Viviendo según el Evangelio

Capítulo 27
TOLERANCIA


“Nosotros reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: adoren cómo, dónde o lo que deseen” (Undécimo Artículo de Fe).

Toda persona inteligente admitirá de buena gana que es sumamente deseable que el hombre sea tolerante, pues queda entendido que si la tolerancia existiera entre todos, se mejoraría notablemente la causa de la paz y la felicidad.

Es fácil creer en la tolerancia, pero es sumamente difícil practicarla en todas nuestras relaciones con los demás. Cuando los hombres tienen conceptos bien arraigados, no les es fácil entender por qué otros tienen opiniones que son diferentes de las suyas. Aquéllos que creen que tienen la verdad, y hay muchos dentro y fuera de la Iglesia que entran en esta categoría, fácilmente se irritan con aquellos que no aceptan las cosas del mismo modo que ellos. El Nuevo Testamento nos relata que algunos de los primeros discípulos de Cristo, afectados por el celo que sentían hacia su nueva fe, miraban con desdén a sus semejantes que aún no habían cambiado sus creencias. Aun Juan, el Discípulo Amado, en ocasiones se manifestaba intolerante para con los que no creían. Por ejemplo, él y su hermano se enfadaron porque los samaritanos habían rechazado al Salvador, y querían castigarlos con fuego del cielo. Pero Jesús los reprendió por su deseo de venganza, y les dijo; “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:55,56).

Aparte de no ser democrática, la intolerancia religiosa tampoco es cristiana. La resignación y el amor, aun hacia nuestros enemigos y perseguidores, es lo que el evangelio de Cristo enseña, más bien que la intolerancia o la venganza. Los santos de los últimos días aprendieron tras amarga experiencia, especialmente durante los primeros años de la Iglesia, que la intolerancia engendra la infelicidad, la enemistad, los desacuerdos violentos y la persecución sanguinaria. No es de extrañarse, pues, que crean tan firmemente en la tolerancia y la prediquen insistentemente, enseñando que todos los hombres deben tener el derecho de ejercer su religión libremente, en tanto que esta libertad no atropelle los derechos de otros individuos o comunidades, Ha habido ocasiones en que se han extralimitado tratando de ser buenos vecinos de los que no son miembros que viven cerca de ellos, y tanto así que en los últimos años los santos de los últimos días se han ganado la reputación de ser sumamente tolerantes.

Por supuesto, la tolerancia no significa aceptar un punto de vista contrario a lo que nuestra conciencia nos dicta, pero sí quiere decir que reconocemos y admitimos que todos los hombres tienen el derecho de disentir con nuestra opinión, si así lo desean. El hermano Richard L. Evans del Consejo de los Doce lo explica de esta manera: “La tolerancia no quiere decir que uno ha de seguir a los demás solo porque se trata de algo que del momento es popular, ni que se debe pensar u obrar como la mayoría o que debe sacrificar sus convicciones sinceras. Sencillamente quiere decir que se reconoce el hecho de que la sociedad es compleja, que no hay dos personas que opinen de igual manera en todo asunto, que todos nosotros tenemos nuestro propio derecho de pensar y creer como queramos en tanto que no estemos violando los mismos derechos de otros. . . La tolerancia va junto con la libertad; y ninguna de las dos puede existir mucho tiempo sin la otra. . . Un hombre puede ser tolerante sin sacrificarse a sí mismo, ni sus propias tradiciones, procedencia, creencias, convicciones o manera de vivir. Tolerancia sin sacrificio de las convicciones propias es una de las necesidades más apremiantes de la época”.

Con toda la libertad que tenemos para disentir con otros, nadie tiene el derecho de atacar a otro porque abriga otras creencias. No debe usar más que la persuasión, demostración y testimonio.

Ese es precisamente el derecho que ejercen nuestros misioneros: van al mundo y proclaman las verdades, a las cuales ellos mismos se han convertido y han hecho parte de su vida religiosa. Si alguien cree sus declaraciones, y consiguientemente cambia su propio parecer para que concuerde con las nuevas creencias que le son predicadas, los misioneros se sienten satisfechos. Pero no tienen la autoridad para ir más allá. No hay gobierno o Iglesia que reconozca la fuerza como medio de hacer que otro cambie de parecer.

