Capítulo 38
EL PLAN DE
BIENESTAR DE LA IGLESIA
Desde su organización en 1830, la Iglesia ha aconsejado a sus miembros a buscar y conservar su independencia económica; ha alentado la economía y ha apoyado el establecimiento de industrias que pueden emplear a otros; ha estado lista a todo tiempo para ayudar a los fieles miembros necesitados.
La Iglesia dio nuevo énfasis a este aspecto beneficiador de la obra en 1936, La Primera Presidencia organizó un Comité General de Beneficencia para ayudar a las autoridades generales con los detalles administrativos de coordinar y dirigir las obras de las organizaciones de la Iglesia debidamente establecidas, en lo que concernía a sus extensas e importantes operaciones de ayudar al necesitado. Desde entonces el movimiento ha llegado a conocerse ampliamente como el “Plan de Bienestar de la Iglesia”, o más correctamente sería decir el “Plan de Beneficencia de la Iglesia”.
Los principios fundamentales de este plan.
“Nuestro objeto principal ̶ dijo la Primera Presidencia ̶ fue establecer, hasta donde se pudiera, un sistema bajo el cual desaparecería la maldad de la ociosidad, se eliminarían los efectos nocivos de la limosna y se establecería una vez más entre nuestro pueblo la independencia, la industria, la economía y la dignidad personal. El propósito de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo debe volver a ocupar su lugar como el principio dominante en las vidas de los miembros de nuestra Iglesia” (Conference Report, octubre de 1936).
En este plan se acepta como fundamental la proposición de que la responsabilidad del sostenimiento económico de un individuo descansa sobre él mismo. Si no puede mantenerse a sí mismo, su familia debe asumir esa responsabilidad. Si la familia no puede hacer esto, la Iglesia debe ayudar, hasta donde sus necesidades lo exijan, si es un miembro fiel de la Iglesia.
“En el sudor de su rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Génesis 3: 19). En esos términos dio el señor a Adán y Eva, al ser expulsados del Jardín de Edén, la ley económica que había de regir las vidas de los hombres mientras se hallasen sobre la tierra.
Pocas son las cosas malas que el Señor ha denunciado con mayor vehemencia que la ociosidad. “No serás ocioso ̶ dijo a la Iglesia el 9 de Febrero de 1831― porque el ocioso no comerán el pan, ni vestirá del vestido del trabajador” (D. y C. 42:42). En noviembre del mismo año dijo que se tendrá al ocioso en memoria ante el Señor, a fin de que enmendara su manera de ser (D. y C.: 68, 30) En enero de 1832, declaró: “No habrá lugar en la Iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres” (D. y C. 75:29).
De acuerdo con este principio, se enseña y se insta a los miembros de la Iglesia a que se sostengan a sí mismos hasta donde sea posible. Ningún verdadero santo de los últimos días mientras esté físicamente capacitado, voluntariamente busca la manera de zafarse de la carga de su propio mantenimiento. Mientras le sea posible, bajo la inspiración de Dios y mediante sus propios esfuerzos, se proveerá de las necesidades de la vida.
Ninguna persona debería ser una carga para el público, cuando sus parientes pueden cuidar de él. Así lo exige toda consideración de parentesco, justicia u equidad, el bien común, y aún la humanidad misma. Por tanto, se hace hincapié en que los parientes de los necesitados provean por ellos, si tienen los medios necesarios para hacerlo. En los casos en que los parientes miembros de la Iglesia y económicamente capacitados para ayudar a sus familiares no lo hacen, el asunto debe darse a conocer al presidente de la rama.
“Y si alguno no tiene cuidado de los suyos, y mayormente de los de su casa, la fe negó, y es peor que un infiel”. (1Timoteo 5:8).
Desde el principio el Señor ha dado a la Iglesia la obligación de proveer las necesidades de la vida de aquellos miembros que no pueden sostenerse a sí mismos y no tienen parientes dispuestos a ayudarlos. Esta responsabilidad se basa en la gran ley de dar. “Más bienaventurada es dar que recibir” (Hechos 20:35); y en el principio del centavo de la viuda: “Entonces llamando a sus discípulos, les dice: De cierto os digo que esta viuda pobre echo más que todos los que han echado en el arca: porque todos han echado de lo que les sobra; más ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su alimento” (Marcos 12:43-44). Al joven rico que afirmó que había guardado los mandamientos toda su vida, el Maestro hablando del mismo asunto le dijo: “Y si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. El joven se alejó triste y el Salvador volviéndose a sus discípulos les dijo: “De cierto os digo, que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos” (Mateo 19: 21-23).
En nuestra época la palabra del Señor ha hablado con igual claridad. En repetidas ocasiones ha anunciado el deber que los santos tienen de velar por los pobres, y ha hablado del castigo que sobrevendrá a los que no ayudan a los pobres y ha prometido bendiciones a los que se compadecen de los necesitados.
