El permanecer firmes e inquebrantables
Presidente Gordon B. Hinckley
Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Capacitación de Líderes – 10 de Enero de 2004
El detener el progreso de la maldad
Mis amados hermanos y hermanas, ésta ha sido una reunión muy interesante y muy importante. Ha tratado esencialmente sobre la obra de las organizaciones auxiliares que dirigen las mujeres. Como se ha indicado, hay, por supuesto, otras dos organizaciones auxiliares: los Hombres Jóvenes y la Escuela Dominical. Éstas se tratarán en otra ocasión.
Pero el hincapié que hacemos ahora en la obra de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria es oportuno y muy, muy necesario.
No hace falta que nadie les diga que estamos viviendo en una época muy difícil de la historia del mundo. Las normas morales van decayendo en todas partes. Ya nada parece ser sagrado.
Como ha indicado el presidente Faust, la familia se está desintegrando. La familia tradicional está bajo un intenso ataque. No sé si las cosas eran peores en los tiempos de Sodoma y Gomorra. En aquella época, Abraham rogó a Jehová que salvase esas ciudades por amor de los justos; pero, a pesar de sus ruegos, la maldad era tan grande que Jehová decretó su destrucción, y ellas y sus inicuos habitantes fueron aniquilados. Vemos condiciones similares hoy en día, que reinan por todo el mundo. Pienso que nuestro Padre debe llorar al contemplar a Sus hijos e hijas descarriados.
En la Iglesia nos esforzamos con mucho ahínco por detener el progreso de esa maldad. Pero es una batalla cuesta arriba y a veces nos preguntamos si vamos avanzando algo. Pero vamos teniendo éxito de un modo considerable, puesto que vemos a muchísimos de nuestros jóvenes que son leales y fieles, y que acuden a nosotros en busca de ánimo y de guía.
No debemos darnos por vencidos. No debemos desalentarnos. Nunca debemos rendirnos a las fuerzas del mal. Podemos y tenemos que mantener las normas que esta Iglesia ha defendido desde que fue organizada. Hay una manera mejor que la del mundo, y, si ello significa estar solos, debemos hacerlo.
Pero no estaremos solos. Estoy seguro de que hay millones de personas por todo el mundo que lamentan la maldad que ven a su alrededor, y que aman lo virtuoso, lo bueno y lo edificante. Ellas, también, elevarán sus voces y aportarán su fortaleza para la conservación de los valores que son dignos de mantenerse y de cultivarse.
Una esperanza radiante
Es de enorme importancia que las mujeres de la Iglesia defiendan de un modo firme e inquebrantable lo que es correcto y digno bajo el plan del Señor. Estoy convencido de que no hay otra organización en lugar alguno que se compare con la Sociedad de Socorro de esta Iglesia. Sus miembros suman más de cinco millones de mujeres por toda la tierra. Si ellas se unen y hablan con una voz, su fortaleza será incalculable.
Llamamos a las mujeres de la Iglesia a defender juntas la rectitud. Ellas deben comenzar en sus propios hogares. Pueden enseñarla en sus clases. Pueden expresarla en sus comunidades.
Ellas deben ser las maestras y las guardianas de sus hijas. A esas hijas deben enseñárseles en la Primaria y en las clases de las Mujeres Jóvenes los valores de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cuando se salva a una niña, se salva a generaciones. Ella crecerá en fortaleza y en rectitud, se casará en la casa del Señor, enseñará a sus hijos los caminos de la verdad, y ellos andarán por sus sendas y, del mismo modo, enseñarán a sus hijos. Las maravillosas abuelas estarán allí para dar ánimo.
Veo eso como la esperanza radiante que hay en un mundo que se encamina a la autodestrucción.
A ustedes, presidentes de estaca y obispos, les rogamos que den aliento y ayuda en todas las formas posibles tanto a las mujeres como a las niñas de sus estacas y barrios. Ellas necesitan su apoyo del sacerdocio. Necesitan su dirección y su consejo. Ayúdenlas en todas las formas que puedan, y, al hacerlo, se ayudarán a ustedes mismos.
