Capítulo 37
EL SISTEMA ECONOMICO
DE LOS SANTOS DE LOS ULTIMOS DIAS
“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24:1).
¿Constituye el dinero la raíz de todos los males? ¡No! Es el amor del dinero lo que conduce a la maldad. Por “amor del dinero” queremos dar a entender el hecho de anteponer el bienestar económico al espiritual. En el Nuevo Testamento abundan las amonestaciones del Salvador a sus discípulos contra el amor del dinero en este sentido. En Doctrinas y Convenios hallamos las palabras del Señor sobre la misma cosa. Nos ha dicho que no podemos servir a dos señores; que no podemos servir a Dios y a Mammón.
De estas amonestaciones ha surgido un concepto común algo erróneo, de que el hombre que desea perfeccionarse espiritualmente por fuerza debe o tiene que desatender la realidad económica. Sin embargo, considerando aun fuese superficialmente lo que Jesús y sus discípulos dijeron sobre asuntos económicos, es patente que tal no era el significado que se tenía por objeto comunicar. De hecho, las palabras de S. Pablo establecen la obligación de dar atención a los asuntos económicos: “Y si alguno no tiene cuidado de los suyos mayormente los de su casa, la fe negó, y es peor que un infiel”. (1Timoteo 5:8)
Sabemos que no se nos colocó aquí en esta tierra meramente para adquirir las cosas materiales, que usualmente son lo que se emplea para medir el éxito en el mundo. Estas cosas tienen un valor fuga únicamente y son deleznables. Por otra parte, los bienes materiales pueden surtir un efecto favorable en nuestro crecimiento, desarrollo y progreso» no sólo aquí en la actualidad sino por todas las eternidades,
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan;
“Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan:
“Porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”. (Mateo 6:19-21)
Estos pasajes, frecuentemente citados, no quieren decir que los santos de los últimos días no deben trabajar por los bienes de este mundo; pero sí significan que no debemos considerar las cosas materiales como el fin y meta de nuestra existencia mortal.
Si no desarrollamos nuestros recursos económicos a tal grado que exceden nuestros gastos mínimos más urgentes, no estaremos ni en posición de contribuir a los que tienen menos que nosotros, En otras palabras, es imperativo que logremos cierta estabilidad económica si queremos cumplir con nuestros deberes cabales como cristianos.
Debemos recordar que no tenemos dos vidas separadas e independientes, la una dedicada al bienestar económico, y la otra al bienestar espiritual. Estos dos aspectos de existencia son mutuamente dependientes. No es pecado tener dinero; mas cuando el deseo de adquirir riquezas llega a ser tan fuerte que interviene en nuestra lealtad hacia Dios y su causa, entonces ya no somos fieles. Tampoco es pecado ser pobres, pero la pobreza no es garantía de que siempre viviremos cerca de Dios. El hecho de ser pobres muchas veces ha causado que las personas lleguen a ser rencorosas y envidiosas, y por último infringen la voluntad de Dios hacia sus hijos y se desvían de los senderos de la rectitud. En todo lo que hacemos, nuestro amor hacia Dios y su obra debe ocupar el primer lugar en nuestro corazón. No debemos permitir que el dinero o la falta de él nos aparte de nuestra lealtad hacia el Creador.
Hemos aprendido en las lecciones anteriores que no podemos verdaderamente amar a Dios de todo nuestro corazón, mente y alma, a menos que también amemos a nuestro prójimo, manifestemos caridad hacia el pobre y evitemos hasta donde sea posible tener que depender de la caridad de individuos o instituciones.
“Considerad a vuestros hermanos como a vosotros mismos; y sed amables con todos y liberales con vuestros bienes, para que ellos puedan ser ricos como vosotros.
“Pero antes de buscar las riquezas, buscad el reino de Dios.
“Y después de haber logrado una esperanza en Cristo, obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y administrar consuelo al enfermo y al añigido”. (Jacob 2:17-19)
Nuestros esfuerzos económicos y nuestra devoción a la voluntad de Dios deben ser compatibles en todo respecto. El dinero no es tan precioso así que valga la pena poner en peligro la salvación de nuestra alma, u olvidar el amor que tenemos para con núestro prójimo y defraudarlo, u ofender a nuestro Padre Celestial. Nuestros esfuerzos sinceros por ganarnos la vida honradamente no sólo deben complementar nuestras actividades espirituales, sino deben ser el apoyo más eficaz de nuestro intento de vivir completamente de acuerdo con las instrucciones del Señor.
