Viviendo según el Evangelio

Capítulo 22
PROGRESO ETERNO


La existencia del hombre puede dividirse más o menos en tres etapas: La preexistente, la mortal, y la que viene después de la muerte. El desarrollo del hombre no está limitado a ninguna de estas tres etapas, antes continúa durante su existencia entera. Adquiere algún desarrollo como espíritu envuelto en este cuerpo terrenal, es decir, lo que hace es algo que no podría lograr sin un cuerpo terrenal. Después de la muerte, se espera que su progreso continúe para siempre.

Por motivo de que el estado del hombre después de la muerte suele llamarse “eternidad” o “las eternidades”, algunas personas erróneamente suponen que «el progreso eterno» no empieza sino hasta cuando la persona sale de esta vida terrenal. Sin embargo, el progreso eterno comprende todo el desarrollo del hombre, toda la expansión y mejoramiento que logra en las tres etapas de su existencia. Para los santos de los últimos días, aquello que es eterno no sólo no tiene fin, sino tampoco principio. El profeta José Smith ilustró esta idea muy claramente en una ocasión. Dijo lo siguiente: “Me quito el anillo del dedo… No tiene principio. Supongamos que lo partimos en dos, Ahora tiene un principio y un fin” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 438). Para este profeta moderno era inconsecuente la creencia popular de que el alma tenía principio más nunca tendría fin. La teología de los mormones explica en forma similar la eternidad del progreso y desarrollo del hombre. Mientras el hombre exista, tendrá crecimiento, desarrollo, cambio, progreso. Si el hombre es eterno, lógicamente se concluye que el progreso que logre también ha de ser eterno.

En vista de que el progreso del hombre, como lo conceptúan los santos de los últimos días, no se limita al desarrollo que se logra mientras está en la tierra, se infiere que uno de los motivos más poderosos para impulsar la educación de los jóvenes así como de los ancianos, es la creencia de que con la muerte se inicia otro período de grandes oportunidades, de una época en que el progreso en que hemos logrado no se perderá, antes podrá ampliarse mediante el esfuerzo adicional. Esta idea es apoyada por los versículos 18 y 19 de la Sección 130 de Doctrinas y Convenios:

“Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por motivo de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero”.

El progreso y desarrollo eternos dependen del esfuerzo. La Iglesia no garantiza indistintamente a sus miembros que continuamente se harán más fuertes y mejores y más capaces de disfrutar de las formas más exaltadas de la felicidad. Al contrario, constantemente se reitera la necesidad de esforzarse para lograr esa meta. Deben trabajar, deben estudiar, llevar vidas llenas de actividad útil, no sólo en esta vida sino por toda la eternidad. Por medio de sus organizaciones numerosas y variadas la Iglesia provee a sus miembros amplias oportunidades para el desarrollo intelectual, cultural, moral y espiritual.

Hoy es el tiempo.

Hemos descubiertos desde hace mucho que en los asuntos relacionados únicamente con nuestra existencia terrenal, el «dejar para mañana lo que se puede hacer hoy» es el ladrón más grande del tiempo. Nuestros jóvenes que interrumpen su educación pensando que en algún tiempo futuro les será más fácil continuar, usualmente descubren que cuanto más se demora más difícil se vuelve. Este hecho es bien conocido, pero parece que muchos de nosotros no entendemos que sucede la misma cosa con nuestra salvación eterna. El confundir el progreso eterno con el desarrollo en la vida venidera, como suele suceder, es la forma más perniciosa de desperdiciar el tiempo. Cuanto más tiempo demoremos nuestra aceptación sincera y entusiasta del evangelio de Jesucristo como de nuestro plan de vida y desarrollo, tanto mayor será nuestra perdida permanente. Con toda razón Ámulek dijo a sus hermanos que “esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios… el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra” (Alma 34:32). Difícilmente podemos tomar vacaciones o declararnos en huelga, en lo que respecta a nuestro progreso eterno, durante cualquiera de las etapas de nuestra existencia. Para prejuicio nuestro, algunos de nosotros dejamos pasar la oportunidad de mejorarnos en nuestra vida preexistente.

