Viviendo según el Evangelio

Capítulo 9
UN TESTIMONIO DEL EVANGELIO


“No hay en el mundo nada por lo cual yo esté tan agradecido como por el conocimiento absoluto de que nosotros, los santos de los últimos días, tenemos del verdadero Evangelio de Jesucristo”. Este testimonio, ofrecido por el presidente Heber J. Grant, es un ejemplo típico de los que salen de labios de miles de personas que han afirmado, y aun afirman ahora, tener un testimonio de la veracidad del evangelio; es decir, saben que el Evangelio es verdadero. ¡Y que realización tan gloriosa constituye poder decir que sabemos que el evangelio es verdadero!

Sin embargo, cuando nos detenemos a pensar en esta afirmación, llegamos a la conclusión de que su significado propuesto difiere de lo que dice en realidad. Lo que realmente tratamos de comunicar cuando decimos que sabemos que el Evangelio es verdadero es que el mormonismo, así llamado, es el verdadero Evangelio de Jesucristo. Probablemente fuera de nuestra Iglesia hay miles de personas que están completamente de acuerdo con nosotros acerca de que el evangelio es verdadero, pero que vacilan en admitir que los santos de los últimos días realmente lo poseen.

Para aquellos que no son miembros de la Iglesia, así como para muchos que lo son, lo que se conoce como “dar testimonio” por parte de los que proclaman su conocimiento cierto de la obra de Dios, es uno de los rasgos más sorprendentes entre las prácticas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nunca deja de provocar la pregunta de que si es posible que el hombre mortal “conozca” las cosas celestiales. La creencia o aun la fe en las enseñanzas de cualquier organización religiosa es reconocida como algo que entra en el campo de la posibilidad. Pero el poder testificar de un conocimiento absoluto de estas cosas es para muchos humanamente imposible.

Tal conocimiento es rechazado con demasiada frecuencia e irreflexión, porque aparentemente no está basado en evidencia que pueda demostrarse; es decir, no parece estar fundado en la clase de evidencia que pudieran percibir las personas normales en una forma normal, a través de uno o más de los sentidos físicos. ¿Pero son los sentidos físicos las únicas fuentes de evidencia posibles y dignas de crédito, por medio de las cuales puede probarse la realidad? Si siguiésemos este argumento hasta su conclusión lógica, tendríamos que rechazar la mayoría de lo que ahora llamamos conocimiento, y aceptar un procedimiento que ni aun aquellos que profesan la tendencia mental más racionalista querrían apoyar.

Por ejemplo, ¿qué es lo que sabe un joven médico acerca de la eficacia de ciertas medicinas y tratamientos que el prescribe cuando se encuentra con una enfermedad que nunca ha tratado antes? Se basa en el conocimiento de otros que han trabajado y obtenido resultados por medio de experimentos personales. Aquellos de nosotros cuya salud depende más o menos de la ayuda que esperamos recibir de él seríamos los últimos en sugerir que esperase y suspendiese su receta y tratamiento hasta que pudiese verificar este conocimiento por medio de experiencias personales. También, la mayoría de nosotros afirmamos tener cierto conocimiento del sistema planetario del cual nuestra tierra forma parte. Y esto lo hacemos a pesar del hecho de que muy pocos tenemos la habilidad para verificar, ya no digamos la capacidad para demostrar matemática o físicamente, este conocimiento que afirmamos poseer. El testimonio acumulado de todos aquellos que poseen esta habilidad científica para verificar forma las conclusiones que hemos aceptado como verdaderas y probadas adecuadamente.

A través del estudio del universo físico, muchos hombres han llegado a creer en la existencia de Dios y, en consecuencia, en un plan que el trazo para el beneficio de sus hijos. El sorprendente orden y armonía que todos pueden observar entre los fenómenos del universo físico y la evidente inteligencia que se encuentra detrás de ellos, ha hecho que algunos hombres, aunque no todos, sientan la realidad de un poder divino. Pero aprenden bien poco de lo que pueda considerarse concluyente sobre la naturaleza, atributos o propósitos de Dios. Hablando a los corintios S. Pablo dijo: “Porque por no haber el mundo conocido, en la sabiduría de Dios, a Dios por sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21). Al hacer esta afirmación indicó el inevitable fracaso de aquellos que quieren probar la existencia y naturaleza de Dios en esa forma.