El dinero, cuando se usa debidamente, nos da la oportunidad de bendecir a nuestro prójimo, de ayudar al pobre, de cuidar al enfermo, fomentar la educación; y al usarse de esta manera causará que el gozo y la paz entren en nuestras almas, “Las riquezas de la tierra son cosas muy pequeñas comparadas a los grandes principios de vidas eternas y exaltación en el reino de Dios; estas son las riquezas de la eternidad”. (Presidente Juan Taylor)
Industria
El mandamiento de que el hombre fuese industrioso se dió desde la época en que Adán tuvo que salir del jardín de Edén. “En el sudor de tu rostro comerás el pan. . . y sacólo del jardín de Edén, para que labrase la tierra». (Gén. 3: 19,23) Y en estos días postreros, el Señor ha dicho: “No seiás ocioso; porque el ociosono comerá el pan, ni vestirá el vestido del trabajador”. “Sea diligente cada cual en todas las cosas. No habrá lugar en la Iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres”. (D. y C. 42:42; 75:29)
En la conferencia general de la Iglesia, celebrada en abril de 1938, el presidente David O. Mckay habló sobre este tema diciendo: “Muchísimos hombres están reclamando que el mundo les debe la vida, y los vemos sentados sin hacer el menor esfuerzo, esperando que el miando les deposite sus riquezas en sus manos inactivas. Demasiado tarde aprenderán que la tierra recompensa ricamente sólo al que lucha vigorosamente. Ralph Waldo Emerson ha dicho que el mundo se halla en estado bancarrota; que el mundo le debe al mundo más de lo que el mundo puede pagar; y debería ser enjuiciado y vendido. Toda la gente del mundo es responsable de esta insolvencia, y el que no sabe ganarse la vida está contribuyendo a este estado de quiebra”.
Si buscamos primeramente el reino de Dios, es decir; con toda diligencia posible, el hombre gozará de todas las bendiciones que la tierra puede proveer, pues el Señor lo ha dicho:
“De cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra, las bestias del campo y las aves del aire, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra;
«Sí, y la hierba, y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, o alfolies, o huertos, o jardines, o viñas;
“Sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, para el beneficio y el uso del hombre son hechas tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón;
“Sí, para ser alimento, y vestidura, para gustar y para oler, para vigorizar el cuerpo y animar el espíritu.
“Complace a Dios el haber dado todas las cosas al hombre; porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, mas no en exceso, ni por extorsión”. (D. y C. 59:16-20)
Muchas personas que no piensan sino en el dinero, sinceramente impugnan el hecho de que la mejor manera de fomentar el bienestar material es por buscar primeramente el reino de Dios,
Sin embargo, la Iglesia constantemente lo ha enseñado de que su favorable estado económico es el resultado de una espiritualidad mayor. En el Libro de Mormón hallamos el caso de Alma que renunció a su posición política, convencido de que primero tendría que causar un aumento en la justicia de su pueblo, si iba a sacar algún beneficio de la reforma social.
Las deudas.
La Iglesia ha aconsejado constantemente a sus miembros que procuren estar libres de toda deuda. Esto no debe interpretarse en el sentido de que los comerciantes no deben hacer el uso económicamente sano del crédito, sino más bien que seamos moderados en nuestros gastos. En esto también, miles de miembros de la Iglesia testifican por la experiencia de sus propias vidas que esta clase de consejo es benéfico no sólo económica sino espiritualmente.
