Cristo dirige su Iglesia Hoy
por el apóstol LeGrand Richards
Discurso dado el 5 de abril, 1953
Ayer en la primera sesión de esta grande conferencia el presidente David O. McKay nos dió dos grandes objetivos: uno, poner en orden nuestros hogares, y el segundo, proclamar la misión divina del Redentor del mundo. Desde ese primer discurso hemos escuchado unos discursos hermosos tocantes a esos temas, y particularmente acerca de la misión del Redentor del mundo, sermones especialmente apropiados en vista de que hoy es el día de la Pascua, cuando todo el mundo Cristiano conmemora ese evento.
Quisiera decirles de una experiencia que tuve mientras trabajaba de misionero en New Bedford, Massachusetts, hace algunos años. Se acercaba el domingo de la Pascua y tuve una plática con un ministro del evangelio tocante a la misión del Redentor del mundo. Le pedí que me explicara del Dios en que él creía. Naturalmente, conforme a la creencia Cristiana convencional, me explicó cómo Dios el Padre, y Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo todos eran un Dios, y continuó para indicar sus obras y dijo, en substancia, que eran tan grandes que llenaban todo el universo, y tan pequeños que podían morar en nuestro corazón; que eran la vida de las plantas y flores y todo lo que nos rodea. Entonces, interpuse esta pregunta, “¿Qué cosa estamos conmemorando esta semana?» Y me dijo, «La Pascua». Dije yo, «¿Qué es lo que eso realmente significa?» «Bueno —dijo—, significa la resurrección de Cristo». Yo dije, «¿Exactamente qué es lo que usted quiere decir por la resurrección de Cristo?» Entonces le guie a explicármelo. Yo dije, «¿Quiere usted decir que la piedra realmente fué revuelta y que, cuando las mujeres vinieron al sepulcro, ángeles proclamaron que no estaba allí, que había resucitado, y que El mismo cuerpo que fué bajado de la cruz y sepultado se había levantado?» Y confesó que era cierto.
Y le dije que en ese mismo cuerpo se les apareció a sus discípulos. Cuando Tomás, incrédulo, dudaba que El realmente era el Redentor que habían conocido, pidió a Tomás que pusiera su mano en la herida en su costado y tocara las señales en sus manos y viera que «Yo mismo soy», porque, dijo El, «El espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo». (Véase Lucas 24:39). Y para más indicar el hecho de que tenía ese mismo cuerpo que fué puesto en el sepulcro, tomó pescado y un panal y comió con ellos: Dije, «Ahora, eso era el mismo cuerpo que fué puesto en el sepulcro, ¿verdad?» Y él aceptó que lo era.
Entonces le conduje por las experiencias del Salvador en ministrar entre sus discípulos durante cuarenta días, hasta que, en la presencia de quinientos de los hermanos, fué llevado en las nubes del cielo, y dos hombres vestidos de blanco estaban y dijeron, mientras los hermanos le miraban ascender al cielo, «…Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo». (Los Hechos 1:11). Y él aceptó que realmente aconteció.
Y entonces dije, «Mi amigo, ¿dónde está el cuerpo en que Jesús salió del sepulcro, si Él y el Padre son uno, y una esencia presente en todo lugar del mundo? ¿Diría usted que Jesús murió una segunda muerte, y dejó su cuerpo otra vez?» Y él pensó por unos minutos. Dijo, «Temo que no pueda contestarle eso. Nunca antes lo he pensado en esa manera».
Ahora, hermanos y hermanas doy gracias a Dios que tenemos un nuevo testimonio en el mundo en nuestro día y tiempo, de que él tiene su cuerpo y que realmente existe como el Redentor del mundo, que rompió las ligaduras de la muerte de manera que la tumba no tuviese victoria pues que ella entregó su cuerpo como lo hará para todos nosotros, de lo cual hemos oído tan maravillosos testimonios aquí en esta conferencia.
Hace algún tiempo, el hermano Clifford Young dió un discurso por radio. Después me dijo de algunas de las cartas comentando sobre su discurso que recibió. Vino de un ministro del evangelio, en la cual dijo algo como esto: «Me agrada mucho saber que los Mormones realmente creen en Cristo». Desde entonces he pensado mucho en esa declaración, y he pensado en el sentimiento que el mundo siente para nuestra gente. Lo he comparado con el tiempo en que Pablo se paraba en Roma para ser juzgado, y le dijeron, «…querríamos oír de ti lo que sientes; porque de esta secta notorio nos es que en todos lugares es contradicha». (Los Hechos 28:22).
