¿Que constituye una madre ideal?

¿Que constituye una madre ideal?

W. Cleon Skousen1

por W. Cleon Skousen
(Tomado de the Improvement Era 1961)


Cuando los expertos nos indican una madre ideal, muchos de nosotros quedamos sorprendidos. He aquí algunas de las cosas que no es: No es un ser radiante, de dulzura sobrenatural que hace frente a cada crisis y tribulación, como si se tratara del billete que ha salido premiado en la lotería. No es un modelo de austera perfección puritánica con una urbanidad impecable. Ni tiene la serenidad majestuosa para resolver toda situación. Ni siquiera es el pilar de piedad nostálgica con que es representada en las bellas tarjetas de felicitación que recibe de sus niños el Día de las Madres. Estas, si tienen alguna experiencia, saben que los niños pronto volverían loca a tal mujer.

La madre ideal es un barómetro de vida para los niños. Es alguien a quien ven reaccionar con los cambios de la vida, algunas veces pronosticando tiempo despejado; otras veces, tormentoso. De ella aprenden que hay un tiempo para estar alegres y un tiempo para estar tristes; un tiempo para trabajar y un tiempo para jugar. También aprenden lo que es bueno y lo que es malo, así como las bendiciones o castigos que acompañan lo uno y lo otro.

La madre ideal es muy de la tierra: terrenal. Es un ser que se esfuerza por encaminarse hacia el cielo, llevando consigo a sus hijos. La madre ideal es ama de casa, lavandera, cocinera, costurera, tenedora de libros, agente de compras, decoradora, maestra, predicadora, policía, psicóloga, enfermera, jardinera, huésped, conversadora, narradora de cuentos, miembro de la Asociación Cooperadora de la Escuela, obrera en la Iglesia, “curalotodo”, cambiadora de pañales y superintendente de los baños semanales. Además de todo esto es la novia y esposa de su marido, la constante­mente disponible fuente de simpatía y cariño para sus hijos y amiga para los vecinos en sus necesidades. Indudablemente la Biblia se estaba refiriendo a tal mujer, cuando la madre del rey Lemuel expresó lo siguiente:

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su valor sobrepasa grandemente al de las piedras preciosas.
El corazón de su marido está en ella confiado,…
 Le da ella bien y no maltodos los días de su vida.
Busca lana y lino,y con voluntad trabaja con sus manos….
Se levanta siendo aún de nochey da comida a su familiay….
Considera un campo y lo compra; planta viña del fruto de sus manos…
Extiende su mano al pobre,y tiende sus manos al menesteroso….
No teme por su familia cuando nieva,porque toda su familia está vestida de ropas dobles.
Ella se hace tapices; de lino fino y de púrpura es su vestido…
Abre su boca con sabiduría,y la ley de la clemencia está en su lengua.
Considera la marcha de su casay no come el pan de balde.
Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada,y su marido también la alaba.
Muchas mujeres han hecho el bien,mas tú las sobrepasas a todas. (Proverbios 31:10-29)

El colmo de la imperfección

La madre ideal no es el cénit de la perfección. En otras palabras, sabe que en un hogar propio para niños tiene que haber una buena medida de tolerancia, lo cual puede dejar mucho que desear en lo que con­cierne a los adultos. Significa cierta tolerancia hacia el desorden, ruido y deterioro de los mueblas. Es la expectación de que las paredes a veces se convertirán en vistosa galería de arte surrealista, de que la familia ocasionalmente debe consentir en la adopción de algún animalito. (Un perrito casi da el mismo trabajo que un niño adicional). Quiere decir que los libros de la familia serán examinados, los retratos estudiados minu­ciosamente, las páginas ocasionalmente arrugadas o arrancadas, las tapas accidentalmente dobladas. Quiere decir que de cuando en cuando habrá un espejo roto; leche o algún otro líquido volcado sobre un mantel recién planchado; pan con jalea abandonado en medio de la alfombra de la sala.

