Vencer las diferencias de opinión
como fórmula para hallar la unidad matrimonial

Élder Robert E. Wells
Del Primer Quórum de los Setenta
Ensign, enero de 1987.
Cuando dos personas viven juntas, es inevitable que haya diferencias de opinión. Pueden surgir malentendidos con mucha facilidad sobre prácticamente todo aspecto de sus vidas —sea importante o no— como por ejemplo, la disciplina de los niños, la limpieza de la casa, las comidas, el manejo del dinero, la decoración, qué estación de radio escuchar, qué película ir a ver, etcétera.
Puesto que hasta cierto punto todos somos producto de nuestros entornos y experiencias pasados, es lógico que surjan diferencias de tanto en tanto. Quienes se criaron en una ciudad hacen ciertas cosas de modo distinto a quienes se criaron en el campo, y quienes provienen de un rincón del mundo hacen ciertas cosas de modo diferente a quienes se criaron en otro rincón. También los distintos entornos étnicos, educativos, financieros y religiosos causan que haya diferencias en la manera en que hacemos las pequeñas cosas de la vida. Además existe una diferencia natural entre los puntos de vista del hombre y de la mujer.
Más el que haya diferencias no quiere decir que obligatoriamente una persona tiene razón y la otra está equivocada, o que una alternativa sea mejor que la otra. La unión en el matrimonio requiere la buena disposición de hacer concesiones, de comprometerse a hacer que la relación salga adelante y de depender del Señor. Aunque pueda haber diferentes opiniones, hábitos o antecedentes, marido y mujer pueden tener «entrelazados sus corazones con unidad y amor el uno para con el otro» (Mosíah 18:21).
La Iglesia tiene más de treinta mil misioneros en el campo hoy por hoy, y sin embargo los problemas serios entre compañeros misionales son relativamente pocos. Parte de la razón por la cual esto ocurre tiene que ver con la excelente fórmula que el Manual Misional brinda a los misioneros regulares. Dice lo siguiente:
«Un paso esencial que le permitirá llegar a ser un misionero exitoso es poder comunicarse con su compañero. Hagan juntos una sesión de inventario.
«Dicho inventario consiste en una reunión para conversar sobre la obra y fijarse metas, analizar la relación de compañerismo y la vida personal.
«Válganse de ese tiempo para resolver los conflictos que puedan surgir en el compañerismo, hablando al respecto y solucionándolos juntos» (págs. 25-26; núm. de almacén PBMI4201 002).
Claro que los compañeros misionales suelen ser completos desconocidos o apenas conocidos cuando se les asigna a trabajar juntos, y los compañeros de cuarto a menudo también son desconocidos, o son amigos que creen que se conocen bien. No obstante, se espera que el matrimonio comience desde un punto mucho más seguro, ya que ambas personas debieron haber tenido suficiente tiempo para llegar a conocerse bien.
Sea cual sea la situación, las ideas básicas que se usan para la sesión de inventario misional provienen de Doctrina y Convenios 6:19: «Amonéstalo [a tu compañero] en sus faltas y también recibe amonestación de él. Sé paciente; sé sobrio; sé moderado; ten paciencia, fe, esperanza y caridad». A continuación presento algunas de mis observaciones sobre cómo aplicar estas ideas específicamente al matrimonio:
La crítica
La crítica, sea directa o insinuada, es una de las cosas que más dificulta la unión en cualquier relación. Aun así hay esposos y esposas que con severidad se dicen: «¿Por qué hiciste eso?» o «¡Yo no lo hubiese hecho así!» o «¡De donde yo soy eso no se hace así!» o «Lo que dijiste fue una tontería». Este tipo de crítica repetitiva y agresiva puede carcomer los lazos del amor, debilitando y estropeando la tela misma del matrimonio con resultados tristes para ambas partes.
Con demasiada frecuencia, la crítica ataca a los sentimientos tiernos y desprotegidos. Cuando criticamos, insinuamos que hay culpa, censuramos, condenamos, reprobamos y denunciamos, mientras que a la vez nos colocamos en función de jueces, haciendo de cuenta que estamos calificados para indicar las faltas y debilidades de otra persona.