Los diezmos
Leemos en la Perla de Gran Precio que Enoc y su pueblo hicieron convenio de obedecer la ley celestial o la ley de consagración, es decir, estuvieron dispuestos de dar cuanto poseían, aun sus vidas, al reino de Dios. Consiguientemente, llegaron a ser tan justos que “anduvieron con Dios” y “él habitó en medio de Sion” (Moisés 7:69)
En los primeros días de la Iglesia se dio esta misma ley a los santos. Se les mandó que practicaran el “Orden Unido”. Sin embargo, los miembros de la Iglesia no pudieron observar este mandamiento, porque no tenían suficiente fuerza espiritual. De modo que el Señor dijo de este orden sempiterno:
“Y que los mandamientos que he dado en cuanto a Sion y su ley se ejecuten y se cumplan después de su redención”. (D. y C. 105:34; compárese con 82:20)
Cuando los santos de los últimos días mostraron que no eran capaces aún de vivir de acuerdo con la ley de consagración, el Señor les dio un ayo, como lo dio a Israel en la antigüedad, a fin de enseñarlos y traerlos gradualmente a la plenitud del evangelio de Cristo. Este ayo es la ley de los diezmos. Sin embargo, esta substitución no abrogó la ley de consagración. Esta ley, que consiste en que lo amemos más que todas las cosas y estemos dispuestos a dar nuestras vidas o abandonar todo lo que tengamos o estimemos más por él, en caso que fuese requerido, jamás se ha anulado. Esta ley es tan obligatoria para con los miembros de la Iglesia en la actualidad como cuando fue primeramente pronunciada por Cristo. Sin embargo, por lo pronto nos ha revelado de la obligación de consagrar todas nuestras posesiones a. la Iglesia, como tendríamos que hacerlo bajo el “Orden Unido”. En la obra de James E. Talmage, Vitality of Mormonism, leemos:
“La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está ensayándose, por decirlo así, en la práctica de la vida altruista, la liberalidad y el dominio del egoísmo mediante lo que el Señor ha mandado en cuanto a los diezmos y otras ofrendas y esfuerzos voluntarios. Sin embargo, nosotros reconocemos el sistema de los diezmos solamente como un paso por el camino que conduce a la consagración de todas nuestras posesiones, tiempo, talentos y habilidad, al servicio de Dios.
“A los pocos meses de la organización de la Iglesia se oyó la voz del Señor sobre el asunto, indicando un desarrollo futuro aún, y como preparación para ello se estableció el sistema de los diezmos. Vendrá el día en que ninguno de nosotros hablará de lo mío y lo tuyo, sino que todo lo que tenemos será reconocido como nuestro y del Señor”. (Capítulo 57)
Todo santo de los últimos días debe entender que si algún día espera heredar el reino celestial, tendrá necesidad de vivir de acuerdo con la ley celestial, en la cual está comprendida la ley de consagración. La mejor manera en que podemos prepararnos en este asunto es por pagar nuestros diezmos fielmente mientras tanto. Sólo por hacerlo podemos llegar a ser dignos de recibir lo que el Padre tiene reservado para aquellos que fielmente le sirven.
El presidente José F. Smith dijo lo siguiente sobre el principio de los diezmos: “Una de las mejores maneras que yo conozco para pagar mis obligaciones a mi hermano, mi vecino o socio comercial es primeramente cumplir con mis obligaciones que he contraído con el Señor. Puedo pagar más de mis deudas a mis prójimos. . . después que he liquidado honradamente mis obligaciones con el Señor, que si las descuidara; y vosotros podéis hacer lo mismo. Si deseáis prosperar y ser hombres y mujeres libres y un pueblo libre, pagad primeramente vuestras justas obligaciones a Dios”. (Gospel Doctrine, págs. 325, 326)
El presidente David O. McKay ha dicho de esta ley: «De modo que para los miembros de la Iglesia de Jesucristo el diezmo es una ley tan válida como el bautismo. Nadie está obligado a cumplir una más que la otra; y nadie recibe la bendición de ninguna de las dos sino por obedecerla». Los que rechazan la ley de los diezmos se colocan en la misma posición que los fariseos y los sabios de la ley que en los días de Juan el Bautista «rechazaron el consejo de Dios contra sí mismos». A los que aceptan el sistema de los diezmos como la ley de Dios no se precisa decir más para convencerlos de la virtud de pagar una décima parte de su ganancia anual, pues si son sinceros, ciertamente aceptan lo que es la voluntad de Dios; pero aun a los que no lo consideran así, la ley de los diezmos es interesante en extremo.
