Capítulo 18
LA SALVACION POR GRACIA
En el estudio de la teología igual que en el estudio de otras ciencias, nuestras ideas preconcebidas sobre el significado de ciertas palabras a veces nos impiden pensar lógicamente. Tal vez muchos de los miembros y maestros del Departamento de la Doctrina del Evangelio, al leer por primera vez el título de esta lección pensarán que el concepto de ser «salvos por la gracia» no cabe en una discusión del evangelio restaurado.
La falta de entendimiento de los principios del evangelio ha causado que algunos creamos, y consiguientemente enseñemos categóricamente, que el hombre no se salva por la gracia de Dios, sino por sus obras únicamente. Necesitaremos estudiar cuidadosa, paciente y analíticamente los principios salvadores que enseñaron Jesucristo y el profeta José Smith para llegar a entender con claridad la parte que desempeña la gracia en la salvación del hombre.
En las discusiones teológicas la palabra “gracia” usualmente da la idea de una misericordia o perdón divinos, una disposición para ser indulgente o ayudar, o una ayuda divina concedida al hombre para su regeneración o santificación. Para el objeto de nuestro estudio, pues, “gracia” podría ser una benignidad divina y el deseo de ayudar a los hijos de Dios, todos los cuales dependen de él. La resurrección, la fe que conduce al arrepentimiento, el perdón de los pecados y transgresiones, aun la vida misma son dones de gracia y expresiones del amor de Cristo hacia nosotros. No sería posible que ninguno de nosotros pudiera obtener estas bendiciones para sí mismo sin la gracia de Dios. La palabra “gracia” nunca se emplea en nuestras Escrituras, antiguas y modernas, sin la connotación de que el hombre recibe algo de Dios aparte de lo que se ha granjeado o merecido. El recipiente jamás gana enteramente las virtudes de amor, misericordia, perdón y gracia. Si las mereciera por completo, no serían otra cosa más que justicia o reciprocidad.
Lo que nosotros creemos
El evangelio de Jesucristo nos enseña, y consiguientemente los santos de los últimos días lo creen firmemente, que la gracia de sí misma no es suficiente para salvar a ninguno de los hijos de Dios. Por otra parte, interpretan esta gracia que les es otorgada principalmente como una oportunidad para labrar su salvación mediante la fe en el Salvador. Fijémonos bien en esta expresión: Se nos da la oportunidad de labrar nuestra propia salvación. La gracia de Dios, universalmente conferida, concede a toda persona la oportunidad de esforzarse, de ejercer la fe, de emplear su libre albedrío estudiando y sirviendo, ayudando a hacer la obra del Señor y de este modo desarrollar su mente y carácter. Si la persona no usa su propia iniciativa, la gracia divina de poco le sirve, en lo que concierne a su salvación individual, no digamos su exaltación posible en la presencia de nuestro Padre Celestial.
El Segundo Artículo de Fe declara que “creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados y no por la transgresión de Adán”. La mayor parte de los cristianos convendrán con nosotros en que el hombre será castigado por sus propios pecados, pero muchos de ellos no estarán de acuerdo con el concepto de que el hombre no será castigado por la transgresión de Adán. Por la caída de Adán, así llamada, vino la muerte a todo el género humano. Si Dios nos hubiese abandonado en ese momento, todos los hombres ciertamente habrían sido castigados eternamente por la transgresión de Adán. Pero Dios no nos desamparó. Envió a su Hijo Unigénito al mundo para que hiciera el sacrificio supremo que vencería ala muerte, y con ello librar al hombre de la consignación eterna a la tumba. En este respecto recordemos la explicación sobre la condición del hombre que se halla en 1 Corintios, capítulo 15, versículos 22 y 23:
“Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque asi como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados”.
Nuestro Tercer Artículo de Fe declara cómo podemos aprovechar el gran sacrificio que nuestro Señor el Cristo hizo por nosotros: “Creemos que por la Expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio”. Por añadir la obediencia individual a las leyes de Dios y por añadir las obras dignas a la gracia y amor que recibimos de nuestro Padre Celestial es como ganamos las bendiciones que caracterizan su reino. Si no fuera por la gracia de Dios, gratuitamente conferida sobre nosotros sin ningún esfuerzo nuestro, no tendríamos la oportunidad de hacer ninguna de estas cosas. Por esta oportunidad, divinamente dada, debemos estar eternamente agradecidos. No solamente por la gracia de Dios, sino por añadir nosotros nuestras buenas obras ganaremos las bendiciones de que deseamos disfrutar en su reino. No hay otro modo de obtenerlas.
Las enseñanzas del Nuevo Testamento.
“Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia. Porque la ley por Moisés fue dada: más la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha” (Juan 1:16,17).
De los discípulos de Jesús, en la época del Nuevo Testamento, fue S. Pablo el que con más particularidad colocó la gracia de Dios en un lugar céntrico en sus enseñanzas. Explicó en repetidas ocasiones que si no tuviésemos más que la ley (es decir, la clase de filosofía religiosa que precedió las enseñanzas y obra redentora del Salvador) seríamos condenados como pecadores y nunca nos salvariamos, ya que ninguno de nosotros está líbre de pecado ante la ley. La visión que vió Pablo mientras iba a Damasco le dió una percepcion nueva. Aprendió que la fuerza de mayor impulso hacia la salvación es la fe en el Señor Jesucristo, porque es la gracia que recibimos en y por medio de él que nos permite salvarnos en esta vida y en la venidera.