Algunas personas ya tienen el hábito de hacer preguntas punzantes y dar contestaciones agresivas, al punto que la crítica se ha convertido para ellos en algo humorístico que les permite sentirse superiores al ver que incomodan a alguien más. Esta actitud es pecaminosa y trágica, por lo cual se debe cambiar.
Sesión de comunicación
Es obvio que la estructura de una sesión de comunicación entre marido y mujer tiene flexibilidad. Puede surgir de forma espontánea en cualquier momento en que sea necesaria por parte propia o del compañero, o se puede planificar una sesión en forma regular —quizá una vez a la semana, al mes, al trimestre— que permita ver cómo va todo. A algunas personas les gusta más que sea muy informal, y tienen su sesión de comunicación mientras van en el automóvil, mientras dan un paseo a pie o mientras salen como pareja. A otras personas les gusta hacerlo de forma más formal, con primera y última oración, un vistazo a cómo salió todo la semana (o el mes) anterior, un repaso de las actividades programadas y una conversación sobre las metas personales y de pareja.
Sin importar cómo y cuándo se realice la sesión de comunicación, el enfoque debe ser escucharse y entenderse mutuamente, resolver problemas y apoyar con amor lo bueno que esté pasando en la relación.
Permítanme sugerirles que empiecen con lo bueno. Empiecen expresándose gratitud el uno al otro y también por las bendiciones que reciben. Menciónenle a su cónyuge las cosas por las que se sienten más agradecidos, lo que más les gusta de él o ella. Háganlo de manera específica, describiendo con detalle los momentos y los acontecimientos que claramente demuestran lo bueno que ha hecho el cónyuge, y expresen sus sinceros sentimientos de agradecimiento y amor. Las relaciones se robustecen cuando son positivos los pensamientos, las palabras y las acciones.
Después de haber expresado una gratitud y un aprecio sinceros, les puede parecer apropiado conversar sobre las frustraciones o los problemas de la relación. La calidez, sensibilidad y consideración deben ser los sentimientos que rijan la conversación.
Uno de los dos puede dar el primer paso al preguntar: «¿Qué puedo hacer para ser un mejor marido (o una mejor esposa)?». El otro entonces contesta amablemente con ideas y sugerencias.
Tengan una actitud de humildad y compartan lo que sienten y sus sugerencias de forma no agresiva. No supongan que son ustedes siempre los agraviados y sus cónyuges los que siempre tienen la culpa. También deben recordar que en muchas situaciones, no importa tanto quién tiene la razón sino que se entiendan.
Les sugiero que eviten escribir una lista de fallas. En ese tipo de situaciones, la memoria es más considerada que el leer una lista de quejas. Otra regla que pueden seguir es la de ponerle tope al número de sugerencias que se hacen por vez, no más de dos o tres. De ese modo, es más probable que la experiencia no les resulte tan abrumadora.
Cuando les toque escuchar las sugerencias, no se pongan a la defensiva. Eviten la tendencia de decir: «¡No seas tan quisquilloso! ¡Eso casi nunca pasa!». Eviten la tendencia de pedir evidencia de culpabilidad: «¿Cuándo dije eso?» Reconozcan el hecho de que si a sus cónyuges les importa lo suficiente para mencionarlo, probablemente se trata de algo que le molesta; y eviten la reacción del mártir: «Tus expectativas son demasiado altas».
Cuando sus cónyuges les sugieran alguna forma de mejorar algo, la respuesta puede ser: «Tienes razón. Tengo que recoger mi ropa sucia y tener más ordenado el cuarto. Por favor discúlpame, y hazme acordar cuando me olvide. Te agradezco la paciencia y la ayuda».
Luego pregunten qué más pueden hacer para ser un mejor compañero, brindando así al cónyuge la oportunidad de mencionar otras cosas sobre las cuales quiera hablar durante la sesión.
Una vez que conversen sobre los asuntos restantes, se invierten los roles, y ahora le toca al otro cónyuge dar el primer paso y preguntar cómo puede mejorar.