La madre ideal es el colmo de la imperfección en otras maneras también. Tiene que estar dispuesta a manifestar interés y entusiasmo en las cosas de los niños: juegos, cuentos y fiestas infantiles.

Aprende a enfrentarse a las crisis: clavos en los pies descalzos, tremendas astillas en las manos o en las asentaderas, dedos ensangrentados, pitos y otros juguetes atorados en el paladar, cráneos abollados y frijoles, maíz o algo parecido en las narices.

Sabe ajustar su irritabilidad para consentir a cierta cantidad de juegos de ladrones y piratas, alaridos de alegría, refunfuños y pequeñas riñas. También acepta como procedimiento más o menos normal la queja lastimera del violín en manos de un aprendiz, la vaci­lante y monótona repetición de la escala en el piano y aun el estrepitoso choque de címbalos y tambores. La madre ideal parece ser expresamente el colmo de la imperfección.

El concepto que el niño tiene de su madre

Cuando se trata de analizar a las madres, los niños varones tienen un punto de vista especial.

Por ejemplo, saben que Dios hizo a las madres para ser amadas, casi adoradas por los niños. Por supuesto, las niñas aman a sus madres con igual fervor, pero es de una manera algo diferente. Desde su tierna edad nace en la niña esa sensación de que es muy semejante a su madre, y que llegará a parecerse aún más a ella. El niño, por otra parte, ve en su madre algo maravilloso y misterioso, algo totalmente diferente de él. La considera como ese suplemento vitalmente necesario para la vida, que parece reponer todas sus propias deficiencias. Por consiguiente, ella se convierte en su pilar de inspiración y de luz, y su amparo de las tormentas de la vida.

El niño a menudo se dice: “¡Nada debe pasarle a mi madre jamás!” Es una preocupación grande para él. No puede imaginarse cómo le sería posible sobre­vivir sin ella. Ese temor se manifiesta en sus sueños. Sueña que su madre es víctima de emocionantes y descabelladas aventuras, en las que apenas escapa del desastre. Si llega a perderla en uno de sus sueños, la aventura nocturna se convierte en aterradora pesadilla. El pánico se apodera de él cuando piensa que se quedará solo. El hecho de que su padre todavía está con él es un consuelo menor. Su perla de gran precio es su madre.

Por supuesto algunos niños pierden a sus madres en la vida real por causa de la muerte, el divorcio o el abandono. Para la mayor parte de ellos, la pérdida de la madre viene acompañada de un período de tristeza incomprensible. Entonces, si es afortunado, gradual­mente entran en su vida otras mujeres. Si se trata de una mujer idónea, el niño descubrirá en ella algunas de las maravillosas cualidades que poseía su propia madre. Deliberadamente la convierte en “suplente” de su madre. Sin embargo, por largos períodos favorecerá a una más que a las otras. Podrá ser una tía, una maestra de la Escuela Dominical, una de sus profesoras de escuela, una vecina bondadosa o una madre adoptiva. Si esta mujer no lo desilusiona, casi podrá llenar el vacío que dejó su madre. Esto indica que los niños están hechos de una substancia bien resistente y pueden des­arrollar una sana imagen de la madre si se les da la oportunidad.

La importancia de una buena imagen de la madre

Los psicólogos han descubierto que es de suma importancia que el niño tenga el debido respeto, cariño y entendimiento de su madre porque es la manera en que se desarrolla en él un entendimiento de las mujeres en general. Los peritos lo llaman “lograr una buena imagen de la madre.” Saben que se desarrollará en él la tendencia de tomar la imagen que obtiene de su madre para superponerla en todas las demás mujeres en los años venideros. En circunstancias normales, ella se convierte en el modelo o norma con la cual él juzgará a todas las mujeres. De modo que la madre es la representante de ese lado de la raza humana y ocupa una posición sumamente estratégica para dejar una impresión cordial, agradable y satisfactoria en los pensa­mientos de su hijo.