En la revelación dada al profeta José el 9 de febrero de 1831, en presencia de doce élderes, el Señor dijo: “Y he aquí te acordaras de los pobres, y mediante un convenio y título que no se puede revocar, consagrarás lo que puedas darles de tus bienes, para su sostén, Y al dar de tus bienes a los pobres, lo harás para mí” (D. y C. 42:30-31). Más tarde Jesús el Señor declaró: “He aquí, os digo que debéis visitar a los pobres y a los necesitados, y suministrarles auxilio” (D. y C. 44:6). Y en una ocasión subsiguiente: “¡Ay de vosotros, hombres ricos, que no queréis dar de vuestra sustancia a los pobres! Porque vuestras riquezas corromperán vuestras almas; y ésta será vuestra lamentación en el día de la visitación, juicio e indignación; ¡La siega ha pasado, el verano ha terminado, y mi alma no se ha salvado!” (D. y C. 56:16).
Al dar instrucciones concernientes al Orden Unido, el Señor dijo: “De manera que, si alguno tomare de la abundancia que he creado, y no les impartiere su porción a los pobres y menesterosos, conforme a la ley del evangelio, desde el infierno alzará sus ojos, con los malvados, estando en tormento” (D. y C. 104:18).
Las Escrituras no expresan sino una idea y una doctrina: primero, que es el deber de los que tienen de dar a los necesitados; y segundo, aquellos que obedecen la ley recibirán grandes bendiciones. Conviene, pues, que el que desea la paz y el gozo aquí, y riquezas eternas en la otra vida, dé abundantemente de su sustancia a los pobres. El apóstol Santiago dice: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha de este mundo” (Santiago 1:27).
Propósitos inmediatos del Plan de Bienestar.
Los propósitos inmediatos del plan son los siguientes:
- Colocar en algún empleo productivo a los que están capacitados para trabajar.
- Proveer algún empleo productivo dentro del plan, hasta donde sea posible, a los que no pueden conseguir ningún otro empleo.
- Obtener los medios para ayudar a los necesitados, por quienes la Iglesia se hace responsable.
- Suministrar a estos necesitados los medios para subsistir cada cual “según su familia, conforme a su circunstancia y sus necesidades” (D. y C. 51:3). Esto no se hace en forma de limosna, sino más bien como reconocimiento de su servicio en lo pasado y una disposición presente para aceptar el programa, y trabajar en él hasta donde sus esfuerzos lo permiten.
Los participantes del plan son potencialmente todos los miembros de la Iglesia. Los que necesitan sustento, alivio de alguna aflicción u orientación pueden recibir ayuda al someterse a los principios del programa. A todos los miembros de la Iglesia, se aconseja que contribuyan parte de su tiempo y su dinero a este plan.
Algunas familias, vecinos, quórumes, ramas y otras unidades organizadas de la Iglesia quizá hallarán que es conveniente y deseable formar pequeños grupos con objeto de ayudarse mutuamente el uno al otro. Estos grupos pueden sembrar o recoger cosechas, envasar y almacenar alimentos, ropa y combustibles y realizar otros proyectos para su beneficio mutuo.
La Sociedad de Socorro.
Desde los primeros días de la Iglesia, la Sociedad de Socorro ha sido y sigue siendo la ayuda principal del obispo y el presidente de la rama en la administración de alivio a los necesitados. Ha cumplido con los propósitos que el profeta José Smith le indicó el día que fue organizada, a saber, “el alivio de los pobres, los necesitados, las viudas y los huérfanos, y el ejercicio de todo fin benevolente”. Se ha realizado la predicción que el profeta hizo en esa ocasión, que las hermanas de la Sociedad de Socorro derramarían “aceite y vino en el corazón herido de los afligidos, enjugarán las lágrimas del huérfano y harán regocijar el corazón de la viuda” (Documentary History of the Church, tomo 4, pág. 567).
Más tarde el Profeta dijo a los hermanos: “Esta es una sociedad caritativa, y va de acuerdo con nuestra naturaleza, porque es natural en la mujer tener sentimientos de caridad y benevolencia. Ahora os halláis en posición tal que podéis obrar de acuerdo con aquellas simpatías que Dios ha plantado en vuestro seno. Si vivís de acuerdo con estos principios, ¡cuán grande y glorioso será vuestro galardón en el reino celestial! Si cumplís con vuestros privilegios, no se podrá impedir que os asociéis con ángeles” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 276).
Con este origen la Sociedad de Socorro ha sido instruida y preparada para poder manejar ciertos aspectos de la obra benéfica mejor que cualquier otro grupo.
En la conferencia general de octubre de 1936, el presidente David O. MacKay dijo: “Es importante suministrar ropa al que está desnudo, proveer de alimentos a los que no los tienen; dar que hacer a los que luchen valientemente contra la desesperación que viene de estar sin empleo; pero al fin y al cabo las bendiciones mayores que provienen del Plan de Bienestar de la Iglesia son espirituales. Exteriormente, toda actividad parece estar relacionada con lo material: alteración de vestidos y trajes, el envase de frutas y legumbres, el almacenamiento de provisiones, la selección de campos fértiles para establecimientos―todo parece ser netamente temporal; pero el elemento de la espiritualidad está imbuido en todos estos hechos, y los inspira y los santifica”.
Después de todo, será la cantidad de compasión y amor dispensados, más bien que la cantidad de material suministrado por el Plan de Bienestar de la Iglesia, lo que determinará las bendiciones que por fin vendrán a los santos de los últimos días como pueblo.
