La mente humana usa sus observaciones del universo que la circunda para especular sobre las razones de por qué es como es. De este modo, la mente humana ha concebido numerosas y variadas formas de Dios, dependiendo en cada caso de las observaciones particulares usadas como base del razonamiento. Con la expansión y crecimiento de la habilidad del hombre para observar, su concepto de Dios también se ha ensanchado y crecido, al grado de que para muchas mentes el Dios personal ha sido cambiado por una fuerza o poder impersonal de dimensiones mayores que las poseídas por cualquier persona. La fe inteligente necesita de la razón, pero la razón solo puede ser aceptada como digna de confianza cuando va acompañada de otras evidencias.

La adoración, el estado espiritual del hombre que le hace sentir que en cierta forma está en presencia de Dios, también le ayuda a acercarse más a un conocimiento de una divina inteligencia orientadora. Pero aún entre los adoradores devotos se obtienen muchas ideas opuestas acerca de la naturaleza de Dios.

El estudio de Dios como persona, más bien que de sus creaciones, nos lleva más directa e inequívocamente al conocimiento de él. Fue por medio de tales experiencias llamadas revelaciones, que los patriarcas y profetas del Antiguo Testamente caminaron y hablaron con Dios y contemplaron su gloria. José Smith lo vio en la misma forma. La fe de estos hombres, una fe basada en el estudio, razonamiento y adoración, hizo que tuviesen experiencias tan directas e inmediatas que no podían tener duda en cuanto a la existencia de Dios o su personalidad. Los resultados de estas experiencias, incluso el conocimiento que nace de ellas, pueden ser nuestros también, aunque adquiridos vicariamente, y podemos añadirlos al conocimiento parcial de Dios que ya logramos por medio del estudio, razonamiento y adoración, Y con el tiempo, muchas valiosas experiencias personales y directas de una naturaleza similar verificarán el testimonio de los hombres de fe que nos precedieron.

Debería señalarse aquí una cosa por vía de aclaración y advertencia. Estas experiencias personales con Dios que han de servir como base para confirmar la evidencia, sólo pueden venir a aquellos que ya creen y ejercen su fe en esa dirección. Por la propia naturaleza de la cosa, es imposible que un incrédulo reciba esta evidencia confirmadora personalmente. Por ejemplo, ningún incrédulo puede esperar comprobar la eficacia de la oración por el sólo hecho de cumplir con el acto externo de orar. Ni ningún incrédulo puede recibir la fuerza espiritual con sólo comer un poco de pan y beber un poco de agua en nuestras reuniones sacramentales. Por otra parte, es significativo y útil observar que se han logrado buenos resultados, hablando en general, cada vez que el hombre vive de acuerdo con los testimonios dados por aquellos que han declarado poseer un conocimiento de nuestro Padre Celestial por experiencia directa. Esto indica que sus testimonios deben haber sido esencialmente verdaderos.

Por lo tanto, es evidente que para poder lograr un testimonio propio concerniente a la divinidad de la obra en que se ocupan los miles que son miembros de la Iglesia, debemos aprovechar todas las oportunidades de estudiar las obras de Dios, razonarlas, adorarle con fe y en todas nuestras actividades diarias vivir de acuerdo con las leyes y mandamientos que Dios nos ha dado. Así, y sólo así, la incertidumbre es reemplazada por el conocimiento de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo, su Hijo, de que José Smith fue un verdadero profeta de Dios y que sin duda alguna estamos en la obra del Señor.

El conocimiento y sabiduría no se logran todo de golpe, gratuita y automáticamente, sino poco a poco, línea tras línea, cada observación y experiencia agregando su porción cuando tratamos de incorporar lo que aprendemos a nuestra norma de vida y conducta diaria. “Porque si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud, y seréis glorificados en mí, como yo lo soy en el Padre; por lo tanto, os digo, recibiréis gracia por gracia”. “El Espíritu de verdad es de Dios, Yo soy el Espíritu de verdad. . . Y ningún hombre recibe la plenitud, a no ser que guarde sus mandamientos. El que guarda sus mandamientos recibe verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas” (D, y C. 93:20, 26-28).