Además, la madre puede aprovechar el hecho de que el amor del niño lo hace sentir que es una parte importante de ella, así biológica como espiritualmente. Quiere estar seguro de que ella siente la misma cosa hacia él. Si la madre sabe desempeñar su papel debidamente, puede utilizar esta cordial relación, tan preciosa para el niño, para orientar su desarrollo en la forma debida.

¿Cuáles son algunas de las cosas que inculcan una imagen ideal de la madre y hacen al niño sentir que su madre es superior en todo respecto?

Amor

Desde el momento en que la madre por primera vez estrecha a su niño entre sus brazos, empiezan a alimentarse los ingredientes del amor. El amor es como una calle en la que se transita en ambos sentidos, y exige que tanto en la madre como en el niño haya una seguridad de este cariño. A los pocos días de haber nacido, el niño mira a este ser maravilloso que lo acaricia y lo mima, y arruga su pequeña cara simulando una sonrisa para mostrar agradecimiento. De hecho, sus ojos todavía no pueden distinguir bien y el estu­diante de psicología dirá que la mueca fue provocada por el pasaje de gas; pero la madre sabe que la sonrisa de su niño vino desde su alma y que era solo para ella.

Más tarde el nene aprende a extender sus brazos hacia ella, a colocar su cabeza contra sus mejillas, a acariciarla suavemente con su pequeña mano regordeta. Es la manera en que el amor del niño por su madre se inicia tan maravillosamente.

El siguiente paso en el cultivo de esta relación consiste en utilizar el amor para que sirva de fundamento a la enseñanza y la disciplina. La madre tiene que ceñirse al delicado camino que yace entre el explotar el amor de su niño por una parte, y él no destruirlo por la otra. Su tarea puede ser mucho más sencilla si ha dedicado el tiempo a aprender ciertas reglas fundamentales sobre el desarrollo de los niños. Por ejemplo, creer que un niño de dos años y medio puede obedecer tan bien como el que tiene tres años y medio, es ir contra la naturaleza. Por otra parte, usualmente no obedece a los cuatro años y medio, tan bien como lo hizo cuando tenía tres años y medio. Esta norma variable del desarrollo del niño es la llave a la tranquilidad mental de la madre mientras emplea el amor que su hijo siente hacia ella para orientar al chiquillo por el camino de un desarrollo sano durante su niñez.

Cuando se le trata debidamente, el niño interpreta la disciplina de una manera muy diferente de lo que podría creer una madre sin experiencia. Cuando la enfada sin piedad y deliberadamente desobedece sus deseos a pesar de varias amonestaciones, él claramente espera que ella haga algo al respecto, si verdadera­mente lo ama. De hecho, así es como él pone a prueba su amor. A un pequeñuelo de cuatro años se le oyó decir lo siguiente: “Cómo quisiera que alguien me hiciera obedecer.” Esto quería decir que él deseaba que se pusieran en vigor las restricciones a fin de asegurarle que vivía en un mundo ordenado y que sus padres realmente se interesaban en él y en lo que hacía.

Para concluir con el aspecto del amor, diremos que al niño pequeño le gusta ser demostrativo. Desea sentir el amor de su madre. Quiere que de tanto en tanto lo levante, lo estreche entre sus brazos y le dedique el cien por ciento de su tiempo. Esto sólo ocupa unos pocos minutos durante el día, pero son minutos precio­sísimos.

Los expertos lo llaman cuidado tierno y amoroso. Aun los hospitales exigen que las enfermeras adminis­tren regularmente una dosis de este cuidado tierno y amoroso a los niños pequeños, con la misma regularidad que las píldoras o medicinas. Esto derrama un bálsamo de seguridad en los pensamientos de un niño, que calma sus heridas y le asegura constantemente: “Te quieren; te aman; te necesitan.”

La presencia de la madre

En los tiernos años de la niñez parece que el tiempo es una interminable y dolorosa extensión de la duración. Un día es como una semana, o aun como un mes en su vida posterior. Por tanto, el pequeñuelo necesita consultar con su madre cada rato, porque le parece tan largo el tiempo. También desea saber dónde se encuentra en todo momento. Si está en casa, quiere saber en qué parte. Si va a salir, quiere saber por qué y cuánto tiempo estará afuera. Hace todo lo posible por pasar casi todo momento con ella. Si está en la cocina, allí es donde quiere jugar con su tren o experi­mentar con sus patines. Si ha estado jugando afuera, siente la necesidad de entrar regularmente en la casa para informarle sobre lo que está aconteciendo.

