantes. Particularmente cuando se trata de discutir en cuanto a religión o política, tenemos la tendencia de derribar las creencias y los principios de los demás. Es angustioso leer y escuchar por todas partes cómo se ataca a un individuo que ocupa un puesto público, cuyo nombre se difama y cuya familia también sufre las indignidades de que se le acusa.

Cuánto mejor es mantener una campaña o debate a un elevado nivel, evitando lanzar barro a los demás. En realidad, la gente aprecia a quien hace una campaña basada en un principio y se abstiene de hacer críticas personales. Cuánto mejor es apoyar algo en vez de estar en contra de todo.

Al tratar de aplicar la Regla de Oro, debemos darnos cuenta de que el amor no nos permitirá cobijar rencores ni malos sentimientos, pues éstos corrompen el alma y desalojan al amor. Cuando albergamos rencores y malos sentimientos nos herimos a nosotros mismos, dañando y a veces hasta destruyendo aquél de quien hablamos mal. Nunca se nos ocurriría robar ni herir físicamente a ninguno de nuestros compañeros, nuestros amigos o vecinos, pero actuamos aún peor robándole su buen nombre.

Es común ver a la gente, dependientes de tiendas, secretarios de compañías, miembros de clubes y aquellos que se relacionan con asuntos eclesiásticos y estatales, hablando de otros, criticando a los demás, tratando de aumentar las debilidades ajenas con la esperanza de que las propias queden disminuidas y se pasen por alto.

Entonces, con amor en nuestros corazones por todos nuestros semejantes, y con amor por nuestro Padre Celestial, querremos buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, sabiendo que todas las demás cosas nos serán añadidas. He observado, en todas las partes donde he estado, en asuntos directivos y en negocios, que el hombre que busca a Dios y su justicia es más feliz, tiene más éxito, tiene mayor paz de espíritu, es más altamente respetado en los negocios, y contribuye más a su comunidad y a la felicidad y bienestar de su familia que aquél que se cierra a esta verdad.

Estoy de acuerdo con Abraham Lincoln que dijo: «Dios gobierna este mundo. Creo absolutamente que Él sabe lo que quiere que haga el hombre, aquello que más le complace. No hace bien el hombre que no escucha. Sin la ayuda de ese Divino Ser, no puedo alcanzar el éxito, y contando con ella, no puedo fallar.»

Me he convencido sin duda alguna, por todo individuo que he conocido, toda comunidad en la que he vivido, y todo país del cual he leído o al que he visitado, de que donde la gente acepta a Dios y guarda sus mandamientos, es más feliz, vive más satisfecha, tiene más éxito y está más segura. Es el ateísmo de la gente y de las naciones lo que está causando el desasosiego tan evidente en el mundo hoy en día. Si todos los que profesan el cristianismo tan sólo lo aplicaran en su diario vivir, podríamos corregir estos males. Desechemos la hipocresía manteniéndola fuera de nuestra vida, y seamos verdaderos cristianos.

Creo sinceramente que sí los adultos fuesen honestos y sinceros y viviesen las enseñanzas del evangelio estableciendo el debido ejemplo, no sería necesario que nos preocupásemos en cuanto a nuestros jóvenes. No podemos sentir satisfacción si permitimos que alguna acción de nuestra parte influya en la vida de cualquier individuo para hacerlo dudar o vacilar en cuanto a la veracidad del evangelio, el plan de vida y salvación, y el gran sacrificio que hizo Jesucristo a fin de que pudiésemos gozar de vida eterna y exaltación. La responsabilidad es inmensa.

Hagamos, cada uno de nosotros, convenio de buscar a Dios y de vivir rectamente guardando sus mandamientos y viviendo de tal manera que nadie pueda jamás excusarse diciendo que sus padres, sus vecinos adultos, sus maestros, o cualquier otra persona con la cual se haya relacionado, le ha dado, mediante sus acciones, pretexto para hacer cualquier cosa que le trajera resultados desastrosos, desgracia o fracaso. Vivamos de tal manera que seamos una gran influencia para bien y una luz ante el mundo.

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