Se trata de entender mutuamente lo que siente el otro, de ver la situación desde la perspectiva del otro y de hablar sobre cómo resolver los problemas. Vuelvo a lo mismo, en muchos casos no se trata de quién tiene la razón sino de hábitos y costumbres diferentes, pero el que estén dispuestos a hablar al respecto y buscar soluciones evidencia mucho amor y consideración.
A menudo es necesario hacer concesiones. Al hacerlo protegemos y respetamos el derecho del otro a ser diferente, y a la vez lo que sí importa se menciona y resuelve.
Así que repasemos este procedimiento que les propongo que consideren y adapten. Una vez que empezaron expresándose amor y aprecio mutuos, la conversación puede proseguir así:
El marido pregunta: «Querida, ¿qué puedo hacer para ser un mejor esposo? Sé franca porque de veras quiero saber cómo mejorar».
La contestación de la señora, expresada con amor, puede ser: «Hay algunas cositas que pueden mejorarse. Por ejemplo, no te has dado cuenta, pero últimamente me has contradicho o llevado la contra enfrente de los niños varias veces. Así no se crea un buen ambiente en el hogar, y los chicos se confunden. Me parece que sería mejor para nosotros y para ellos que estuviéramos más unidos».
Puede que el marido piense que no es culpable de tal cosa, pero no sirve de nada ponerse a la defensiva y pedir ejemplos específicos de las últimas tres ocasiones en que él ha procedido de esa manera. Si su señora piensa que importa lo suficiente como para mencionarlo, él debe darse cuenta que importa lo suficiente como para cambiar su comportamiento.
Así que puede decir: «Lo siento cielo, y trataré de ponerle más cuidado. Si te das cuenta de que se está desarrollando una situación de ese tipo, por favor ayúdame con una señal; por ejemplo, puedes decir que todavía no hemos tenido la oportunidad de hablar a solas sobre el asunto».
Acto seguido, la esposa puede mencionar que su marido ha hecho demasiadas bromas acerca de los novios de una de las hijas que es muy sensible, o tal vez le haga recordar que una de las resoluciones de Año Nuevo de él fue salir con su esposa todas las semanas pero que ella todavía está esperando.
Luego le toca a ella preguntar: «Mi amor, ¿qué puedo hacer para ser una mejor esposa?»
Con amor, el marido puede mencionar que se ha dado cuenta de que recientemente se han hecho varias compras fuera del presupuesto, y puede instarle a que controle sus impulsos de consumo.
O quizá mencione que prefiere los huevos fritos en vez de pasados por agua, a pesar del artículo que ella leyó hace poco que sugería no ingerir alimentos fritos.
En esas sesiones de comunicación entre marido y mujer, es normal referirse a varios detalles de la convivencia diaria. Algunos tienen mucha relevancia y otros pueden parecer intrascendentes, pero todos importan en lo que se refiere a la armonía entre marido y mujer.
Acudir al Señor
Sabio es que la oración sea una parte importante del matrimonio. Debemos procurar recibir la ayuda del Señor al intentar entendernos mutuamente, afrontar retos y llegar a decisiones correctas, y todo eso sin ponernos a la defensiva. Es aún más importante que procuremos obtener Su ayuda al intentar cambiar nuestro comportamiento y corazón. El Señor nos cambiará el corazón a medida que lo invitemos a ablandar nuestro corazón hacia el cónyuge y a medida que nos arrepintamos de nuestras debilidades. Él nos alejará de nuestras actitudes egoístas, mezquinas y mundanas para llenarnos de un amor puro como el de Cristo. Por más que hablemos y nos comuniquemos, no podremos realmente resolver nuestras diferencias a menos que tengamos matrimonios basados en principios verdaderos como son la fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento y la obediencia.
A medida que nos acercamos al Señor, Él nos puede ayudar a acercarnos el uno al otro. Sólo por medio de Su gracia podemos recibir la bendición del amor semejante al de Cristo, la capacidad de amar a nuestro cónyuge con todo el corazón y de allegarnos a él o ella y a nadie más (véase D. y C. 42:22).
























