Conferencia General Abril 1973
Y ahora permanecen la fe,
la esperanza y el amor
por el obispo Vaughn J. Featherstone
Segundo Consejero en el Obispado Presidente
Liahona Noviembre 1973
El presidente Romney dijo recientemente: «El programa de bienestar no es sólo un programa de la Iglesia, sino que es la esencia de ella.» El programa de bienestar es algo más que un programa destinado a suplir las necesidades temporales de los miembros de la Iglesia; es para todos sus miembros, pues incluye también al 96% que no necesita asistencia del almacén del obispo; es para los que tienen que dar, tanto como para los que tienen que recibir.
Ahora bien, las escrituras están repletas de versículos que dan testimonio de lo que dijo el presidente Romney. En Mosíah, el rey Benjamín dijo:
«.. . y no permitiréis que el mendigo tenga que pediros en vano,. .. Tal vez dirás: El hombre ha traído sobre sí su miseria; por tanto, detendré mi mano y no le daré de mi alimento, ni le haré participar de mi substancia. . . porque sus castigos son justos.
Mas. . . quien esto hiciere, tiene gran necesidad de arrepentirse; y a menos que se arrepienta de lo que ha hecho, perecerá para siempre y no tendrá parte en el reino de Dios.
Pues he aquí, ¿no somos todos mendigos? . . . (Mosíah 4:16-18).
Y Pablo dijo claramente: «Si yo hablare lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1).
Y, desde luego, el gran Salvador del cielo y de la tierra, nos enseñó en una de sus parábolas una profunda lección. Dijo:
«Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas,
Y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.
Aconteció que murió el mendigo y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.
Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.
Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.
Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.
El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.
Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos » (Lucas 16:19-31).
Creo que el Salvador nos enseña aquí una gran lección. Hay quienes necesitan, y en su gran amor, El proveerá para ellos, porque el amor puro de Cristo es la caridad, y creo que ésta se extiende más allá de los límites que nosotros conocemos; pienso que es el amor en su forma más pura.
Creo que el programa de bienestar es algo más que sólo un programa para suplir las necesidades temporales; existe en la Iglesia para suplir también las necesidades sociales y emocionales, para cuidar de la salud de aquellos que sufren de incapacidades físicas. Creo que tenemos una grande y sagrada responsabilidad en este aspecto. Me parece que en la actualidad, el presidente Lee ha expresado esto en la forma más hermosa que he leído, cuando dijo:
«Sé que existen poderes que pueden acercarse a aquel que llena su corazón de. . . . amor. . . Recuerdo una noche, hace algunos años, cuando estando en mi cama, llegué a comprender que antes de que pudiese yo ser digno del alto cargo al que había sido llamado, debía amar y perdonar a toda alma que hubiese sobre la tierra, y en esa oportunidad experimenté una paz, un esclarecimiento, un solaz y una inspiración, que me hicieron saber cosas que habrían de venir, dejándome la profunda impresión de que procedían de una fuente divina.» (Conference Report, de octubre de 1946, página 146.)
Eso que sintió el Profeta, ¿no fué el sentimiento de responsabilidad de cuidar de todas las almas vivientes sobre la tierra, así como de amarlas y perdonarlas?
Tengo un gran amigo, el hermano Goates, excelente y talentoso escritor, a quien pedí que me permitiera contar una parte de una historia que él relató, en cuanto a cómo llegó el programa de bienestar a su hogar:
«Mas en cuanto a mí y a mi casa, el programa de bienestar comenzó en el campo, al oeste del pueblo de Lehi en el otoño de 1918, aquel año terriblemente crítico de la Primera Guerra Mundial, durante el cual murieron más de 14 millones de personas por el terrible flagelo llamado peste negra o influenza española.