Significa mucho para el niño el hecho sencillo de que esté presente su madre. Esta necesidad continúa con una intensidad asombrosa todo el tiempo que está creciendo. Aun cuando el jovencito se encuentre ya en la escuela secundaria o preparatoria, siempre se apodera de él un temor desconocido cada vez que vuelve a casa y la encuentra vacía. Tal vez no dirá nada, pero lo siente.

Por supuesto, cuando la madre tiene que estar fuera de casa, el niño usualmente puede entender y razonar satisfactoriamente. Más con todo, siente cierta ansiedad hasta que ella vuelve. Lo que realmente le provoca esa terrible sensación en el estómago es com­prender que su madre quiere estar fuera de casa o que se vale del pretexto más trivial para salir. Des­afortunadamente nuestro sistema moderno de vivir com­pite con el hogar. Si la madre no tiene cuidado, podrá descubrir que sus hijos están creciendo sin una madre.

La madre como maestra

El papel que su madre desempeña como maestra constituye una parte importante de la imagen que su hijo se forma de ella. Le agrada que desempeñe ese papel. Le contesta preguntas, resuelve sus proble­mas, se expresa en lenguaje que él puede entender. Además, le relata cuentos y le ayuda a entender la vida introduciendo en sus cuentos explicaciones y comen­tarios editoriales. Afortunado el niño cuya madre ha cultivado su propia mente y trata de compartir con él las emocionantes cosas que lo esperan mientras va creciendo.

El pequeñuelo tiene un apetito casi ilimitado de información. Hay en él la capacidad para permanecer pasmado durante largos ratos con materias cuidado­samente preparadas e interesantemente presentadas. La llave al método de la buena narración de cuentos es procurar que éstos se refieran a personas o cosas que tienen movimiento. No les agrada oír sermones, pero los preceptos y principios de la moral pueden ser intro­ducidos en el cuento. La madre logra un éxito casi instantáneo si se dirige a su pequeña “cría” poco antes que llegue la hora de acostarse y dice: “¿Les gustaría oír un cuento del niño que un oso encerró en su cueva?”

La formación del carácter

Cuando el niño ha crecido, se pregunta a sí mismo si su madre ayudó a formar su carácter o si lo debilitó. A veces él comprende que lo consintió demasiado, o que no le dio un consejo cuando era claro que marchaba hacia el desastre. Por otra parte, puede llegar a enten­der que las dificultades con que tropieza en la vida realmente vienen como consecuencia de no haberle hecho caso a su madre. Puede decirse a sí mismo: “Tuve una madre buena; pero no tuve la prudencia necesaria para escucharla.”

La madre tiene que criar a su hijo desde un punto de vista bastante amplio. Tiene que usar su prudencia continuamente para hacer que su hijo reaccione correc­tamente durante sus primeros años. Pero si esto no logra el resultado, tiene que seguir adelante y hacer aquello que está segura que el tiempo y la vida le demostrarán a su hijo ser lo correcto. Por tanto, muchas madres que creen haber fracasado en la crianza de hijos rebeldes, descubren en años posteriores, que son un éxito, porque sus hijos han crecido un poco más, han madurado y aprendido a honrar las enseñanzas de su madre.

La inculcación de buenos hábitos

La llave del buen carácter es la formación de hábitos buenos. Esta es la tarea principal de una madre. Los hábitos son impulsados por la actitud, y el niño recoge éstas de sus padres, especialmente de la madre. Los hábitos de limpieza, orden, frugalidad, amistad, cortesía, higiene, puntualidad, honradez y traba trabajo son parte de la herencia que una madre ayuda a transmitir a su hijo; y logará un éxito particular, si ella misma practica estas cosas. Esto hace sentir al hijo que ésa es la manera de vivir. De lo contrario, si escucha las enseñanzas de su madre y entonces ve cómo ella misma las desprecia, se dice a sí mismo: “Lo que mamá dice es bueno, pero casi nadie lo hace. . . ni aun mamá.”