En las “Enseñanzas del Nuevo Testamento” por Lowell L. Bennion hallamos un excelente resumen de las ideas de S. Pablo sobre la gracia:
“La salvación del pecado no nos viene por la obediencia a la ley, porque continuamente estamos violando la ley. Ni tampoco hay perdón en la ley. La ley no conoce otra cosa más que la justicia, porque es algo impersonal. No hay gracia sin ley. La religión basada en la obediencia a la ley hace del hombre un pecador, un deudor de la ley. Esta es la enseñanza de Pablo . . . Después de su visión del Señor, después de haber meditado bajo la influencia del Espíritu Santo, Pablo cambió su concepto de la religión. La fe en el Señor Jesucristo, y no la obediencia a la ley, es el poder salvador del evangelio de Jesucristo, según las epístolas de Pablo. . . La ley no es nula, lo único que sucede es que la salvación viene de otra parte. La fuente de salvación es Cristo. . . La resurrección, hecha posible únicamente en Cristo y por Cristo, es una prueba de su gracia. No la ganamos. Cristo nos la ha ofrecido graciosamente, por su propia voluntad, en su bondad y amor. . . Jesucristo nos salva del pecado. . . La fe en Jesucristo aporta al hombre el Espíritu de Cristo. . . cambia la vida del hombre y la encamina hacia el bien. . . nos perdona nuestros pecados”.
Una comparación.
No debemos dejar pasar inadvertida la diferencia esencial entre la manera que el Nuevo Testamento y los santos de los últimos días entienden la salvación, y la forma en que los católicos y los protestantes la explican. En una comparación de doctrinas como ésta, siempre es difícil, si no imposible, guardarse de hablar en una forma sumamente general. Sin embargo, honradamente se puede decir que el protestantismo generalmente enseña que el hombre cayo de la gracia por la transgresión de Adán y no puede efectuar su salvación por sus propias obras. Para ellos la salvación es asunto de predestinación, y depende enteramente de la voluntad de Dios. El catolicismo enseña que el hombre puede salvarse si recibe suficiente gracia divina. Cuando es insuficiente esta gracia, el hombre queda condenado. El concepto católico es que el hombre puede hacer bien poco para lograr su salvación. Por ejemplo, puede preparar su alma para recibir la gracia de Dios. Por el contrario, puede perder esta gracia por motivo de algún pecado mortal.
El que la persona reciba suficiente gracia para salvarse depende enteramente de la mediación de la Iglesia, en la que los sacramentos ejercen una influencia preponderante.
El punto de vista de los santos de los últimos días.
El concepto de los santos de los últimos días en cuanto a la gracia divina difiere en gran manera de los anteriores. No son compatibles la verdadera fe en Cristo y la creencia de que el Padre nos negaría la gracia suficiente para salvarnos si tuviésemos que depender enteramente de su voluntad. Un Dios justo e imparcial no retendría su amor o gracia de aquel hombre que procurara emplear su habilidad dada de su Padre para labrar su propia salvación.
“De cierto os digo, los hombres deberían estar anhelosamente consagrados a una causa justa, haciendo muchas cosas de su propia voluntad, y efectuando mucha justicia;
“Porque el poder está en ellos, por lo que vienen a ser sus propios agentes. Y si los hombres hacen lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa” (D. y C. 58:27,28).
Para los santos de los últimos días la salvación es a la vez un don de Dios y una realización por parte del hombre. Porque ambas cosas, la gracia divina y el esfuerzo individual son indispensables para la salvación de una persona: la gracia para darle la oportunidad de obrar el bien de sí mismo, y la capacidad individual de sus esfuerzos para obrar rectamente, propósito para el cual el Señor le ha dado su libre albedrío al hombre. Este recibe su nacimiento en el espíritu, mortalidad, inmortalidad, amor, orientación, perdón, misericordia y fe como dones gratuitos de un Padre amoroso, pero sus actividades hacia la justicia o la injusticia dependen de su libre voluntad y elección. La salvación de un hombre libre depende no sólo de la gracia, sino también de su arrepentimiento del pecado en cuanto aprende las vías de Dios, y de las obras buenas que lleva a cabo. Por medio de la gracia todo hombre que tiene suficiente fe para efectuar el arrepentimiento recibirá el perdón de sus transgresiones. Hallaremos que la gracia de Dios está siempre al alcance de aquellos que son dignos de recibirla.
Nos conviene recordar siempre la abundante bondad de Dios para con nosotros, Procuremos sentir y expresar nuestro agradecimiento constantemente por las numerosas bendiciones que son nuestras por causa de la gracia divina y dispongamos nuestras vidas para que concuerden con las reglas que Dios nos ha mandado seguir.
























