Viviendo según el Evangelio

Capítulo 29
MORALIDAD


La relación que existe entre el hombre y las fuerzas que en su concepto gobiernan la vida y el universo, se llama religión; las relaciones que el hombre tiene con sus semejantes son llamadas moralidad.

Algunas religiones tienen poco o nada que ver con la moralidad, pero todas las religiones cristianas incluyen códigos morales en sus enseñanzas. Para la mayor parte de los cristianos y más particularmente los santos de los últimos días, la moralidad sin la inspiración u orientación de la influencia espiritual de la religión, sería insuficiente para la salvación aquí y en la vida venidera. Jesús enseñó a los hombres la relación que existe entre ellos y el Padre, pero a la misma vez les enseñó a vivir en paz y felicidad con sus semejantes. De hecho, hizo que aquello que nosotros llamamos “salvación” dependiera de vivir de acuerdo con el sistema moral y que el enseñó y ejemplificó, así como de obedecer todos los principios y ordenanzas religiosas del evangelio.

Se ha procurado muchas veces hacer una definición práctica de la moralidad. Una de las más sencillas y comprensivas dice que la moralidad es un sistema de conducta que resulta en la preservación de la vida y la felicidad. Otro concepto, que también goza de extensa aceptación, distingue como “moral” aquel comportamiento que al final produce el mayor bien intrínseco y el menor mal intrínseco. La persona moral se inclina más a lo bueno que a lo malo.

La adquisición de hábitos buenos.

A veces nos sobreviene a todos un deseo bastante fuerte de “ser buenos”. Sin embargo, cuando determinamos llevarlo a la práctica, descubrimos que no es tan sencillo el asunto. El deseo de ser buenos, de ser personas morales no es suficiente para impedir que resbalemos. Mientras estamos tratando de vencer una falta, nos sobreviene la tentación para cometer otra. Descubrimos, además, que deben ser dominados los hábitos malos y reemplazados con hábitos buenos que debemos adquirir.

Podemos hacer lo que Benjamín Franklin, es decir, hacer una lista de todas las virtudes que en nuestro concepto debemos adquirir, y esforzarnos sistemáticamente por practicar estas virtudes con regularidad. Lograremos mayor progreso si concentramos nuestra atención en el rasgo bueno que más nos parece necesitamos del momento, y de allí seguir con otro. De esta manera nuestra norma de comportamiento constantemente va mejorando. Sin embargo, no esperemos llegar a la perfección, porque la experiencia y el progreso dictarán ciertas alteraciones y aditamentos que haremos a nuestra lista el resto de nuestra vida.

En esto de mejorarnos moral mente, aún no hemos llegado a la condición de poder decir que ejercemos habitual mente todas las virtudes que en nuestra opinión deben formar parte de nuestra norma moral. Algunos de nosotros podemos vencer algunos hábitos más fácilmente que otros, hay también personas que no se les dificulta mucho vencer cosas que a nosotros nos parecen difíciles en extremo. Descubrimos que en algunos respectos existen huecos en nuestro programa moral hasta donde hemos progresado. Un hombre «bueno» nunca es completamente bueno; un hombre «malo» nunca es enteramente malo. Todos somos una mezcla de lo bueno y lo malo: buenos en aquellas características que hemos tenido la oportunidad de orientar hacia lo bueno, y malos en las que hemos descuidado. Por esta razón siempre nos sentimos agradecidos cuando nuestros compañeros están dispuestos a ser pacientes con nosotros y nos manifiestan tolerancia. A nuestra vez, nosotros debemos siempre recordar que conviene ser caritativos hacia aquellos cuyas faltas vemos, y estar dispuestos a ayudarles a adquirir una conducta más deseable. En este respecto recordemos el hermoso poema de Eliza R, Snow:

Nuestra mente se refleja
En la luz de la verdad,
¡Ay de los que son causantes
De ofensas y maldad!
El que juzga a sus hermanos,
Bajo juicio quedará;
Con la vara que medimos
El Señor nos medirá.

Nuestra vida despejemos
Con amor y caridad,
Y la paja en el ojo
Del hermano olvidad;
Los consejos del Maestro
Procuremos observar,
Y pensando en la viga
La pajita olvidar.

La medida del carácter.

Consideremos en seguida ciertos métodos más o menos fijos para medir el carácter, ya sea el nuestro o de alguna otra persona. Hay peligro de que nos conformemos con revisar demasiadamente pocas virtudes y limitar el valor de las que revisamos a las que son las sobresalientes, las de carácter más externo, y por consiguiente, más fáciles de observar. En sí mismo, este método de medir la bondad intrínseca podría ser aceptable si no fuera por el hecho de que se hace caso omiso de algunas de las cosas de valor más importantes, fundamentales y profundas. Por ejemplo, es posible que a un miembro de la Iglesia se le juzgue de ser “buen” hombre porque se sabe generalmente que paga sus diezmos, o que cumple con los aspectos visibles de la Palabra de Sabiduría, o que asiste a las reuniones. Sin embargo, a pesar de tener estas virtudes, aun cuando son importantes, quizá no sea esencialmente honrado e íntegro. Por otra parte, puede haber una persona que no se ha acostumbrado a asistir regularmente a los servicios religiosos, o tal vez no cumple con éste o aquel aspecto de la Palabra de Sabiduría, o no está convencido de que tiene que pagar diezmos; a pesar de todo esto, si enumerásemos todas las virtudes que posee, tendríamos que concluir que no era esencialmente un hombre “malo”. Como observamos anteriormente, ninguno de nosotros es perfecto, es decir, ninguno vive todo el tiempo de acuerdo con todas las virtudes indispensables para una moralidad completa. De modo que al juzgar nosotros el carácter, particularmente cuando se trata del de otros, debemos cuidarnos de no recalcar demasiado aquellas cualidades que fácilmente se ven y se miden, y pasar por alto las que no se distinguen tan fácilmente.