El concepto de la sucesión

Esto nos lleva a la siguiente proposición importante que dice: “Cual la madre, tal el hijo.” Esto no siempre es cierto, pero suele ser más verdadero que falso. El padre podrá ser considerado como un hombre de éxito, según las normas establecidas; y sin embargo tendrá una familia débil si la madre es débil. Ella está más cerca de los niños que él, y consiguientemente, es mayor su influencia para lo bueno o lo malo.

Los niños adoptan de ella su actitud y maneras de resolver problemas. Los peritos en asuntos matrimoniales nos dicen que esto se manifiesta en los divorcios. Si una madre es propensa a reñir y regañar, y permite que su matrimonio fracase, establece una norma en sus hijos que tiende a causar la inestabilidad en las vidas casadas de ellos. Por esto es que en ocasiones todos los de una misma familia se divorcian. Por otra parte, la madre prudente comprende que se haya en una posición singular para orientar a toda la familia hacia la unidad y la solidaridad. Sus niños miran cómo pasa por alto las inconveniencias y per­turbaciones menores de la vida, y de esta manera aprenden a seguir su ejemplo.

Lo anterior es tan solamente una de las varias razones porqué se describe a la madre como la chispa que pone en movimiento las reacciones que frecuente­mente se reflejarán en sus descendientes por gene­raciones venideras.

El ambiente variable

Hasta que el joven cito tiene aproximadamente once años de edad, es principalmente el consentido de su mamá. Entonces cambia el ambiente. Repentinamente la madre ya no puede manejarlo. Empieza a manifestar su individualidad con un poco de rebeldía. La madre debe estar preparada para este cambio de ambiente, pues será la característica principal que distinguirá las relaciones entre ellos por cinco o seis años. Sin embargo, gradualmente disminuye. El joven empieza a ser otro cuando llega a los dieciséis o diecisiete años, y su madre pronto descubre que aunque no es la misma relación que existió cuando él era niño, es no obstante una relación cordial, cariñosa y maravillosa. Para cuando su hijo cumple los veinte o veintiún años, ya se ha desarrollado en él la sensación de que es un adulto igual que su madre, y entonces la trata como “la mejor madre que uno puede tener.”

Si esto no sucede, tal vez el hijo no ha llegado a su madurez completa o, de no ser ésta la causa, puede ser una indicación de ciertos problemas serios que tuvo en su niñez.

Cicatrices que dejan los dos extremos: el hijo abandonado y el mimado

Cuando el joven ha logrado su sentido de indepen­dencia e igualdad en los postreros años de su adolescencia, usualmente desea restaurar la feliz relación que conoció con su madre en su niñez. Pero si ella nunca se ocupó en establecer una relación feliz o inculcar en él una imagen sana de la madre durante los primeros años de la vida del niño, entonces no hay nada que restaurar. Por tanto, la madre pasa por la dolorosa experiencia de ver a su hijo abrirse paso pol­la vida como si ella ni existiera.

En el otro extremo tenemos a la madre que se esfuerza demasiado, que cubre a su niño como una nube, constantemente protegiéndolo, continuamente recordándole, regalándole su amor, sea que él se lo corresponda o no, luchando todas sus batallas, resol­viendo todos sus problemas, haciendo todo su trabajo. Esto sofoca al hijo; lo priva de las oportunidades normales para aprender sus propias lecciones, luchar sus propias batallas, sacar sus propias conclusiones o crecer de niño a hombre. Entra en la vida de adulto sin preparación, tímido, dependiente, temeroso. Pronto descubre la causa de sus dificultades: una madre que lo amparó demasiado.

