Las Escrituras y la juventud

por J. Reuben Clark, hijo
de la primera presidencia
(Tornado de the Church News 1961)
Queridos hermanos y hermanas de la juventud de la Iglesia:
He sido honrado con la invitación que se me ha hecho de comunicarme con vosotros en una de vuestras reuniones dominicales conocidas como (firesides) charlas fogoneras. Se me ha pedido que trate dos asuntos:
- ¿Conviene que los jóvenes lean las Escrituras?
- El valor de conocer las Escrituras en nuestra juventud.
Con referencia al primero—“¿Conviene que los jóvenes lean las Escrituras?”—todos los pueblos, paganos así como cristianos, tienen Escrituras. La gente cristiana tiene principalmente la Santa Biblia, constituida por el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los pueblos, paganos también tienen sus escrituras.
Pero nosotros, los Santos de los Últimos Días, tenemos nuestras propias Escrituras. Tenemos las que emplean otras sectas cristianas, a saber, la Biblia, incluso el Antiguo y el Nuevo Testamento, y también el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios, la Perla de Gran Precio y los Oráculos Vivientes de la Iglesia.
El Señor ha dicho en nuestra época:
Porque viviréis con cada palabra que sale de la boca de Dios.
He leído el versículo 44 de la sección 84 de Doctrinas y Convenios. Os insto a que leáis los versículos que siguen, en los cuales se encuentran importantes reglas de conducta y principios para vivir.
Se ha expresado en los siguientes términos cuál fue el propósito de Dios en darnos estas instrucciones. Leo ahora de Moisés 1:39:
Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.
En la gran oración pronunciada en el Jardín, al acercarse la hora de su traición, Jesús dijo:
Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero y a Jesucristo, al cual has enviado.
Llegamos a conocer a Dios y a Jesucristo leyendo y obedeciendo los mandamientos que ellos nos han dado a todos nosotros para guiarnos a los propósitos declarados en los versículos que acabo de leer, así como en aquellos a los cuales me he referido. Por consiguiente, debemos leer las Escrituras para saber qué es lo que el Señor nos ha mandado hacer y cómo debemos conducirnos. De lo contrario, no sabremos por qué medio entraremos en la presencia de nuestro Padre Celestial en lo futuro para recibir la gloria y la exaltación que Él nos ha destinado.
En cuanto al segundo asunto—“el valor de conocer las Escrituras en nuestra juventud”—tal vez, de todas las Escrituras que hay sobre la tierra, las más extraordinarias son las que encontramos en el Libro de Abrahán, las cuales nos explican por qué estamos nosotros aquí.
Algunas iglesias importantes nos dicen que nuestros espíritus comenzaron su existencia al tiempo de nuestro nacimiento en la carne. Esto no es verdad. El Señor nos ha dado a saber, mediante sus revelaciones concedidas a Abrahán, que nuestros espíritus existieron antes de nuestro nacimiento; que nos reunimos en un gran concurso de espíritus que solemos llamar el Gran Concilio Celestial; que allí debatimos el destino futuro de nuestros espíritus; que allí se decidió que estos espíritus tuviesen una existencia carnal, y para ese fin se hizo un mundo “donde—dicen las Escrituras—éstos [espíritus] puedan morar”.
Dice además:
Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.
Y continúa, diciendo:
Y quienes guardaren su segundo estado [de existencia terrenal] recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás. (Abrahán 3:21 en adelante)
Este es el gran destino que el Señor ha señalado para nosotros. Por cierto, es el destino más importante que podemos encontrar en cualquier otro pasaje; mayor que el que podemos hallar en cualesquiera Escrituras paganas o cristianas en todo el mundo. Además, hay otro gran principio importante que siempre procuro tener presente, a saber, que nunca tendremos que hacer cesar las transgresiones que no iniciemos.
Quisiera inculcar este principio en los pensamientos de todos los jóvenes de la Iglesia; y si aprenden las Escrituras cuando son jóvenes, entonces pueden empezar a aplicarlas desde la primera ocasión en que llegan a la de edad de responsabilidad, la edad en que aprenden a distinguir el bien del mal.
Así que, aprended los mandamientos en los primeros años de vuestra vida. Cuando se aprenden en esa época, se recuerdan mejor y se obedecen más fácilmente. Leed las instrucciones dadas por un Padre amoroso a sus hijos, así como las del Señor, nuestro hermano mayor. El propósito, como ya he dicho, es que logremos una existencia que sea eterna, y recibamos el aumento de gloria sobre nuestra cabeza para siempre jamás.
Procurad el mejoramiento que puede ser vuestro leyendo las Escrituras en vuestros años de juventud. Lograd la prudencia, la inspiración, el conocimiento de las verdades eternas que jamás cambian.
No hay necesidad de olvidar estas verdades. Jamás cambiarán. Por el contrario, ninguna de las “verdades” así llamadas de la ciencia, que varían con el progreso y conocimiento del hombre, pueden compararse con las verdades eternas que jamás cambian. Aquéllas no son las verdades que se recordarán eternamente sino en parte, aun cuando el concepto que el hombre tenga de estas verdades de la ciencia—si concuerdan con las verdades eternas—durará para siempre. No tenemos por qué olvidarlas.
Es muy cierto que nuestro concepto de estas verdades eternas se ensancha al grado que adquirimos más conocimiento de las eternidades venideras y de nuestras vidas allá, hasta donde han sido reveladas, y de nuestros destinos que el Señor nos ha proveído.
