Un solo camino
Por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Liahona Noviembre 1973
«. . . si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema,» escribió Pablo el Apóstol a los Gálatas. «Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido sea anatema» (Gálatas 1:8-9).
Los santos gálatas eran una pequeña minoría rodeados en su mayoría por paganos y algunos cristianos judíos a quienes se les llamaba Judaizantes a causa de que, pese a que profesaban creer en Cristo, aun insistían en que se observase la ley judía. Las exigencias de esos seudocristianos habían inducido a los gálatas a someterse a los requisitos de «la ley» a pesar de que Pablo les había enseñado que Cristo .había cumplido la ley.
Al enterarse de su apostasía, Pablo escribió su epístola; su propósito era convencerlos, si le era posible, de que el evangelio de Jesucristo era el único y solo camino hacia la salvación. Trató de fortalecerlos a fin de que no fuesen seducidos y corrompidos por las falsas enseñanzas a las que estaban expuestos.
En la actualidad nos encontramos rodeados por circunstancias no muy diferentes a las que rodeaban a los santos gálatas. Al igual que ellos, vivimos ahora en una sociedad que disminuye la importancia de vivir de acuerdo con las enseñanzas del evangelio de Jesucristo. Por ejemplo, estamos sujetos a las exigencias de la doctrina satánica en la cual muchos creen que todos los caminos llevan al cielo. Se nos dice que no hay Dios: «Comed, bebed y divertíos; no obstante, temed a Dios, pues el justificará la comisión de unos cuantos pecados; sí, mentid, un poco, aprovechaos de uno por causa de sus palabras, tended trampa a vuestro prójimo; en esto no hay mal. Haced todo esto, porque mañana moriremos; y si es que somos culpables, Dios nos dará algunos correazos, y al fin nos salvaremos en el reino de Dios» (2 Nefi 28:7-8).
Estamos también sujetos a las presiones de aquellos que «se inflan por el orgullo de sus corazones,. . . que predican falsas doctrinas, cometen fornicaciones y pervierten el recto camino del Señor» (2 Nefi 28:15.)
Estas influencias malignas son reales, y muy frecuentemente son eficaces. Hace algún tiempo, un buen joven, criado en un hogar mormón, se fué a una ciudad lejana a estudiar. Al volver de una de las más afamadas universidades, informó que ahí se había asociado con jóvenes de diversos antecedentes, religiosos y de otras clases, y que en todo aspecto había encontrado que eran iguales a él; por lo tanto, no podía ver ninguna razón por la que él debiera apegarse a las normas de nuestra Iglesia, a las cuales ellos no se sometían.
Más recientemente, ciertos líderes de jóvenes mayores nos informaron que algunos miembros de su grupo se encontraban involucrados en actividades de la universidad y situaciones de trabajo que los ponían en constante relación con personas cuyas creencias y conducta eran incompatibles con las normas de la Iglesia; que a pesar de que estos jóvenes se encontraban participando en algunas actividades de la Iglesia, aún necesitaban ser fortalecidos en contra de las contemporizaciones que constantemente los amenazaban.
En medio de estas y otras innumerables situaciones que destruyen la fe, es necesario que frecuentemente se nos amoneste y que estemos siempre prevenidos en contra de estas exigencias.
Necesitamos lo que Pablo trató de darles a los gálatas: la convicción y la seguridad de que no hay muchos caminos que lleven al cielo, sino uno solo. Una y otra vez trató Jesús de grabar esta verdad en sus oidores. En su gran Sermón del Monte, dijo: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.» Por otra parte, continuó: «Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida,. . . pocos son los que la hallan» (Mateo 7:13-14).
Después de su resurrección, cuando Jesús vino al continente americano, les enseñó a los nefitas esta misma lección con palabras idénticas. (3 Nefi 14:13-14.) Nuevamente en esta última dispensación repitió las instrucciones en términos similares. (D. y C. 132:21-25.)
La lección que estos pasajes enseñan nos recuerda las enseñanzas proféticas del sueño de Lehi concerniente al árbol de la vida. Recordaréis que en su visión vio que «una barra de hierro… se extendía por la orilla del río, y que conducía al árbol de la vida» (1 Nefi 8:19.) Aquellos que se agarraron de la barra fueron salvados; los que no agarraron y siguieron la barra, la cual representaba la palabra de Dios, se desviaron en el «manto de tinieblas» y se perdieron.
La llave para la puerta estrecha es la fe en el Señor Jesucristo; la «barra de hierro a la cual debemos asirnos es la palabra de Dios, las enseñanzas del evangelio. El tema de todas las escrituras, incluyendo las enseñanzas del Salvador mismo, es la divinidad de Cristo, la importancia de la fe en Él y de una estricta obediencia a sus mandamientos.
Dirigiéndose al profeta José Smith el Señor dijo; «… si me recibís en el mundo, entonces me conoceréis y recibiréis vuestra exaltación; para que donde yo estoy vosotros también estéis» (D. y C. 132:23).
El mensaje urgente que debemos comprender y por el cual debemos guiarnos es que para recibir al Señor se requiere una estricta obediencia a sus mandamientos. Afortunadamente, cada uno de nosotros está constituido de tal manera que puede, si así lo desea, cumplir con este requisito
En septiembre de 1832, el Señor al dirigirse al profeta José Smith y otros seis élderes, dijo:
«Y ahora os doy el mandamiento de tener cuidado, en cuanto a vosotros mismos, y de atender diligentemente las palabras de vida eterna.
«Porque viviréis con cada palabra que sale de la boca de Dios,
«Porque la palabra del Señor es verdad; y lo que es verdad es luz; y lo que es luz, es Espíritu, aun el Espíritu de Jesucristo.
«Y el Espíritu da luz a cada ser que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre por el mundo, si escucha la voz del Espíritu.
«Y todo aquel que escucha la voz del Espíritu, viene a Dios, aun el Padre» (D. y C. 84:43-47).
Jesús le dijo a Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí » (Juan 14:6). Hay un solo camino. El Apóstol mayor declaró esto al Sanedrín cuando él y Juan fueron llamados ante el concilio para explicar el primer milagro efectuado por los apóstoles en los primeros días de la Iglesia Cristiana: la curación de un cojo «a la puerta del templo la Hermosa.» Respondiendo a la pregunta: «¿Con qué potestad o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?
«. . . Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de que manera éste haya sido sanado, «sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en nuestra presencia sano.
«Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.
«Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:7-12).
