Ese año, el invierno llegó anticipadamente congelando gran parte de la remolacha que estaba lista para cosecharse. Mi padre y mi hermano Francis trataban desesperadamente de arrancar del escarchado suelo una carga de remolachas por día, para lo cual debían desenterrar las remolachas, una por una, despuntarlas, sacudirlas y tirarlas al enorme carretón, para transportar después la carga hasta la fábrica de azúcar. Era un trabajo lento y tedioso debido a la escarcha y la falta de mano de obra, puesto que mi hermano Floyd y yo estábamos en el servicio militar; Francis o Franz, como lo llamaban todos, era demasiado joven para la milicia.
Un día, cuando la familia se hallaba cenando después de un día de trabajo en esta cosecha que era la que producía el único ingreso en efectivo a la familia, se recibió un llamado telefónico de nuestro hermano mayor, George Albert, que era superintendente de la escuela industrial estatal de la ciudad de Ogden, comunicando la trágica noticia de que Kenneth, el hijo de nueve años de nuestro hermano Charles, el administrador de la escuela agrícola, había sido atacado por la temible gripe, habiendo fallecido en las rodillas de su padre después de sólo unas pocas horas de comenzar los violentos accesos de la enfermedad; nuestro hermano le pedía a papá que hiciese el favor de ir hasta Ogden a recoger el cadáver del niño para llevarlo a la tumba familiar en el cementerio de Lehi.
Mi padre dio vueltas al cigüeñal para hacer arrancar el motor de su viejo coche y partió hacia Ogden en busca de los restos de su nietecito para enterrarlo. Al llegar a su destino, encontró a Charles tendido sobre el frío cuerpo de su querido hijito, mientras el horripilante líquido oscuro de la peste negra se le escurría por la nariz y los oídos y virtualmente ardía en fiebre.
‘Llévate mi pequeño a casa,’ murmuró apenas el enfermo y joven padre,’ dale sepultura en la tumba de la familia y regresa mañana por mí.’
Papá llevó los restos de Kenneth a casa, hizo un ataúd para el pequeño en su taller de carpintería, el cual acolcharon y forraron mamá y nuestras hermanas Jennie, Emma y Hazel, y fue con Franz y dos bondadosos vecinos a cavar las tumbas para sus muertos. Todo lo que se permitía era un breve servicio fúnebre junto a la tumba.
Apenas habían regresado todos del cementerio cuando sonó nuevamente el teléfono y George Albert comunicó la terrible noticia desde el otro lado de la línea: Charles había muerto y dos de sus hermosas hijitas, Vesta de 7 años y la pequeña Elaine de 5, se hallaban críticamente enfermas; y los dos suyos más pequeñitos, Raeldon de 4 años y Pauline de 3 ya habían sido atacados también por la enfermedad.
Nuestros buenos primos, dueños de una empresa funeraria, pudieron obtener un ataúd para Charles y lo enviaron a casa por ferrocarril en un vagón de equipajes. Papá y el joven Franz fueron a buscar el cuerpo a la estación del ferrocarril y de regreso a casa lo colocaron en el porche de entrada de nuestra casona de campo en forma improvisada a fin de que fuesen a verlo los vecinos, mas la gente tenía temor de acercarse al cuerpo de una víctima de la peste. Mientras tanto, papá y Francis fueron con algunos vecinos a cavar otra tumba, y prepararon un breve servicio religioso en el cual encomendaron el grande y noble espíritu de Charles Hyrum Goates al cuidado de su Hacedor.
Al día siguiente, mi vigoroso e incansable anciano padre fue llamado para cumplir todavía otra de sus tristes y horrendas misiones; esta vez para ir en busca del cadáver de Vesta, la sonriente niñita de cabello negro y grandes ojos azules. Al llegar a la casa, papá encontró a Juliett, la madre, enloquecida de dolor, arrodillada junto a la camita de su querida pequeña Elaine, el ángel de ojos azules y dorados rizos. Juliett sollozaba cansadamente y oraba diciendo: ‘Oh, Padre Celestial, ésta no, ¡te lo suplico! ¡Deja a mi niñita conmigo! ¡No te lleves a ningún otro de mis seres queridos!’