Sin embargo, no debe entenderse por esto que uno de nosotros podría despreciar impunemente cualquier cualidad moral, aun cuando fuere de naturaleza externa. Conviene que todos seamos activamente buenos, es decir, buenos para algo, y que expresemos nuestra bondad intrínseca en nuestra conducta diaria. Es preferible esto que meramente ser buenos de un modo pasivo, pues esto sencillamente sería abstenerse de hacer lo malo. El evangelio de Jesucristo restaurado en estos últimos días por José Smith nos proporciona, al analizarse y estudiarse cuidadosamente, una norma de conducta enteramente moral y ética, la cual se ajusta a las condiciones según las que tenemos que vivir en esta época.

Los grandes religiosos enseñan la moralidad.

Los destacados maestros religiosos de todas las épocas de la historia siempre trataron de enseñar a sus discípulos la necesidad de la moralidad. Los profetas del Antiguo Testamento proclamaron sus códigos morales e intentaron en distintas maneras de hacer que la gente de sus días los aplicara a su vida diaria. Jesús hizo la contribución más importante de todos los seres mortales mediante sus interpretaciones de los códigos morales que existían en sus días. José Smith fue el instrumento mediante el cual se restablecieron los valores morales que se habían alterado. Hoy también tenemos nuestros directores religiosos que constantemente nos están enseñando que es tan importante y necesario llevar una vida completamente moral en la actualidad como lo fue en cualquiera de las dispensaciones anteriores. Ciertamente no podemos hacer menos que escuchar sus súplicas y explicaciones y seguir sus instrucciones a fin de que nuestra conducta sea en verdad más moral, porque ellos tienen la experiencia en lo que respecta a los problemas de moralidad.

Feliz es aquel hombre que llega a comprender que su religión recomienda la inclusión del sistema completo de moralidad, que él debe esforzarse por incorporar en su vida diaria. Sin embargo, no debe pensar que por hacer esto ya no tendrá que seguir pensando, analizando y luchando, pues debe recordar que todas las organizaciones que ayudan a mejorar su bienestar, aún la Iglesia misma, no son sino el medio para lograr un fin. Este fin, la meta final hacia la cual todos se esfuerzan, consciente o inconscientemente, constituye el desarrollo mayor posible de toda la capacidad para hacer el bien que hay en el hombre.

Debe tenerse presente que nuestro más grande Maestro claramente hizo la distinción entre el objeto y la manera de lograr ese objeto, entre la ley, por una parte, y el desarrollo de los hijos de Dios, por otra. Por ejemplo, se mandó al hombre que observase el día del reposo, no como muchos de los contemporáneos de Jesús creían, por tratarse de cierto día, o a fin de que la ley fuese obedecida, sino más bien por causa del desarrollo mayor y felicidad duradera del hombre. El día del reposo, como institución, no se estableció sólo por causa del día. En este respecto podemos decir que es el medio que conduce a un fin. Podríamos decir más o menos la misma cosa del evangelio, pues en verdad no es la meta hacia la cual nos esforzamos, antes al contrario, representa el camino por el cual vamos progresando para finalmente realizar nuestra meta. La Iglesia, como organización, es el instrumento dado al hombre para vivir conforme al evangelio y realizar sus metas más elevadas, porque la Iglesia existe principalmente para adelantar el bienestar y la felicidad del hombre. El individuo que quiere cumplir en todo sentido con el evangelio difícilmente puede hacerlo sin la Iglesia, aun cuando ésta puede existir sin algunos de sus miembros individuales. En el último análisis, la Iglesia es por causa del hombre, no el hombre por causa de la Iglesia.

“Por consiguiente, toda cosa buena viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo; porque el diablo es enemigo de Dios, y siempre está contendiendo con él, e invitando e incitando a pecar y a hacer lo que es malo sin cesar.
“Pero he aquí, lo que es de Dios invita e incita continuamente a hacer lo bueno; de manera que todo aquello que invita e incita a hacer lo bueno, y amar a Dios y servirlo, es inspirado de él” (Moroni 7:12, 13).

Apropiadamente dijo Sócrates: “Hombres, conócete a tí mismo”. A pesar de toda la ayuda que podamos recibir de otros, individuos así como organizaciones, al fin y al cabo será por nuestro constante estudio, análisis y mejoramiento que por fin lograremos llevar la buena vida, la vida moral, la vida religiosa, la vida en abundancia que el Salvador tan vigorosamente enseñó y tan eficazmente ejemplifico.

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