Sin embargo, las verdades nunca han cambiado y jamás cambiarán. Como el Señor lo ha dicho, aunque pasaren los mundos, y este mundo también, sus verdades jamás cambiarán y ninguna de sus palabras quedará sin cumplirse. (Véase Doctrinas y Convenios 1:38 y las referencias allí citadas.)
En este respecto quisiera que recordaseis lo que el Salvador dijo una vez tras otra:
Yo soy el camino, la verdad, la vida y la luz.
Vosotros miráis hacia Él, nosotros miramos hacia Él, y todos debemos mirar hacia Él y sus enseñanzas a fin de estar seguros que tenemos “el camino, la verdad, la vida y la luz.” Entonces podremos vivir de tal manera y creer en tal forma y aceptar las cosas que nos conducirán a esa vida eterna en la que se aumentará gloria sobre vosotros para siempre jamás.
Guardaos de los “intelectuales”, así llamados, los seudofilósofos que no son sino enanos, en lo que respecta a las verdades espirituales, comparados con los profetas inspirados de Dios. Para qué perder el tiempo leyendo ficción vana cuando podemos leer la verdad eterna. Recordemos que el apóstol Pablo nos dio una guía cuando dijo:
Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1 Corintios 2:11)
No atemos nuestra fe a las cosas que los hombres dicen y enseñan como guías verdaderas, pues como dijo Pablo:
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. (1 Corintios 2:14)
No puedo recalcar demasiado en la juventud de la Iglesia la importancia de leer las Escrituras y tratar de entender su significado. Nos son expresadas en lenguaje suficientemente claro para que siempre podamos estar razonablemente seguros de que nos hallamos en las sendas verdaderas.
Recordad de nuevo el verdadero y gran principio sencillo que he dado, que nunca tendremos que dejar de hacer las cosas que jamás iniciamos. Por supuesto, no es nuestro deseo cesar de hacer las que son rectas. Pero cuando nos hallamos en transgresión, o estamos a punto de caer en transgresión, debemos esforzarnos por vivir de tal manera que no cometeremos esa transgresión, y de ese modo nunca nos veremos obligados a tener que dejarla.
También quisiera amonestaros a todos vosotros, jóvenes, a que os cuidéis de todos aquellos que inculcan dudas, los “sembradores de dudas”, como yo les digo.
Os conducirán a la perdición de la duda, al abismo de la destrucción. No conocen la verdad. Creen que la conocen y tratan de persuadiros a que los sigáis. Pero no vayáis en pos de sus expresiones de duda, ni aceptéis lo que os dicen cuando os comunican esas enseñanzas. Vuelvo a repetir, son falsas.
Así pues, mis queridos jóvenes, leed las Escrituras en vuestra juventud. Os ayudarán a evitar las transgresiones en vuestra juventud, en los años en que estáis madurando; y una vez más vuelvo a decir, si no caéis en transgresión, no tendréis que buscar la manera de hacerla cesar.
Consiguientemente, os hallaréis más cerca de nuestro Padre Celestial que si hubieseis cometido esas transgresiones. No os coloquéis en la posición de Pedro, el apóstol de la antigüedad, cuando el Salvador llegó a las playas de Galilea para llamarlo a él, a Juan y a Santiago a que dejaran sus redes, y nuestro Señor obró el milagro de la gran pesca. En esa ocasión Pedro dijo:
Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. . . . Y Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. (Lucas 5:8, 10)
Aquellos hombres creyeron y siguieron. En esa ocasión Pedro se resolvió a abandonar sus transgresiones. La historia parece indicar que aun cuando era fuerte, le fue algo difícil, según leemos en el Nuevo Testamento, abandonar las cosas que había aprendido en su juventud. Por eso os digo, guardaos de los “sembradores de dudas. Nuevamente os digo que os conducirán a la perdición de la duda, al abismo de la destrucción.
Dios esté con vosotros siempre y os acompañe en vuestros (firesides) charlas fogoneras, en vuestros hogares, en vuestras actividades, en la vida, en vuestros estudios; y no permita que entre y se aloje en vuestros pensamientos cosa alguna que os haga dudar de las grandes verdades que hayáis aprendido al leer las Escrituras en vuestra juventud, las cuales conoceréis cada vez más si no transgredís, antes vivís como Dios quiere que viváis.
Leed únicamente libros buenos. Evitad como veneno mortífero los libros sensuales. No hacen más que corromper vuestras mentes, os conducen a pensamientos bajos e impuros y si persistís en ellos, os guiarán al pecado y la vergüenza.
Nuestro Padre Celestial os bendiga, os llene de bendiciones durante vuestras vidas y os guíe por los caminos en que debéis andar. Leed vuestras Escrituras: leedlas temprano y leedlas tarde; leedlas en vuestra juventud y no las abandonéis cuando tengáis más edad. Y así no habrá nada en el mundo, ninguna literatura, ninguna enseñanza, ninguna instrucción, nada en las Escrituras que os desvíe de los importantes caminos de la verdad y la justicia indicados por Cristo mismo cuando dijo:
Yo soy el camino, la verdad, la vida y la luz.
Siguiendo este curso y viviendo de acuerdo con él, resultará en un aumento de gloria para siempre jamás. Dios os conceda esta bendición, es mi humilde oración, en el nombre de su Hijo. Amén.
