Antes de que papá llegase a casa con el cadáver de Vesta, la terrible noticia había llegado nuevamente: Elaine había ido a reunirse con su padre, su hermano Kenneth y su hermana Vesta. Y así fue como papá tuvo que hacer otro doloroso viaje para ir en busca del cadáver del cuarto miembro de su familia y sepultarlo, todos en la misma semana.
El teléfono no volvió a sonar por la noche del día en que sepultaron a Elaine, ni hubo más tristes noticias de muertes a la mañana siguiente. Se dio por sentado que nuestro hermano George y su valerosa compañera aunque acongojados, habían podido salvar a los pequeños Raeldon y Pauline; además, había sido un gran consuelo que una prima nuestra, que era enfermera, hubiese podido acudir en su ayuda.
Después del desayuno, papá dijo a Franz: ‘Bueno hijo, será mejor que vayamos al campo de cultivo y veamos si podemos sacar otra carga de remolachas de la tierra antes de que éste se congele aún más. ¡A enganchar los caballos ya trabajar!’
Francis condujo el carretón tirado por cuatro caballos hasta la entrada de la casa, donde subió papá. En el trayecto, se cruzaron con una fila de carretas de remolachas que llevaban a la fábrica los agricultores vecinos. Al pasar junto a ellos, los conductores los saludaban diciendo: ‘¿Qué tal, tío George?’ ‘Lo sentimos profundamente, George.’ ‘Fue un rudo golpe, George.’ ‘Recuerda que tienes muchos amigos, George.’
En el último carretón iba el cómico del pueblo, un pecoso y descuidado pelirrojo que los saludó con la mano, diciendo: ‘¡Ahí van todas, tío George!’
Volviéndose a Francis, papá le dijo:’ ¡Ojalá hubiesen sido nuestras remolachas!’
Cuando llegaron a la entrada del ‘campo de cultivo, Francis se bajó de un salto del enorme carretón para abrir el portalón. Mi padre guio el carretón hacia adentro y después de detener los caballos se paró un momento a escudriñar el campo en todas las direcciones. Y he aquí, no había ni una sola remolacha en todo el campo; entonces cayó en la cuenta de lo que el pelirrojo había querido decir cuando exclamó: ‘¡Ahí van todas, tío George!’
Entonces papá se bajó del carretón y recogió un puñado «de esa rica tierra obscura que tanto amaba y con la mano izquierda en la cual le faltaba el pulgar, sostuvo las ramitas de la punta de una remolacha, contemplando durante unos momentos estos símbolos de su trabajo como si no pudiese creer a sus ojos.
En seguida, se sentó sobre un montón de residuos de remolacha . . . aquel hombre que había tenido que ir en busca de los cadáveres de cuatro de sus seres queridos para sepultarlos en el curso de sólo seis días, que había hecho ataúdes, cavado tumbas y aun ayudado con la ropa del entierro, este hombre asombroso que nunca se turbaba por nada, ni vacilaba ante nada, que no se acobardó durante esa angustiosa prueba, . . . sentado sobre el montón de restos de remolachas se puso a llorar como un niño.
Después se puso de pie, y enjugándose los ojos con su gran pañuelo rojo, elevó los ojos al cielo diciendo: ‘Gracias, Padre, por los élderes de nuestro barrio.’ »
¿No es acaso eso lo que el Señor querría que hiciéramos si El estuviese aquí para mostrarnos el camino? Él nos instó, diciendo:
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:28-30).
¿Quién recibió la mayor bendición? ¿Fueron los élderes que fueron al campo a cosechar las remolachas del hermano Goates? Quiero que sepáis que ellos recibieron una gran bendición.
Y ahora, en conclusión, recordad las palabras de Pablo.
«Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor » (1 Corintios 13:13).
Y yo ruego que el amor de Jesucristo esté y permanezca con todos nosotros, que comprendamos el alcance total de los servicios del programa de bienestar en la Iglesia, en el nombre de Jesucristo, nuestro Maestro. Amén.
