¿Por qué hablaban contra ella? ¿No fué lo mismo cuando Pablo, encadenado, se paraba allí, cuando dió ese testimonio maravilloso ante Agripa y Festo, cuando Agripa dijo, «Por poco me persuades a ser Cristiano?» (Ibid. 26:28). Y Festo dijo, «…Estás loco, Pablo: las muchas letras te vuelven loco». (Ibid. 26:24). A lo que Pablo contestó, «No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de templanza». (Ibid. 26:25). Entonces dijo: «¡Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos como yo soy, excepto estas prisiones!» (Ibid. 26:29). Piensen en Saulo poco antes de eso, cuando pusieron a sus pies los mantos de los que apedrearon y mataron a Esteban, el profeta de Dios. Y recuerdan como Esteban fijó la vista en los cielos y vió a Jesús sentado a la diestra de su Padre. Y de esa experiencia Saulo se fué a Damasco con una orden de perseguir a los Cristianos.
Eso es exactamente como hace el mundo. No entienden y por eso difaman, y dicen toda clase de cosas que no son verdaderas, y no tienen el concepto correcto, exactamente como Pablo de antaño. Pero cuando el testimonio había venido a Pablo, era un hombre diferente. La Iglesia no había cambiado; Cristo no había cambiado; su verdad era lo mismo; pero Saulo de Tarso había cambiado. Ahora era Pablo, el Apóstol del Señor Jesucristo.
Hace poco mandé uno de los libros de nuestra Iglesia a un pariente en el Estado de Massachusetts. Mi primo, Merlin Steed, había estado allá y lo había visitado. Él escribió una carta a Merlin y dijo que había pasado tres semanas en leer el libro. Dijo, «Me ha iluminado mucho. Es el primer libro que he leído que habla bien de los Mormones». Entonces agregó, «Dudo que usted tenga ni idea de los fantásticos cuentos que se relatan en Nueva Inglaterra acerca de la Iglesia Mormona. Algunos de ellos son tan fantásticos que dudo que las personas que los relatan realmente crean lo que dicen».
Eso es lo que encontramos en el mundo. ¡Si el Señor quitara de sus corazones ese perjuicio! Hago esta pregunta: ¿Por qué persiguieron a los santos de la antigüedad? ¿Por qué mataron a los Apóstoles del Señor Jesucristo? ¿Por qué crucificaron a Nuestro Señor? Solamente por causa de las tinieblas que cubrieron sus mentes y los esfuerzos del maligno de destruir la obra de Dios en el mundo, y por esa misma razón ahora no entienden los motivos de esta grande Iglesia.
Tuve una experiencia en Oregón después de mi primera misión. Yo había pasado algún tiempo con un prominente hombre de negocios. Él no sabía que yo era mormón y pintó a los Mormones y a los misioneros mormones tan negros que casi me espantó. Cuando terminó dije, «Mi amigo, ¿no siente usted vergüenza, porque -dije-, está usted sentado al lado de un misionero mormón». Se puso colorado, y le dije, «Le perdono», porque ya sabía a qué se debía su concepto malo de nosotros. Dije, «¿Jamás ha leído usted un libro mormón? Me dijo, «No». Dije, «¿No ha conocido jamás a un Mormón?» Y él dijo, «No». Le dije «Le perdono porque sé que no sabe mejor. ¿De dónde sacó usted su información?» «Oh dijo, se oye en la calle, y se ve en las revistas y en los periódicos; todos saben lo que son los Mormones».