¿Qué es lo que se pretende lograr con toda esta instrucción y desarrollo? El verdadero santo de los últimos días considera su objeto o meta final con profunda reverencia, pues aspira a la excelencia que Dios hoy posee. Por cierto, la teología mormona apoya decididamente nuestra esperanza de que algún día futuro, con la condición de que hayamos sido suficientemente inteligentes y producido las buenas obras requeridas de nosotros, podremos lograr ese elevado estado de perfección que actualmente tiene Dios.

Como el hombre es, Dios en un tiempo fue;
Como Dios es, el hombre puede llegar a ser.

Estas líneas clásicas originalmente ideadas por el presidente Lorenzo Snow, y cuya esencia se dice que recibió la aprobación del profeta José Smith, expresan concisamente la meta del progreso eterno, y han llegado a ser un concepto teológico favorito del mormonismo. La popularidad de esta idea indica lo profundo y firmemente que se encuentra arraigada esta creencia mormona en la posibilidad de que el hombre algún día llegará a ser semejante a Dios.

Perfección.

Los que le preguntaron a Jesús la manera en que podrían lograr su salvación eterna, recibieron la misma orientación. El evangelio según San Mateo, capítulo 5, versículo 48, expone la importante instrucción en esta palabras: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Es patente que muchos estudiantes del evangelio han pasado por alto lo dinámico que es esta instrucción de que seamos “perfectos”. Mientras la perfección de Dios y el bendito estado que el hombre finalmente espera lograr sean interpretadas como una condición estática e inalterable, dejaremos de entender por completó la esencia misma de esta exhortación, Claro es que el Señor no estaba pidiéndonos que creyésemos que el Dios viviente, nuestro Padre, no puede ahora crecer o progresar en ninguna manera. Esta creencia negaría a nuestro Padre Celestial una de las facultades más nobles que nosotros, su progenie, poseemos, Es irrazonable suponer que Dios no puede ser o hacer lo que nosotros, sus hijos que no hemos alcanzado su desarrollo, podemos ser o hacer. Al pensar en él como un Ser perfecto, debemos considerarlo como perfecto en su esfera, es decir, siendo y haciendo todo lo que constituiría la plenitud según las condiciones de su existencia.

El hombre puede ser perfecto en la misma manera que su Padre o los santos ángeles son perfectos en sus esferas respectivas, es decir, puede ser y hacer todo lo que debe ser y hacer a fin de tener esa vida en abundancia de que el Salvador de los hombres solía predicar. Con tal objeto, el hombre tendrá que aprovechar hasta donde le fuere posible todas las oportunidades que tiene de aprender más del evangelio de Jesucristo y resolverse a cumplirlo tan perfectamente como su entendimiento se le permita. Por supuesto, esto nunca resultaría en una condición estática e invariable, que muchos entienden como el último grado del desarrollo intelectual, moral y espiritual. Al contrario, siempre estarían tratando de llevar la vida más completa, ascendiendo constantemente a mayores alturas.

Teniendo fe en el poder del Salvador, el hombre buscaría conocimiento por estudiar y aumentar incesantemente su conocimiento de todas las cosas; buscaría inteligencia por el estudio y la comunicación con su Padre Celestial; se arrepentiría diariamente de sus hechos que no concordaran con los principios del plan de salvación, cesaría sus prácticas inicuas y se esforzaría por obedecer todas las leyes del evangelio; en una palabra, estaría dedicado constantemente a la tarea de labrar su salvación eterna a fin de poder disfrutar a cualquier momento de la medida más completa de felicidad en proporción a su capacidad natural. Esta es la perfección que es similar a la de nuestro Padre Celestial, y la cual todos nosotros incesantemente debemos tratar de lograr. La única manera de ganar esta clase de salvación o perfección es por vivir completamente de acuerdo con los principios sempiternos del evangelio del Hijo de Dios. Por otra parte, no habrá remordimiento mayor que el que nace del conocimiento de que hemos desperdiciado oportunidades gloriosas de crecer y mejorarnos, y que no hemos hecho lo que sabíamos que debíamos hacer. El espíritu inmortal, envuelto en un cuerpo de carne y huesos, jamás estará satisfecho con algo menor que el privilegio de crecer y progresar eternamente.

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