El frente unido

Según va creciendo, el hijo se imagina a su madre y padre como un conjunto, en el que su padre desem­peña el papel de director por ser “el primero entre dos iguales”. La madre prudente sabrá aprovechar esto. Enseñará a su hijo a respetar y amar a su padre, a esperar que lo guíe y a buscar su compañerismo y consejos. Ella misma le dará el ejemplo. Si no estuviere de acuerdo con la clase de disciplina que su esposo administra, no lo discutirá con él delante de los niños, sino hablará con él cuando estén a solas, si lo considera necesario.

Algo se desarrolla en el corazón de un hijo cuando ve que existe un fuerte vínculo de amor y compañerismo entre sus padres. No lo provoca a celos, antes engendra en él una sensación profunda de satisfacción. Aprende muchas cosas de las gentilezas, atenciones y muestras de cariño que ve a su padre expresar hacia su madre. Hace al hijo sentir que su hogar es como un castillo, y dentro de ese hogar existe un frente unido.

Como contraste, las riñas que se desarrollan entre los padres delante del hijo, pueden perturbarlo a tal grado, que no es difícil que salga reprobado en sus estudios, o recurra él mismo a una conducta belicosa o aun participe en crímenes juveniles. También se per­turba si su madre constantemente se queja de su padre y trata de granjearse su simpatía mediante una sucesión continua de lamentos. Cuando la madre es realmente maltratada, el hijo lo comprende en seguida, pero aun así, sabiendo su madre orientarlo correctamente, puede ser impulsado a llegar a ser un hombre mejor que su padre, sin cobrarle odio.

La tarea de ser no sólo madre, sino también padre

Los sociólogos han indicado que cuando una familia de hijos pierde a su padre casi siempre pierde a la madre también. Usualmente tiene que salir a buscar trabajo, y toda la familia debe tratar de continuar en condiciones que distan mucho de ser normales. Sin embargo, esta familia puede lograr el éxito, y usualmente lo realiza. Más para ello se requiere una mujer verdaderamente noble que desempeñe ambos papeles de padre y madre. Estas circunstancias exigen todo el ánimo y ayuda posibles que puedan prestarle la iglesia, las agencias sociales y los vecinos. Causa sorpresa el número de grandes y destacadas personas cuyas madres fueron viudas; pero cuando esto sucede, generalmente se debe a que la madre estuvo dispuesta a ir la segunda milla—y en ocasiones muchas millas adicionales—a fin de suplir la falta del padre.

Hace varios años tocó el honor a una noble mujer del sur de California—que había criado a ocho hijos en circunstancias difíciles—de ser elegida como la “Madre del Año.” En un programa especial preparado en su honor, se concedió al autor el privilegio de rendirle este breve tributo. Con motivo de que era su madre, le puso por título “Mi Madre y Yo.”

Me conoció aun desde antes que naciera.
Se preparó para recibirme y dióme un nombre.
Desde que yo nací me alimentaba,
Me enseñaba, me cuidaba y por mí oraba.
Fué mi primera novia, mi primer sastre y panadera,
Mi primer juez, profesora y enfermera.
Conmigo compartió ella su vida
Y por mí aun la puso en peligro.
A Dios pidió le concediera
Ser mi creadora.
Cuando yo sufría cortaduras, enfermedades o caídas,
Mis lágrimas y golpes compartía.
Con cada rasguño, herida y quemadura
Mi dolor la acompañaba.
Despojaba de misterio las cosas que veía:
Me hacía sentirme cómodo en la tierra.
Me ayudó a conocer el camino de la vida
Como la vía que lleva a Dios y al paraíso.
Me vió crecer y separarme de ella,
Me vió soltarme de sus faldas,
hacerme independiente.
Partióle el corazón, pero sabía
Que con el tiempo a ella volvería.
Hoy, en el crepúsculo de su vida,
Abrumada por el peso de los años,
Quisiera decirle lo que siento, mas no puedo,
Dar expresión a las sagradas frases
Sólo puedo mirar en lo recóndito de su alma
Como ella en lo profundo de la mía,
Y ambos comprendemos el amor que compartimos
Mi madre y yo.

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