El profeta José Smith dijo: “No trataré de obligar a ningún hombre a creer como yo, sino por la fuerza de la razón, porque la verdad descombra su propio camino, ¿Creéis en Jesucristo y el evangelio que reveló? Yo también. Los cristianos deberían hacer cesar sus riñas y contenciones entre uno y otro, y cultivar los principios de unión y amistad en medio de ellos; y van a tener que hacerlo antes que pueda llegar el milenio y Cristo tome posesión de su reino” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 383).

Compartiendo el evangelio.

Hay dos maneras en que el misionero puede presentar las verdades que tiene que proclamar. Puede,’ en primer lugar, recalcar las diferencias que existen entre su punto de vista y el de la persona que está tratando de interesar en su mensaje; en segundo lugar, puede hacer hincapié en las muchas cosas que él y su oyente tienen en común y luego gradualmente indicarlas diferencias. Además de concordar más con el sistema de pedagogía, el segundo método es el de mayor tolerancia. Cuando se recalcan en demasía las diferencias, resulta el antagonismo y hace que los hombres sientan enemistad hacia la causa de Dios. Por mostrar que el oyente cree ya en muchos de los puntos del nuevo plan de salvación, se establece una atracción natural y lo convierte en amigo de la causa que el misionero representa. Lo mismo se puede decir de todas las asociaciones diarias de los santos de los últimos días y los que no son miembros de la Iglesia, Cuando se persiste demasiado en inculcar la doctrina mormona en los que no son miembros, sólo resulta el enfado por una causa u otra, y el miembro de la Iglesia, por buenas que sean sus intenciones, hace fracasar el objeto mismo que él cree estar llevando a cabo, SÍ, por otra parte, se puede mostrar que el punto de vista de los santos de los últimos días es el resultado o producto lógico de los conceptos fundamentales que aceptan la mayor parte de los verdaderos cristianos, el plan del evangelio les parecerá ser mucho más atractivo e interesante.

A pesar de las diferencias en cuanto a creencias religiosas que existen entre los hombres en la actualidad, todos tenemos que vivir juntos y cooperar en muchas empresas de la comunidad y los grupos. De modo que no debe haber lugar para la intolerancia.

Entre nosotros.

Una de las razones por las que la intolerancia engendra el antagonismo es que la persona intolerante parece denotar que se cree superior. En este respecto conviene recordar siempre la amonestación del Señor: “Porque el que ensalzare será humillado; y el que se humillare, será ensalzado” (Mateo 23:12).

Otra situación en la que debe haber tolerancia es aquella en que los varios miembros de la Iglesia tienen distintas opiniones sobre ciertos puntos de teología o religión, Es entonces cuando la intolerancia suele manifestarse en sumo grado. Sí es conveniente conservar la unidad y la armonía entre los que son miembros de la Iglesia y los que no lo son, cuanto más preferible es que la paz, unidad y deseos de ayudar prevalezcan entre unos y otros miembros. Las diferencias de opinión a veces han causado que los miembros de la Iglesia acusen a sus hermanos de haber perdido la fe, de estar tergiversando intencionalmente los conceptos teológicos, enseñar doctrinas falsas, etc. Los que manifiestan esta intolerancia frecuentemente exigen que el acusado sea reprendido oficialmente, Como es natural, esta manera de proceder sólo conduce a serios desacuerdos, y no es de dudarse que muchos miembros de la Iglesia ahora son inactivos por motivo de los hechos intolerantes de uno o más de sus hermanos,,

“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener, en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero;
“Por bondad y conocimiento puro, lo que ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia;
“Reprendiendo a veces con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo, y entonces demostrando amor crecido hacía aquel que has reprendido, no sea que te estime como su enemigo;
“Y para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que el vínculo de la muerte» (D. y C. 121:41-44).

Los siguientes dos versículos de la misma sección deben tenerse presentes, pues indican claramente que si hubiese más tolerancia por parte de nosotros podría crecer con mayor rapidez la causa de la justicia y la rectitud:

“Deja que tus entrañas se hinchan de caridad hacia todos los hombres y hacia la casa de fe, y que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios, y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“El Espíritu Santo será tu compañero constante; tu cetro será un cetro inmutable de justicia y de verdad; tu dominio, un dominio eterno, y sin ser obligado correrá hacia tí para siempre jamás” (D. y C. 121:45,46).

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