Concerniente a las bendiciones que vienen a la Iglesia por medio de la ley de los diezmos, hallamos lo siguiente en el manual de lecciones, “Enseñanzas del libro de Doctrinas y Convenios”: “El cumplimiento de la ley de los diezmos ha hecho venir una multitud de bendiciones a la Iglesia y sus miembros. Al contrario a lo que pretenden ciertos economistas, el pago de los diezmos no empobrece a la gente. Antes bien, los bendice con las verdaderas riquezas de la civilización. No se pierde nada con el pago de los diezmos. Dios no toma su porción de nuestros ingresos de la tierra. Es de él, si quisiera emplearlo, más lo devuelve todo a sus hijos. Lo retorna bajo la forma de hermosas capillas, templos, tabernáculos, y otros centros de cultura y devoción. Lo devuelve a los miembros bajo la forma del desarrollo de sus talentos de cantar, bailar, manifestarse en público y actuar en funciones teatrales. Lo hace volver bajo la forma de oportunidades para aprender a dirigir a los demás. Lo devuelve bajo la forma de trabajo misionero que trae el evangelio a parientes y amigos. Lo devuelve en escuelas para la educación de los jóvenes.
“Los pobres contribuyen con su pequeño óbolo y participan de los frutos de las contribuciones superiores de sus vecinos más prósperos. El diezmo trae las mismas bendiciones a todos los miembros, sean ricos o pobres, haciendo que todos tengan las mismas oportunidades de progresar y desarrollar sus talentos.
“El pago de los diezmos trae al miembro la sensación de ser una parte integrada del grupo. Desarrolla en él un interés mayor en el programa de la Iglesia, sus problemas y sus éxitos. Lo convierte en accionista en una empresa unida. Además, engendra en él una verdadera fraternidad, una relación mutua en la que los miembros no están obligados el uno con el otro, sino al Señor”. (págs. 132-133)
Ofrendas del día de ayuno
El objeto principal del ayuno como rito religioso siempre ha sido hacer a uno humilde ante el Creador. El sentir los dolores del hambre nos ayuda a reconocer debidamente cuanto dependemos del Señor y su bondad hacia nosotros. Esta sensación casi inevitablemente también nos hace pensar en nuestros prójimos, especialmente en aquellos que son menos bendecidos con las cosas de este mundo que nosotros.
Además de los beneficios espirituales que derivan del ayuno, también parece que de los ayunos cortos resultan ciertos beneficios físicos.
“Pero con esta práctica en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está relacionada la entrega de una ofrenda, cuyo objeto fundamental y beneficios trascendentales convierten la observancia mensual de ayuno en uno de los rasgos más significantes de esta obra de los últimos días. Además de los beneficios ya mencionados, están comprendidos estos otros: (1) Toda la edificación espiritual que viene de un deseo como el de Cristo de servir uno a su prójimo, y (2) un medio económico, el que, al llevarse a cabo por una organización perfecta y activa, puede satisfacer las necesidades de toda persona pobre y digna dentro de los límites de las ramas organizadas de la Iglesia.
“El ayuno regularmente constituido consiste en abstenerse de dos comidas una vez al mes; la cena del sábado y el desayuno del día siguiente. Esto se hace el primer domingo de cada mes, El precio de estas dos comidas se entrega como donativo voluntario para el alivio de los que padecen hambre o se hallan en alguna aflicción. Esto constituye la ofrenda del día de ayuno. ¡Pensemos en lo que la observancia sincera de esta ley significa espiritual mente si todo hombre, mujer y niño observa el ayuno y contribuye la ofrenda consiguiente con el deseo sincero de bendecir al hermano o hermana menos afortunado o al niño que llora! El gran Tolstoi, sintiendo la necesidad de este vínculo de hermandad compasiva en Cristo, una vez escribió que ningún derecho tenía de comer su pedazo de pan si su hermano no lo tenía. No podemos ver, integrado con este acto sencillo, el divino principio de servicio expresado en las palabras del Maestro: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40)
El presidente McKay también declaró el valor de pagar las ofrendas del día de ayuno honradamente.
“Si contribuimos al presidente de la rama el valor de dos comidas una vez al mes, ciertamente no estaremos más pobres económicamente que si hubiésemos participado de estos alimentos como normalmente lo hacemos. Nuestra propia familia nada pierde económicamente, y hemos dado por lo menos una migaja para el alivio del hambre, y quizá la aflicción, en algún hogar que es menos afortunado, y menos bendecido que el nuestro. Nada perdemos económicamente, ningún hombre es más pobre, ninguno queda privado de ninguna bendición, ningún hijo se pierde de cosa alguna por dar esa pequeña contribución. Económicamente, pues, nadie que contribuye con esta ofrenda queda más pobre”. (Gospel Ideáis, pág. 211)
