Ahora, hermanos y hermanas, si existe en el mundo una iglesia que realmente cree que Jesús es el Cristo, seguramente es la de los Santos de los Últimos Días. Ninguna iglesia le ha exaltado como lo ha hecho esta Iglesia. Él es la cabeza de la Iglesia, literalmente, como el hombre es la cabeza de la mujer, la Iglesia lleva su nombre; y no había ninguna otra iglesia en el mundo que llevara su nombre cuando lo dió a esta Iglesia y mandó que la Iglesia fuese nombrada por él. Todo el asunto del mormonismo se basa sobre el hecho de que el Padre y el Hijo se aparecieron literalmente al Profeta José Smith. No podrían haberlo hecho si fuesen sólo una esencia, omnipresente en el mundo. En el cuerpo glorificado con que Jesús salió de la tumba, se le apareció a José Smith, y si esa cosa realmente no aconteció, no tenemos ningún derecho de estar reunidos aquí en una conferencia reclamando ser la Iglesia de Jesucristo. Y si realmente aconteció, entonces todo el mundo por fin tendrá que aceptar la obra que El estableció mediante el profeta que levantó en esta dispensación.
Hemos oído testimonio ahora de como Él se les apareció a José Smith y a Sidney Rigdon, y quisiera yo dejar con ustedes este pensamiento. No fué solamente lo que Jesús enseñó. Recuerdan que dijo de las personas de aquel entonces, «Si no creéis en mis palabras, creed entonces en mis obras». Aquí son las obras del Señor Jesucristo, el establecimiento de su gran Iglesia.
Al estar sentado aquí en esta conferencia he pensado en las palabras de Nefi quien vió nuestro día y el advenimiento del Libro de Mormón y el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, y vió a los Santos de Dios esparcidos sobre la faz de todo el mundo y el poder de Dios descansando sobre ellos en grande gloria. Y les testifico que el poder de Dios ahora es con esta Iglesia en grande gloria.
Quisiera añadir otro pensamiento. Jesús dijo, «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: más el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos». (Mateo 7:21). En el mundo ahora, en el mundo Cristiano, son demasiados los que dicen «Señor, Señor», y que no hacen la voluntad de nuestro Padre. Entonces les recuerdo de que cuando Jesús estaba en el Monte de Olivas que domina a Jerusalén y recordó como le habían rechazado, gritó desde la angustia de su alma,
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste! (Ibid. 23:37)
Y entonces dijo,
He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor. (Ibid. 23:38-39.)
Ahora quiero decirles que cuando Dios el Padre Eterno, mediante su Hijo Jesucristo, manda a un profeta a los habitantes del mundo, cuando ellos rechazan al profeta de Dios, rechazan al Señor Jesucristo. Eso lo ha declarado El en sus propias palabras.
Quisiera señalarles una promesa en el Libro de Mormón de un profeta que Dios declaró que mandaría, la promesa hecha a José quien fué vendido en Egipto, de que en los últimos días levantaría de su simiente un vidente y profeta escogido, semejante a Moisés. Y les recuerdo de que en las sagradas escrituras no había ningún profeta en Israel semejante a Moisés porque Moisés hablaba con Dios cara a cara, como un hombre habla a un amigo. Según las escrituras, la mayoría de los profetas reciben la palabra de Dios por inspiración, pero Moisés hablaba con Dios, y Dios declaró que en este día levantaría a un profeta semejante a Moisés. Entonces dijo, «Le daré el poder de mi palabra», y aunque no haya ahora tiempo para enumerarlo, piensen en todo lo que el Señor ha sacado a la luz mediante su profeta moderno. Entonces dijo, «No solamente mi palabra. . . sino el poder de convencerlos de la verdad de mi palabra, que ya se habrá ido entre ellos», y eso es lo que los misioneros de esta Iglesia están haciendo en todo el mundo. Están abriendo la Biblia, el palo de Judá, y enseñando a la gente cosas de las cuales nunca han oído. En el campo misionero muchas veces he dicho a personas que les mostraría cosas de ese libro que nunca habían leído en toda su vida, a mí no me importaba cuántas veces lo habían leído. Entonces el Señor declaró, «porque la cosa que el Señor producirá», por este profeta semejante a Moisés, «traerá a mi pueblo a la salvación».
Hermanos y hermanas, dejo mi testimonio con ustedes ahora de que el Cristo resucitado vive ahora, que dirige su Iglesia, y que ha levantado a un profeta semejante a Moisés de antaño, y que si seguimos sus enseñanzas nos conducirán a la salvación. Que Dios ayude a cada uno de nosotros a hacer esto, oro en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