Por ejemplo, es imperioso que los obispos trabajen en estrecha colaboración con las presidentas de la Sociedad de Socorro en la administración del bienestar de la Iglesia. Esto se realiza normalmente en la reunión mensual del comité de bienestar de barrio o, en ocasiones, en la reunión de consejo de barrio. Pero surgen emergencias, o podrán presentarse circunstancias en las que sea necesaria una mayor confidencialidad, y, en esos casos, el obispo y la presidenta de la Sociedad de Socorro deben consultarse entre sí. Cuando haya necesidades materiales en una familia, la presidenta de la Sociedad de Socorro es la persona mejor capacitada para ir al hogar en cuestión y evaluar las necesidades de la familia.
La fortaleza de la mujer
Solemos hablar de la fortaleza del sacerdocio y eso es muy adecuado; pero nunca debemos perder de vista la fortaleza de las mujeres. Las madres son las que establecen el tono del hogar. Las madres son las que influyen de forma más directa en sus hijos. Las madres son las que enseñan a los pequeñitos a orar, las que les leen temas selectos y hermosos de las Escrituras y de otras fuentes. Las madres son las que les enseñan con amor y los crían en los caminos del Señor. La influencia de ellas es primordial.
El presidente Heber J. Grant llegó a decir: “Sin la devoción y el testimonio firme del Dios viviente que hay en el corazón de nuestras madres, esta Iglesia moriría”1.
El autor de los Proverbios dijo: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
Es muy cierto el dicho que reza: “Hacia donde se doble la rama, se inclinará el árbol”.
A menudo decimos que nuestra esposa es nuestra mejor mitad, y eso es esencialmente cierto. Ellas son las creadoras de la vida y ellas son las que crían a los hijos. Son las maestras de las mujeres jóvenes. Ellas son nuestras compañeras indispensables y nuestras colaboradoras en la edificación del reino de Dios. ¡Cuán grandiosa es su función! ¡Cuán magnífica su aportación! ¡Cuánto aportan a la alegría de la vida!
La oración y las obras
Tenemos un reto mucho más grande de lo que nos imaginamos. Como dijo Pablo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Nunca pierdan de vista el gran y tranquilizador poder de la expiación del Salvador para elevar y para salvar. Por medio de Su expiación, recibimos el perdón de las faltas cometidas y fortaleza para vivir con rectitud.
Se me ha citado que he dicho: “Hagan lo mejor que puedan”.
Deseo hacer hincapié en que debe ser lo máximo de lo mejor que puedan. Somos demasiado propensos a contentarnos con un rendimiento mediocre cuando somos capaces de hacer las cosas muchísimo mejor.
Hermanos y hermanas, debemos ponernos de rodillas y suplicar al Señor que nos ayude, que nos fortalezca y que nos guíe. En seguida, debemos ponernos de pie y seguir adelante.
Tengo absoluta confianza en que el cielo nos favorecerá. El Señor oirá y contestará nuestras oraciones si nos dedicamos, dando lo máximo de lo mejor que podamos, a esta obra.
Oro por ustedes. Suplico al cielo a favor de ustedes. Doy las gracias a todos y a cada uno por todo lo que están llevando a cabo, y ruego que tengan la fortaleza indispensable para realizar aún más al enfrentarnos con el gran y casi abrumador reto que nos presenta la vida en nuestro tiempo.
Que Dios los bendiga, es mi humilde oración al expresar mi amor, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
Nota
- Heber J. Grant, Gospel Standards(Normas del Evangelio), comp.
- Homer Durham, 1941, pág. 151.

























MUY CIERTO HEMOS LLEGADO AL PUNTO , QUE LLAMAMOS A LO BUENO MALO Y A LO MALO BUENO. SOLO HAY UN REMEDIO Y ES LO QUE DIGO A TODA MI GENTE QUE SALGAMOS DE ESA CONFUSIÓN , MEDIANTE LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS, LA ORACIÓN, EL AYUNO, Y EL PAGO DE UN DIEZMO COMPLETO Y CUMPLIMIENTO DE LOS MANDAMIENTOS. QUE NO HAY OTRO CAMINO.
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Recuerdo a mí madre cuando por las noches primero con mí hermano,luego conmigo rezabamos,y ya en sus últimos años orabamos antes de su descanso ,se que fue la cosecha de aquella siembra, puedo decir humildemente como Nefi,yo Oscar nací de buenos padres, eternamente Gracias Padre Celestial en el nombre del Señor Jésucristo.Amen.
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