Esta Iglesia es sin duda “una obra maravillosa y un prodigio”. La manifestación de Jesucristo mismo al profeta José Smith y Oliverio Cowdery, su compañero, y a otros de nuestros días la hace destacar en todo el mundo. Miles de personas de todas partes del mundo donde los misioneros de la Iglesia han predicado el evangelio, atestiguan haber recibido conocimiento individual y testimonios personales con respecto a la divinidad de la obra de la Iglesia, en respuesta a su fe, oraciones sinceras y rectitud.

“Nosotros, naturalmente, buscamos conocimiento, luz e inteligencia y procuramos informarnos de todos los asuntos de importancia. La gloria de Dios. . . es la inteligencia; y deseamos ganar conocimiento y llegar a ser tan inteligentes como podamos. Pero sobre todas las cosas, los padres y madres de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desean que sus hijos e hijas logren un testimonio firme, un conocimiento absoluto y perfecto acerca de la obra en que están empeñados. Esto tiene mayor valor que cualquier otra cosa del mundo siempre que, como es natural, aquellos de nosotros que recibimos ese testimonio, que obtenemos el conocimiento de que estamos ocupados en la gran obra de Dios, permanezcamos en ella y continuemos en la fe”. Así escribió el presidente Grant en la revista Improvement Era, tomo 24, pág. 866.

Es obvio que no necesitamos depender exclusivamente del testimonio de los profetas y videntes que vivieron en la tierra hace muchos siglos, por más que avaluemos estas afirmaciones. En la última dispensación también se nos ha hecho recipientes de varios testimonios concernientes a la naturaleza de nuestro Padre Celestial, los cuales nos han ayudado a formar en nuestras mentes y corazones una idea clara de la personalidad de Dios y de su Hijo, Quizá el que más se distingue entre todos ellos es el de la visión del Hijo de Dios que tuvieron el privilegio de recibir en Hiram, Ohio, el 12 de febrero de 1832, el profeta José Smith y Sidney Rigdon, Vieron al Unigénito del Padre de quién y por quien los mundos fueron creados, el que vive. De acuerdo con su testimonio, lo vieron a la diestra de Dios y oyeron su voz cuando les habló desde los cielos.

En la Conferencia General de octubre de 1924, el presidente Grant dijo: “Me regocijo cada vez que leo el maravilloso testimonio del Profeta y de Sidney Rigdon contenido en ‘La Visión’. Cuando los obispos de las grandes Iglesias de Inglaterra anuncian que Jesús no fue el Hijo de Dios, que no era divino, sino solamente un gran maestro de moral; cuando los hombres que son ministros niegan la divinidad de Cristo y tienen que ser llamados a cuentas por su falta de fe, me regocijo al leer el testimonio de estos dos hombres, y nunca lo leo sin que mi corazón se llene de gratitud hacia Dios:

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este testimonio, el último de todos, es el que nosotros damos de él: ¡Que vive!
“Porque lo vimos, aun a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre
“Que por él, y mediante él, y de él los mundos son y fueron creados, y los habitantes de ellos son engendrados hijos e hijas para Dios” (D, y C. 76: 22-24).

“Me llena de gozo el que la Iglesia de Jesucristo esté fundada en la primera gran visión que recibió el joven José Smith hace más de cien años. Declaró que vio a dos Seres Celestiales cuya gloria y grandeza escapan el hombre para describirlas y que uno de ellos se dirigió a él y señalando al otro, dijo: ‘¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!’ En el corazón de un santo de los últimos días no puede haber duda alguna con respecto a que Jesucristo es el Hijo de Dios viviente, porque Dios mismo lo presento como tal a José Smith. Una de las verdades fundamentales de la Iglesia de Jesucristo en nuestros días es que José Smith era, es y siempre será un profeta de Dios, y con el testimonio de este hecho en nuestros corazones, nunca habrá cismas, por decirlo así, en la Iglesia de Cristo”.

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